jueves, 15 de septiembre de 2016

(Día 389) CORTÉS se prepara para ir a ESPAÑA, de donde recibe al mismo tiempo noticias preocupantes. Acelera la partida con dos barcos pertrechados a lo grande. Llegan a su destino, y muere de enfermedad ese dechado de virtudes, el capitán al que BERNAL más admiraba: GONZALO DE SANDOVAL.

(141) -Qué casualidad, baby: Cortés iba a partir para España, y le llamaron de allí.
     -Tan simultáneo, daddy, que recibió la carta mientras preparaba el viaje. Contaba con llevar en un navío “4 indios maestros de jugar al palo con los pies, y otros indios grandes bailadores que parecen que vuelan por lo alto (sigue siendo un reclamo turístico), y llevó 3 indios corcovados muy enanos, y otros muy blancos, que con el gran blancor  no veían bien (¿albinos?). Y los caciques de Tlaxcala le rogaron que llevase a tres hijos de los principales de aquella provincia, y, entre ellos, un hijo del ciego Xicotenca el Viejo, que después se llamó don Lorenzo de Vargas”. Pero poco entusiasmo circense le quedaría a Cortés cuando recibió las noticias de España: “Entonces le vinieron cartas del presidente de Indias y cardenal de Sigüenza, don García de Loaysa, y del duque de Béjar y otros caballeros, en las que le decían que, como estaba ausente, daban quejas de él ante Su Majestad acerca de muchos males y muertes que había hecho dar a los que Su Majestad enviaba, y que fuese a volver por su honra; y le trajeron noticias de que su padre, Martín Cortés, había fallecido. Y desque vio las cartas, le pesó mucho, así de la muerte de su padre como de las cosas que decían que había hecho, no siendo así. Y, si mucho deseo tenía de ir a Castilla, después se dio mayor prisa”. No le faltaba oro, ¿eh, tesorero?
     -Salta a la vista, querido socio: “Compró Cortés dos navíos que habían llegado a Veracruz y los abasteció muy cumplidamente, como para el rico y gran señor que era, cargando tanto género que, con lo que les sobró en Castilla, se habrían podido mantener  dos años otros dos navíos”. Embarcados los tres prohombres, Cortés, Sandoval y Tapia, llegaron a España en 42 días.
     No lo puedo evitar, pequeñín: me  brotan ectoplásmicas lágrimas al leer lo que dice Bernal después. Ese dechado de virtudes que fue Gonzalo de Sandoval, su personaje preferido de cuantos aparecen en el libro, al que no le encuentra defecto alguno, y del que siempre habla con afecto de amigo aunque fuera su capitán, quizá por la complicidad de ser igualmente jóvenes, se  nos va a morir. Y le va a ocurrir sin poder ir más allá de la costa andaluza: volvía por primera y última  vez a España, pero no alcanzó a ver su Medellín natal, ni a su familia. Se había librado milagrosamente de incontables peligros, y una estúpida enfermedad acabó con él. A ver qué dice Bernal. Llegados a Palos de Moguer (Huelva), “pareció que Gonzalo de Sandoval iba muy doliente, y, a grandes alegrías, hubo tristezas, que fue Dios servido de llevarle a los pocos días desta vida”. Cortés había ido al próximo monasterio de La Rábida; entretanto, Sandoval se fue agravando hasta el extremo de que un miserable, que luego desapareció, “le hurtó en la posada 13 barras de oro, y, aunque Sandoval lo vio, no osó dar voces (el vencedor de tantas batallas), porque como estaba muy debilitado e flaco e malo, temió que aquel mal hombre le echase la almohada sobre la boca y le ahogase”. Le avisaron a Cortés de la gravedad de Sandoval y volvió rápidamente, “pero cada día iba empeorando de su mal. Se confesó y recibió los Santos Sacramentos con gran devoción, e hizo testamento; nombró por su albacea a Cortés, y heredera a su hermana María, la cual se casó, el tiempo andando, con un hijo bastardo del conde de Medellín. Y luego dio su ánima a Nuestro Señor Dios que la crio. Y, por su  muerte, se hizo gran sentimiento, y, con toda la pompa que pudieron, le enterraron en el monasterio de Nuestra Señora de La Rábida, y Cortés, con todos los caballeros que iban en su compañía, se pusieron de luto. Perdónele Dios, amén”.

     Foto: El antiguo puerto de Palos de  Moguer (Huelva), en la desembocadura del río Tinto, quedó hace tiempo cegado por las tierras; de allí partió Colón hacia lo desconocido, y nos dice ahora Bernal que Cortés, Sandoval y Tapia acaban de llegar a sus aguas protectoras. Sigue existiendo Palos de la Frontera, la ciudad del puerto desaparecido, y, en ella, un monumento vivo que representa la mejor esencia colombina: el monasterio franciscano de Santa María de la Rábida, tan bello y apacible como se ve en la foto. Entre sus muros, le animaron los franciscanos a Colón cuando tenía todo en contra; allí reposa Martín Alonso Yáñez Pinzón, el hábil y valiente piloto que le acompañó en su aventura. Dentro de su desgracia, va a resultar que Sandoval tuvo la suerte de ser enterrado en el mejor sitio posible para un héroe de Las Indias. Y, pocos días después de su fallecimiento, ocurrió un hecho verdaderamente singular: se encontraron en el monasterio los dos más grandes de Indias, Cortés y Pizarro; eran, además, parientes, y el glorioso analfabeto llegaba a España con la idea de conseguir las capitulaciones para conquistar el imperio inca, cuya existencia acababa de confirmar tras cuatro años de tremendas penalidades. Hay casualidades que parecen milagrosas.


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