lunes, 28 de enero de 2019

(Día 739): Cieza, aunque tiene sospechas de que Bobadilla estaba vendido a Pizarro, no se atreve a afirmarlo. Sin embargo, Don Alonso Enríquez de Guzmán lo hace rotundamente, y con su agresivo estilo.


     (329) Esta es una de las ocasiones en que Cieza no se atreve a afirmar algo contundentemente por miedo a faltar a la objetividad, aunque dice lo suficiente como para que supongamos que Bobadilla no jugaba limpio. Recordemos que Manuel de Espinar, muy amigo de Almagro, daba por hecho que Bobadilla solo buscaba el beneficio de Pizarro. Con esta diplomacia trató Cieza el asunto: “Muchas fueron las embajadas que fueron de una parte a otra (entre Pizarro y Almagro) y las cartas que al provincial Bobadilla le llegaron, y no eran de poca estima los ofrecimientos que los dos gobernadores le hicieron. Si los recibió, Dios lo sabe, que yo no juzgaré su intención, ni tampoco le querría poner culpa alguna sin información bastante; solo afirmaré que sé que su inclinación siempre fue desear agradar al Gobernador D. Francisco Pizarro. Llamando luego el provincial ante sí a los dos escribanos (Presa y Silva, uno de cada parte), mandó que los gobernadores, para que pudieran comparecer delante de él con seguridad, diesen como rehenes a quienes él señalase”. Lo que nos indica que ninguno de los dos se fiaba del otro, en un clima de alta tensión militar.
     Ya dije que todo hacía suponer que, si Almagro dejó de lado la idea, ya aceptada, de confiar la decisión sobre los límites de las gobernaciones en manos de dos representantes por cada bando, se debió a que fray Francisco de Bobadilla lo convenció para que le encargara a él solo la misión. Resulta gracioso el ‘cabreo’ con que lo confirma en su autobiografía Don Alonso Enríquez de Guzmán, tan apasionado amigo de sus amigos como enemigo de sus enemigos. Echa chispas y lo explica muy gráficamente: “Estaba puesto en las manos de nosotros cuatro (por parte de Almagro, Alonso Enríquez y Diego Núñez de Mercado; por parte de Pizarro, fray Juan de Olías y Francisco de Chaves) el partimiento de los límites de sus gobernaciones para evitar el conflicto entre ellas, que contenían dos mil cristianos, estando alzado Manco Inca, rey de Perú, cebado con cuatrocientos cristianos que habían matado, y mirando como un milano que espera la batalla para comer de nuestras carnes y matar al resto. Y entonces se entrometió un fraile, Francisco de Bobadilla, provincial de la orden de Nuestra Señora de la Merced. Y, como el diablo busca hábitos en casos arduos y de  mucha importancia para engañar a los hombres, se revistió en este. Y le dijo a don Diego de Almagro: ‘Muy espantado estoy de Vuestra Señoría por haber puesto vuestra honra, estado e intereses en manos de caballeros codiciosos, poniendo en tanto peligro lo que con tanto trabajo habéis ganado, teniendo en cuenta además que cuatro no pueden determinar este caso, porque dos dirán lo que conviene a su dueño, y los otros dos lo que conviene al suyo. Deberíais elegir entre ambos un juez en el que confiaseis los dos’. Respondió don Diego de Almagro queriendo cumplir con él con cortesías: ‘No hay ninguno que sea fiable como juez para ello, si no fuese Vuestra Paternidad, y no lo querrá ser’. Y le respondió: ‘Si en mis manos lo dejáis, yo juro por el hábito que recibí daros los límites por la cima del Boanco hacia Lima, hasta que venga el juez competente de su Majestad’. Holgó tanto don Diego de Almagro porque era lo que él deseaba, y creyó tanto el juramento, que nos envió enseguida a revocar el poder, y se lo dio a él”.

    (Imagen) Hubo conquistadores que fueron sensibles al sufrimiento de los indios, pero, en general, quienes tuvieron mayor compasión fueron los religiosos. En el caso de Cieza, veterano conquistador, era su firme fe cristiana la que le hacía apiadarse con frecuencia de ellos. Solo un clérigo podía haber escrito un relato tan implacablemente denunciador como el de BARTOLOMÉ DE SEGOVIA (nacido en Talavera de la Reina). Cuenta hechos que vivió, pero, fundamentalmente, su narración es una crítica contra el maltrato dado a los indios. Hay algo que tuvo que traumatizarlo profundamente en ese sentido. Cieza ya nos ha advertido repetidas veces de que las expediciones que ascendieron por los Andes fueron terribles para los españoles, pero mucho más para los indios que iban como porteadores, porque se les forzaba inhumanamente a seguir avanzando. Bartolomé de Segovia fue testigo de esa brutalidad  en  la travesía por la durísima cordillera cuando fue a Chile con la tropa de Diego de Almagro, al que, a pesar de su fidelidad, también lo criticó duramente. Quiso titular dramáticamente su informe como “Destrucción del Perú”, pero fue Bartolomé de las Casas el que, tras utilizar gran parte del texto, encontró acertada la hipérbole, se la apropió, y hasta la hizo más exagerada, dando a luz lo que se conoce como “Brevísima relación de la destrucción de las Indias”. Recordemos que Bartolomé de Segovia fue el clérigo que en 1535 partió la hostia consagrada entre los dos gobernadores como señal de una paz inquebrantable. De nada sirvió aquel acuerdo casi sacrílego. Hay constancia de que el reverendo aún vivía en Perú el año 1557.



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