jueves, 31 de enero de 2019

(Día 742) Bobadilla obliga a Pizarro, a Almagro y a todos los capitanes a jurar mantenerse en paz mientras él decida. Cieza insiste en que, cualquiera que fuese la decisión de Bobadilla, Pizarro y Almagro pensaban recurrir a la guerra de no ser complacidos.


     (332) Pizarro seguía soportando a duras penas su angustia más personal, y se precipitaba en sus peticiones: “Hernán Ponce de León fue en aquel tiempo a Chincha con un mensaje de Pizarro para que el Adelantado tuviese a bien soltar a Hernando Pizarro, pues ya se había encomendado el negocio al provincial Bobadilla para que sentenciase el debate que tenían las gobernaciones. Orgóñez no veía bien aquellas embajadas, e aconsejaba al Adelantado que viera lo que convenía al oficio de la guerra que tenía entre manos”.
     No hay la menor duda de que fray Francisco de Bobadilla era un personaje autoritario que de ninguna manera se sentía intimidado ante las máximas autoridades de Perú, Pizarro y Almagro, los dos gobernadores. Al ver que ambos se negaron a entregar rehenes que evitaran el juego sucio mientras él estudiaba lo que había de decidir en la cuestión de los límites, redactó dos documentos, de contenido similar, en los que, de manera pomposa  y contundente les obligaba a “hacer pleito homenaje, al estilo de los caballeros, prometiendo que mandarían a sus capitanes, so pena de muerte e pérdida de todos sus bienes, que no se moviesen a parte ninguna, e les ordenaba que así lo jurasen”. Insistente en sus precauciones, les exigía prometer que no se matarían el uno al otro, ni a los que estuviesen en su compañía, “ni habría escándalos, sino que se limitarían a cumplir y obedecer, sin fingimiento ni engaño, lo que el Provincial decidiera en la cuestión de los límites de las gobernaciones”. El primero en jurarlo y firmarlo fue Almagro, ya que estaba en la misma población que Bobadilla. Veremos luego que le llevaron a Pizarro a la Ciudad de los Reyes el otro documento, y también lo acató. No le bastó a Bobadilla que juraran los gobernadores, y preparó otros dos documentos, casi idénticos, para que los capitanes y caballeros principales de Pizarro y de Almagro prometieran cumplir lo que les ordenaba; y así lo hicieron.
     Lo que revelan las extremadas precauciones de Bobadilla es que la situación era explosiva, o más bien, desesperada. Por eso Cieza, comenta de seguido: “Aunque el juez árbitro Bobadilla había mandado tomar los juramentos solemnes en lo tocante a lo que había de resolver en Mala, no por eso la paz era deseada, ni se tenía solamente en ella la esperanza de que los debates vinieran a buen fin, ni creían menos que el que tuviese mayor potencia desharía al enemigo, quedando superior para poder gobernar el reino en su totalidad. Las intenciones de los gobernadores no eran las de recuperar la amistad antigua, porque ni D. Francisco Pizarro ni D. Diego de Almagro querían que hubiese otro con el mismo poder. Si buscaban algunas justificaciones y daban a entender que tenían temor del Rey, era solo para justificar sus causas ante la gente que habían juntado para hacer la guerra, y así encenderlos en ira para que, teniéndolas por justas, se animasen a defenderlas”.
    
     (Imagen) Aparece ahora como mensajero de Pizarro el casi olvidado sevillano HERNÁN PONCE DE LEÓN. Vamos a jugar al cruce de vidas. Vasco Núñez de Balboa se casó por poderes con María de Peñalosa (ella estaba en España). Fue un matrimonio planeado para que Balboa pudiera hacer las paces con su suegro, el terrible Pedrarias Dávila, quien, dejándose llevar por su necesidad de ser el máximo jefe, después le cortó vilmente la cabeza a su yerno. Con el intratable, aunque gran militar, Pedrarias llegaron a las Indias dos hombres de futuro, Hernán Ponce de León y Hernando de Soto. Además de guerrear juntos, se hicieron socios en la trata de esclavos. El brillo de Perú les atrajo. Se unieron a la campaña, pero volvieron a España. El gran Soto porque se vio infravalorado. Pero no por el Rey, pues luego le nombró gobernador de Cuba. Se casó con otra hija de Pedrarias, Isabel de Bobadilla, hermana, pues, de María de Peñalosa, la viuda virtual de Balboa. Ya muerto Soto, y sumergido poéticamente por sus hombres el cadáver en el gran río que descubrió, el Misisipi, su mujer lo sustituyó en su cargo, convirtiéndose en la única gobernadora que ha habido en las Indias. Por su parte, Hernán Ponce de León abandonó aquellas tierras en cuanto asesinaron a su querido Pizarro, cuyo cadáver llevó piadosamente a su casa. Y, triste cosa, en España pleiteó con la viuda de Soto reclamándole parte de los bienes de su vieja sociedad. Isabel de Bobadilla apeló la sentencia, como vemos en la imagen. Ella murió un año después, en 1546. Hay constancia de que Ponce de León falleció antes de 1558, porque en esa fecha su abogado les reclamaba a sus herederos parte del salario que el difunto le debía. El dinero no tiene corazón.



miércoles, 30 de enero de 2019

(Día 741) Pizarro le contesta por escrito a Bobadilla rechazando de plano dejar a su hija como rehén. Aunque a disgusto, acepta que él y Almagro se reúnan con Bobadilla.


     (331) La contestación por escrito de Pizarro a Bobadilla fue casi insultante. Con palabras tajantes, vino a decirle que se dejara de monsergas innecesarias para su decisión sobre los límites de las gobernaciones, que era lo único verdaderamente importante y urgente. Cieza recoge con detalle sus palabras, y dice que le respondió (lo resumo): “Que no debía haber mandado que  le enviara a su hija, Doña Francisca, ni que se presentara él en persona para darle informaciones y hablar con el Adelantado Almagro, pues se seguirían grandes alborotos si se hacía antes de haberse decidido cuáles eran los límites de las gobernaciones, y sin que él fuese restituido en lo que  poseía pacíficamente, de lo que fue despojado con violencia por mano del Adelantado Almagro y de los suyos, ni antes de que fuese liberado su hermano Hernando Pizarro, a quien tenían preso injustamente. Y también porque, si  iba ante su presencia, no podría impedir que su gente fuese tras él, dada la voluntad que tenían, la cual había sido acrecentada por los que se habían huido del mismo Adelantado, quienes, quejosos de él y de sus capitanes, deseaban ya verse contra ellos a las manos”.
     El escrito es una prueba palpable de que Pizarro no aceptaría que Bobadilla le negara el derecho a poseer el Cuzco. Y asimismo de que estaba seguro de que  las intenciones de Almagro eran iguales. Sigue manifestando: “Que el Adelantado había dicho públicamente que, si con guerra no pudiese, había de trabajar con paz o treguas, o por la vía que pudiese, para apoderarse de la tierra. Y que supiese que el Adelantado había ya quebrantado otras capitulaciones que se habían hecho, y que ahora, aunque estuviesen los dos bajo juramento, haría lo mismo. Por tanto, que, en cuanto a su mandamiento de que se presentara ante él (Bobadilla), le pedía que lo dejara sin efecto, pues de lo contrario, apelaría ante Su Majestad, y añadió que le mandaría sus pilotos más sabios para que, informándose de la verdad, pudiese decidir con brevedad lo tocante a los límites de las gobernaciones”.
     El caso es que Bobadilla, muy en su puesto, no cedió del todo: “A pesar de sus excusas, le envió un segundo mandamiento para que compareciese ante él como le había ordenado. El Gobernador Pizarro respondió que iría con los doce de a caballo, mas que no le entregaría los rehenes que le había pedido”.
     Nunca se sabrá si Almagro fue el más humano o el más débil en aquellas tensas circunstancias, pero no resulta justo Pizarro al decir que su deseo de paz era fingido. Una vez más, tratará de evitar el camino sangriento, y como siempre, no dejándose influir por su extraordinario y superveterano capitán Rodrigo Orgóñez: “E por no querer el Gobernador Pizarro entregar los rehenes, el Adelantado D. Diego de Almagro no envió  su hijo, y se aparejó para ir con otros doce caballeros. Al capitán Rodrigo Orgóñez nunca le parecieron bien aquellos conciertos, ni que de aquellas vistas se había de sacar alguna conformidad, más bien creía que el fuego se encendería de tal suerte que las pasiones crecerían, y que Almagro no debería fiar su persona en llevar solamente doce de a caballo. El Adelantado le respondió que toda la gente de guerra que estaba en la Ciudad de los Reyes debía quedar juramentada para que no hubiese engaño ni fraude, e  que lo mismo debían hacer ellos por su parte”.

