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–Lamentable, socio: tampoco Sandoval convenció a Cortés.
-Lo curioso, reverendo provisor de
Sevilla, es que todo el mundo, menos él, veía sin sombra de duda la imperiosa
necesidad de que volviera a tomar el timón de un México a la deriva. Cortés
prefirió seguir con sus batallitas lejos de la ciudad, aunque solo había un
verdadero motivo: el miedo. Temía que sus rivales le mataran. Pero era
necesario solucionar el problema, y quiso hacerlo improvisando un parche nada
prometedor: “Cortés mandó poderes para Pedro de Alvarado y Francisco de las
Casas, si hubiesen vuelto a México, para que fuesen gobernadores de la Nueva
España hasta que él fuese; y, si no estaban en México, que gobernasen Alonso de
Estrada y el contador Albornoz, según el poder que les dio anteriormente. Y
revocó los poderes del factor (Salazar)
y del veedor Almírez (vaya revoltijo,
sabiendo, sobre todo, que Albornoz le había desprestigiado ante el rey)”.
El encargado de llevar las órdenes era un criado de Cortés llamado Martín
Dorantes, y viajó disfrazado de labrador: “Entró en México de noche, y se fue
al monasterio de San Francisco, donde halló refugiados a muchos partidarios de
Cortés. Y, desque vieron al Dorantes y supieron que Cortés estaba vivo, no
podían estar de placer, y saltaban y bailaban, y también los frailes Toribio
Motolinía y Diego de Altamirano. Y se acordó ir a prender al factor (el veedor estaba de campaña, fuera de
México)”. El entusiasmo en México fue general al saber que Cortés vivía, “y
muchos vecinos se juntaron con el tesorero Estrada para ayudarle, porque, según
pareció, el contador Albornoz no ponía en ello mucho calor, que andada doblado (en plan falso, como era de suponer)”.
Tan ‘doblado’ que ya le había ido con el cuento a Salazar, y el ambicioso
factor se dispuso a repeler con artillería a los revoltosos, “pero todos los
que eran de su parte desmayaron, allí le prendieron y en esto acabó la cosa de
su gobernación; luego trajeron a México al veedor Almírez y le echaron en otra
jaula como al factor”. Hizo algo el tesorero Estrada digno de ser alabado:
“Para honrar a Juana de Mansilla, a la que había hecho azotar el factor por
hechicera, mandó cabalgar a todos los caballeros, y él mismo la llevó a las ancas de su caballo por
la calles de México, y la gente decía que como matrona romana hizo lo que hizo (negarse a tener otro marido hasta que se
confirmase la muerte del suyo), y con mucho regocijo se la llamó desde
entonces ‘doña’ Juana de Mansilla”. Honremos a los dos: Juana y Estrada.
-Vamos a ver ahora, entrañable rapsoda, un
nuevo intento de convencer a Cortés para que vuelva a México y acabe con aquel
desbarajuste social: “El tesorero y otros partidarios de Cortés lograron que fray Diego Altamirano fuese a
Trujillo para que le hiciese venir a México, porque era su pariente y hombre
que, antes de que se metiese a fraile, había sido soldado e sabía de negocios”.
Y allá que se fue. Pero, entre tanto, la situación en la capital estaba
movidita: “Muchos amigos del factor Salazar se juntaron y concertaron soltarle
a él y al veedor, y matar al tesorero Estrada y a los carceleros, y dicen que
lo sabía el contador Albornoz. Y, para hacerlo, hablaron a un cerrajero llamado
Guzmán, hombre soez que decía gracias y chocarrerías, para que les hiciese unas
llaves de la cárcel”. Total que el ‘chocarrero’ les siguió el juego pero los
delató: “Sin más dilación, el tesorero fue con los del bando de Cortés a la
casa donde estaban recogidos los contrarios y prendieron hasta veinte dellos, y
otros se huyeron. Y, como había entre los cogidos cuatro hombres muy
bandoleros, que se habían encontrado en todas las revueltas que en México había
habido –y aun uno ellos había hecho fuerza a una mujer de Castilla-, se hizo
proceso contra ellos, y el alcalde mayor, que se llamaba Ortega y era de la
tierra de Cortés, ahorcó a tres, que se llamaban Pastrana, Valverde y Escobar,
e hizo azotar a otros”. Así las cosas, ¿dará resultado el viaje del hábil predicador, el
frailuco Diego Altamirano, para
convencer a Cortés?
Foto: Mi secre nos pone una foto de la
plaza mayor de Ciudad Real, capital que se encuentra a 210 km al sur de Madrid.
Bien está porque de allí era el tesorero Alonso de Estrada. Él y los otros
funcionarios que llegaron al mismo tiempo a México, Albornoz, Salazar y
Almírez, tenían como misión menguar el enorme poder de Cortés. El más decente,
y de lejos, fue Estrada. Presumía de ser
hijo bastardo de Fernando el Católico, y, quizá por ser cierto, Carlos V le
asignó un sueldo extraordinario. Veremos que se ocupó de la gobernación de
México en varias fases de aquellos tiempos turbulentos. Murió en 1530, a la
edad de 60 años.
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