(323) Continúa Cieza: “E respondiole D.
Alonso Enríquez: ‘me han de matar de aquí a media hora, ¿y queréis que me
alegre?’. Llegaron a los aposentos de Mala, e los chilenos (Cieza suele llamar así a los partidarios de
Almagro) bien sospechaban que los querían prender. Vieron que los cercaron
por todos los lados para que no se pudiesen apartar, y Alonso Álvarez les dijo:
‘señores, dejad las armas’; Diego Núñez de Mercado respondió: ‘¿por qué causa
hemos de dejarlas?; no lo tenemos en voluntad, e por mí digo, no llevaréis de
mis manos las mías, pues antes se las entregaré a un negro’. D. Alonso Enríquez
y D. Juan de Guzmán, viendo que de nada servía no querer entregarlas,
volviéndose al alcalde Mercado, le dijeron que les diese las armas, pues el
Gobernador Pizarro así lo mandaba, e que, siendo ellos cinco, mal se podrían
defender de treinta, e con sus propias manos las arrojaron a una
caballeriza”.
Después, tal y como Pizarro le había
ordenado, Álvarez les requisó toda la documentación, incluso la oficial que
Almagro le enviaba al Rey. Les preguntó si traían algún despacho, y Juan de
Guzmán, que era quien los tenía, le dijo que él no se los iba a dar
voluntariamente porque venían entre ellos cartas para el Emperador, añadiendo:
“Están en aquel cofre, y, pues decís que vuestro Gobernador os lo manda,
tomadlos e haced de ellos lo que por bien tuviereis”. Pues, dicho y hecho:
“Alonso Álvarez le quitó la cerradura al cofre, y sacó todos los despachos que
en él estaban. Juan de Guzmán, vuelto para el escribano Silva, le dijo: ‘Dadme
por testimonio lo que ha pasado, para que Su Majestad sepa la fuerza que se nos
ha hecho”. Pero no quedó ahí la cosa. Alonso Álvarez les dijo que Pizarro le
había dado orden de retenerles el oro que llevaran sin marcar, para marcarlo
oficialmente y reservar la parte que le correspondía a la Corona (el llamado quinto
real). Luego se vio que sus intenciones no eran tan honradas: “Juan de Guzmán
sacó luego unos tejuelos y un vaso, todo de oro, marcados e quintados, e le
dijo: ‘este es el oro que traemos, vedlo y conoceréis que ya está marcado’.
Alonso Hernández le contestó: ‘no me acordaba que también me mandó el
Gobernador que lleve lo marcado y lo por marcar’. Le respondió Juan de Guzmán:
‘en eso claramente mostráis estar aquí para robar”.
La cruda y legítima respuesta de Guzmán
provocó un incidente en el que Don Alonso Enríquez de Guzmán mostró una vez más
su peculiar carácter variopinto, donde cabían la cultura, el valor, la picardía
y el más descarado oportunismo. Hasta en medio del peligro se permitía alguna
reacción cómica: “Le replicó a Juan de Guzmán uno llamado Cristóbal Pizarro:
‘vosotros sois los que robáis, y no nosotros’. D. Alonso Enríquez, viendo que
Cristóbal Pizarro se desmandaba con ellos, le dijo: “Mirad con quién habláis,
que ese es el Contador Juan de Guzmán’. E respondió el Pizarro: ‘Bien os conozco
a él e a vos, e juro a Dios que, si más habláis, una cuchillada le dé por la
cara a él, y otra a vos’. Don Alonso Enríquez, huyendo por la puerta de los
aposentos, le dijo: ‘Dádsela a él, que a mí no me la daréis’. Alonso Hernández
mandó al Cristóbal Pizarro que callase, y envió después los despachos que les
habían tomado al Gobernador Don Francisco Pizarro”.
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