     (Imagen) Cuando Bobadilla pidió que Almagro dejara como rehén a su hijo, DIEGO DE ALMAGRO EL MOZO tenía 16 años. Su padre lo había preparado bien, y era un chico inteligente. Ya había pasado muchas amarguras, pero le quedaban de vida otros cuatro años terribles. Su padre sería ejecutado, y él tendría que protegerse del clan de los Pizarro. Prueba de ello es que, en 1540, se dicta la siguiente disposición: “El Rey Don Carlos manda a Francisco Pizarro que no quite los indios que tiene encomendados a Nicolás de Ribera (el de los Trece de la Fama), el cual, por haber aposentado en su casa a Diego de Almagro, hijo del Adelantado,  teme que se los quite o se los haya quitado”. Ayudado por sus adictos, El Mozo, preparó en 1541 el asesinato de Pizarro. Se lo contó al Rey en una carta de buena letra (la de la imagen) Alonso Rodríguez Picado, en la que se ve que el cabecilla del crimen fue Juan de Herrada, y que El Mozo no participó físicamente, aunque un año después, ya nombrado por los suyos Gobernador, y tras ser derrotado en la batalla de Chupas, le cortaron la cabeza  considerándolo responsable. Rodríguez Picado luchó en las guerras civiles contra Gonzalo Pizarro, y murió en el más terrible de los enfrentamientos, el de Huarina, como lo contó su hijo en un documento muy posterior: “Fue la batalla más reñida que ha habido en este reino de Perú, donde el dicho Alonso Rodríguez Picado, peleando aventajadamente, murió hecho pedazos de cinco arcabuzazos que le dieron”. Añade que el inhumano Francisco de Carvajal prendió después a la mujer de Picado, Juana Nuño, llevándola presa al Cuzco. Y comenta: “Por estar muy preñada, fue rescatada con cinco mil pesos de oro”.



martes, 29 de enero de 2019

(Día 740) Bobadilla escribe su dictamen en un prolijo texto. Enríquez asegura que Pizarro tenía gente preparada para atacar si Almagro no cedía. Bobadilla exigía como rehenes al hijo de Almagro y la hija de Pizarro. Diego de Alvarado confiaba en que la decisión trajera la paz.


     (330) La versión de D. Alonso Enríquez resulta muy verosímil, sobre todo porque explica la extraña reacción de Almagro: renunció repentinamente a que  dictaminaran  los cuatro ya designados y prefirió un juez único, proponiendo  a Bobadilla, quien lo pudo seducir con su prestigio intelectual y el juramento de favorecerle en la decisión. Es probable que Almagro le ofreciera una generosa compensación, pero más probable todavía que el fraile, que era pizarrista, quisiera  actuar disimuladamente como juez único al servicio de los intereses de Pizarro.
     Fray Francisco de Bobadilla se estableció para el estudio de la decisión en la población de Mala, como se había convenido, “por estar aquel pueblo a media distancia entre Chincha y la Ciudad de los Reyes”. Redactó un documento para enviárselo a los dos gobernadores. Bobadilla no sufría de ‘folio en blanco’. Era redundante en sus redacciones, y, como el ´profesional’ Cieza lo copia a la letra, habrá que resumir el texto. El reverendo se tomó muy en serio la autoridad que ambas partes le habían concedido, y se dirigía a los afectados con un tono firme y tajante. Les ordenó a Pizarro y a Almagro, como ya se había sugerido anteriormente, que entregaran rehenes.
     En otro comentario, Don Alonso Enríquez, resulta aún más contundente sobre la mala fe de Pizarro y Bobadilla, y anticipa los acontecimientos. “Tenían los dos trato doble con mucha gente emboscada para prendernos y matarnos si no terminase el trato en lo que Pizarro quisiese. El justo Don Diego de Almagro hizo todo lo que quiso Pizarro en lo que tocaba a soltar a Hernando Pizarro, y quedó lo de los límites en manos del fraile, que podemos comparar con Judas”.
     Resulta curioso que a Pizarro le pidió Bobadilla que uno de sus rehenes fuera su hija Doña Francisca,  y a Almagro que, entre los suyos, estuviera su hijo Diego, la una y el otro, muy jóvenes entonces. Veremos luego que  Bobadilla pinchó en hueso, pues ni Pizarro ni Almagro le hicieron caso en esto.
     Ordenó también Bobadilla que se presentaran ante él en Mala Pizarro y Almagro acompañados cada uno con doce hombres de a caballo, su capellán, un secretario, un maestre sala y cuatro pajes. También les obligaba a que sus ejércitos no se movieran de donde estaban. Almagro respondió que estaba dispuesto a cumplirlo. Pero tuvo que aguantar la queja de su gran capitán (seguimos con Cieza): “A Rodrigo Orgóñez jamás le pareció bien que se decidieran los derechos por la mano del fraile Bobadilla, e decía que Pizarro lo tenía corrompido con oro e plata, e que muy mejor consejo hubiera sido haber cortado la cabeza a Hernando Pizarro y haber ido contra el Gobernador, que no aguardar a lo que él sentenciase. Diego de Alvarado (confiando, quizá ingenuamente, en el juego limpio) deseaba la paz y creía que, si el Provincial juzgase rectamente, le sería mejor al Adelantado Almagro quedarse con la gobernación de aquella manera, que quererla tener con derramamiento de sangre. Y Almagro decía también que, si viese que al juez le cegaba el interés, no había de aceptar lo que él sentenciase”.

     (Imagen) Francisco de Bobadilla, con aires muy  autoritarios, quizá para ocultar su plan de ayudar a Pizarro, pretendió (inútilmente) que Pizarro y Almagro dejaran rehenes de garantía para asegurar que cumplieran lo que él decidiese, y, entre ellos, a su hija y  su hijo respectivamente. Eran muy jóvenes, y, la de Pizarro, una tierna niña de cuatro años. Una tierna niña a la que le tocó una vida absolutamente extraordinaria y azarosa. Asesinado su padre y su tío Francisco Martín de Alcántara, la viuda de este,  Inés Muñoz, se hizo cargo de ella y de su hermano Gonzalo, y los protegió del gran peligro que corrían. El horror culminó cuando también murió, ejecutado, su tío Gonzalo Pizarro, con quien, de seguir vivo, quizá se hubiera casado. El Rey se preocupó por su situación, y dispuso en 1551 que fueran traídos a España Francisca Pizarro y un hermanastro suyo llamado Francisco Pizarro. La imagen muestra una parte de la orden dada por Carlos V a petición de la Audiencia de Lima, donde se ve, curiosamente, que fueron acompañados en el viaje por la madre de Francisca, la princesa Inca Inés Huaylas Yupanqui, y su marido, Francisco de Ampuero, con quien se había casado después de separarse de Francisco Pizarro. Al año siguiente, Francisca se casó con Hernando Pizarro, su tío (unos 30 años mayor que ella), viviendo juntos en el castillo de la Mota hasta 1561, donde Hernando cumplió sus años de suavizada prisión. Se trasladaron después a Trujillo y construyeron su magnífico palacio. Hernando murió en 1578. Francisca se volvió a casar tres años más tarde, y abandonó este mundo en 1598, quedando para el recuerdo como una mujer mestiza, valiente y emprendedora.



lunes, 28 de enero de 2019

(Día 739): Cieza, aunque tiene sospechas de que Bobadilla estaba vendido a Pizarro, no se atreve a afirmarlo. Sin embargo, Don Alonso Enríquez de Guzmán lo hace rotundamente, y con su agresivo estilo.


     (329) Esta es una de las ocasiones en que Cieza no se atreve a afirmar algo contundentemente por miedo a faltar a la objetividad, aunque dice lo suficiente como para que supongamos que Bobadilla no jugaba limpio. Recordemos que Manuel de Espinar, muy amigo de Almagro, daba por hecho que Bobadilla solo buscaba el beneficio de Pizarro. Con esta diplomacia trató Cieza el asunto: “Muchas fueron las embajadas que fueron de una parte a otra (entre Pizarro y Almagro) y las cartas que al provincial Bobadilla le llegaron, y no eran de poca estima los ofrecimientos que los dos gobernadores le hicieron. Si los recibió, Dios lo sabe, que yo no juzgaré su intención, ni tampoco le querría poner culpa alguna sin información bastante; solo afirmaré que sé que su inclinación siempre fue desear agradar al Gobernador D. Francisco Pizarro. Llamando luego el provincial ante sí a los dos escribanos (Presa y Silva, uno de cada parte), mandó que los gobernadores, para que pudieran comparecer delante de él con seguridad, diesen como rehenes a quienes él señalase”. Lo que nos indica que ninguno de los dos se fiaba del otro, en un clima de alta tensión militar.
     Ya dije que todo hacía suponer que, si Almagro dejó de lado la idea, ya aceptada, de confiar la decisión sobre los límites de las gobernaciones en manos de dos representantes por cada bando, se debió a que fray Francisco de Bobadilla lo convenció para que le encargara a él solo la misión. Resulta gracioso el ‘cabreo’ con que lo confirma en su autobiografía Don Alonso Enríquez de Guzmán, tan apasionado amigo de sus amigos como enemigo de sus enemigos. Echa chispas y lo explica muy gráficamente: “Estaba puesto en las manos de nosotros cuatro (por parte de Almagro, Alonso Enríquez y Diego Núñez de Mercado; por parte de Pizarro, fray Juan de Olías y Francisco de Chaves) el partimiento de los límites de sus gobernaciones para evitar el conflicto entre ellas, que contenían dos mil cristianos, estando alzado Manco Inca, rey de Perú, cebado con cuatrocientos cristianos que habían matado, y mirando como un milano que espera la batalla para comer de nuestras carnes y matar al resto. Y entonces se entrometió un fraile, Francisco de Bobadilla, provincial de la orden de Nuestra Señora de la Merced. Y, como el diablo busca hábitos en casos arduos y de  mucha importancia para engañar a los hombres, se revistió en este. Y le dijo a don Diego de Almagro: ‘Muy espantado estoy de Vuestra Señoría por haber puesto vuestra honra, estado e intereses en manos de caballeros codiciosos, poniendo en tanto peligro lo que con tanto trabajo habéis ganado, teniendo en cuenta además que cuatro no pueden determinar este caso, porque dos dirán lo que conviene a su dueño, y los otros dos lo que conviene al suyo. Deberíais elegir entre ambos un juez en el que confiaseis los dos’. Respondió don Diego de Almagro queriendo cumplir con él con cortesías: ‘No hay ninguno que sea fiable como juez para ello, si no fuese Vuestra Paternidad, y no lo querrá ser’. Y le respondió: ‘Si en mis manos lo dejáis, yo juro por el hábito que recibí daros los límites por la cima del Boanco hacia Lima, hasta que venga el juez competente de su Majestad’. Holgó tanto don Diego de Almagro porque era lo que él deseaba, y creyó tanto el juramento, que nos envió enseguida a revocar el poder, y se lo dio a él”.

