viernes, 9 de septiembre de 2016

(Día 383) Ni SANDOVAL consigue que CORTÉS se decida a ir a MÉXICO (tiene miedo). Desde la distancia, ordena que gobiernen ESTRADA y ALBORNOZ en lugar de SALAZAR y ALMÍREZ. Estos dos son apresados. ALBORNOZ no era de fiar, pero ESTRADA tuvo un comportamiento sensato. Fray DIEGO ALTAMIRANO emprende viaje para convencer a CORTÉS de que vuelva a la ciudad. Revueltas en MÉXICO: son ahorcados tres conspiradores.

(135) –Lamentable, socio: tampoco Sandoval convenció a Cortés.
     -Lo curioso, reverendo provisor de Sevilla, es que todo el mundo, menos él, veía sin sombra de duda la imperiosa necesidad de que volviera a tomar el timón de un México a la deriva. Cortés prefirió seguir con sus batallitas lejos de la ciudad, aunque solo había un verdadero motivo: el miedo. Temía que sus rivales le mataran. Pero era necesario solucionar el problema, y quiso hacerlo improvisando un parche nada prometedor: “Cortés mandó poderes para Pedro de Alvarado y Francisco de las Casas, si hubiesen vuelto a México, para que fuesen gobernadores de la Nueva España hasta que él fuese; y, si no estaban en México, que gobernasen Alonso de Estrada y el contador Albornoz, según el poder que les dio anteriormente. Y revocó los poderes del factor (Salazar) y del veedor Almírez (vaya revoltijo, sabiendo, sobre todo, que Albornoz le había desprestigiado ante el rey)”. El encargado de llevar las órdenes era un criado de Cortés llamado Martín Dorantes, y viajó disfrazado de labrador: “Entró en México de noche, y se fue al monasterio de San Francisco, donde halló refugiados a muchos partidarios de Cortés. Y, desque vieron al Dorantes y supieron que Cortés estaba vivo, no podían estar de placer, y saltaban y bailaban, y también los frailes Toribio Motolinía y Diego de Altamirano. Y se acordó ir a prender al factor (el veedor estaba de campaña, fuera de México)”. El entusiasmo en México fue general al saber que Cortés vivía, “y muchos vecinos se juntaron con el tesorero Estrada para ayudarle, porque, según pareció, el contador Albornoz no ponía en ello mucho calor, que andada doblado (en plan falso, como era de suponer)”. Tan ‘doblado’ que ya le había ido con el cuento a Salazar, y el ambicioso factor se dispuso a repeler con artillería a los revoltosos, “pero todos los que eran de su parte desmayaron, allí le prendieron y en esto acabó la cosa de su gobernación; luego trajeron a México al veedor Almírez y le echaron en otra jaula como al factor”. Hizo algo el tesorero Estrada digno de ser alabado: “Para honrar a Juana de Mansilla, a la que había hecho azotar el factor por hechicera,  mandó cabalgar a todos  los caballeros, y él  mismo la llevó a las ancas de su caballo por la calles de México, y la gente decía que como matrona romana hizo lo que hizo (negarse a tener otro marido hasta que se confirmase la muerte del suyo), y con mucho regocijo se la llamó desde entonces ‘doña’ Juana de Mansilla”. Honremos a los dos: Juana y Estrada.   
     -Vamos a ver ahora, entrañable rapsoda, un nuevo intento de convencer a Cortés para que vuelva a México y acabe con aquel desbarajuste social: “El tesorero y otros partidarios de Cortés  lograron que fray Diego Altamirano fuese a Trujillo para que le hiciese venir a México, porque era su pariente y hombre que, antes de que se metiese a fraile, había sido soldado e sabía de negocios”. Y allá que se fue. Pero, entre tanto, la situación en la capital estaba movidita: “Muchos amigos del factor Salazar se juntaron y concertaron soltarle a él y al veedor, y matar al tesorero Estrada y a los carceleros, y dicen que lo sabía el contador Albornoz. Y, para hacerlo, hablaron a un cerrajero llamado Guzmán, hombre soez que decía gracias y chocarrerías, para que les hiciese unas llaves de la cárcel”. Total que el ‘chocarrero’ les siguió el juego pero los delató: “Sin más dilación, el tesorero fue con los del bando de Cortés a la casa donde estaban recogidos los contrarios y prendieron hasta veinte dellos, y otros se huyeron. Y, como había entre los cogidos cuatro hombres muy bandoleros, que se habían encontrado en todas las revueltas que en México había habido –y aun uno ellos había hecho fuerza a una mujer de Castilla-, se hizo proceso contra ellos, y el alcalde mayor, que se llamaba Ortega y era de la tierra de Cortés, ahorcó a tres, que se llamaban Pastrana, Valverde y Escobar, e hizo azotar a otros”. Así las cosas, ¿dará resultado  el viaje del hábil predicador, el frailuco  Diego Altamirano, para convencer a Cortés?

     Foto: Mi secre nos pone una foto de la plaza mayor de Ciudad Real, capital que se encuentra a 210 km al sur de Madrid. Bien está porque de allí era el tesorero Alonso de Estrada. Él y los otros funcionarios que llegaron al mismo tiempo a México, Albornoz, Salazar y Almírez, tenían como misión menguar el enorme poder de Cortés. El más decente, y de lejos,  fue Estrada. Presumía de ser hijo bastardo de Fernando el Católico, y, quizá por ser cierto, Carlos V le asignó un sueldo extraordinario. Veremos que se ocupó de la gobernación de México en varias fases de aquellos tiempos turbulentos. Murió en 1530, a la edad de 60 años.




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