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–El entrañable Bernal, secre, nos hace un retrato de Cortés.
-Era de esperar, querido Sancho. Lo admiró
sin medida, lamentó sin rencor sus defectos, sufrieron juntos lo indecible, y
alcanzó con él uno de los puestos más altos de la Historia. Y, como despedida,
nos lo describe: “Fue de buena estatura e bien proporcionado e membrudo, e la
color de la cara tiraba a algo cenicienta, e si tuviera el rostro más largo,
mejor le pareciera, e los ojos, en el mirar amorosos e por otra parte graves.
Las barbas tenía algo prietas (morenas)
e ralas, e el cabello de la misma
manera. Era cenceño e de poca barriga e algo estevado (zambo). Era buen jinete e diestro de todas las armas, así a pie
como a caballo. E sobre todo tenía corazón e ánimo. Oí decir que, cuando
mancebo, en la isla Española fue algo travieso sobre mujeres e que se acuchilló
algunas veces con hombres diestros, e siempre salió con victoria. E tenía una
señal de cuchillada cerca del belfo de abajo, que se la hicieron cuando andaba
en aquellas cuestiones. Tanto en su persona como en pláticas e en comer e
vestir, en todo daba señales de gran señor. No se le daba nada de traer sedas
ni damascos, sino que vestía muy llanamente e muy limpio; ni traía grandes cadenas de oro, salvo una
cadenita con la imagen de la Virgen María con su hijo precioso en los brazos, e
de la otra parte, el señor San Juan Bautista. En el dedo traía un anillo muy
rico con un diamante, y en la gorra de terciopelo, una medalla. Servíase muy
ricamente como gran señor, con dos maestresalas e mayordomos e muchos pajes.
Comía bien e bebía una buena taza de vino aguado, y no le daba por comer manjares delicados. Era
de muy afable condición con todos sus capitanes e compañeros, especialmente con
los que pasamos con él de Cuba la primera vez. Y era latino e oí decir que
también bachiller en leyes, e hablaba en latín con los letrados. Era algo poeta
e hacía coplas. Platicaba muy apacible y con muy buena retórica. E rezaba las
horas por las mañanas e oía misa con devoción. Era devoto de la Virgen, de San
Pedro e San Pablo, y de San Juan Bautista. E era limosnero. Cuando juraba,
decía: ‘En mi conciencia’, e cuando se enojaba con alguno de los soldados que
éramos sus amigos, le decía: ‘¡Oh, mal pese a vos!’; y cuando estaba my
enojado, se le hinchaba una vena en la garganta y otra en la frente. E no decía palabra fea o injuriosa”. Sigue,
reverendo.
-Dice Bernal que también era terco: “Y era
muy porfiado, en especial en las cosas de guerra”. Lo pone especialmente de
relieve recordando las veces en que, por no hacer caso del parecer de sus
capitanes y soldados, se produjeron verdaderas tragedias. Pero, acto seguido,
vuelve a los elogios: “Siempre le vi entrar juntamente con nosotros en las
batallas, mostrándose muy esforzado”. Nuevamente lo prueba con las numerosísimas situaciones épicas que ha
recogido en su libro, subrayando la temeridad y el valor con que todos
lucharon; termina la lista con varios ejemplos especiales: “Se mostró muy varón cuando entramos en México para
ayudar a Alvarado y subimos a lo alto del cu de Huichilobos. También se mostró
muy esforzado en la guerra de Otumba cuando dio un golpe al capitán y alférez
de Cuauhtémoc e le hizo abatir sus banderas. No quiero decir de otras muchas
proezas e valentías que hizo nuestro marqués don Hernando Cortés, porque son
tantas que no acabara tan presto de las
relatar”. Luego habla del ya bastante deteriorado Cortés de la campaña de
Honduras: necesitaba echar la siesta, se teñía la barba, “e engordó mucho y con
gran barriga”. Termina con una decadencia peor: “Después que ganamos la Nueva
España, siempre tuvo trabajos e gastó muchos pesos de oro en las armadas que
hizo, e no tuvo ventura en ninguna. Ni
me parece que la tiene agora su hijo don Martín, que, siendo señor de tanta
renta, le haya venido el gran desmán que dicen de su persona y de sus
hermanos”. El discreto Bernal no lo explica, pero está haciendo referencia a su
intento de rebelarse contra el rey (cosa que su padre, ya muerto, jamás
pretendió), y que no les costó la cabeza por ser hijos de quien eran. Solo
dice, y con esto acaba: “Que Nuestro Señor Jesucristo lo remedie, e al marqués
don Hernando Cortés le perdone Dios sus pecados”. Adiós, pues, a ese gran
capitán que tan gran vacío nos deja.
Foto: Estatua de Cortés en su pueblo
natal, Medellín, que casi parece una alegoría de su ascensión hacia las cimas
más sublimes desde sus raíces medievales. En la historia de los hombres, pocas
vidas han sido tan intensas.
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