    (Imagen) Hubo conquistadores que fueron sensibles al sufrimiento de los indios, pero, en general, quienes tuvieron mayor compasión fueron los religiosos. En el caso de Cieza, veterano conquistador, era su firme fe cristiana la que le hacía apiadarse con frecuencia de ellos. Solo un clérigo podía haber escrito un relato tan implacablemente denunciador como el de BARTOLOMÉ DE SEGOVIA (nacido en Talavera de la Reina). Cuenta hechos que vivió, pero, fundamentalmente, su narración es una crítica contra el maltrato dado a los indios. Hay algo que tuvo que traumatizarlo profundamente en ese sentido. Cieza ya nos ha advertido repetidas veces de que las expediciones que ascendieron por los Andes fueron terribles para los españoles, pero mucho más para los indios que iban como porteadores, porque se les forzaba inhumanamente a seguir avanzando. Bartolomé de Segovia fue testigo de esa brutalidad  en  la travesía por la durísima cordillera cuando fue a Chile con la tropa de Diego de Almagro, al que, a pesar de su fidelidad, también lo criticó duramente. Quiso titular dramáticamente su informe como “Destrucción del Perú”, pero fue Bartolomé de las Casas el que, tras utilizar gran parte del texto, encontró acertada la hipérbole, se la apropió, y hasta la hizo más exagerada, dando a luz lo que se conoce como “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”. Recordemos que Bartolomé de Segovia fue el clérigo que en 1535 partió la hostia consagrada entre los dos gobernadores como señal de una paz inquebrantable. De nada sirvió aquel acuerdo casi sacrílego. Hay constancia de que el reverendo aún vivía en Perú el año 1557.



sábado, 26 de enero de 2019

(Día 738) Cieza subraya que ni Pizarro ni Almagro pensaban conformarse con perder el Cuzco, por lo cual, la sentencia de Bobadilla no iba a poder evitar la guerra. Llenos de sospechas e inquietudes, los dos estaba reforzando al máximo sus ejércitos.


     (328) El documento, que Cieza copia palabra por palabra, tiene siete páginas. Lo que he recogido es lo esencial. Todo lo demás es un larguísimo relleno de repeticiones solemnes con ampulosas afirmaciones de que solo querían paz  y concordia como viejos amigos. Seguro que se acordaban bien de aquel otro compromiso que hicieron en el Cuzco cuatro años antes, jurándose amistad eterna y poniendo nada menos que a Dios por testigo de ello, a quien le pedían la condenación eterna (literalmente) para quien no lo respetara. Actuó como secretario (que lo era de Pizarro) Domingo de la Presa, quien le ‘fabricaba’ la firma al analfabeto Pizarro, cosa que disimuló. Al grandísimo Pizarro siempre le resultó humillante esa limitación, y hasta tuvo algún intento de superarla, pero ya era demasiado tarde, y necesitaba todo su tiempo para hacer historia con mayúsculas. Así redactó Presa el final del documento: “Su Señoría e los testigos que fueron presentes lo firmaron. Francisco Pizarro. D. Alonso Enríquez. Diego Núñez de Mercado. Juan de Guzmán. Bartolomé de Segovia. Juan de Turuégano. Manuel de Espinar. Pasó ante mí, Domingo de la Presa”.
     Como no estuvo presente en tan solemne acto el padre Bobadilla, fue hasta Mala, donde se encontraba el secretario Domingo de la Presa para entregarle el importantísimo poder que le habían otorgado Pizarro y Almagro. Bobadilla había aceptado con entusiasmo la misión que le encomendaban, pero nada va a impedir que el incendio fratricida siga creciendo vorazmente. El fraile saldrá más tarde chasqueado, y se volverá definitivamente a la diócesis de Panamá. Cieza nos muestra la cruda realidad: “Pero eso no impidió que los gobernadores siguiesen teniendo gran cuidado en preparar sus armas y engrosar sus ejércitos. Ninguno de los dos tenía puesta la esperanza en la sentencia que había de dar el provincial Bobadilla si fuera en su perjuicio, e pensaban asentarla en la crueldad de la guerra, lanzando a su enemigo de la provincia, y ocupándola el que quedase superior”. De nuevo, el mayor aprecio que Cieza tenía a Pizarro no le impide ser objetivo en sus juicios: “Y aunque peor inclinación tenía este pensamiento en Don Francisco Pizarro por haber sido él quien pobló el Cuzco, no osaba dar lugar a que se viera claramente hasta ver si podría sacar de la prisión donde estaba a su hermano Hernando Pizarro”.
     La desconfianza mutua era total: “Almagro, creyendo que el Gobernador Pizarro querría salir pronto de la Ciudad de los Reyes, amonestaba a sus capitanes y a su gente de guerra que estuviesen preparados para que la venida de D. Francisco Pizarro no les causase alguna turbación o alboroto”. En otra muestra de nerviosismo, también Almagro exigió que figurara, además de Domingo de la Presa como secretario de Pizarro en las decisiones legales que se tomaran, su propio escribano, Alonso de Silva. Estuvo conforme fray Francisco de Bobadilla. La decisión la iba a tomar en la población de Mala. Hay veces en las que Cieza se mantiene estrictamente objetivo en sus comentarios. Y otras en las que, después de decir que no sabe cuál es la verdad de un asunto, hace una ligera insinuación de lo que cree él más probable.

     (Imagen) De los seis testigos que firmaron el documento que confió a Fray Francisco de Bobadilla dictaminar sobre el conflicto entre Pizarro y Almagro, solo nos queda por comentar uno  de ellos: BATOLOMÉ DE SEGOVIA, un clérigo secular. Había llegado con Diego de Almagro a la campaña de Perú el año 1532 y siempre le fue fiel. Apenas aparecen datos sobre sus andanzas, pero hay uno muy importante. Hoy se sabe que fue el autor de una breve crónica tenida durante siglos como anónima y titulada “Conquista y fundación del Perú. Fundación de algunos pueblos”. El texto tiene mucho de denuncia sobre los abusos que se cometieron contra los indios, lo que hizo que fray Bartolomé de las Casas lo utilizara con gusto para su propia obra. Quien ha despejado el misterio sobre su autoría ha sido la investigadora Pilar Rosselló de Moya. Lo ha fundamentado basándose en que se sabe que el autor fue un clérigo testigo de todos los hechos (incluso los sucedidos en Chile), algo que solo pudo contemplar Bartolomé de Segovia, quedando así descartado Cristóbal de Molina, el otro clérigo que también iba con la tropa de Almagro pero incorporado más tarde. De esta manera, Bartolomé de Segovia pasa, de ser un hombre casi olvidado, a recuperar un notable protagonismo con su crónica, muy accesible porque está digitalizada en los archivos de PARES. Ya desde la primera página (la de la imagen) empieza Bartolomé con su dura crítica a los métodos de la conquista. Quizá por eso ocultó quién era el autor.



viernes, 25 de enero de 2019

(Día 737) Mientras Almagro peca de ingenuo con Bobadilla, Rodrigo Orgóñez le reprocha que será engañado. Pizarro se alegra con la propuesta de establecer como juez único a Bobadilla, y tanto él como los representantes de Almagro firman el documento de conformidad.


