martes, 1 de enero de 2019

(Día 716) Gaspar de Espinosa queda desmoralizado ante la terquedad de Almagro. Pedro de Candía se pasa al bando de Almagro. La guerra civil es inminente, pero los hombres de Almagro se ocupan también de frenar las escaramuzas de Manco Inca.


     (306) El florido discurso no le movió ni un milímetro a Almagro de su posición. Hasta aludió a que esas cosas tenía que decírselas a Pizarro: “Almagro le dijo: ‘Eso quisiera yo, licenciado, que le hubierais dicho vos al Gobernador Pizarro antes de que vinieseis acá, pues sabed que, comenzando su gobernación desde el río de Santiago (algo más lejos que Quito), no puede alargar el término que tiene señalado (doscientas setenta leguas) hasta el Cuzco, y ni siquiera llegar a Lima, para que, contentándose con lo suyo, me dejara libremente lo que a mí el Rey me ha dado, lo que he de tener yo o perder la vida’. El licenciado Espinosa le dijo: ‘Pues bien: ¿sabéis qué pienso de este negocio?, que el vencido, vencido, y el vencedor, perdido’. Y así, yéndose a su posada, le dio un mal súbito que le causó la muerte, como adelante diremos”. Total que el veterano y lúcido Gaspar de Espinosa, se fue de este mundo sabiendo con toda certeza lo que iba a ocurrir: hubo un vencedor que acabó tan trágicamente como el vencido.
     Almagro se reunió de nuevo con sus capitanes y con un Diego de Alvarado incansable en su moderación, todo lo contrario del previsible Rodrigo Orgóñez, que será el polo puesto: “Trataron sobe lo mejor que se podría hacer, porque Pizarro juntaría gran pujanza de gente, y, puesto que podría venir contra ellos sin mucha dificultad, sería acertado salir con brevedad del Cuzco e caminar hacia Lima. Orgóñez seguía dando por consejo que matasen a Hernando y Gonzalo Pizarro. Diego de Alvarado y Vasco de Guevara hablaron en su favor para que no muriesen. Y  no se trató después otra cosa sino en preparar las armas y hacer pólvora, lo cual encargaron a Pedro de Candía, y se decidió que, antes de que saliesen del Cuzco, había de ir Orgóñez a desbaratar a Manco Inca para que no volviese a poner cerco sobre la ciudad del Cuzco”.
     Vemos, pues, ahora que Almagro no solo ocupó el Cuzco, sino que, considerándolo legítimamente suyo, también se encargó de enfrentarse al peligro de Manco Inca, quien, a pesar de haber asegurado que se retiraba a las montañas de Vilcabamba sin intención de pelear, lo seguía haciendo mediante escaramuzas de indios a su servicio. Había que neutralizar ese problema. Y, sorprendentemente, Cieza nos muestra a Pedro de Candía colaborando con Almagro. Aunque, a veces, los cronistas lo presentan como un hombre fanfarrón, el que también Pizarro hubiese escogido antes a Candía para misiones muy delicadas muestra que confiaba en su gran valía personal. Incluso Cieza critica en él cierta falta de autoridad sobre sus soldados, pero todo indica que su habilidad negociadora era importante. No pudo ser un brillante capitán que lograra grandes conquistas al frente de un ejército, y solamente dirigió una campaña, en la que anduvo por tierras chilenas en condiciones muy adversas, fracasando en el intento. Si, como nos cuenta Cieza, Almagro le dio el mando de la artillería tras abandonar a los pizarristas, fue por su gran destreza en el cargo, adquirida en las guerras europeas. Con ese prestigio llegó a las Indias  en 1526, año en el que conoció a Almagro y a Pizarro, entonces incondicionales amigos, y ahora enfrentados a vida o  muerte. 


     (Imagen) Ya sabemos que PEDRO DE CANDÍA tuvo mucho protagonismo al lado de PIZARRO. Fue uno de “los trece de la fama”. Él hizo el disparo de artillería que era la señal para que los españoles salieran a apresar a Atahualpa. Acompañó en 1528 a Pizarro durante su viaje a España para ayudarle a conseguir que  el Emperador le concediera la gobernación de las tierras descubiertas en Perú. Tomado el Cuzco, Pizarro nombró a Pedro de Candía alcalde de la ciudad. Sintonía a tope. Pero el destino de Candía va a estar marcado por las ambigüedades. A veces almagrista y a veces pizarrista, los historiadores suelen confundir los tiempos. Cieza, en su comentario, tampoco entra en detalles. Fue en el Cuzco donde se puso al servicio de Almagro, pero pronto veremos que, en la batalla de las Salinas, se pasó a las tropas de Hernando Pizarro. Derrotado y muerto Almagro, Pedro de Candía, con permiso de Hernando Pizarro, encabezó una durísima expedición a la andina zona de Ambaya. Resultó un fracaso y a su vuelta estuvo a punto de ser ejecutado por Hernando Pizarro, que no se fiaba de su lealtad. En cuanto pudo, el maltratado Candía se alió de nuevo con los almagristas. En la batalla de Chupas, Almagro el Mozo sospechó que Pedro de Candía erraba el tiro de la artillería a propósito con intención de favorecer a las tropas leales al Rey. Fue adonde él, lo llamó traidor, y con la mayor saña, lo mató a lanzadas, cerrando así la increíble biografía de un hombre algo excéntrico, pero absolutamente extraordinario, aunque no es cierto que llegara a visitar al gran emperador Huayna Cápac (padre de Atahualpa), a pesar de que Poma de Ayala dibujó la escena (la de la imagen).



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