(314) El alguacil del los turnos de
noche, que era amigo suyo, estuvo de acuerdo en poner durante las guardias
nocturnas a soldados que no los delataran mientras horadaban la pared: “Jara y
Cueto pudieron presto juntar dieciséis que querían ayudar, y, viendo que aquel
negocio era importante y requería ser bien llevado, decidieron hacérselo saber
a Lorenzo de Aldana (lo que quiere decir que daban por cierto que
el capitán Aldana tenía ya deseos de traicionar a Almagro). Llegaron a su
posada y, en muy gran secreto, le dieron parte de lo que pasaba. Lorenzo de
Aldana creía que se burlaban, mas se lo afirmaron con tantos juramentos, que
les creyó, e, tomando sus armas, se fue con ellos a la posada (no a la prisión) de Gonzalo Pizarro,
donde se habían juntado catorce. Viendo Lorenzo de Aldana que era necesario evitar que cortasen el puente
de Apurima, para impedir que, cuando supiera Almagro que se habían escapado los
capitanes, enviase gente contra ellos que los prendiese por no poder atravesar
el río, mandó a dos de los juntados que fuesen a guardar el puente y evitasen también
que pasase alguien con algún aviso”.
La versión de Pedro Pizarro es menos
detallada, y le da a Aldana un protagonismo inicial y principal en la liberación
de los presos (uno de los beneficiados fue el propio Pedro): “Sintiendo mucho
lo que le había dicho Almagro, Lorenzo de Aldana se quedó en el Cuzco, de lo
que Almagro saldría perjudicado, pues, algunos días después de que partiera,
habló secretamente con amigos que tenía en la ciudad, y con algunos que veía que estaban agraviados
por la entrada que en ella había hecho Almagro, pidiéndoles que le ayudasen a
soltar a los presos. Después de tener ganadas algunas voluntades, mandó cartas
a Gonzalo Pizarro y Alonso de Alvarado,
y, ya concertados, ordenó que se encargaran de la guarda nocturna de los presos
los amigos con los que había hablado, y fue así como, velando estos, abrieron
dos ventanas de la prisión que daban a la plaza, por las que salieron los
presos, juntándose con los amigos que les esperaban, que eran más de cincuenta.
Tomaron algunos caballos y algunas armas, y prendieron al capitán Gabriel de Rojas.
Se dieron luego toda prisa para que no le llegase la noticia a Almagro antes de
que ellos le tomaran la delantera. Gonzalo Pizarro, Alvarado y los demás que
con ellos íbamos (se incluye Pedro
Pizarro en el grupo) tomamos un camino por la tierra adentro hasta llegar a
Lima, y, con nuestra llegada, el Marqués Don Francisco Pizarro recibió grande alegría”.
Total que a Almagro le costó caro el desaire que había hecho a Lorenzo de
Aldana: perdió un magnífico capitán y lo ganó Pizarro, habiendo, además,
facilitado la fuga de los valiosos presos.
Pero sigamos la misma peripecia a través del texto de Cieza. Ya en franca
rebeldía contra Almagro, Lorenzo de Aldana, como importante capitán, se hizo
cargo de la estrategia. Su vida, intensísima en el pasado, será en lo sucesivo una
apasionante novela de fidelidades y traiciones, con la excepcional habilidad de
conservarse vivo y poderoso hasta el año 1571, atravesando, entre otros riesgos
extremos, las terribles guerras civiles.
(Imagen) Va a ser esta la cuarta imagen
dedicada a GABRIEL DE ROJAS, porque creo que es oportuno ampliar datos sobre
las figuras de relieve a medida que aparecen sus nombres en las crónicas. Al
ser derrotado en la batalla de las Salinas, Pizarro no quiso ejecutarlo,
reconociendo que había puesto siempre la paz por encima de sus ambiciones. Muerto
Pizarro, se vio obligado también a luchar en el bando rebelde de Gonzalo
Pizarro, pero se pasó a las tropas del Rey en cuanto pudo. Una flecha india
envenenada acabó con su vida en 1549. Cuando el gran Pedro de la Gasca le envió
la noticia al Rey, escribió que Rojas “era el más entero vasallo e celoso
del servicio de Su Majestad que en estas tierras he conocido”. La familia
de los Rojas fue una de las más ilustres de Cuéllar. El primero que llegó a
esta población fue el cordobés Gómez de Rojas. Era sobrino del gran capitán
Gonzalo Fernández de Córdoba. Casi todos sus hijos buscaron la riqueza y la
gloria en las Indias, destacando especialmente Gabriel. Ya comenté que se
mostró muy generoso con sus paisanos de Cuéllar, y lo prueba un
documento del año 1550 en el que el Rey ordena a la Audiencia de Lima “que se
traigan a la Casa de la Contratación de Sevilla los bienes que quedaron a la
muerte del capitán Gabriel de Rojas, a petición de la villa de Cuéllar, pues
dejó en su testamento 28.800 ducados (equivalentes
a unos 112 kilos de oro) para cierta capellanía del Hospital de la
Magdalena, cuya renta habría de repartirse a perpetuidad entre los pobres de
esa villa”. Tuvo un hijo natural al que sin duda quiso mucho, puesto que le
puso el nombre de su padre, Gómez de Rojas, y le reservó el grueso de su
herencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario