viernes, 31 de mayo de 2019

(Día 845) Robledo sigue de campaña, y Cieza, que iba en la tropa, se enorgullece de la heroicidad de los españoles. Los indios de Carrapa, enemigos de los de Picara, ayudan a los españoles a luchar contra ellos.


     (435) Los indios tenían grandes hoyos llenos de estacas y tapados con hierba. Solo consiguieron que muriera en aquella trampa un caballo, mientras que “calleron dentro más de cincuenta indios, y escarmentaron para no hacer otro engaño como aquel”. Ruy Venegas consigió después que “los caciques nos vinieran de paz, y la han sustentado hasta ahora”. Cumplido el encargo, se volvieron a Anserma.
     Robredo dejó a Ruy Venegas al mando de la población de Anserma, y se preparó para conquistar al otro lado del río Magdalena: “Partió por principio del año 1540, llevando por Alférez a Suer de Nava, natural de Toro. Iríamos poco más de cien españoles; por Maese de Campo iba el Comendador Hernán Rodríguez de Sosa (era portugués; con el tiempo, a él y a Jorge Robledo les cortará la cabeza Belalcázar). Tuvieron que atravesar el Magdalena por una zona de rápidos de agua, preparando para ello balsas con troncos, al estilo indio. Debió de ser muy peligroso, porque Cieza lo considera una proeza. Le sale el entusiasmo patrótico (sin aludir a su propia persona, aunque allí estaba), y se merece que recojamos sus palabras: “Y así, con harto riesgo e trabajo, pasaron los españoles aquel río tan grande. Ciertamente, yo creyera que los romanos, en el tiempo en que dominaban el mundo, si intentaran la conquista de estas tierras (se refiere a todas las Indias), no fueran capaces de hacer lo que los poquitos españoles han hecho. Y los trabajos y hambres que ellos han pasado, no hubiera nación en el mundo que los pudiera tolerar. Y por eso son dignos de que sea contada su nación por la más excelente del mundo, y la que en todo él es más capaz”.
    Llegaron a la zona de Carrapa, y los indios los recibieron bien, pero fue por puro temor. Cieza hace mención de  lo que pocas veces se comenta, el miedo que tenían a los perros: “Como en aquellas comarcas se hubiese ya hablado del valor de los españoles y de su mucho esfuerzo, y de la fortaleza de sus caballos, por no verse heridos con sus espadas y despedazados con los perros, decidieron acogerlos y proveerles de bastimento. Los caciques vinieron a ver al Capitán Robledo, y le dieron muchas joyas de oro”. Les informaron también de otras tierras muy ricas, con pueblos de indios enemistados: “En aquel tiempo los de Carrapa eran enemigos de los de Picara. El Capitán les pidió guías para pasar adelante, y asimismo que fuesen con los españoles algunos caciques con el número de gente que ellos quisiesen para hacer la guerra a los que no fueran sus amigos. Los de Carrapa se alegraron, dieron seiscientos indios para llevar cargas en sus hombros, y cuatro mil con sus armas para que ayudasen en la guerra. Llegamos a la provincia de Picara, y, al saber que íbamos, se prepararon para aguardarnos de guerra. Después de haber hecho gran ruido y estruendo, dejaron las armas en el suelo, comenzaron a huir, y los de Carrapa los siguieron, matando a muchos por las quebradas, y a otros trajeron cautivos, y a los unos e a los otros los comieron, sin dar la vida a ninguno. Tanta es la crueldad e bestialidad de aquellas gentes”. Qué situaciones. No era el mejor ambiente para dormir tranquilo.

