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-¡Ay, ay, ay! No puede ser, secre: ¡Cortés de nuevo en jaque!
-Esto es una pesadilla, reverendo, aunque
no le pillaría de sorpresa, porque (como ya vimos anteriormente), por más que
saliera bien parado de las acusaciones de Narváez y compañía en España, el rey
mencionó entonces que todo se aclararía definitivamente en un ‘juicio de
residencia’. No fueron palabras que se llevara el viento. Así que, tras la
gloria de la vuelta triunfal a México, otra vez le colocaron a Cortés bajo la
espada de Damocles. Vimos que “Su Majestad le mandó al licenciado Luis Ponce de
León que fuese a México a juzgar a Cortés, y, si le hallase culpable en lo que
le acusaban, que le castigase de manera que en todas partes fuera conocida la
sentencia”. Cuando Cortés se enteró de que ya estaba Ponce de León cerca de
México, “despachó mensajeros adonde él con
ofrecimientos y palabras sabrosas, muy mejor dichas que las que yo sabré
escribir”. Pero también lo hicieron los que no tragaban a Cortés, y en tono
bien subido: “Le dijeron a Luis Ponce que Cortés quería ajusticiar al factor y
al veedor antes de que él llegara a México, y aun le dijeron que mirase bien por su persona, porque si Cortés
le escribió para saber por cuál de los dos caminos quería ir, era para
‘despacharle’, y que no se fiase de sus palabras y ofertas”. Ponce llegó a
México con estas advertencias, y le fue sondeando a Cortés, en relajadas
conversaciones, sobre los espinosos y abundantes temas de que le acusaban sus
enemigos: “Y Cortés a todo le contestó dándole razones muy buenas, de las que
Luis Ponce en algo pareció que quedaba contento”. Luego ocurrió un incidente
que quizá no trajera consecuencias, pero que uno no sabe si Bernal lo recoge
para aumentar la intriga. Un fraile que había llegado con Ponce le dijo a
Cortés: “Señor capitán, por lo mucho que os quiero, os aviso que Luis Ponce
trae provisiones de Su Majestad para os degollar”. De momento el aviso hizo
efecto: “Cuando esto oyó Cortés, estaba muy penoso y pensativo”. Pero, al
parecer, se tranquilizó porque creyó ver
en el fraile una segunda intención “para que le tuviese por intercesor de
que no ejecutase Ponce tal mandato, y le
diese por ello algunas barras de oro; otros dijeron que Luis Ponce quería así
meterle temor a Cortés”. ¿Se quedaría tranquilo? No olvidemos que Ponce
sustituía al Almirante de Santo Domingo, a quien, en un arrebato de ira, el rey
le había mandado con la orden de ser implacable con Cortés. Luis Ponce, que
había tardado más de dos años en aparecer por
México, al llegar puso en marcha de inmediato la maquinaria judicial.
“Mandó pregonar residencia general contra Cortés y contra los que habían tenido
cargo de justicia y habían sido capitanes”. Y como las pasiones son tornadizas,
aparecieron a careta quitada nuevos enemigos y le llovieron más acusaciones de
las que ya tenía. Ocurrió algo después que nunca se pudo aclarar, pero que,
añadido al historial de Cortés, lo convirtió en el campeón de los sospechosos,
aunque Bernal siguió confiando en él: “Quiso Nuestro Señor Jesucristo que, por
nuestros pecados, cayó malo de modorra el licenciado Luis Ponce, y todo lo más
del día y de la noche estaba durmiendo. Hizo testamento, dejando por su
teniente de gobernador al licenciado Marcos de Aguilar. Ya hecho el testamento,
y ordenada su ánima, al noveno día de caer malo se la dio a Nuestro Señor
Jesucristo. Y Cortés y la mayoría de los caballeros se pusieron luto. Oí
murmurar que en México había algunos de los que estaban a mal con Cortés y con
Sandoval que afirmaron que le dieron
ponzoña a Luis Ponce”. Hay dos argumentos
en contra de esa opinión. Bernal utiliza el primero: “Varios frailes de
los que llegaron entonces con Luis Ponce también murieron de modorra, porque al
parecer dio pestilencia en los navíos en que vinieron, y asimismo otras cien
personas durante el viaje, y fue fama de que aquella modorra cundió en México”.
El segundo argumento se basa en que Luis Ponce tuvo nueve días para sacar
conclusiones, pero nada dijo contra Cortés, ni siquiera en su testamento. Así
que nunca se sabrá si hubo crimen o, una vez más, mucha suerte.
Foto: Donde está ahora la hermosa catedral
de México se encontraba la primitiva iglesia de San Francisco, mandada
construir por Cortés, y en ella enterraron al ‘sin ventura’ Luis Ponce de León.
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