     (327) Almagro toma tan arriesgada decisión, y al instante siente el hormigueo de la inquietud: “Pasadas estas cosas, Almagro le dijo al provincial Bobadilla que, pues había dejado un negocio tan importante en sus manos, le rogaba que, sin tomar parte ninguna, se  mostrara tan recto e amigo de la verdad e justicia, que Su Majestad, cuando supiera lo que había hecho, se tuviera por tan bien servido que lo aprobara e confirmara. El Provincial le respondió que, si tomase la averiguación del negocio a su cargo, no habría ningún interés personal que bastase para hacerle torcer la verdad en un solo punto. Almagro se holgó de verlo con tal voluntad”.
     Como era de suponer, el aguafiestas (y lúcido) de siempre se atragantó con la propuesta: “Rodrigo Orgóñez no se satisfizo nada de que el Adelantado Almagro hubiese nombrado por juez árbitro al provincial Bobadilla, porque decía que el Gobernador Pizarro lo había de sobornar para que la sentencia que diese fuese en su favor; mas Almagro decía que no se debía tener tal sospecha de un religioso e letrado que entendía bien los debates que había entre él  el Gobernador”.
     Salieron sin más hacia Lima fray Francisco de Bobadilla e Illán Suárez de Carvajal. Llevaban cartas muy amables de Almagro para Pizarro (y para sus capitanes), quien en ese tiempo les otorgó los máximos poderes militares a su hermano Gonzalo, Capitán General, y a Alonso de Alvarado, General de la Caballería. Al llegar, lo primero que les preguntó Pizarro fue cómo estaba su hermano Hernando. Le tranquilizaron al respecto, y luego le pusieron al corriente de que Almagro, cambiando el sistema de resolver el conflicto mediante terceros, quería que la decisión fuera tomada por una sola persona, Bobadilla: “Al saberlo Pizarro, como quería que aquellos negocios tuviesen fin sin aguardar a más largas, le pareció muy bien (probablemente, sobre todo confiando en que Bobadilla lo beneficiase)”. Habló inmediatamente con toda su gente de confianza. La aprobación fue unánime (y posiblemente entusiasta), por lo que Pizarro formalizó solemnemente su conformidad en un documento notarial, que recoge íntegramente Cieza “según lo saqué yo a la letra de los registros adonde está”. Actúa Pizarro en nombre propio, y, por la otra parte, los representantes de Almagro (entre los que estaba también Don Alonso Enríquez de Guzmán). Se transcribió asimismo, ampliado en una segunda versión, el documento de Almagro en el que escogía a Bobadilla como juez único, indicándose al final que fue firmado en su nombre por su secretario, Hernando de Sosa, “porque él no sabía escribir”. Luego Pizarro, de forma extensa e insistiendo en lo dramático de la situación, expone los motivos de la decisión que va a tomar, subrayando que el conflicto tiene su origen en que tanto él como Almagro creen que el Cuzco está situado dentro de su demarcación, de manera que, “si en ello no hubiese concierto, se podrían recrecer muchas opresiones e alteraciones a causa de la mucha gente  que yo y el dicho Adelantado Almagro tenemos junta en nuestra compañía…”. Basándose en lo dicho, expresa su decisión, y, con él, lo hacen también los representantes de Almagro: “Tomamos y escogemos por juez árbitro para sentenciar la división e partición de los límites de las dos gobernaciones (conforme a las provisiones que dio Su Majestad al señor obispo de Panamá, Fray Tomás de Berlanga) al muy reverendo señor FRAY FRANCISCO DE BOBADILLA”.

     (Imagen) Aparece ahora el madrileño HERNANDO DE SOSA como escribano, aunque también peleó como soldado, y nada menos que  en el momento en que los españoles apresaron a Atahualpa (lo que le convirtió en un hombre rico).  Las vidas de los españoles eran diversas, aunque todas de alta intensidad. Había analfabetos y narradores natos, clérigos, funcionarios, soldados y hombres que lo ejercieron todo, pues hasta algunos, arrepentidos de tantas batallas brutales, acabaron en un convento. Hernando de Sosa fue otro almagrista que, como Don Alonso Enríquez, se la tenía jurada a Hernando Pizarro, aunque, al parecer, principalmente por causas económicas. Ya en 1540, le había reclamado a un tal Juan de Balboa 200.000 maravedís (equivalentes a unos dos kilos de oro) que le había prestado, pero en el documento de la imagen, fechado en 1544, a quien  Hernando de Sosa le aprieta las tuercas es a Hernando Pizarro. En el texto se ve que el Príncipe (futuro Felipe II) encarga a los oficiales de la Justicia que se ocupen de “un pleito sobre ciertos bienes,  oro, plata y otras cosas, que Hernando de Sosa pide a Hernando Pizarro diciendo habérselo robado en la batalla que dio al Adelantado Don Diego de Almagro, difunto, al tiempo que él y su gente hicieron un saqueo en la ciudad del Cuzco, y asimismo sobre los daños que dice que recibió de las cosas que perdió y dejó de ganar por la muerte del dicho Adelantado, de quien era criado (ejercía como secretario suyo), así como por haberle Pizarro tenido muchos días encarcelado injustamente, y por otras causas y razones”. Hay constancia de que Hernando de Sosa ya había fallecido en 1558.



jueves, 24 de enero de 2019

(Día 736) Todo parece indicar que fray Francisco de Bobadilla manipuló a Almagro para que propusiera a Pizarro que se prescindiera de los mediadores, dejando el asunto en las solas manos del clérigo. Almagro le ofrece a Pizarro este método, quien, lógicamente, lo acepta.



     (326) Una vez más, Almagro llamó a consulta a sus hombres principales, y, ¡oh, sorpresa!, van a dar un nuevo enfoque al método de las negociaciones. Indecisiones, ases escondidos en la manga, maniobras absurdas… Todo el proceso que llevará a la guerra está empedrado de torpes intentos de salir del laberinto por caminos imposibles: “A sus consejeros les pareció que poner aquella cosa en manos de terceros sería alargar su final, y después no hacer nada; que mejor sería elegir un juez árbitro para que este tal pudiese sentenciar el negocio, y obligar con el poder que le diesen a que se cumpliese lo que sentenciare”. Estaba la situación como para encontrar un juez impoluto, imparcial y sin sombra de sospecha para asunto tan peliagudo…
     Pues a Almagro le pareció de perlas. Y hasta cometió una asombrosa ingenuidad. Hizo redactar un documento oficial al respecto, que Cieza recoge al pie de la letra (haré un extracto muy resumido), y le propuso a Pizarro que fuera nombrado como juez de tema tan vital el padre Bobadilla. Sin duda era un hombre de gran prestigio y amigo de los dos contendientes, pero hay que tener en cuenta que él y Suárez de Carvajal acababan de llegar adonde Almagro como emisarios de Pizarro, a quien incluso defendieron diciendo con mentiras que no tuvo nada que ver en el mal trato a Enríquez y a Guzmán ni en la requisa de sus documentos. Todo hace suponer que fue el propio Bobadilla quien les ‘vendió’ la idea de un solo juez a los consejeros de Almagro. Enseguida veremos que D. Alonso Enríquez de Guzmán, uno de los dos ‘terceros’ por parte de Almagro, en su crónica, y sin pelos en la lengua (como de costumbre), despelleja a Bobadilla y asegura que ‘se metió de por medio’ (‘atravesose’, decía Manuel de Espinar en su carta al Rey).
     Como otras veces, Cieza, siempre tan eficaz, consigue ver el documento original unos años después (se supone que en el cabildo de Lima). Está fechado el día 19 de octubre de 1537. Almagro justifica su cambio de idea por la urgencia de zanjar el asunto, y hace su declaración oficial ante testigos con el siguiente argumento: “Habida cuenta de que, si hubiera disconformidad entre los terceros, se seguirían grandes tardanzas de tiempo,  y, como esta tierra está llena de españoles, no se podrían sustentar sin destrucción de todo el reino”. Ve, pues, necesario que la decisión esté en manos de un solo juez. Y expone su elección: “Nombra por tal juez al muy reverendo padre fray Francisco de Bobadilla, provincial de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, por ser, como es, celoso del servicio de Dios e de Su Majestad, e de buena vida e conciencia, e letrado, e que tiene mucha experiencia en cosas de negocios, e que vino nombrado por parte del Gobernador Don Francisco Pizarro para entender en la hermandad e amistad que siempre tuvieron”. La versión de los hechos que, según hemos visto en la imagen anterior, le envió el Tesorero Manuel de Espinar al Rey sobre la actitud de fray Francisco de Bobadilla, da un dato clarificador. No se le ocurrió la idea a Almagro, ni a sus hombres, sino que fue Bobadilla el que le había convencido, haciéndole luego cometer el error fatal de confiar en que el fraile le daría a él la razón en el conflicto. Hay otro detalle que lo confirma todo: la tranquilidad del astuto Pizarro al aceptar el método de un solo juez, un juez, además, con el que tenía un trato muy cercano.

