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–Un gran líder, soñador poeta, no para: solo ve el objetivo.
-Certo, dottore; prefiere la muerte al
fracaso: todo o nada. Así que, no son fiables, porque, dispuestos a morir, la
vida de los demás les importa poco. En esa obsesión por seguir siendo el número
uno, le estamos viendo ahora a Cortés, aunque con frustración garantizada,
porque su pasado triunfo en México y lo que acababa de conseguir su primo
Pizarro en Perú era ya insuperable. Tras el fracaso de la última flota que
envió por el Pacífico, tomó una decisión drástica: “Cortés tuvo gran pesar de
lo acaecido. Y, como era hombre de corazón, que no reposaba con tales sucesos,
acordó no enviar más capitanes, sino ir él en persona (este es mi chico)”. Su carisma estaba vivo, así que, “cuando se
supo en la Nueva España que el marqués iba en persona, creyeron que era cosa
cierta y rica, y vinieron a servirle unos 286 hombres y 34 mujeres casadas”.
Equipó a lo grande tres navíos. “Cortés se embarcó con los que estimó necesarios (al resto los dejó esperando en el puerto)
para ir a la isla Santa Cruz (allí había
muerto el vizcaíno Ortuño con sus hombres), donde decían que había perlas”.
Llegó en abril de 1537, haciendo que la nave retornara para que hiciera el
viaje la flota completa, bajo el mando de su gran amigo Andrés de Tapia.
Superaron una tormenta. “Y, asegurado el tiempo, dioles otra tormenta que
separó a los tres navíos; uno dellos llegó donde estaba Cortés; otro encalló en
la costa de Jalisco, y muchos soldados que estaban descontentos del viaje y
tantos trabajos se volvieron a la Nueva España; y el otro navío dio al través
en una bahía”. Pasaba el tiempo, los que estaban con Cortés se quedaron sin
alimentos, “y de hambres y dolencias se murieron veintitrés; otros muchos que
estaban dolientes maldecían a Cortés y a su isla”. Pero no era hombre para
aguardar una salvación milagrosa: “Fue a buscar a los perdidos con el navío que
tenía, hallando el de Jalisco sin ningún soldado, y el otro cerca de unos
arrecifes. Con gran trabajo, los aderezó y calafateó, volviendo a Santa Cruz
con sus tres navíos y bastimento. Y comieron tanta carne los soldados que lo
aguardaban que, como estaban debilitados, les dio cámaras (diarrea) y tanta dolencia que murieron la mitad de los que
quedaban”. Se repite sin fin el drama de Indias: situaciones tremendas
superadas por un gran líder, y famélicos
enloquecidos comiendo hasta reventar.
-Es difícil, secre, controlar a unos desesperados: “Y por no ver
Cortés delante de sus ojos tantos males, fueron a descubrir otras tierras, y
entonces toparon con California, que es una bahía”. Así que démosle el mérito
de haberla descubierto, pero, por lo que se ve, con la moral por los suelos: “Y,
como Cortés estaba tan trabajado y flaco, deseaba volver a la Nueva España (ah, el dulce hogar…), pero no fue, para
que no dijesen de él que había gastado
muchos pesos de oro y no había topado con tierras de provecho”. Le sacaría del
atolladero su mujer, Juana de Zúñiga, como eficaz y sensata compañera.
Temiéndose lo peor, “envió en su busca dos navíos, y le escribió a su marido
muy afectuosamente, con ruegos de que volviese a México, que mirase los hijos e
hijas que tenía y dejase de porfiar más con la fortuna, y se contentase con los
heroicos hechos y fama que en todas partes había de su persona (oh, qué señora dama, pequeñín: una artista
curándole el orgullo herido)”. También le rogó el virrey Mendoza que
regresara. “Y, desque vio las cartas, dejó allá a su gente y vino a Cuernavaca,
donde estaba la marquesa, con lo cual tuvo mucho placer, y también todos los
vecinos de México y el virrey, porque se decía que los caciques de la Nueva
España se querían alzar viendo que no
estaba en la tierra Cortés”. La armada la dejó en California bajo el mando de
Francisco de Ulloa, quien, “tras siete meses de viaje, no hizo cosa que de
contar sea, y se volvió a Jalisco”. Bernal sentencia después: “Y en esto que he
dicho pararon los viajes y descubrimiento que el marqués hizo, y aun le oí
decir muchas veces que había gastado en las armadas sobre 300.000 pesos de oro (una fortuna: unos 1.200 kg de oro)”. Y
remata la faena: “Si miramos en ello, Cortés en cosa ninguna tuvo ventura
después de que ganamos la Nueva España”.
Foto.- Brevemente: Ulloa ya constató en
1540 que California era una península; así que su expedición, contradiciendo a
Bernal, “sí hizo cosa que de contar sea”. Un temprano error cartográfico
propagó la idea de que era una isla, y así aparece cien años después en este
mapa del siglo XVII. El nombre de California lo tomaron los españoles del libro
de caballerías “Las sergas de Esplandián”, escrito por Garci Rodríguez de
Montalvo y publicado en 1510.
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