jueves, 22 de septiembre de 2016

(Día 396) CORTÉS decide dirigir él una nueva expedición. Todo sale mal, aunque CORTÉS se muestra como un líder inquebrantable que no da la vuelta por pundonor. Descubren CALIFORNIA. La extraordinaria mujer de CORTÉS le manda dos naves, y, con argumentos de gran sensatez y afecto, consigue que abandone la desastrosa aventura.

(148) –Un gran líder, soñador poeta, no para: solo ve el objetivo.
     -Certo, dottore; prefiere la muerte al fracaso: todo o nada. Así que, no son fiables, porque, dispuestos a morir, la vida de los demás les importa poco. En esa obsesión por seguir siendo el número uno, le estamos viendo ahora a Cortés, aunque con frustración garantizada, porque su pasado triunfo en México y lo que acababa de conseguir su primo Pizarro en Perú era ya insuperable. Tras el fracaso de la última flota que envió por el Pacífico, tomó una decisión drástica: “Cortés tuvo gran pesar de lo acaecido. Y, como era hombre de corazón, que no reposaba con tales sucesos, acordó no enviar más capitanes, sino ir él en persona (este es mi chico)”. Su carisma estaba vivo, así que, “cuando se supo en la Nueva España que el marqués iba en persona, creyeron que era cosa cierta y rica, y vinieron a servirle unos 286 hombres y 34 mujeres casadas”. Equipó a lo grande tres navíos. “Cortés se embarcó  con los que estimó necesarios (al resto los dejó esperando en el puerto) para ir a la isla Santa Cruz (allí había muerto el vizcaíno Ortuño con sus hombres), donde decían que había perlas”. Llegó en abril de 1537, haciendo que la nave retornara para que hiciera el viaje la flota completa, bajo el mando de su gran amigo Andrés de Tapia. Superaron una tormenta. “Y, asegurado el tiempo, dioles otra tormenta que separó a los tres navíos; uno dellos llegó donde estaba Cortés; otro encalló en la costa de Jalisco, y muchos soldados que estaban descontentos del viaje y tantos trabajos se volvieron a la Nueva España; y el otro navío dio al través en una bahía”. Pasaba el tiempo, los que estaban con Cortés se quedaron sin alimentos, “y de hambres y dolencias se murieron veintitrés; otros muchos que estaban dolientes maldecían a Cortés y a su isla”. Pero no era hombre para aguardar una salvación milagrosa: “Fue a buscar a los perdidos con el navío que tenía, hallando el de Jalisco sin ningún soldado, y el otro cerca de unos arrecifes. Con gran trabajo, los aderezó y calafateó, volviendo a Santa Cruz con sus tres navíos y bastimento. Y comieron tanta carne los soldados que lo aguardaban que, como estaban debilitados, les dio cámaras (diarrea) y tanta dolencia que murieron la mitad de los que quedaban”. Se repite sin fin el drama de Indias: situaciones tremendas superadas por un gran líder, y  famélicos enloquecidos comiendo hasta reventar.
     -Es difícil, secre,  controlar a unos desesperados: “Y por no ver Cortés delante de sus ojos tantos males, fueron a descubrir otras tierras, y entonces toparon con California, que es una bahía”. Así que démosle el mérito de haberla descubierto, pero, por lo que se ve, con la moral por los suelos: “Y, como Cortés estaba tan trabajado y flaco, deseaba volver a la Nueva España (ah, el dulce hogar…), pero no fue, para que  no dijesen de él que había gastado muchos pesos de oro y no había topado con tierras de provecho”. Le sacaría del atolladero su mujer, Juana de Zúñiga, como eficaz y sensata compañera. Temiéndose lo peor, “envió en su busca dos navíos, y le escribió a su marido muy afectuosamente, con ruegos de que volviese a México, que mirase los hijos e hijas que tenía y dejase de porfiar más con la fortuna, y se contentase con los heroicos hechos y fama que en todas partes había de su persona (oh, qué señora dama, pequeñín: una artista curándole el orgullo herido)”. También le rogó el virrey Mendoza que regresara. “Y, desque vio las cartas, dejó allá a su gente y vino a Cuernavaca, donde estaba la marquesa, con lo cual tuvo mucho placer, y también todos los vecinos de México y el virrey, porque se decía que los caciques de la Nueva España se querían alzar viendo que  no estaba en la tierra Cortés”. La armada la dejó en California bajo el mando de Francisco de Ulloa, quien, “tras siete meses de viaje, no hizo cosa que de contar sea, y se volvió a Jalisco”. Bernal sentencia después: “Y en esto que he dicho pararon los viajes y descubrimiento que el marqués hizo, y aun le oí decir muchas veces que había gastado en las armadas sobre 300.000 pesos de oro (una fortuna: unos 1.200 kg de oro)”. Y remata la faena: “Si miramos en ello, Cortés en cosa ninguna tuvo ventura después de que ganamos la Nueva España”.

     Foto.- Brevemente: Ulloa ya constató en 1540 que California era una península; así que su expedición, contradiciendo a Bernal, “sí hizo cosa que de contar sea”. Un temprano error cartográfico propagó la idea de que era una isla, y así aparece cien años después en este mapa del siglo XVII. El nombre de California lo tomaron los españoles del libro de caballerías “Las sergas de Esplandián”, escrito por Garci Rodríguez de Montalvo y publicado en 1510.


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