    (Imagen) DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN iba ya a partir  hacia España, donde disfrutó lo suyo acusando procesalmente a su odiado Hernando Pizarro de la muerte de Diego de Almagro. Llevaba consigo la carta que vimos en la imagen anterior. En el trozo que muestro en la imagen de hoy, Manuel de Espinar, una vez más, lo alaba sin medida ante el Rey. Quizá no supiera que Carlos V lo conocía de sobra en todos sus aspectos, los buenos y los malos, y que nunca le hizo la menor gracia que su hijo Felipe II, antes de ser rey, se encontrara muy a gusto en su compañía. Una situación parecida a lo que Shakespeare narró sobre la relación entre Falstaff  y el príncipe Hal, aunque Enríquez era mucho más valiente que el vividor inglés. En el texto, Espinar le dice al Rey que el desventurado Don Diego de Almagro murió en la batalla “por un mandamiento que Hernando Pizarro dio irregular, contra su regla y orden, de hecho y contra derecho, porque el poder que nosotros le dimos (en el documento firmado) por parte de Don Diego de Almagro, no fue para entender en cosas pasadas, sino de entonces para adelante”. Le comunica luego al Rey que hay alguien que le dará en persona más información: “De todo lo demás, le hablará Don Alonso Enríquez, y a Vuestra Majestad suplico le dé entera creencia, porque es persona que todo lo sabe muy bien, y de quien Vuestra Majestad se debería fiar, pues es hombre de casta singular, fidedigno y leal a la Corona Real, y, de su condición, loa, según por sus obras ha mostrado”.


miércoles, 23 de enero de 2019

(Día 735) Se determinó que los mediadores decidieran estando solos con los pilotos asesores en Mala. Enviados de Pizarro le piden a Almagro que suelte ya a Hernando Pizarro, pero se niega y les dice que lo hará cuando se haya resuelto el conflicto.


      (325) Visto lo que luego pasó, Cieza reflexiona sobre las verdaderas intenciones de los dos viejos amigos, pero ahora angustiados contrincantes: “Bien creo yo que la intención de cada uno no era otra que, si la averiguación no se hacía a su gusto y contento, procurar por la punta de las lanzas tener el gobierno de la provincia, no contentándose con gobernar, en paz e concordia de entrambos, la tierra que hay desde el Estrecho de Magallanes hasta la ciudad de Antioquia (Colombia, y no lleva acento), habiendo de una parte a otra más de mil ochocientas leguas, en un tiempo en el que no había más gobernadores que ellos dos para tan gran tierra”.
     El siguiente paso fue escoger un lugar tranquilo para que los mediadores deliberaran: “Decidieron que fuera el pueblo de Mala, prometiendo por ambas partes que estarían allí libremente los terceros e los pilotos, sin que por parte de los Gobernadores ni de sus capitanes se les hiciese fuerza ni amenaza alguna, ni prometimiento de dineros ni de otra cosa. Se obligaron también a que Almagro no saldría del pueblo de Chincha hasta que fueren pasados quince días, ni Pizarro de la Ciudad de los Reyes. Se hizo escritura de todo ello ante escribano con grandes firmezas. Lo cual pasó a diez días del mes de octubre de mil quinientos treinta y siete años”.
     Enríquez y Mercado volvieron a Chincha para darle cuenta a Almagro de la conformidad de Pizarro con respecto a poner en manos de terceros la solución del conflicto, y de los mediadores que, por su parte, nombró. Pero ninguno se fiaba del otro. Y, por primera vez, Pizarro le hará a Almagro un ruego sobre la situación de su hermano Hernando (recordemos que lo tenía  preso en Chincha): “El Gobernador Pizarro envió al factor Illán Suárez de Carvajal y al padre Bobadilla (pronto va a tener un gran protagonismo), de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, al valle de Chincha, para decirle al Adelantado  Almagro que volviesen con brevedad los mediadores a resolver el conflicto, e rogarle que, olvidando las cosas pasadas, soltase a Hernando Pizarro. Pero en la ciudad de Lima se preparaban armas y se juntaba gente, diciendo que los conciertos que ellos querían hacer no eran otros sino que Almagro, dejando la ciudad del Cuzco, se retirase a su gobernación. Y así como a Almagro los suyos le convencían de que su gobernación se extendía hasta el valle de Lima, tampoco faltaba quien le dijera a Pizarro que su gobernación llegaba hasta cincuenta leguas más allá del Cuzco”.
      Cuando llegaron adonde Almagro sus mediadores, le molestó mucho el mal trato que les habían dado los hombres de Pizarro. Poco después  aparecieron Suárez de Carvajal y el padre Bobadilla, quienes tuvieron que excusarse ante Almagro diciéndole que la retención de los documentos y el quitarles las armas a Enríquez y a Guzmán lo había hecho Alonso Álvarez sin que Pizarro supiera nada. Tras la disculpa, sacaron a relucir el tema más espinoso: “Le dijeron que habían ido por mandado del Gobernador Pizarro para que tuviese por bien dar lugar a que Hernando Pizarro fuese suelto de la prisión en la que estaba, puesto que había conformidad en que se juntasen los pilotos y los terceros, y en que se cumpliese lo que sentenciasen, sin lo quebrantar hasta que el Emperador otra cosa mandase. El Adelantado Almagro respondió que soltar a Hernando Pizarro era encender la guerra, y que la paz nunca llegaría, y que, por tanto, no lo haría entonces, debiendo estar detenido, sin que su persona recibiera detrimento, hasta que se terminasen aquellos negocios, que sería en breve”.

     (Imagen) El riojano FRAY FRANCISCO DE BOBADILLA pertenecía a la Orden de la Merced, especializada en la redención de cautivos. Muchos de sus frailes tuvieron comportamientos heroicos, porque su misión era sumamente arriesgada y sufrida, la de conseguir dinero para ir a países musulmanes y liberar a cristianos mediante precio. Para muestra,  un botón: En una revista de La Merced (año 1919), se dice: “Beato Luis de Matienzo. Dio libertad en Túnez a 220 cautivos, quedándose como rehén (no llevaba dinero suficiente para rescatar a todos) por espacio de cuatro años, encerrado en un hediondo calabozo, maltratado cruelmente y privado del sustento necesario”. Su obsesión era que los cristianos no apostataran. Fray Francisco de Bobadilla era otro ejemplo de fraile ansioso por salvar almas, y bautizaba en masa a los indios. Pero su actuación en el enfrentamiento entre Pizarro y Almagro fue, al parecer, tramposa. Cieza no se atreve a darlo por cierto, pero lo que le dice Manuel de Espinar al Rey en el documento de la imagen parece verosímil. Cuenta que, cuando ya se había quedado en resolver el conflicto con dos representantes de cada parte, “atravesose el padre fray Francisco de Bobadilla, el cual no traía la voluntad conformada con su hábito, y le dijo a Don Diego de Almagro que Pizarro no tenía razón, y que, si él ponía este asunto en sus manos, le prometía sentenciar que le correspondía el Cuzco”. Almagro aceptó, el fraile se la jugó, y estalló la guerra (como veremos).



martes, 22 de enero de 2019

(Día 734) Los de Pizarro violaron la correspondencia de Almagro, pero les pidieron disculpas a sus mediadores. Los vecinos de Lima se irritaron al ver que Almagro tomaba posesión de tierras que ellos consideraban suyas. También Pizarro nombró a sus dos mediadores.


     (324) Cuando llegó lo requisado adonde estaba Pizarro con sus hombres, les pareció de perlas el atropello: “En la Ciudad de los Reyes se alegraron  mucho el Gobernador y todos sus capitanes y consejeros. Entre la documentación había algunas cartas del Adelantado Almagro que trataban de arraigar en los ánimos de algunos que él podía hacerles mercedes,  pidiéndoles también que se hiciesen amigos suyos, porque los límites de su gobernación se extendían hasta la misma Ciudad de los Reyes (era un auténtico disparate)”.
     Como siempre hacían los que tenían la máxima autoridad cuando había que tomar una decisión de gran importancia, Pizarro reunió a sus capitanes y a sus consejeros para escuchar su opinión: “A unos les pareció que lo más acertado sería devolver los despachos de Almagro, pues, cuando los de Pizarro fueron al Cuzco, no recibieron ninguna molestia de los almagristas; otros decían que lo que convenía era mandárselos a Su Majestad. Se acordó que las cartas y despachos que venían para algunas personas se retuviesen sin dárselos, y que el factor Illán Suárez de Carvajal se disculpase con los mensajeros por el trato que les habían dado, pues no había sido hecho por mandato de Pizarro, y que les dijese que viniesen pronto y que se había alegrado mucho de su llegada. Los mensajeros de Almagro iban muy sentidos por el tratamiento de haberles asaltado y tomado lo que traían, pues tan preeminente suele ser su misión en todas las partes en las que  se guardan con rectitud las normas de la milicia”.  
     Después de subrayar que los de Pizarro habían vulnerado un código de honor y respeto entre caballeros, continúa Cieza: “Fueron todos a dormir a Chilca, y ellos tuvieron la habilidad de, sin ser sentidos, enviar con unos indios una carta a Almagro, haciéndole saber cómo los habían tratado. Cuando llegaron a la Ciudad de los Reyes, el Gobernador Pizarro los recibió muy bien”. Lo primero que hizo Pizarro fue preguntarle a Juan de Guzmán por qué se había atrevido Almagro a apoderarse del Cuzco. La respuesta fue tajante. Le dijo que Almagro actuó así porque estaba seguro de que el Cuzco se encontraba dentro de su gobernación, basándose en que sus pilotos, midiendo las distancias como ordenaba el Rey, directamente por el meridiano, no tenían duda de  que la ciudad le correspondía a él.
     No solo se trataba de las ambiciones de Pizarro y Almagro. El problema se agravaba porque los soldados también veían amenazados sus intereses: “Cuando los vecinos de Lima supieron que el Adelantado Almagro había hecho una población e fundado nueva ciudad (Trujillo) en los términos de la suya y en sus propios repartimientos, fue grande la saña que tomaron, pues no era cosa de sufrir que Almagro pensase repartir sus indios entre los que con él venían, por lo que había gran alboroto en la ciudad”. No obstante, Pizarro aceptó oficialmente la propuesta de Almagro, estuvo de acuerdo en que fueran sus mediadores D. Alonso Enríquez y Juan Guzmán, y nombró los suyos propios; “Dijo que, para que no haya dilación, designaba por su parte a fray Juan de Olías, provincial de los dominicos, e a Francisco de Chaves para que hicieran averiguación con los pilotos más hábiles, y para que, conforme a lo que hallaren ser justo, señalasen los límites de las gobernaciones”.

