martes, 27 de septiembre de 2016

(Día 401) BERNAL nos despide de CORTÉS haciéndole un entrañable retrato de cómo fue en su momentos de gloria y en su posterior decadencia.

(153) –El entrañable Bernal, secre, nos hace un retrato de Cortés.
     -Era de esperar, querido Sancho. Lo admiró sin medida, lamentó sin rencor sus defectos, sufrieron juntos lo indecible, y alcanzó con él uno de los puestos más altos de la Historia. Y, como despedida, nos lo describe: “Fue de buena estatura e bien proporcionado e membrudo, e la color de la cara tiraba a algo cenicienta, e si tuviera el rostro más largo, mejor le pareciera, e los ojos, en el mirar amorosos e por otra parte graves. Las barbas tenía algo prietas (morenas) e ralas, e el cabello de la  misma manera. Era cenceño e de poca barriga e algo estevado (zambo). Era buen jinete e diestro de todas las armas, así a pie como a caballo. E sobre todo tenía corazón e ánimo. Oí decir que, cuando mancebo, en la isla Española fue algo travieso sobre mujeres e que se acuchilló algunas veces con hombres diestros, e siempre salió con victoria. E tenía una señal de cuchillada cerca del belfo de abajo, que se la hicieron cuando andaba en aquellas cuestiones. Tanto en su persona como en pláticas e en comer e vestir, en todo daba señales de gran señor. No se le daba nada de traer sedas ni damascos, sino que vestía muy llanamente e muy limpio;  ni traía grandes cadenas de oro, salvo una cadenita con la imagen de la Virgen María con su hijo precioso en los brazos, e de la otra parte, el señor San Juan Bautista. En el dedo traía un anillo muy rico con un diamante, y en la gorra de terciopelo, una medalla. Servíase muy ricamente como gran señor, con dos maestresalas e mayordomos e muchos pajes. Comía bien e bebía una buena taza de vino aguado, y  no le daba por comer manjares delicados. Era de muy afable condición con todos sus capitanes e compañeros, especialmente con los que pasamos con él de Cuba la primera vez. Y era latino e oí decir que también bachiller en leyes, e hablaba en latín con los letrados. Era algo poeta e hacía coplas. Platicaba muy apacible y con muy buena retórica. E rezaba las horas por las mañanas e oía misa con devoción. Era devoto de la Virgen, de San Pedro e San Pablo, y de San Juan Bautista. E era limosnero. Cuando juraba, decía: ‘En mi conciencia’, e cuando se enojaba con alguno de los soldados que éramos sus amigos, le decía: ‘¡Oh, mal pese a vos!’; y cuando estaba my enojado, se le hinchaba una vena en la garganta y otra en la frente. E  no decía palabra fea o injuriosa”. Sigue, reverendo.
     -Dice Bernal que también era terco: “Y era muy porfiado, en especial en las cosas de guerra”. Lo pone especialmente de relieve recordando las veces en que, por no hacer caso del parecer de sus capitanes y soldados, se produjeron verdaderas tragedias. Pero, acto seguido, vuelve a los elogios: “Siempre le vi entrar juntamente con nosotros en las batallas, mostrándose muy esforzado”. Nuevamente lo prueba con las  numerosísimas situaciones épicas que ha recogido en su libro, subrayando la temeridad y el valor con que todos lucharon; termina la lista con varios ejemplos especiales: “Se  mostró muy varón cuando entramos en México para ayudar a Alvarado y subimos a lo alto del cu de Huichilobos. También se mostró muy esforzado en la guerra de Otumba cuando dio un golpe al capitán y alférez de Cuauhtémoc e le hizo abatir sus banderas. No quiero decir de otras muchas proezas e valentías que hizo nuestro marqués don Hernando Cortés, porque son tantas que  no acabara tan presto de las relatar”. Luego habla del ya bastante deteriorado Cortés de la campaña de Honduras: necesitaba echar la siesta, se teñía la barba, “e engordó mucho y con gran barriga”. Termina con una decadencia peor: “Después que ganamos la Nueva España, siempre tuvo trabajos e gastó muchos pesos de oro en las armadas que hizo, e no tuvo ventura en  ninguna. Ni me parece que la tiene agora su hijo don Martín, que, siendo señor de tanta renta, le haya venido el gran desmán que dicen de su persona y de sus hermanos”. El discreto Bernal no lo explica, pero está haciendo referencia a su intento de rebelarse contra el rey (cosa que su padre, ya muerto, jamás pretendió), y que no les costó la cabeza por ser hijos de quien eran. Solo dice, y con esto acaba: “Que Nuestro Señor Jesucristo lo remedie, e al marqués don Hernando Cortés le perdone Dios sus pecados”. Adiós, pues, a ese gran capitán que tan gran vacío nos deja.

     Foto: Estatua de Cortés en su pueblo natal, Medellín, que casi parece una alegoría de su ascensión hacia las cimas más sublimes desde sus raíces medievales. En la historia de los hombres, pocas vidas han sido tan intensas.


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