     (Imagen) El Maestre de Campo de la tropa de Jorge Robledo era el portugués HERNÁN RODRÍGUEZ DE SOSA. Tenía también el título de Comendador de alguna orden militar, quizá la de Santiago, lo que le daba un puesto prominente dentro de la misma. Ya nos anunció Cieza que, pocos años más tarde de lo que ahora cuenta, tanto Rodríguez de Sosa como Jorge Robledo y sus capitanes Baltasar de Ledesma y Juan Márquez Sanabria, fueron ejecutados por Sebastián de Belalcázar, y sus cuerpos comidos después por los indios caníbales, detalle que el cronista interpretaba, duramente, como justicia divina por el maltrato que habían dado a los nativos. Una nota existente en los registros del archivo PARES es más piadosa: en 1549, el Rey ordena que, a petición de la viuda de Rodríguez de Sosa, se permita a una persona ir adonde él murió, para que se traiga a España la hija de ambos, llamada Isabel. Un croquis (el de la imagen) dibujado por el historiador Luis Javier Caicedo, nos permite entender por qué ocurrió esa tragedia, que Cieza nos explicará extensamente más adelante. (Para orientarnos, indico que Bogotá se encuentra al Este de Anserma, a unos 400 kilómetros). Antes de que Jorge Robledo fundara Anserma, ya había recorrido él ese territorio con Belalcázar, y bajo su mando (flecha amarilla). Luego pasó por allí Juan de Vadillo, e incluso quien iba en su persecución, Juan Graciano (flecha morada). Y fue entonces cuando Robledo estableció la población. Más tarde el Gobernador de Cartagena de Indias, Pedro de Heredia, apresó a Robledo y lo envió a España, donde consiguió la protección del Rey. Al volver a las Indias con derechos de Mariscal sobre esas tierras, Belalcázar se enfrentó a él y lo derrotó, alegando (tramposamente) que esos derechos no estaban ratificados. Acto seguido, los ejecutó a él y a sus tres capitanes.



jueves, 30 de mayo de 2019

(Día 844) Fracasa un intento de ataque a la ciudad de Anserma porque una india le avisó a Cieza. Robledo, para variar, se muestra cruel: quema a un indio. Una india se suicida para no caer en manos de un español.


     (434) Con otra anécdota, Cieza nos muestra el buen hacer del Capitán Robledo: “En la población de Garma, el capitán Ruy Venegas fue a buscar a los caciques, que estaban escodidos en un templo. Encontraron allí muchas mujeres hermosas, gran cantidad de mantas muy pintadas y más de doce mil pesos en oro, lo cual los cristianos tomaron (se refiere solamente al oro); y, para tener segura la provincia, el Capitán Robledo mandó devolver la mayor cantidad de ellos a los indios”.
     Sin embargo, el cacique huido quiso vengarse en la poblacion de Anserma: “Ocuzca, el que se había soltado, viendo que el Capitán Robledo estaba ausente, juntando a otros caciques y a mucha gente, vino a destruir la ciudad de Anserma. Pero el capitán Amoroto había preparado su defensa porque una india que yo tenía me contó que los bárbaros llegarían en breve a la ciudad, e yo avisé enseguida al Alcalde, e todos estábamos armados de noche e de día aguardando a los enemigos, los cuales, después de habernos dado algunas malas noches, deshicieron la junta y cada uno se fue a su tierra”. Lo que cuenta Cieza de la india es muy verosímil. Hubo muchos casos de nativas que, teniendo ocasión de volver con su gente, prefirieron seguir con los españoles y ayudarlos.
     Jorge Robledo, sabiendo que Ocuzca y Umbruza estaban creando problemas en la zona de Anserma, volvió hacia allá, logrando hacer amistad con otros caciques. Tuvo noticias de que al norte de la ciudad, en la zona de Choco, había poblados con mucha riqueza, y, para confirmalo, envió a  Gómez Hernández con cincuenta soldados. Robledo, que salió a acompañarlos durante un trecho, hizo algo que a Cieza no le gustó nada: “Le vino un indio diciendo que era el señor Umbruza, e, cuando supo que no era él, mandó quemarlo, lo que fue un castigo harto cruel”.
     Gómez y sus hombres iban sin caballos porque la ruta era abrupta y montañosa. Vieron poblaciones de indios desnudos que colocaban sus moradas en los árboles y mantenían luchas unos contra otros. Ocurrió algo que muestra la compasión de Cieza y, al mismo tiempo, la rigidez de su fe religiosa: “Un soldado, que se llamaba Alonso Pérez, tomó a una india, la cual sintió tanto dolor y aborrecimiento de verse en poder del cristiano, que, dejándose caer por unos riscos abajo, hizo su cuerpo pedazos, enviando el ánima al infierno (por no estar bautizada)”.
     Más adelante encontraron otros poblados de mayor importancia. Cieza comenta que sus mujeres eran hermosas y el oro abundante. Los indios, al verlos sin caballos (a los que temían sobremanera), atacaron con fiereza. Los españoles tuvieron algunos problemas con sus ballestas, por rotura de las cuerdas, y se vieron en serios apuros. En el ataque, los indios hirieron con flechas a varios, entre ellos a un francés al que luego apresaron. Gómez Hernández ordenó la retirada, “y al francés que habían tomado los indios le dieron muerte terrible e de grandes tormentos” (mal oficio el de ‘conquistador’). Cuando regresaron a Anserma, dieron cuenta a Jorge Robledo de lo ocurrido. Pero, si algo caracterizaba a aquellos hombres, era la determinación. Así que, inasequible al desaliento a pesar de las malas noticias, mandó al capitán Ruy Venegas que volviera al poblado y procurase pacificar a los caciques. Y al bueno de Cieza le tocó participar en tan azarosa misión.


