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–Tenía razón Bernal, caro piccolino: Sandoval era un caballero.
-Certamente, caríssimo babbo: valiente y respetuoso
con la tropa. Hoy veremos más ejemplos. Cortés tampoco estaba a gusto en
Natividad (Puerto Caballos), y decidió trasladarse al poblado costero fundado
por Francisco de las Casas, al que le había puesto el nombre de su pueblo natal, Trujillo. Pero, antes de
partir, le ordenó a Sandoval que fuera a pacificar el pueblo de Naco. A su vez, Sandoval, para proteger el paso de
un río, le dejó a Bernal al mando de ocho soldados; cumplieron la misión y algo
más: “Fuimos a unas estancias donde creíamos que habían quedado indios y
españoles dolientes, los encontramos y volvimos adonde Sandoval. Por el camino,
uno de los españoles, que era de los recién venidos de Castilla e hijo de
genovés, iba muy malo y se murió, y no
tuvimos gente para llevar su cuerpo hasta el real. Cuando se lo dije a
Sandoval, tuvo enojo conmigo porque no
lo trajimos a cuestas o en un caballo. Le dije que traíamos dos dolientes en cada caballo e nos veníamos a pie. Un soldado que se llamaba
Bartolomé Villanueva, que era mi compañero, le respondió al Sandoval muy
soberbio que harto teníamos con traer nuestras personas sin traer muertos a
cuestas, y que renegaba de tanto trabajo y pérdida como Cortés nos había
causado. Y luego mandó Sandoval a mí y al Villanueva que le fuésemos a enterrar.
Llevamos dos indios y un azadón, lo
enterramos y pusimos una cruz. Y hallamos en la faltriquera del muerto muchos
datos escritos en un papel. Andando el tiempo, se envió aquella memoria; y
perdónele Dios, amén. Cuando llegamos a Naco, después de aposentar en unos
patios grandes, que es donde habían
degollado a Cristóbal de Olid, vimos que el pueblo estaba bien abastecido, y
también hallamos un poco de sal, que era la cosa que más deseábamos”. Y Bernal,
reverendo, se nos pone tierno.
-Lo hace, querido novicio, disfrutando de
lo sencillo: “Hay en este pueblo la mejor agua que habíamos visto en la Nueva
España, y un árbol que, en mitad de la siesta (¡oh, la siesta!), por recio sol que hiciese, parecía que la sombra
del árbol refrescaba el corazón, y caía de él un como rocío muy delgado que
confortaba las cabezas (que le den el
premio nacional de poesía)”. Luego dice que contará más adelante los
trabajos que tuvieron en la zona de Naco, “porque quiero hablar ahora de lo que
Cortés hizo en Trujillo”. (Sea, pues). “Desque los vecinos de Trujillo, a los
que dejó allí poblados Francisco de las Casas, vieron que llegaba Cortés, todos
fueron a besarle las manos, porque muchos dellos eran de los que habían
aconsejado a Cristóbal de Olid que se alzase, y los habían desterrado allí; y,
como se hallaban culpantes, suplicaron a Cortés que los perdonase. Y Cortés,
con muchas caricias y ofrecimientos, les abrazó a todos y los perdonó. Y luego
envió a llamar a todos los pueblos comarcales, y, cuando tuvieron noticia de
que era el capitán Malinche, como sabían que había conquistado México, los indios vinieron a su llamado y le
trajeron presentes de bastimento; Cortés les habló con doña Marina sobre cosas
tocantes a nuestra fe y a nuestro emperador. Y también les dijo cosas doña
Marina, que lo sabía bien decir (tienes
razón, poeta enamorado: esa princesita india era un tesoro)”. Total: éxito completo. Pero algo le
iba a salir mal a Cortés; los franciscanos y bastantes de los hombres de
confianza de Cortés se habían enfermado: “Y acordó enviarlos a la isla de Cuba
con una relación de todo lo acontecido para la Audiencia de Santo Domingo.
Partieron del puerto de Trujillo, y, con un temporal, se hundió el navío,
ahogándose los frailes y muchos soldados; los que se salvaron en el batel y en
tablas aportaron en La Habana. Y desde allí la fama fue volando por toda Cuba y
a Santo Domingo de cómo Cortés y todos
nosotros estábamos vivos. Y, desque se supo, todos se alegraron, porque
ya se tenía por cierto que todos estábamos muertos”. Sin embargo en México (lo
veremos más adelante) algunos rabiaron, porque, sin pruebas suficientes de su
muerte, iban acaparando todo el poder asegurando interesadamente que Cortés ya
era un ser de ultratumba: tuvieron el cinismo de guardarle luto oficial.
Foto.- Se le quedó grabada a Bernal
aquella siesta memorable entre tanto peligro y horror: se le refrescaba el
corazón y el “muy delgado rocío le confortaba la cabeza”. Pudo ser en un lugar
como el de la foto. Él era demasiado delicado para mencionarlo, pero seguro que
añoraba a su compañera india (que el Señor me perdone).
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