(317) En la mente profundamente cristiana
de Cieza todo tenía un sentido: “Llegados al valle de Nasca, maltrataron a los
indios, los cuales, por los pecados de sus padres y los suyos, merecían el
castigo que por las manos de los españoles, permitiéndolo Dios Nuestro Señor,
les ha venido”. Da a entender que, más que un maltrato intencionado y sádico
por parte de los españoles, lo que había era una utilización de los indios sin
que les preocupara lo que fuera de ellos: “No había marchado un ejército de
españoles, cuando ya venía otro, y, si unos tenían poco temor de Dios e no
tenían caridad para remediar que no fuesen muertos tantos millares de indios,
los otros tenían menos, porque los capitanes de Pizarro eran tan remisos que no
lo estorbaban, ni se molestaban en impedir tantos daños como se hacían. Y Almagro
y los suyos no llevaban otra intención más que la de conseguir su deseo y tener
la gobernación”. Parece ser que, aunque hubo abusos siempre, el ambiente casi
anárquico que se produjo durante las guerras civiles trajo también pésimas
consecuencias para los indios. En tiempos anteriores, Pizarro cuidó mucho el
respeto a los nativos, castigando incluso con pena de muerte algún tipo de
abuso.
Quienes recibían un buen trato eran los
indios amigos que luchaban al lado de los españoles. Los demás estaban
expuestos a la llegada de tropas que arrasaban con sus provisiones, e incluso a
ser forzados a ir como porteadores en las duras expediciones: “En Nasca Almagro
mandó asentar su real, y allí los españoles se proveían a su voluntad a costa
de los pobres indios, a quienes harto temor causaba ver que, estando ellos
pacíficos, los cristianos los tratasen con tanta inhumanidad. E de los indios
que habían venido de la sierra con el oro del Rey y el resto del bagaje,
quedaron algunos muertos por los caminos, y otros tan lastimados de los pies,
que no los pudieron aprovechar mientras vivieron”.
Cuando ya Almagro iba a partir de Nasca,
se le amargó la salida: “Le vino la noticia de que en el Cuzco se habían liberado Gonzalo Pizarro y Alonso de
Alvarado. Cuando lo supo, recibió muy gran enojo, y más por la gente que se
habían llevado, e pesole por no haberles cortado las cabezas. Rodrigo Orgóñez
le decía que debía matar ya a Hernando Pizarro, y Almagro ciertamente estaba
tan enojado que, si no fuera por la intercesión de Diego de Alvarado, habría
muerto Hernando Pizarro aquella vez”.
A la hora de establecer una nueva
población, Almagro se apoyaba complacido en las justificaciones lisonjeras de
sus hombres: “Algunos a los que había consultado le decían que los términos de
su gobernación llegaban hasta el valle de Lima, otros que hasta la ciudad de
Trujillo, y otros que no pasaba de Mala. Muchos de los que están en aquellas
tierras miran tan mal lo que conviene a sus conciencias, que, como un
gobernador quiera demostrar sus derechos, hallará tantos testigos unánimes, que
no habrá ninguno que no diga, si pregunta,
que tiene la razón de su parte”.
(Imagen) Vuelve a librarse HERNANDO
PIZARRO de ser ejecutado. Y esta vez casi de milagro, porque la rabia de
Almagro tuvo que ser difícil de controlar al saber que Gonzalo Pizarro, Alonso
de Alvarado y los demás presos se habían escapado. Pero se diría que cortarle
la cabeza a Hernando Pizarro superaba el horror que podía digerir. No es de
extrañar que, cuando Hernando Pizarro, demostrando tener más estómago y más
vileza, lo condenó a él a muerte, le echara en cara Almagro que muchas veces le
había perdonado a él la vida durante los seis meses en que lo tuvo preso. Al
llegar a España, pagó Hernando Pizarro con más de veinte años de cárcel su
crueldad. Además, lo abrasaron a pleitos de todo tipo, por asuntos económicos y
por hacerle responsable de muchas muertes. Hasta él pleiteaba a diestro y
siniestro. En 1553, tuvo uno pintoresco, con este enunciado: “Diego Martín,
clérigo, residente en el Cuzco, demanda al Comendador de la Orden de Santiago
Hernando Pizarro sobre el cobro de
cierta deuda que pedía por el tiempo que estuvo sirviendo a dicho Comendador
como capellán y mayordomo”. Ya lo tenía como capellán antes de ir a las Indias,
cosa que aquietaba las conciencias y daba cierto tono social; luego, en un
extraño regate, lo llevó a Perú para servirle como mayordomo. Incluso tan tarde
como el año 1564, seguía Hernando en la cárcel y pleiteando, esta vez contra
Arias Maldonado, un español que estaba aprovechando en Perú una hacienda que se
le había requisado a Hernando Pizarro. La imagen muestra el inicio del
expediente judicial.
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