(322) Comenta Cieza: “Esta, pues, fue la
provisión del Rey, e si los dos gobernadores no salieran de lo que Su Majestad
por ella mandaba, no hubiera entre ellos los debates y batallas que hubo. Mas
los gobernadores, como no les cuadren las provisiones por no venir a su favor,
siempre les ponen inconvenientes e buscan colores tan falsos, que, tratando en
ello hombres sabios, pronto ven su malicia. Y creed una cosa: era tanta la ambición de mandar que tenían estos gobernadores,
y con tanto ahínco pretendía cada uno el gobierno del Cuzco, que poco se
necesitó para que mostraran sus verdaderas intenciones; cada uno de ellos,
aunque preguntaba a los pilotos si el Cuzco caía en los términos de su
gobernación, se hacía luego juez de la cuestión”. Como ya dije antes, sigo sin
ver por ninguna parte que, según opina algún historiador, Cieza tenga tendencia
a inclinarse a favor de Pizarro. No se muerde la lengua, y, aunque quizá
apreciara más al trujillano, deja claro que él y Almagro fueron igualmente
responsables del desastre. Y la fatalidad echó también ‘una manita’, porque,
aun midiendo directamente por el meridiano, resultaba discutible si el Cuzco
estaba situado dentro de las leguas concedidas a Pizarro, o ya en el territorio
de Almagro. El gran ‘pecado’ de Almagro fue dar por hecho que el Cuzco le
pertenecía a él, sin estar seguro de ello, y cometer la insensatez de
apoderarse por las armas de la ciudad, que ya había sido tomada por Pizarro.
Francisco Pizarro seguía a la espera en
Lima sabiendo que Almagro se acercaba, y los dos estaban pendientes de lo que
los ‘terceros’ de ambos bandos dictaminaran sobre los límites de las
gobernaciones, llenos de dudas e inquietudes y sin fiarse el uno de otro.
Tensión al máximo. Para que no surgieran sorpresas peligrosas, Pizarro envió en
avanzadilla un pequeño grupo de hombres: “Mandó a un Alonso Álvarez que, con
treinta de a caballo, estuviese en el valle de Mala para que no dejase pasar
ninguna carta si vecinos de Lima se las enviaran a Almagro. E asimismo le mandó
que, si viniesen mensajeros de la parte de Almagro, no los dejasen pasar hasta
haberles visto los despachos que traían, e que pronto le comunicaran el contenido”.
Ya partidos, tuvieron un incidente serio
(y algo chusco) con los dos que se dirigían a Lima para actuar como mediadores
en representación de Almagro. Segú Cieza, la parte cómica la protagoniza el
peculiar Don Alonso Enríquez: “Alonso Álvarez y sus hombres se encontraron con
D. Alonso Enríquez, el contador Juan de Guzmán y los demás que los acompañaban
cuando iban a la ciudad de los Reyes por mandato de Almagro. Al verse los unos
a los otros, se hablaron cortésmente, y el contador Juan de Guzmán les dijo:
‘¿Qué venida es esta, señores, por acá?’.
Respondió Alonso Álvarez: ‘A recibiros salimos cuando supimos de vuestra
venida’. D. Alonso Enríquez no se había alegrado nada al verlos, y se demudó
creyendo que los habían de matar; el contador Juan de Guzmán, al verlo así, le
dijo: ‘Avivad ese rostro, que parece que vais muerto; no mostréis flaqueza”. (Sigue)
(Imagen) A lo largo de estos relatos, he
venido subrayando la multifacética y excepcional valía de FRAY TOMAS DE
BERLANGA, un hombre digno de una extensa biografía (que no creo que exista). Ya
dije que volvió definitivamente de las Indias a su pueblo natal, Berlanga, el
año 1544. La razón oficial fue que se encontraba enfermo, pero también es
posible que huyera como de la peste, harto ya del terrible drama de las guerras
civiles (se estaba ‘cociendo’ la rebelión de Gonzalo Pizarro). Hay un documento
(el de la imagen) en el que se constata que se negaba a volver a las Indias
poniendo como excusa su enfermedad. Resumo el texto: El Consejo de Indias le
dice al Rey que hará un año que fray Tomás “vino (a España) a causa de estar muy enfermo, y, aunque ha sido
amonestado por este Consejo para que vuelva a su iglesia, ha respondido que no
tiene salud para ello. Tenemos por inconveniente compelerle a que torne tal
como está y por ser muy mayor”. Pero les parece que no conviene que lo
sustituya un simple coadjutor, pues crearía un mal precedente y proponen una
solución. “Considerando que este es un buen religioso que ha servido treinta
años en las Indias, como fraile y como obispo, (proponemos) que Vuestra Majestad le haga una honesta sustentación
por los días de su vida, pues, según su vejez y enfermedad, parece que no será
muy larga, de hasta doscientos mil maravedís cada año, y que con esto él
renuncie a su obispado”. El obispo se quedó en Berlanga, vivió seis años más, y
tuvo aún energía para fundar allí un monasterio.
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