     (Imagen) Poco se sabe de fray Juan de Olías, y de los religiosos en general, pero entre ellos hubo muchos héroes de gran cultura y sincero interés por los nativos. Si Pizarro lo escogió como mediador, fray Juan tuvo que ser una persona inteligente y muy sensata. Era dominico y fundó dos conventos, uno en Lima y otro en el Cuzco. Las vidas se entrecruzan, y, poco después, en 1539, le sustituyó como Provincial de la Orden el palentino FRAY TOMÁS DE SAN MARTÍN, sin duda porque le superaba en capacidad, dado que su biografía fue muy notable. Además de llegar a ser Obispo de Charcas en 1533, con sede en la ciudad de La Plata (actual Sucre), su protagonismo como mediador de la Corona en las guerras civiles de Perú logró grandes éxitos, pero no pudo impedir que se impusiera finalmente la barbarie. Dio también pruebas de procurar el bien de los indios. Hay un documento en el que consulta a fray Bartolomé de las Casas “si son bien ganados los bienes que han adquirido de los indios los conquistadores, a cuya consulta le responde que aquellos bienes ni son bien tenidos, ni los deben conservar, y que aun los confesores de los que los tienen no se lo deben consentir (fray Bartolomé no se molestaba en matizar la ‘casuística’)”. Otro gran mérito de fray Tomás fue formar parte del equipo que creó en Lima la Universidad Mayor de San Marcos, la primera que se fundó en América. Fray Tomás murió en 1555, teniendo 72 años.



lunes, 21 de enero de 2019

(Día 733) Los pizarristas apresaron a los mediadores de Almagro. Les quitaron también documentos que eran para el Emperador, y el oro que llevaban. Don Alonso de Enríquez tuvo un incidente cómico con uno de los pizarristas.


     (323) Continúa Cieza: “E respondiole D. Alonso Enríquez: ‘me han de matar de aquí a media hora, ¿y queréis que me alegre?’. Llegaron a los aposentos de Mala, e los chilenos (Cieza suele llamar así a los partidarios de Almagro) bien sospechaban que los querían prender. Vieron que los cercaron por todos los lados para que no se pudiesen apartar, y Alonso Álvarez les dijo: ‘señores, dejad las armas’; Diego Núñez de Mercado respondió: ‘¿por qué causa hemos de dejarlas?; no lo tenemos en voluntad, e por mí digo, no llevaréis de mis manos las mías, pues antes se las entregaré a un negro’. D. Alonso Enríquez y D. Juan de Guzmán, viendo que de nada servía no querer entregarlas, volviéndose al alcalde Mercado, le dijeron que les diese las armas, pues el Gobernador Pizarro así lo mandaba, e que, siendo ellos cinco, mal se podrían defender de treinta, e con sus propias manos las arrojaron a una caballeriza”.      
     Después, tal y como Pizarro le había ordenado, Álvarez les requisó toda la documentación, incluso la oficial que Almagro le enviaba al Rey. Les preguntó si traían algún despacho, y Juan de Guzmán, que era quien los tenía, le dijo que él no se los iba a dar voluntariamente porque venían entre ellos cartas para el Emperador, añadiendo: “Están en aquel cofre, y, pues decís que vuestro Gobernador os lo manda, tomadlos e haced de ellos lo que por bien tuviereis”. Pues, dicho y hecho: “Alonso Álvarez le quitó la cerradura al cofre, y sacó todos los despachos que en él estaban. Juan de Guzmán, vuelto para el escribano Silva, le dijo: ‘Dadme por testimonio lo que ha pasado, para que Su Majestad sepa la fuerza que se nos ha hecho”. Pero no quedó ahí la cosa. Alonso Álvarez les dijo que Pizarro le había dado orden de retenerles el oro que llevaran sin marcar, para marcarlo oficialmente y reservar la parte que le correspondía a la Corona (el llamado quinto real). Luego se vio que sus intenciones no eran tan honradas: “Juan de Guzmán sacó luego unos tejuelos y un vaso, todo de oro, marcados e quintados, e le dijo: ‘este es el oro que traemos, vedlo y conoceréis que ya está marcado’. Alonso Hernández le contestó: ‘no me acordaba que también me mandó el Gobernador que lleve lo marcado y lo por marcar’. Le respondió Juan de Guzmán: ‘en eso claramente mostráis estar aquí para robar”.
     La cruda y legítima respuesta de Guzmán provocó un incidente en el que Don Alonso Enríquez de Guzmán mostró una vez más su peculiar carácter variopinto, donde cabían la cultura, el valor, la picardía y el más descarado oportunismo. Hasta en medio del peligro se permitía alguna reacción cómica: “Le replicó a Juan de Guzmán uno llamado Cristóbal Pizarro: ‘vosotros sois los que robáis, y no nosotros’. D. Alonso Enríquez, viendo que Cristóbal Pizarro se desmandaba con ellos, le dijo: “Mirad con quién habláis, que ese es el Contador Juan de Guzmán’. E respondió el Pizarro: ‘Bien os conozco a él e a vos, e juro a Dios que, si más habláis, una cuchillada le dé por la cara a él, y otra a vos’. Don Alonso Enríquez, huyendo por la puerta de los aposentos, le dijo: ‘Dádsela a él, que a mí no me la daréis’. Alonso Hernández mandó al Cristóbal Pizarro que callase, y envió después los despachos que les habían tomado al Gobernador Don Francisco Pizarro”.



sábado, 19 de enero de 2019

(Día 732) Cieza, con gran objetividad, deja claro que ni Pizarro ni Almagro iban a jugar limpio. Pizarro ordena a varios de sus hombres que impidan que se envíen mensajes entre Almagro y los soldados pizarristas. Tenso encuentro con los mediadores de Almagro.


     (322) Comenta Cieza: “Esta, pues, fue la provisión del Rey, e si los dos gobernadores no salieran de lo que Su Majestad por ella mandaba, no hubiera entre ellos los debates y batallas que hubo. Mas los gobernadores, como no les cuadren las provisiones por no venir a su favor, siempre les ponen inconvenientes e buscan colores tan falsos, que, tratando en ello hombres sabios, pronto ven su malicia. Y creed una cosa: era tanta  la ambición de mandar que tenían estos gobernadores, y con tanto ahínco pretendía cada uno el gobierno del Cuzco, que poco se necesitó para que mostraran sus verdaderas intenciones; cada uno de ellos, aunque preguntaba a los pilotos si el Cuzco caía en los términos de su gobernación, se hacía luego juez de la cuestión”. Como ya dije antes, sigo sin ver por ninguna parte que, según opina algún historiador, Cieza tenga tendencia a inclinarse a favor de Pizarro. No se muerde la lengua, y, aunque quizá apreciara más al trujillano, deja claro que él y Almagro fueron igualmente responsables del desastre. Y la fatalidad echó también ‘una manita’, porque, aun midiendo directamente por el meridiano, resultaba discutible si el Cuzco estaba situado dentro de las leguas concedidas a Pizarro, o ya en el territorio de Almagro. El gran ‘pecado’ de Almagro fue dar por hecho que el Cuzco le pertenecía a él, sin estar seguro de ello, y cometer la insensatez de apoderarse por las armas de la ciudad, que ya había sido tomada por Pizarro.
     Francisco Pizarro seguía a la espera en Lima sabiendo que Almagro se acercaba, y los dos estaban pendientes de lo que los ‘terceros’ de ambos bandos dictaminaran sobre los límites de las gobernaciones, llenos de dudas e inquietudes y sin fiarse el uno de otro. Tensión al máximo. Para que no surgieran sorpresas peligrosas, Pizarro envió en avanzadilla un pequeño grupo de hombres: “Mandó a un Alonso Álvarez que, con treinta de a caballo, estuviese en el valle de Mala para que no dejase pasar ninguna carta si vecinos de Lima se las enviaran a Almagro. E asimismo le mandó que, si viniesen mensajeros de la parte de Almagro, no los dejasen pasar hasta haberles visto los despachos que traían, e que pronto le comunicaran el contenido”.
     Ya partidos, tuvieron un incidente serio (y algo chusco) con los dos que se dirigían a Lima para actuar como mediadores en representación de Almagro. Segú Cieza, la parte cómica la protagoniza el peculiar Don Alonso Enríquez: “Alonso Álvarez y sus hombres se encontraron con D. Alonso Enríquez, el contador Juan de Guzmán y los demás que los acompañaban cuando iban a la ciudad de los Reyes por mandato de Almagro. Al verse los unos a los otros, se hablaron cortésmente, y el contador Juan de Guzmán les dijo: ‘¿Qué venida  es esta, señores, por acá?’. Respondió Alonso Álvarez: ‘A recibiros salimos cuando supimos de vuestra venida’. D. Alonso Enríquez no se había alegrado nada al verlos, y se demudó creyendo que los habían de matar; el contador Juan de Guzmán, al verlo así, le dijo: ‘Avivad ese rostro, que parece que vais muerto; no mostréis flaqueza”. (Sigue)

