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–Avante a toda máquina, fogonero: más madera.
-Da vértigo, querido almirante, la
velocidad con que vamos hacia el puerto de destino; hay que alcanzarlo cuanto
antes, aunque solo sea por respeto al cansancio de los pasajeros. Es una pena
cribar las palabras de Bernal, pero nos vamos a limitar ahora a un picoteo de
la parte final del libro, para llegar rápidamente a esas tierras que,
recorridas cerca de 900 millas, digo páginas, ya casi tocamos con las manos.
Veamos algunos comentarios más sobre varios de sus capitanes: “Gonzalo de
Sandoval tendría 24 años cuando pasó acá.
No era hombre de letras, ni codicioso, sino solo de fama. Siempre miraba
por sus soldados. Cortés decía de él que fue tan animoso capitán que se podía
nombrar entre los más esforzados que hubo en el mundo. Juan Velázquez de León
fue buen jinete y muy extremado varón. Murió en los puentes cuando salimos
huyendo de México. Diego de Ordaz fue muy esforzado y de buenos consejos; en el
habla era algo tartajoso y no pronunciaba bien algunas palabras. Alonso de
Ávila fue el primer contador y era franco con sus compañeros, mas muy soberbio,
amigo de mandar e no ser mandado, e algo envidioso; era tan orgulloso e
bullicioso que Cortés no lo podía sufrir, e a esta causa lo envió a Castilla
como procurador”. Menciona, de pasada, algo impreciso pero importante: “Este
Alonso de Ávila fue tío de los caballeros que degollaron en México”. No aclara
que formaron parte (pagándolo con su vida)
de la conjura de los hijos de
Cortés (que recibieron un castigo leve)
para independizar México. Bernal sigue hablando de capitanes, pero
introduce de nuevo el recuerdo de su paisano Cristóbal de Olea y de las dos
veces que le salvó la vida a Cortés, perdiendo la suya en su segunda proeza:
“aunque estaba ya muy mal herido, acuchilló e mató a los indios que llevaban a
Cortés, y él quedó allí muerto por le salvar”. Siguen sus comentarios: “Gonzalo
Domínguez y un tal Lares fueron de los más esforzados soldados de Castilla,
muriendo este en las batallas de Otumba, y el Domínguez en lo de Guantepec, de
un caballo que lo tomó debajo. Y sería mucha prolijidad hablar de todos
nuestros capitanes y fuertes soldados, siendo todos tan esforzados y de mucha
cuenta, que dignos éramos de estar escritos con letras de oro”. Tampoco se
olvida de lamentar el triste fin de Pánfilo de Narváez. Prosiga su merced.
-Pues Bernal, querido secre, les aclara
algo a los que desconfiaban de su crónica, aunque rebajando con sencillez su
excepcional capacidad: “Algunos de los que han leído estas memorias (en borradores a mano) me han dicho que
se maravillaban de cómo al cabo de tantos años no se me ha olvidado lo que
cuento de los soldados. A esto respondo que
no es mucho que me acuerde ahora de sus nombres, pues éramos 550
compañeros que siempre conversábamos juntos de las batallas, de los que mataban
de nosotros en tales peleas, y de cómo los llevaban a sacrificar. Por manera
que comunicábamos los unos con los otros, en especial cuando salíamos de
algunas muy sangrientas y echábamos de menos a los que allá quedaban muertos. Y
más digo, que tal y como los tengo ahora en la mente, sabría pintar y esculpir
sus cuerpos y talles y meneos y facciones. Y aun según cómo cada uno entraba en
las batallas y el ánimo que mostraba. E gracias sean dadas a Dios y a su
bendita Madre Nuestra Señora, que me escaparon de ser sacrificado a los ídolos
e me libraron de otros muchos peligros e trances para que haga ahora esta
memoria”. Luego habla de las grandes mercedes que se concedieron a los héroes
de tiempos pasados, “dándoles villas y
privilegios que ahora tienen sus descendientes;
como cuando se ganó Granada, y en el tiempo del Gran Capitán en Nápoles.
Y, sin saber cosa ninguna Su Majestad de
nosotros, le ganamos esta Nueva España. He traído esto a la memoria para
que se ponga en una balanza cada cosa en su cantidad, y hallarán que somos
dignos de ser remunerados como aquellos caballeros. Yo me hallé en muchas
peligrosas batallas, y dos veces estuve asido por los indios para llevarme a
sacrificar, dándome Dios esfuerzo para poder escaparme, sin contar otros
grandes peligros, trabajos, hambre, sed e infinitas fatigas que suelen padecer
los que van a hacer semejantes descubrimientos en tierras nuevas”.
Fotos: La imagen de la primera foto se
basa en el dibujo de la segunda, que, probablemente, sea la representación más
fiable de Bernal (al menos, lleva su firma autógrafa); se le ve en su madurez,
que se prolongaría hasta los 89 años. Nadie podrá decir que sus escasas quejas
eran un lloriqueo: tenía toda la razón del mundo; y hasta se quedaba corto.
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