sábado, 26 de enero de 2019

(Día 738) Cieza subraya que ni Pizarro ni Almagro pensaban conformarse con perder el Cuzco, por lo cual, la sentencia de Bobadilla no iba a poder evitar la guerra. Llenos de sospechas e inquietudes, los dos estaba reforzando al máximo sus ejércitos.


     (328) El documento, que Cieza copia palabra por palabra, tiene siete páginas. Lo que he recogido es lo esencial. Todo lo demás es un larguísimo relleno de repeticiones solemnes con ampulosas afirmaciones de que solo querían paz  y concordia como viejos amigos. Seguro que se acordaban bien de aquel otro compromiso que hicieron en el Cuzco cuatro años antes, jurándose amistad eterna y poniendo nada menos que a Dios por testigo de ello, a quien le pedían la condenación eterna (literalmente) para quien no lo respetara. Actuó como secretario (que lo era de Pizarro) Domingo de la Presa, quien le ‘fabricaba’ la firma al analfabeto Pizarro, cosa que disimuló. Al grandísimo Pizarro siempre le resultó humillante esa limitación, y hasta tuvo algún intento de superarla, pero ya era demasiado tarde, y necesitaba todo su tiempo para hacer historia con mayúsculas. Así redactó Presa el final del documento: “Su Señoría e los testigos que fueron presentes lo firmaron. Francisco Pizarro. D. Alonso Enríquez. Diego Núñez de Mercado. Juan de Guzmán. Bartolomé de Segovia. Juan de Turuégano. Manuel de Espinar. Pasó ante mí, Domingo de la Presa”.
     Como no estuvo presente en tan solemne acto el padre Bobadilla, fue hasta Mala, donde se encontraba el secretario Domingo de la Presa para entregarle el importantísimo poder que le habían otorgado Pizarro y Almagro. Bobadilla había aceptado con entusiasmo la misión que le encomendaban, pero nada va a impedir que el incendio fratricida siga creciendo vorazmente. El fraile saldrá más tarde chasqueado, y se volverá definitivamente a la diócesis de Panamá. Cieza nos muestra la cruda realidad: “Pero eso no impidió que los gobernadores siguiesen teniendo gran cuidado en preparar sus armas y engrosar sus ejércitos. Ninguno de los dos tenía puesta la esperanza en la sentencia que había de dar el provincial Bobadilla si fuera en su perjuicio, e pensaban asentarla en la crueldad de la guerra, lanzando a su enemigo de la provincia, y ocupándola el que quedase superior”. De nuevo, el mayor aprecio que Cieza tenía a Pizarro no le impide ser objetivo en sus juicios: “Y aunque peor inclinación tenía este pensamiento en Don Francisco Pizarro por haber sido él quien pobló el Cuzco, no osaba dar lugar a que se viera claramente hasta ver si podría sacar de la prisión donde estaba a su hermano Hernando Pizarro”.
     La desconfianza mutua era total: “Almagro, creyendo que el Gobernador Pizarro querría salir pronto de la Ciudad de los Reyes, amonestaba a sus capitanes y a su gente de guerra que estuviesen preparados para que la venida de D. Francisco Pizarro no les causase alguna turbación o alboroto”. En otra muestra de nerviosismo, también Almagro exigió que figurara, además de Domingo de la Presa como secretario de Pizarro en las decisiones legales que se tomaran, su propio escribano, Alonso de Silva. Estuvo conforme fray Francisco de Bobadilla. La decisión la iba a tomar en la población de Mala. Hay veces en las que Cieza se mantiene estrictamente objetivo en sus comentarios. Y otras en las que, después de decir que no sabe cuál es la verdad de un asunto, hace una ligera insinuación de lo que cree él más probable.

     (Imagen) De los seis testigos que firmaron el documento que confió a Fray Francisco de Bobadilla dictaminar sobre el conflicto entre Pizarro y Almagro, solo nos queda por comentar uno  de ellos: BATOLOMÉ DE SEGOVIA, un clérigo secular. Había llegado con Diego de Almagro a la campaña de Perú el año 1532 y siempre le fue fiel. Apenas aparecen datos sobre sus andanzas, pero hay uno muy importante. Hoy se sabe que fue el autor de una breve crónica tenida durante siglos como anónima y titulada “Conquista y fundación del Perú. Fundación de algunos pueblos”. El texto tiene mucho de denuncia sobre los abusos que se cometieron contra los indios, lo que hizo que fray Bartolomé de las Casas lo utilizara con gusto para su propia obra. Quien ha despejado el misterio sobre su autoría ha sido la investigadora Pilar Rosselló de Moya. Lo ha fundamentado basándose en que se sabe que el autor fue un clérigo testigo de todos los hechos (incluso los sucedidos en Chile), algo que solo pudo contemplar Bartolomé de Segovia, quedando así descartado Cristóbal de Molina, el otro clérigo que también iba con la tropa de Almagro pero incorporado más tarde. De esta manera, Bartolomé de Segovia pasa, de ser un hombre casi olvidado, a recuperar un notable protagonismo con su crónica, muy accesible porque está digitalizada en los archivos de PARES. Ya desde la primera página (la de la imagen) empieza Bartolomé con su dura crítica a los métodos de la conquista. Quizá por eso ocultó quién era el autor.



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