     (Imagen) A lo largo de estos relatos, he venido subrayando la multifacética y excepcional valía de FRAY TOMAS DE BERLANGA, un hombre digno de una extensa biografía (que no creo que exista). Ya dije que volvió definitivamente de las Indias a su pueblo natal, Berlanga, el año 1544. La razón oficial fue que se encontraba enfermo, pero también es posible que huyera como de la peste, harto ya del terrible drama de las guerras civiles (se estaba ‘cociendo’ la rebelión de Gonzalo Pizarro). Hay un documento (el de la imagen) en el que se constata que se negaba a volver a las Indias poniendo como excusa su enfermedad. Resumo el texto: El Consejo de Indias le dice al Rey que hará un año que fray Tomás “vino (a España) a causa de estar muy enfermo, y, aunque ha sido amonestado por este Consejo para que vuelva a su iglesia, ha respondido que no tiene salud para ello. Tenemos por inconveniente compelerle a que torne tal como está y por ser muy mayor”. Pero les parece que no conviene que lo sustituya un simple coadjutor, pues crearía un mal precedente y proponen una solución. “Considerando que este es un buen religioso que ha servido treinta años en las Indias, como fraile y como obispo, (proponemos) que Vuestra Majestad le haga una honesta sustentación por los días de su vida, pues, según su vejez y enfermedad, parece que no será muy larga, de hasta doscientos mil maravedís cada año, y que con esto él renuncie a su obispado”. El obispo se quedó en Berlanga, vivió seis años más, y tuvo aún energía para fundar allí un monasterio.







viernes, 18 de enero de 2019

(Día731) Cieza explica que Pizarro, tiempo atrás, hizo todo lo posible para que Almagro partiera hacia Chile sin ver el documento del Rey sobre la partición de las gobernaciones. Ahora comienza a transcribirlo íntegro.


     (321) Sigue contando Cieza: “Es necesario que el lector entienda que el obispo Tomás de Berlanga vino de Panamá con aquella provisión del rey para dividir las gobernaciones, e llegó a la Ciudad de los Reyes al tiempo en que el Adelantado Almagro iba a partir hacia Chile; y platicó algunas veces con el Gobernador Pizarro sobre que quería ir al Cuzco a aguardar la vuelta de Almagro para partir las gobernaciones evitando que hubiese ninguna diferencia entre ellos. Al Gobernador Pizarro no le gustó que él fuera al Cuzco, y le respondió equívocamente, e intentó darle joyas de plata y oro, pero el buen obispo nada de ello quiso tomarle. Y conociendo que D. Francisco Pizarro daba a entender que él había de gobernar toda la provincia, se volvió a su obispado dejando la provisión; y para que se vea cuán justamente Su Majestad mandó que se partiesen los términos de las gobernaciones, muestro el documento (veamos lo esencial):
     “DON CARLOS.- A vos, el reverendo padre fray Tomás de Berlanga, obispo de Tierra Firme, llamada Castilla del Oro, salud e gracia. Sabed que Nos mandamos hacer capitulaciones con el Adelantado D. Francisco Pizarro y señalamos por límite de su gobernación la tierra que hay desde el pueblo que los indios llaman Tempula, e después los cristianos llamaron Santiago, hasta el pueblo de Chincha, en lo que puede haber doscientas leguas o poco menos, e últimamente, por otra nuestra provisión le añadimos otras setenta leguas, para que tuviese de gobernación doscientas setenta leguas de largo de costa (una desafortunada imprecisión, porque en su día no se aclaró si la medida era en línea recta o por las curvas del litoral, pero el Rey lo va a aclarar enseguida). E asimismo, después de lo susodicho, hicimos merced al Mariscal Don Diego de Almagro de otras doscientas leguas de gobernación desde donde se acaba la del dicho Adelantado Don Francisco Pizarro. E porque podría acaecer (este fue el punto clave) que, por no ser la costa derecha, hubiese algunas diferencias entre los dichos Don Francisco Pizarro y Don Diego de Almagro sobre la medida de las dichas leguas, de lo que Nos seríamos deservidos y las dichas tierras recibirían daño, tras ser visto e platicado por los de nuestro Consejo de las Indias, fue acordado dar esta carta para que vos hagáis tomar la altura e grados en que está el dicho lugar de Santiago y midáis derechamente por el Meridiano, Norte-Sur, las dichas doscientas setenta leguas, sin contar las vueltas que la costa hiciese, y allí señaléis el fin de la gobernación de Don Francisco Pizarro, con toda la tierra que hubiese al Este y al Oeste.  E mandamos a los dichos Don Francisco Pizarro y Don Diego de Almagro, que, hecha por vos la dicha declaración, cada uno de ellos guarde el mismo orden que de suso va declarado, sin entrar ni usurpar cosa alguna de los límites e jurisdicción del otro, so pena de la privación del oficio de Gobernador. Dada en Madrid, a treinta y un días del mes de mayo de mi quinientos treinta y siete años (fue firmado por la Reina en nombre del Rey)”.

   (Imagen) Qué gran personaje el dominico TOMÁS DE BERLANGA. Ya comenté que destacaba en todo: hombre virtuoso, muy culto, humanista, naturalista, geógrafo y observador nato. Las corrientes marinas arrastraron el barco en el que iba a Perú hasta un lejano archipiélago, el que se conoce como de las Islas Galápagos porque él lo bautizó así (nunca mejor dicho). Tomó diestramente su posición geográfica y datos sobre flora y fauna, mandándole al Rey toda la información. Cuando, como vimos, quiso evitar que los herederos de Gaspar de Espinosa se quedaran con una cantidad de dinero de la herencia del clérigo Hernando de Luque (socio de Pizarro y Almagro), es de suponer que tenía toda la razón al alegar que los derechos le correspondían a la Iglesia. En el documento de la Imagen (año 1532), la reina Isabel (esposa de Carlos V) pide al superior de los dominicos que le permitan a fray Tomás ser obispo de la zona de Panamá, y lo elogia en gran manera: “El Emperador, enterado de que Fray Tomás de Berlanga ha residido por mucho tiempo en las Indias, haciendo mucho fruto en la conversión de los naturales, le ha nombrado Obispo de Castilla del Oro, y, avisado de ello el dicho padre, ha dicho que no puede aceptar el nombramiento sin vuestra licencia”. Naturalmente, el superior de la orden se la concedió. Solo un hombre como él podría haber restablecido la amistad entre Pizarro y Almagro, misión que le confió el Rey, pero tuvo que volverse a su diócesis con las manos vacías porque los dos pusieron sus deseos y la guerra por encima de la razón. Pagaron un alto precio, y, lo que es peor, incendiaron el Perú entero.



jueves, 17 de enero de 2019

(Día 730) Almagro ordena que a los negociadores Enríquez y Núñez de Mercado les acompañen también, adonde Pizarro, Juan de Guzmán, Manuel de Espinar, Juan de Turégano y el padre Bartolomé de Segovia. Cieza se dispone a transcribirnos el importante documento que estaba en manos del obispo Tomás de Berlanga.


