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–La habilidad de Cortés, mon cher ami, le va a encumbrar.
-Y su desmedido orgullo, reverendo padre,
va a empañar su triunfo. Lo vamos a ver en su salsa, seduciendo, repartiendo
regalos como Papá Noel y utilizando poderosas influencias, pero sin saber
frenar a tiempo. Se puso en marcha hacia la Corte, y paró “en Nuestra Señora de
Guadalupe para tener novenas; y fue su ventura tal que había allí llegado la
señora doña María de Mendoza, mujer del comendador don Francisco de los Cobos”.
Era el superpoderoso ministro que recibió como regalo del rey la ostentosa
culebrina de oro que le había enviado Cortés, y la fundió. Queda descartado que
se hablara del tema. A doña María la acompañaban varias damas, “y, entre ellas,
una doncella hermana suya, y, desque lo supo Cortés, hubo gran placer. Y, como
era en todo muy cumplido e regocijado, y plática con agraciada expresiva no le
faltaba, y, sobre todo, muy generoso y tenía riquezas que dar, comenzó a hacer
grandes presentes de muchas joyas de oro a todas aquellas señoras, y, muy
aventajado, a doña María de Mendoza y a su hermana”. Como Bernal sabe que
Cortés conseguirá muchas mercedes del rey, pero no la gobernación de México,
fantasea con lo que pudo ser y no fue: “Y tan gran servidor se mostró con ellas,
que doña María de Mendoza le ofreció casamiento con la señora su hermana. Y, si
Cortés no estuviera desposado (prometido)
con la señora doña Juana de Zúñiga, sobrina del duque de Béjar, ciertamente
habría tenido grandísimos favores del comendador, y Su Majestad le habría dado
la gobernación de la Nueva España”.
-Pon fin, secre, ‘el cortés y cortejador
Cortés llegó a la Corte’, entonces en Toledo. Entre disculpas, explicaciones e
influencias, más carisma personal, que crecía en las distancias cortas, se llevó al huerto al poderoso monarca.
Carlos V fue consciente de su grandeza, haciéndole el honor de impedirle que se
pusiera de rodillas ante él, “y le mandó levantar, y el almirante (de Castilla) y el duque de Béjar
dijeron a Su Majestad que era digno de grandes mercedes, y luego le hizo
marqués del Valle (de Oaxaca), y le
hizo capitán general de la Nueva España y de la Mar del Sur (el Pacífico)”. Pues bien: cayó enfermo
y poco faltó para que muriera como Sandoval. “Llegó a estar tan al cabo que Su
Majestad, acompañado de muchos nobles, le visitó, lo que fue muy gran favor”.
Mejor que no lo hiciera, porque, ya
curado, Cortés se creyó cuasi divino. Cortés tenía sobrados motivos para sentirse
orgulloso por su triunfante aterrizaje en España, pero cometió la imprudencia
de actuar con fanfarronería en el coto de los aristócratas: la sangre azul no
admitía mezclas. Empezó haciendo una escenificación descabellada. Asistía a una
misa dominical el rey, “y estaban sentados, según su calidad y como tenían por
costumbre, los duques, marqueses y condes; vino Cortés algo tarde a misa sobre
cosa pensada (será fantasmón), y pasó
delante de algunos de aquellos ilustrísimos señores, y se fue a sentar cerca
del conde de Nasau, que estaba próximo al emperador; por lo que aquellos señores
de salva (nobles) murmuraron de su
gran presunción y osadía”. Pero la jactancia de Cortés no tenía límites:
“Habiéndose visto tan sublimado en privado con el emperador, el duque de Béjar,
el conde de Nasau y el almirante, y ya con título de marqués, comenzó a tenerse
en tanta estima, que no tenía en cuenta como era de razón a quienes le habían
ayudado para que Su Majestad le diese el marquesado”. Así que el insensato se
atrevió a pedir más. “Se pasaba por alto al Real Consejo de Indias, al cardenal
Loaysa, a Cobos y a doña María de Mendoza, creyendo que tenía muy bien
entablado su juego por su amistad con el duque de Béjar, el conde de Nasau y el
almirante, y comenzó a suplicar con mucha importancia a su Majestad que le
hiciese merced de la gobernación de la Nueva España”. Vaya papelón, Cortesito.
Foto: Acompañando a Cortés en su viaje,
hacemos una parada en el cacereño
Monasterio de Guadalupe para que el gran capitán purifique su alma y nosotros
gocemos santamente de esa maravilla que vemos en la imagen. Breve historia:
Junto al río Guadalupe (en árabe ‘río del amor’), se produjo una aparición de
la Virgen, la advocación cuajó con fuerza, se fundó el monasterio el año 1394 y
los españoles llevaron consigo la devoción a Indias, por lo que parece ser la
misma que penetró profunda e
indeleblemente en el corazón de los nativos tras otra aparición en Tepeyac.
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