viernes, 30 de septiembre de 2016

(Día 404) BERNAL vuelve la vista atrás y recuerda cómo eran los indios, lo que le sirve para elogiar el gran bien que les hizo la cristianización. Hombre de fe profunda, se alegra de que muchos indios salvaran su alma; alaba a los frailes, pero no se calla el daño que hicieron los malos clérigos.

(156) –Poco queda, my sweet son: sigamos picoteando a Bernal.
     -Estamos ya, my tender daddy, en las páginas finales. El ilustre soldado-cronista, extraordinario en los dos oficios, hace unas últimas reflexiones sobre lo vivido en tan sublime aventura, y repite, con otras palabras, aspectos generales del tiempo pasado. Un brevísimo capítulo lo encabeza de esta manera: “Cómo los indios de toda la Nueva España tenían muchos sacrificios y torpedades, y se los quitamos y les impusimos en las cosas santas de buena doctrina”. Se apoya en el cálculo que hicieron “los religiosos franciscos, que fueron muy buenos religiosos, y hallaron que, solamente en México y los otros pueblos de la laguna, se sacrificaban cada año sobre 2.500 personas chicas y grandes. Y, según esta cuenta, muchas más serían en las otras provincias. Había muchas maldades de sacrificios, y lo que yo vi fue que cortaban las frentes, orejas, lenguas, labios, pechos, brazos y piernas”. Vamos a zanjar, reverendo padre, el tema de la homosexualidad, que algunos historiadores consideran una versión exagerada de los españoles. Me parece imposible que vieran lo que  no había, insistiendo machaconamente, cada vez que les echaban un sermón político-religioso a las tribus, en que tenían que acabar con los sacrificios y con esas costumbres ‘nefandas’. Además su tipo de moral era muy distinta a la cristiana. Si a esto añadimos la seguridad con que habla del asunto un hombre tan perspicaz y tan fiable como Bernal, parece absurdo no aceptarlo. ¿Cómo lo ves?
     -Claro como el día, pequeñuelo: se diría que has sido tú el que se ha pasado la vida en un confesonario escarbando en el fondo del alma humana. Te escuchamos, Bernalito: “Y demás desto, eran los más dellos sométicos, en especial los de las costas y tierra caliente, en tanta manera que andaban muchachos vestidos en hábitos de mujeres para ganar en aquel diabólico y abominable oficio. Comían carne humana como nosotros tenemos vaca en las carnicerías; metían a engordar en jaulas de madera a muchachos y muchachas, los sacrificaban y los comían. Había muchos que tenían el vicio y la torpedad de tener excesos carnales hijos con madres y hermanos con hermanas”. Pero luego, retorcido mancebo,  explica algo que rectifica la interpretación que le diste en mi biografía. A  no ser que la expresión admita un doble sentido. El puritano Bernal continúa: “Pues, de borrachos, no sé decir tantas suciedades que entre los indios pasaban. Solo una quiero aquí poner, que hallamos en la provincia de Pánuco; se embudaban por el sieso con unos canutos, y se henchían los vientres de vino del que ellos hacían, como cuando entre  nosotros se echa una medicina, torpedad jamás oída. Y tenían cuantas mujeres querían. Y quiso Nuestro Señor que pasáramos dos años poniéndoles nosotros, los verdaderos conquistadores, en buena policía de vivir y enseñándoles la santa doctrina. Nosotros lo hicimos primero, y, cuando el principio es bueno, todo el medio y el cabo es digno de loor; desque los conquistamos, todas las personas que antes iban perdidas a los infiernos, agora, como hay muchos y buenos religiosos, son bautizadas, el santo Evangelio está bien plantado en sus corazones, se confiesan cada año, y los que tienen más conocimiento de nuestra santa fe se comulgan. Les enseñamos a tener mucho acato a los religiosos y a los clérigos. Mas, después que han conocido de algunos clérigos sus codicias y desatinos, no los querrían por curas en sus pueblos, sino a franciscos y dominicos, y no aprovecha cosa que los pobres indios se quejen desto a los prelados, que no los oyen. ¡Oh, cuánto habría que decir sobre esta materia!, mas quedarse ha en el tintero (nunca faltan metepatas)”.

     Foto.- En la ciudad de esta imagen pasó Bernal los años de su larguísima jubilación: es la que se conoce como la Antigua, a 45 km de la actual capital de Guatemala. Cuando la espantosa torrentera del cráter del Volcán de Agua -lo llamaban así por la enorme cantidad que tenía embalsada en su interior- anegó una población anterior, se levantó de nuevo en este lugar, por parecer más seguro. Era el año 1541. La foto nos da una idea del ambiente urbano en que vivió Bernal hasta su fallecimiento en 1585; vemos la catedral de Santiago -la ciudad tenía el nombre de Santiago de los Caballeros-, algunos edificios reformados, como el del fondo, llamado Palacio de los Generales, y el ayuntamiento, donde Bernal fue regidor y desde cuya balconada está tomada la imagen. No podía faltar el ‘malo’ de la película: esa montaña es el Volcán de Agua. Ya  no hizo más daño, pero, en 1775, un terremoto obligó a trasladar la capitalidad a la ciudad de Guatemala. 


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