     (320) Ya vimos que, en la compleja personalidad de Enríquez, anidaban al alimón los defectos y las virtudes. Sabiendo cómo era, es fácil suponer por qué fue uno de los dos escogidos entre la numerosa tropa de Almagro. Se llevaba fatal con Hernando Pizarro, pero Francisco Pizarro le tenía en gran consideración porque veía en él a un hombre de mundo que casi trataba de tú a tú a todos los grandes personajes de la Corte, incluso al Rey. Por su parte, a Almagro le venían de perlas sus tretas de embaucador y de hábil negociador, que siempre iban sazonadas con ingeniosos y hasta jocosos comentarios, como para distraer al personal.
     Enríquez y Núñez de Mercado serían los dos ‘terceros’ encargados de dar un dictamen con los dos negociadores de Pizarro, pero no se iban a presentar solos en Lima, sino bien arropados: “Almagro dio sus poderes a Don  Alonso Enríquez, al alcalde Mercado (en su libro, Enríquez dice que Mercado fue también alcalde de Nicaragua), al contador Juan Guzmán, al tesorero Manuel de Espinar, al veedor Juan de Turégano e al padre Bartolomé de Segovia, a los cuales mandó a la Ciudad de los Reyes para que con brevedad se diese tan buen arreglo,  que, quedando él y el Gobernador Pizarro concertados, se renunciara a las armas, pues de ello sería muy servido Su Majestad. Con la licencia de Don Diego de Almagro, los mensajeros partieron para la Ciudad de los Reyes llevando cartas misivas suyas e de otras personas”.
     Procurando Cieza siempre encajar en el sitio oportuno los datos más importantes de las historias que está contando, no deja pasar la oportunidad de mostrarnos ahora un documento esencial para entender la confusa situación en que había quedado el conflicto entre Pizarro y Almagro, agravado por las presiones de sus propios ejércitos, ansiosos de gloria y de riquezas: “Y porque muchas veces he hecho mención (aguantándose las ganas de mostrarlo todo) de la provisión que el obispo de Panamá tenía de Su Majestad para señalar esos límites de las gobernaciones, será justo que la pongamos literalmente sacada del original”. La meticulosidad de Cieza en su maravillosa obra es extraordinaria, trabajando como un poseso para ver con sus propios ojos los documentos auténticos, algo de extraordinaria dificultad en aquellos tiempos. Pero él todo lo superaba, recorriendo distancias enormes para tener acceso a los archivos municipales o judiciales. Pone hasta la última letra del documento a que ahora se refiere, y habrá que resumirlo a lo esencial.
     Pero previamente, Cieza nos explica una maniobra que hizo Pizarro unos tres años antes con el fin de que Almagro, que estaba a punto de partir hacia Chile, no llegara a conocer el documento, o lo viera lo más tarde posible para que no se hiciera ilusiones precipitadas sobre el territorio que le correspondía como gobernador. De hecho, el documento no bastaba para zanjar la cuestión. Había que proceder a medir las distancias. Ya mostré anteriormente las muchas opiniones que ha habido al respecto (incluso entre los historiadores) y la que me pareció más acertada. Pero ahora vamos a ver paso a paso cómo se fueron enredando fatalmente las cosas.
  
     (Imagen) Cuando Almagro obtuvo su gobernación de Nueva Toledo, fueron nombrados varios funcionarios. Diremos algo de dos de ellos. El vallisoletano JUAN DE TURÉGANO, nombrado veedor, se casó dos veces, en ambos casos con mujeres de la alta sociedad española. La segunda, María Abreo, estaba al servicio de las Infantas de Castilla, y cuidó de su hija cuando su marido partió hacia Perú. Juan de Turégano fue uno de los afortunados que sobrevivieron a todas las guerras civiles, pues consta que murió dos años después de la última, la del rebelde Francisco Hernández de Girón. El otro en cuestión, MANUEL DE ESPINAR, tuvo el cargo de tesorero de la gobernación de Almagro. Ya dije algo de él, como el hecho de que Gonzalo Pizarro lo ahorcó hacia 1548 por su lealtad a la Corona. En el documento de la imagen vemos que, seis años después, el Rey da orden de que se le entreguen treinta ducados a Francisco de Espinar, hijo del tesorero Manuel de Espinar, para ir a embarcarse en Sevilla hacia Perú, por tenerse en cuenta que “su padre fue muerto en nuestro servicio por Gonzalo Pizarro e sus secuaces”. Siguieron las atenciones del Rey con la familia. A Francisco le concedió una pensión permanente de mil pesos de oro anuales mientras permaneciera en Perú, y a cada una de sus dos hermanas, como dote, otra de mil pesos (por una sola vez). Como contraste, impresionan los documentos relativos a los muchos rebeldes que fueron ejecutados, y a la requisa general de bienes que se les aplicó.



miércoles, 16 de enero de 2019

(Día 729) Gonzalo Pizarro y los que huían con él tuvieron peligrosos enfrentamientos con los indios. Gran alegría de Pizarro cuando llegaron a Lima. Los de Almagro escogen para negociar con los de Pizarro a Don Alonso Enríquez de Guzmán y a Diego Núñez de Mercado.


     (319) Andaban, pues, muy angustiados Almagro y Pizarro. Y, por otra parte, era muy peligrosa la situación para los dos fugados, Gonzalo  Pizarro y Alonso de Alvarado (con los que iban también Lorenzo de Aldana, Hinojosa y otros capitanes), porque recorrer tan larga distancia, del Cuzco a Lima, a través de un territorio totalmente controlado por los indios, era sumamente arriesgado: “Por ir Almagro con su ejército por el camino marítimo, ellos determinaron ir por el de la sierra, y caminaron con tanta prisa, que algunos de los caballos se les quedaban de cansados, con riesgo de que los mataran los indios porque muchos aún estaban de guerra. Los indios, sabiendo cuán pocos eran los españoles, les dieron batalla, pero murieron gran cantidad de sus guerreros, y los cristianos perdieron la mayor parte del bagaje que llevaban”. El  resto de los indios se refugiaron en un alto, desde el cual vigilaban a los españoles para que no pudieran moverse de donde se encontraban: “Para poder salir de allí, donde estaban en peligro de muerte, fue necesario que Gonzalo Pizarro fuese con treinta españoles a ganar lo alto de la sierra, y consiguieron ganarlo. A día siguiente, echaron de otro alto a los indios. Alonso de Alvarado, con la oscuridad de la noche, resbaló e fue despeñándose  por una ladera abajo, y, de no asirse con las manos fuertemente de un árbol que, por ventura, allí había, muriera desastradamente”.
    Hubo otras peleas en las que resultaron heridos algunos españoles. Pero ya más calmados, pudieron ocuparse de algo importante: “Enviaron los capitanes  a dos españoles, uno llamado Cueto y el otro Villanueva, a la Ciudad de los Reyes para que el Gobernador supiese  de su ida. Cuando llegaron los dos, hicieron saber a Pizarro lo que pasaba, de lo que mucho se holgó. Mandó luego a todos los capitanes y vecinos de la ciudad que saliesen a recibirlos llevándoles refrescos de conservas y vinos a Pachacama, donde estuvieron con Gonzalo Pizarro y sus acompañantes aquel día en los verdes prados e riberas frescas de aquel río. A otro día partieron para Lima. Salió el Gobernador a recibirlos con más de quinientos, y los aposentaron en la ciudad, estando el Gobernador muy contento por tener consigo a su hermano Gonzalo Pizarro, al capitán Alonso de Alvarado, a Lorenzo de Aldana e a Moscoso, pues eran tales caballeros que con ellos Su Majestad sería muy servido”.
     Almagro, pues, fundó su ciudad en el valle de Chincha, y de inmediato preparó las negociaciones con Pizarro. Mandó que se juntaran sus principales hombres y les preguntó si les parecía bien el método que le había propuesto a Pizarro para mantener la paz: resolver el conflicto mediante la decisión que tomaran dos terceros de cada parte. Los reunidos lo consideraron muy sensato: “Y entre todos  se trató sobre quiénes serían los dos que habían de asistir en aquel negocio, e después de muchas consideraciones e pareceres, se determinó que los dos terceros fuesen Don Alonso Enríquez de Guzmán y el alcalde Diego Núñez de Mercado”. Una vez más, se nos aparece el sorprendente Don Alonso Enríquez, y, por si fuera poco, encargado de una misión sumamente delicada.

     (Imagen) DIEGO NÚÑEZ DE MERCADO era un veterano al que lo recuerdan todavía en Chile (como vamos a ver en el último párrafo). Aliado de Almagro, fue apresado tras su derrota en la batalla de las Salinas, pero se libró de problemas: quedó en libertad. Tuvo el acierto de partir después para España (no consta la fecha), quizá huyendo del espanto de las guerras civiles. Como otros muchos, se vio envuelto en espinosos asuntos económicos. En una Cédula Real del año 1545 (la de la imagen), que lo sitúa como vecino de la villa de Madrigal de las Altas Torres, se le exige que “pague a Jerónimo de Aliaga, escribano de la Audiencia del Perú, o a quien su poder tuviere, las joyas que por encargo de este trajo del Perú”. En otra posterior, se le indica que Aliaga no quiere el dinero para él, sino para su madre, por lo que deberá pagárselo a ella. En 1552 (seguía viviendo en Madrigal), el Rey le pide que presente una escritura otorgada por Diego de Almagro  en defensa de los derechos de sus hijas (dato llamativo porque los historiadores suelen hablar únicamente de sus hijos Diego e Isabel). Buscando más referencias sobre Diego Núñez de Mercado, encuentro algo curioso (y agradable). En San Bernardo, un distrito de Santiago de Chile, han dedicado todas las calles de un barrio a nombres de los principales españoles que descubrieron o administraron las tierras chilenas. Esta es una pequeña muestra: Pedro de la Gasca, Blasco Núñez Vela, Pedro de Valdivia, Bartolomé Díaz, Juan de Guzmán, Juan de Saavedra, Gabriel de Rojas, Francisco Noguerol de Ulloa, Lorenzo de Aldana, DIEGO NÚÑEZ DE MERCADO… (De algunos ya había hablado anteriormente).