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– Muerto Ponce, trovatore, Cortés se las
vería con Marcos de Aguilar, a quien el difunto había dejado en el puesto de
gobernador provisional.
-Y, como siempre, ilustre abad, Cortés se
hizo el generoso: “Dijo que, según el testamento de Ponce, Marcos de
Aguilar no podía entender en aquella
causa (abierta contra él), mas que,
si quería hacerlo, que fuese en buena hora”. Los del cabildo insistían en que
Aguilar “no podía gobernar solo, porque era muy viejo y caducaba, estaba
tullido de bubas y era de poca autoridad”. Pero el anciano era testarudo. “Y el
Marcos Aguilar dijo que no saldría ni
poco ni mucho de lo que Luis Ponce mandó en su testamento. Y, por más que le
aconsejaban a Cortés, no quiso tocar ya en esa tecla, y dijo que el viejo
Aguilar gobernase solo, aunque estaba tan doliente que le daba de mamar una
mujer de Castilla (ridícula escena, pero
mitificado remedio para enfermos ricos)”. Fue por entonces cuando Bernal,
incorporado a las tropas de Pedro de Alvarado, volvió a México después de
permanecer más de dos años y tres meses batallando en diversos lugares por
mandato de Cortés, que les recibió con todos los honores, a pesar de que su
situación era muy precaria porque el rey le había quitado la gobernación.
Apareció por allí Diego de Ordaz, a quien se atribuía el bulo de que Cortés y
los suyos habían muerto. Se defendió “diciendo con grandes juramentos que nunca
tal escribió, sino solamente que en Xicalango habían reñido los marineros de
los navíos y se habían muerto los de un bando con los de otro, y que, si el
factor Salazar había glosado sus cartas, él
no tenía culpa”. Lo que añade Bernal nos muestra que, de nuevo, el
prestigio de Cortés iba cayendo en picado: “Diego de Ordaz, como era hombre de
buenos consejos, y viendo que a Cortés ya no le tenían acato, ni se daba nadie
por él un cantar desde que vino Luis Ponce de León y le había quitado la
gobernación, y que muchas personas se le desvergonzaban e no le tenían en nada, le aconsejó que se
sirviese como señor y se llamase señoría; y que pusiese dosel, y que no se llamase solamente Cortés, sino don
Hernando Cortés. También le dijo que mirase que el factor Salazar fue criado de
don Francisco de los Cobos, que era el que mandaba en Castilla (y el que se quedó con la culebrina que
Cortés le había regalado a Carlos V); y que el mismo Cortés no estaba bien
acreditado con su Majestad, y que no
matase al factor Salazar sin sentenciarle antes, porque había grandes sospechas
en México de que quería hacerlo en la misma prisión”. Es la segunda vez que Bernal,
al hablar de Ordaz, pone de relieve su sentido común. Luego nos explica con
claridad un detalle que podría pasar desapercibido: “Quiero decir por qué hablo
tan secamente de Cortés, sin llamarle don Hernando Cortés, ni marqués, ni
capitán, salvo Cortés a boca llena. La causa es que, en aquel tiempo, no era
marqués, y él mismo se preciaba de que le llamaran Cortés, y era tan temido y
estimado este nombre en toda Castilla, como los de Julio César, Pompeyo,
Aníbal, y nuestro Gran Capitán Hernández de Córdoba, o aquel valiente nunca
vencido caballero Diego García de Paredes (capitán
legendario por sus proezas de fuerza y
valor, muerto en 1533; curiosamente, un hijo suyo, de igual nombre, pondría fin
a la vida del trastornado y bravo Lope de Aguirre)”. Pero éramos pocos,
ruiseñor cantarín..., y murió Aguilar. Se estaba cociendo la anarquía: “Con leche de mujer y de cabras se sostuvo ocho meses,
hasta que falleció, y, en su testamento, mandó que solo gobernase el tesorero
Alonso de Estrada. Pero el cabildo vio que solo no podía gobernar tan bien como
convenía”. Por una razón de peso: andaba metiéndose en la delimitación de México
Nuño Beltrán de Guzmán, un sádico y temible energúmeno que fue compañero de mi
sobrino Juan Ortiz de Matienzo, y, además, gobernador de Pánuco.
Foto: Para desgracia de los mexicanos,
Nuño de Guzmán fue un militar de gran
eficacia profesional, pero muy dado a someterlos a sangre y fuego, literalmente.
Se le considera el capitán más despiadado de cuantos lucharon en la Nueva
España, y el cabildo de México sabía que Estrada no sería capaz de frenar sus brutales incursiones. Si algo hizo
bien esta bestia desatada, hijo de muy ilustre familia, fue fundar varias
ciudades, entre ellas Guadalajara, a la que le puso el nombre de su lugar de
origen. El rey cometió el error de hacerle presidente de la Audiencia de México
cuando se fundó, ayudado por varios oidores nefastos, ente ellos, mi sobrino
Juan; y, además, con el objetivo principal de rebajar el brillo de Cortés, como
nos contará Bernal. Fueron tantos los abusos de Nuño, que le enviaron preso a
España, y acabó sus días en la cárcel. La escena que vemos es parte de un mural
realizado por el mexicano Juan O´Gorman el siglo pasado. Representa la
conquista de Michoacán. Nuño figura centrado en
la zona superior sobre un caballo blanco. Menos mal que, para compensar
el espanto, aparece al pie de la pintura, con capa roja, el obispo de Michoacán,
Vasco de Quiroga, sin duda uno de los hombres más humanos y constructivos que
ha registrado la historia mundial de las colonizaciones.
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