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–No perdió un segundo Salazar, secre, para intrigar a fondo.
-Resulta repugnante el factorcito, santo
padre. Empezó de inmediato a trabajarse en la recién inaugurada Audiencia de
México a Nuño de Guzmán, “haciéndose muy amigo suyo y de Delgadillo, que no hacían otra cosa sino lo que él
mandaba”. Su primera maniobra (que le
sacó de quicio a Bernal) fue “aconsejarles que no hiciesen el repartimiento
perpetuo de indios que mandaba Su Majestad, porque, si lo hiciesen, no serían
tan señores, y los conquistadores y pobladores no les tendrían tanto acato”. Y
se salió con la suya. Tuvo la osadía de ir más lejos.
-Da la sensación, ilustre literato, de que
Salazar no contaba con mi sobrino Juan, porque en su siguiente trapacería
tampoco lo menciona: “También trataron el factor Salazar, Nuño de Guzmán y
Delgadillo que fuese el mismo factor a Castilla para pedir la gobernación de la
Nueva España para Nuño de Guzmán, porque sabían que Cortés ya no tenía tanto
favor con su Majestad. Pues, embarcado
el factor, dio al través la nave con una gran tormenta, y se salvó en un batel,
y (la rata) volvió a México, y no
tuvo efecto su ida a Castilla”. Salazar y sus compinches andaban en esos
manejos a pesar de que los oidores ya habían tomado la habitual residencia por
orden del rey a Alonso de Estrada, gobernador en funciones, “que la dio muy
buena, y debía quedar por gobernador”. Bernal hace un balance del conjunto de
la actuación de Estrada en su cargo y le elogia sin recato, salvo en cierta
debilidad frente a los conflictos, como el actual con Salazar, Nuño y
Delgadillo: “Y a los pocos días, falleció de enojo dello. Dejemos
de hablar desto y diré que en lo que entendió después la audiencia fue
en ser muy contrarios a las cosas del marqués. El factor Salazar y otros
vecinos le pusieron muchas demandas a Cortés, y los escritos que entregaban en
los estrados de la audiencia tenían muy gran desacato y palabras muy mal
dichas. Y fue tal la cosa que el licenciado Altamirano (administrador de Cortés) echó mano a su puñal y le iba a dar al
factor si no se abrazaran con él Nuño de Guzmán, Matienzo y Delgadillo; y toda
la ciudad estaba revuelta”. Aquello era un
nido de víboras en plena histeria, y se produjo una vergonzosa trama de acusación contra Cortés y
sus soldados, derivada de que nuestro viejo conocido Narváez consiguió en
España una licencia para explorar Florida, muriendo él y casi toda la
expedición. Pero su viuda no lo sabía. Uno de los pocos supervivientes de la
tropa de Narváez fue el protagonista, con otros dos compañeros y un esclavo
negro, de un larguísimo y asombroso viaje entre los indios norteamericanos (y
lo escribió): Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Pero me dice Bernal que ‘nos dejemos
de cuentos viejos’ y volvamos al conturbado México: “Llegó entonces un deudo
del capitán Pánfilo de Narváez que se llamaba Zavallos, enviado desde Cuba para
buscarle por su mujer, María de Valenzuela, porque ya había fama de que estaba
perdido o muerto. Y, secretamente, el Guzmán, el Matienzo y el Delgadillo le
hablaron para que pusiera demanda contra todos los conquistadores que estuvimos
juntamente con Cortés en el desbaratar al Narváez. Y dada la queja por
Zavallos, prendieron a los más de los conquistadores, que pasaron de 350, y a
mí también, y nos desterraron a cinco leguas de México”. Luego levantaron el
destierro, pero los de la audiencia, con una agresividad feroz, consiguieron
demandas para reactivar todas las ya conocidas acusaciones contra Hernán, e
intentaron incoar otras nuevas, aunque en algunas pincharon en hueso: sus
viejos soldados se negaron a acusar a Cortés, como se les pedía, de que se
había quedado con oro que era del rey. Afortunadamente lo habían decidido en
una reunión autorizada por el alcalde, porque ya “el presidente y oidores nos
querían prender diciendo que sin licencia no podíamos juntarnos ni firmar cosa
alguna”. Chasqueados, recurrieron a otra presión (me ruborizo, secre):
“Mandaron que saliesen de la Nueva España todos los que venían de linaje
de judíos o moros que hubiesen sido
quemados o ensambenitados por la Santa Inquisición”. Yo también abusé de ese
poder, pero lo de estos tres (ay, Juan, sobrino mío) estaba completamente fuera
de lugar.
Foto: Ahí vemos el Palacio Nacional de México,
que forma uno de los laterales de la gran Plaza del Zócalo. Ese soberbio
edificio es una ampliación de las dependencias oficiales que construyó Cortés,
dentro de las cuales hicieron y deshicieron los funcionarios de la primera
Audiencia de México, Nuño de Guzmán, Diego Delgadillo y mi extraviado sobrino
Juan Ortiz de Matienzo, los cuales, según Bernal, “llegaron con mayores poderes
a la Nueva España que los que tuvieron
luego los virreyes”.
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