(329) Esta es una de las ocasiones en que
Cieza no se atreve a afirmar algo contundentemente por miedo a faltar a la
objetividad, aunque dice lo suficiente como para que supongamos que Bobadilla
no jugaba limpio. Recordemos que Manuel de Espinar, muy amigo de Almagro, daba
por hecho que Bobadilla solo buscaba el beneficio de Pizarro. Con esta
diplomacia trató Cieza el asunto: “Muchas fueron las embajadas que fueron de
una parte a otra (entre Pizarro y Almagro)
y las cartas que al provincial Bobadilla le llegaron, y no eran de poca estima
los ofrecimientos que los dos gobernadores le hicieron. Si los recibió, Dios lo
sabe, que yo no juzgaré su intención, ni tampoco le querría poner culpa alguna
sin información bastante; solo afirmaré que sé que su inclinación siempre fue
desear agradar al Gobernador D. Francisco Pizarro. Llamando luego el provincial
ante sí a los dos escribanos (Presa y
Silva, uno de cada parte), mandó que los gobernadores, para que pudieran
comparecer delante de él con seguridad, diesen como rehenes a quienes él
señalase”. Lo que nos indica que ninguno de los dos se fiaba del otro, en un
clima de alta tensión militar.
Ya dije que todo hacía suponer que, si
Almagro dejó de lado la idea, ya aceptada, de confiar la decisión sobre los
límites de las gobernaciones en manos de dos representantes por cada bando, se
debió a que fray Francisco de Bobadilla lo convenció para que le encargara a él
solo la misión. Resulta gracioso el ‘cabreo’ con que lo confirma en su
autobiografía Don Alonso Enríquez de Guzmán, tan apasionado amigo de sus amigos
como enemigo de sus enemigos. Echa chispas y lo explica muy gráficamente:
“Estaba puesto en las manos de nosotros cuatro (por parte de Almagro, Alonso Enríquez y Diego Núñez de Mercado; por
parte de Pizarro, fray Juan de Olías y Francisco de Chaves) el partimiento
de los límites de sus gobernaciones para evitar el conflicto entre ellas, que
contenían dos mil cristianos, estando alzado Manco Inca, rey de Perú, cebado
con cuatrocientos cristianos que habían matado, y mirando como un milano que
espera la batalla para comer de nuestras carnes y matar al resto. Y entonces se
entrometió un fraile, Francisco de Bobadilla, provincial de la orden de Nuestra
Señora de la Merced. Y, como el diablo busca hábitos en casos arduos y de mucha importancia para engañar a los hombres,
se revistió en este. Y le dijo a don Diego de Almagro: ‘Muy espantado estoy de
Vuestra Señoría por haber puesto vuestra honra, estado e intereses en manos de
caballeros codiciosos, poniendo en tanto peligro lo que con tanto trabajo
habéis ganado, teniendo en cuenta además que cuatro no pueden determinar este
caso, porque dos dirán lo que conviene a su dueño, y los otros dos lo que
conviene al suyo. Deberíais elegir entre ambos un juez en el que confiaseis los
dos’. Respondió don Diego de Almagro queriendo cumplir con él con cortesías: ‘No
hay ninguno que sea fiable como juez para ello, si no fuese Vuestra Paternidad,
y no lo querrá ser’. Y le respondió: ‘Si en mis manos lo dejáis, yo juro por el
hábito que recibí daros los límites por la cima del Boanco hacia Lima, hasta
que venga el juez competente de su Majestad’. Holgó tanto don Diego de Almagro
porque era lo que él deseaba, y creyó tanto el juramento, que nos envió
enseguida a revocar el poder, y se lo dio a él”.
(Imagen) Hubo conquistadores que fueron
sensibles al sufrimiento de los indios, pero, en general, quienes tuvieron
mayor compasión fueron los religiosos. En el caso de Cieza, veterano
conquistador, era su firme fe cristiana la que le hacía apiadarse con
frecuencia de ellos. Solo un clérigo podía haber escrito un relato tan
implacablemente denunciador como el de BARTOLOMÉ DE SEGOVIA (nacido en Talavera
de la Reina). Cuenta hechos que vivió, pero, fundamentalmente, su narración es
una crítica contra el maltrato dado a los indios. Hay algo que tuvo que
traumatizarlo profundamente en ese sentido. Cieza ya nos ha advertido repetidas
veces de que las expediciones que ascendieron por los Andes fueron terribles
para los españoles, pero mucho más para los indios que iban como porteadores,
porque se les forzaba inhumanamente a seguir avanzando. Bartolomé de Segovia
fue testigo de esa brutalidad en la travesía por la durísima cordillera cuando
fue a Chile con la tropa de Diego de Almagro, al que, a pesar de su fidelidad, también
lo criticó duramente. Quiso titular dramáticamente su informe como “Destrucción
del Perú”, pero fue Bartolomé de las Casas el que, tras utilizar gran parte del
texto, encontró acertada la hipérbole, se la apropió, y hasta la hizo más
exagerada, dando a luz lo que se conoce como “Brevísima relación de la
destrucción de las Indias”. Recordemos que Bartolomé de Segovia fue
el clérigo que en 1535 partió la hostia consagrada entre los dos gobernadores
como señal de una paz inquebrantable. De nada sirvió aquel acuerdo casi
sacrílego. Hay constancia de que el
reverendo aún vivía en Perú el año 1557.
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