(326) Una vez más, Almagro llamó a
consulta a sus hombres principales, y, ¡oh, sorpresa!, van a dar un nuevo
enfoque al método de las negociaciones. Indecisiones, ases escondidos en la
manga, maniobras absurdas… Todo el proceso que llevará a la guerra está empedrado
de torpes intentos de salir del laberinto por caminos imposibles: “A sus
consejeros les pareció que poner aquella cosa en manos de terceros sería
alargar su final, y después no hacer nada; que mejor sería elegir un juez
árbitro para que este tal pudiese sentenciar el negocio, y obligar con el poder
que le diesen a que se cumpliese lo que sentenciare”. Estaba la situación como
para encontrar un juez impoluto, imparcial y sin sombra de sospecha para asunto
tan peliagudo…
Pues a Almagro le pareció de perlas. Y
hasta cometió una asombrosa ingenuidad. Hizo redactar un documento oficial al
respecto, que Cieza recoge al pie de la letra (haré un extracto muy resumido), y le propuso a Pizarro que fuera
nombrado como juez de tema tan vital el padre Bobadilla. Sin duda era un hombre
de gran prestigio y amigo de los dos contendientes, pero hay que tener en
cuenta que él y Suárez de Carvajal acababan de llegar adonde Almagro como
emisarios de Pizarro, a quien incluso defendieron diciendo con mentiras que no
tuvo nada que ver en el mal trato a Enríquez y a Guzmán ni en la requisa de sus
documentos. Todo hace suponer que fue el propio Bobadilla quien les ‘vendió’ la
idea de un solo juez a los consejeros de Almagro. Enseguida veremos que D.
Alonso Enríquez de Guzmán, uno de los dos ‘terceros’ por parte de Almagro, en su
crónica, y sin pelos en la lengua (como
de costumbre), despelleja a
Bobadilla y asegura que ‘se metió de por medio’ (‘atravesose’, decía Manuel de
Espinar en su carta al Rey).
Como otras veces, Cieza, siempre tan
eficaz, consigue ver el documento original unos años después (se supone que en el cabildo de Lima).
Está fechado el día 19 de octubre de 1537. Almagro justifica su cambio de idea
por la urgencia de zanjar el asunto, y hace su declaración oficial ante
testigos con el siguiente argumento: “Habida cuenta de que, si hubiera
disconformidad entre los terceros, se seguirían grandes tardanzas de
tiempo, y, como esta tierra está llena
de españoles, no se podrían sustentar sin destrucción de todo el reino”. Ve,
pues, necesario que la decisión esté en manos de un solo juez. Y expone su
elección: “Nombra por tal juez al muy reverendo padre fray Francisco de
Bobadilla, provincial de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, por ser, como
es, celoso del servicio de Dios e de Su Majestad, e de buena vida e conciencia,
e letrado, e que tiene mucha experiencia en cosas de negocios, e que vino
nombrado por parte del Gobernador Don Francisco Pizarro para entender en la
hermandad e amistad que siempre tuvieron”. La versión de los hechos que, según
hemos visto en la imagen anterior, le envió el Tesorero Manuel de Espinar al
Rey sobre la actitud de fray Francisco de Bobadilla, da un dato clarificador.
No se le ocurrió la idea a Almagro, ni a sus hombres, sino que fue Bobadilla el
que le había convencido, haciéndole luego cometer el error fatal de confiar en
que el fraile le daría a él la razón en el conflicto. Hay otro detalle que lo
confirma todo: la tranquilidad del astuto Pizarro al aceptar el método de un
solo juez, un juez, además, con el que tenía un trato muy cercano.
(Imagen) DON ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN iba
ya a partir hacia España, donde disfrutó
lo suyo acusando procesalmente a su odiado Hernando Pizarro de la muerte de
Diego de Almagro. Llevaba consigo la carta que vimos en la imagen anterior. En
el trozo que muestro en la imagen de hoy, Manuel de Espinar, una vez más, lo
alaba sin medida ante el Rey. Quizá no supiera que Carlos V lo conocía de sobra
en todos sus aspectos, los buenos y los malos, y que nunca le hizo la menor
gracia que su hijo Felipe II, antes de ser rey, se encontrara muy a gusto en su
compañía. Una situación parecida a lo que Shakespeare narró sobre la relación
entre Falstaff y el príncipe Hal, aunque
Enríquez era mucho más valiente que el vividor inglés. En el texto, Espinar le
dice al Rey que el desventurado Don Diego de Almagro murió en la batalla “por
un mandamiento que Hernando Pizarro dio irregular, contra su regla y orden, de
hecho y contra derecho, porque el poder que nosotros le dimos (en el documento firmado) por parte de
Don Diego de Almagro, no fue para entender en cosas pasadas, sino de entonces
para adelante”. Le comunica luego al Rey que hay alguien que le dará en persona
más información: “De todo lo demás, le hablará Don Alonso Enríquez, y a Vuestra
Majestad suplico le dé entera creencia, porque es persona que todo lo sabe muy
bien, y de quien Vuestra Majestad se debería fiar, pues es hombre de casta
singular, fidedigno y leal a la Corona Real, y, de su condición, loa, según por
sus obras ha mostrado”.
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