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–Poco queda, my sweet son: sigamos picoteando a Bernal.
-Estamos ya, my tender daddy, en las
páginas finales. El ilustre soldado-cronista, extraordinario en los dos
oficios, hace unas últimas reflexiones sobre lo vivido en tan sublime aventura,
y repite, con otras palabras, aspectos generales del tiempo pasado. Un
brevísimo capítulo lo encabeza de esta manera: “Cómo los indios de toda la
Nueva España tenían muchos sacrificios y torpedades, y se los quitamos y les
impusimos en las cosas santas de buena doctrina”. Se apoya en el cálculo que
hicieron “los religiosos franciscos, que fueron muy buenos religiosos, y
hallaron que, solamente en México y los otros pueblos de la laguna, se
sacrificaban cada año sobre 2.500 personas chicas y grandes. Y, según esta
cuenta, muchas más serían en las otras provincias. Había muchas maldades de
sacrificios, y lo que yo vi fue que cortaban las frentes, orejas, lenguas,
labios, pechos, brazos y piernas”. Vamos a zanjar, reverendo padre, el tema de
la homosexualidad, que algunos historiadores consideran una versión exagerada
de los españoles. Me parece imposible que vieran lo que no había, insistiendo machaconamente, cada
vez que les echaban un sermón político-religioso a las tribus, en que tenían
que acabar con los sacrificios y con esas costumbres ‘nefandas’. Además su tipo
de moral era muy distinta a la cristiana. Si a esto añadimos la seguridad con
que habla del asunto un hombre tan perspicaz y tan fiable como Bernal, parece
absurdo no aceptarlo. ¿Cómo lo ves?
-Claro como el día, pequeñuelo: se diría
que has sido tú el que se ha pasado la vida en un confesonario escarbando en el
fondo del alma humana. Te escuchamos, Bernalito: “Y demás desto, eran los más
dellos sométicos, en especial los de las costas y tierra caliente, en tanta
manera que andaban muchachos vestidos en hábitos de mujeres para ganar en aquel
diabólico y abominable oficio. Comían carne humana como nosotros tenemos vaca
en las carnicerías; metían a engordar en jaulas de madera a muchachos y
muchachas, los sacrificaban y los comían. Había muchos que tenían el vicio y la
torpedad de tener excesos carnales hijos con madres y hermanos con hermanas”.
Pero luego, retorcido mancebo, explica
algo que rectifica la interpretación que le diste en mi biografía. A no ser que la expresión admita un doble
sentido. El puritano Bernal continúa: “Pues, de borrachos, no sé decir tantas
suciedades que entre los indios pasaban. Solo una quiero aquí poner, que
hallamos en la provincia de Pánuco; se embudaban por el sieso con unos canutos,
y se henchían los vientres de vino del que ellos hacían, como cuando entre nosotros se echa una medicina, torpedad jamás
oída. Y tenían cuantas mujeres querían. Y quiso Nuestro Señor que pasáramos dos
años poniéndoles nosotros, los verdaderos conquistadores, en buena policía de
vivir y enseñándoles la santa doctrina. Nosotros lo hicimos primero, y, cuando
el principio es bueno, todo el medio y el cabo es digno de loor; desque los
conquistamos, todas las personas que antes iban perdidas a los infiernos,
agora, como hay muchos y buenos religiosos, son bautizadas, el santo Evangelio
está bien plantado en sus corazones, se confiesan cada año, y los que tienen
más conocimiento de nuestra santa fe se comulgan. Les enseñamos a tener mucho
acato a los religiosos y a los clérigos. Mas, después que han conocido de
algunos clérigos sus codicias y desatinos, no los querrían por curas en sus
pueblos, sino a franciscos y dominicos, y no aprovecha cosa que los pobres
indios se quejen desto a los prelados, que no los oyen. ¡Oh, cuánto habría que
decir sobre esta materia!, mas quedarse ha en el tintero (nunca faltan metepatas)”.
Foto.- En la ciudad de esta imagen pasó
Bernal los años de su larguísima jubilación: es la que se conoce como la Antigua,
a 45 km de la actual capital de Guatemala. Cuando la espantosa torrentera del
cráter del Volcán de Agua -lo llamaban así por la enorme cantidad que tenía
embalsada en su interior- anegó una población anterior, se levantó de nuevo en
este lugar, por parecer más seguro. Era el año 1541. La foto nos da una idea
del ambiente urbano en que vivió Bernal hasta su fallecimiento en 1585; vemos
la catedral de Santiago -la ciudad tenía el nombre de Santiago de los
Caballeros-, algunos edificios reformados, como el del fondo, llamado Palacio
de los Generales, y el ayuntamiento, donde Bernal fue regidor y desde cuya
balconada está tomada la imagen. No podía faltar el ‘malo’ de la película: esa
montaña es el Volcán de Agua. Ya no hizo
más daño, pero, en 1775, un terremoto obligó a trasladar la capitalidad a la
ciudad de Guatemala.
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