(306) El florido discurso no le movió ni
un milímetro a Almagro de su posición. Hasta aludió a que esas cosas tenía que
decírselas a Pizarro: “Almagro le dijo: ‘Eso quisiera yo, licenciado, que le
hubierais dicho vos al Gobernador Pizarro antes de que vinieseis acá, pues
sabed que, comenzando su gobernación desde el río de Santiago (algo más lejos que Quito), no puede
alargar el término que tiene señalado (doscientas
setenta leguas) hasta el Cuzco, y ni siquiera llegar a Lima, para que,
contentándose con lo suyo, me dejara libremente lo que a mí el Rey me ha dado,
lo que he de tener yo o perder la vida’. El licenciado Espinosa le dijo: ‘Pues
bien: ¿sabéis qué pienso de este negocio?, que el vencido, vencido, y el
vencedor, perdido’. Y así, yéndose a su posada, le dio un mal súbito que le
causó la muerte, como adelante diremos”. Total que el veterano y lúcido Gaspar
de Espinosa, se fue de este mundo sabiendo con toda certeza lo que iba a
ocurrir: hubo un vencedor que acabó tan trágicamente como el vencido.
Almagro se reunió de nuevo con sus
capitanes y con un Diego de Alvarado incansable en su moderación, todo lo
contrario del previsible Rodrigo Orgóñez, que será el polo puesto: “Trataron
sobe lo mejor que se podría hacer, porque Pizarro juntaría gran pujanza de
gente, y, puesto que podría venir contra ellos sin mucha dificultad, sería acertado
salir con brevedad del Cuzco e caminar hacia Lima. Orgóñez seguía dando por
consejo que matasen a Hernando y Gonzalo Pizarro. Diego de Alvarado y Vasco de
Guevara hablaron en su favor para que no muriesen. Y no se trató después otra cosa sino en
preparar las armas y hacer pólvora, lo cual encargaron a Pedro de Candía, y se
decidió que, antes de que saliesen del Cuzco, había de ir Orgóñez a desbaratar
a Manco Inca para que no volviese a poner cerco sobre la ciudad del Cuzco”.
Vemos, pues, ahora que Almagro no solo
ocupó el Cuzco, sino que, considerándolo legítimamente suyo, también se encargó
de enfrentarse al peligro de Manco Inca, quien, a pesar de haber asegurado que
se retiraba a las montañas de Vilcabamba sin intención de pelear, lo seguía
haciendo mediante escaramuzas de indios a su servicio. Había que neutralizar
ese problema. Y, sorprendentemente, Cieza nos muestra a Pedro de Candía
colaborando con Almagro. Aunque, a veces, los cronistas lo presentan como un
hombre fanfarrón, el que también Pizarro hubiese escogido antes a Candía para
misiones muy delicadas muestra que confiaba en su gran valía personal. Incluso
Cieza critica en él cierta falta de autoridad sobre sus soldados, pero todo
indica que su habilidad negociadora era importante. No pudo ser un brillante
capitán que lograra grandes conquistas al frente de un ejército, y solamente dirigió
una campaña, en la que anduvo por tierras chilenas en condiciones muy adversas,
fracasando en el intento. Si, como nos cuenta Cieza, Almagro le dio el mando de
la artillería tras abandonar a los pizarristas, fue por su gran destreza en el
cargo, adquirida en las guerras europeas. Con ese prestigio llegó a las
Indias en 1526, año en el que conoció a Almagro
y a Pizarro, entonces incondicionales amigos, y ahora enfrentados a vida o muerte.
(Imagen) Ya sabemos que PEDRO DE CANDÍA
tuvo mucho protagonismo al lado de PIZARRO. Fue uno de “los trece de la fama”.
Él hizo el disparo de artillería que era la señal para que los españoles
salieran a apresar a Atahualpa. Acompañó en 1528 a Pizarro durante su viaje a
España para ayudarle a conseguir que el
Emperador le concediera la gobernación de las tierras descubiertas en Perú. Tomado
el Cuzco, Pizarro nombró a Pedro de Candía alcalde de la ciudad. Sintonía a
tope. Pero el destino de Candía va a estar marcado por las ambigüedades. A
veces almagrista y a veces pizarrista, los historiadores suelen confundir los
tiempos. Cieza, en su comentario, tampoco entra en detalles. Fue en el Cuzco
donde se puso al servicio de Almagro, pero pronto veremos que, en la batalla de
las Salinas, se pasó a las tropas de Hernando Pizarro. Derrotado y muerto
Almagro, Pedro de Candía, con permiso de Hernando Pizarro, encabezó una
durísima expedición a la andina zona de Ambaya. Resultó un fracaso y a su
vuelta estuvo a punto de ser ejecutado por Hernando Pizarro, que no se fiaba de
su lealtad. En cuanto pudo, el maltratado Candía se alió de nuevo con los
almagristas. En la batalla de Chupas, Almagro el Mozo sospechó que Pedro de
Candía erraba el tiro de la artillería a propósito con intención de favorecer a
las tropas leales al Rey. Fue adonde él, lo llamó traidor, y con la mayor saña,
lo mató a lanzadas, cerrando así la increíble biografía de un hombre algo
excéntrico, pero absolutamente extraordinario, aunque no es cierto que llegara
a visitar al gran emperador Huayna Cápac (padre de Atahualpa), a pesar de que
Poma de Ayala dibujó la escena (la de la imagen).
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