     (Imagen) GOMEZ HERNÁNDEZ fue otro importante personaje sepultado en el olvido. En aquellos tiempos todo andaba revuelto en Perú y en las zonas colindantes. Por si fuera poco drama el de las guerras civiles, en las lejanas tierras colombianas los conflictos no cesaban entre ambiciosos conquistadores que se disputaban los territorios. Eran muchos los gallos en un solo aunque extensísimo corral: Pedro de Heredia, Juan de Vadillo, Jorge Robledo (bajo cuyo mando estaba Gómez Hernández), Belalcázar y Pascual de Andagoya (entre otros). Hay que añadir a GONZALO JIMÉNEZ DE QUESADA, pero, afortunadamente, se distinguió por ser un caballeroso y sensato rival que supo resolver sus asuntos pacíficamente. El Capitán Gómez Hernández, uno de los más notables conquistadores de la provincia de Popayán, fundó la ciudad de CARAMANTA, muy cerca de donde, algo más tarde, su jefe, jorge Robledo, estableció otra en el territorio de Antioquia (sin acento), lo que dio origen a constantes disputas, alternándose en el poder distintos capitanes, hasta quedar incorporado al Reino de la Nueva Granada. Ese era el nombre de la actual Colombia, y se llamó así en honor a su definitvo conquistador, el granadino Gonzalo Jiménez de Quesada. En un documento del año 1559, vemos que entonces ya estaba todo bajo el control de la autoridad central. Indica que se reunieron en Caramanta (la ciudad fundada por Gómez Fernández) Juan Balle, obispo de Popayán (a 500 km de distancia), y Tomás López, oidor de la Audiencia radicada en Bogotá (a 400 km), porque había problemas para censar a los habitantes debido a que los indios del lugar andaban muy enfrentados entre sí.



miércoles, 29 de mayo de 2019

(Día 843) Arreglado un conflicto entre los dos capitanes enviados por Pedro de Heredia, Jorge Robledo funda la ciudad de Anserma, y continúa pacificando a muchos indios a base de buen trato. Suero de Nava consigue lo mismo, pero con excesiva dureza.


    (433) Cieza, así como le gustaba comentar cuando se refería al conflicto entre Pizarro y Almagro, insiste ahora en que solo una cabeza puede mandar (recordando que ya lo decía Alejandro Magno). En este caso le aplica el cuento a Juan Greciano  y a Luis Bernal. Aunque con apuros y líos entre sus jefes y entre los dos bandos, los soldados siguieron avanzando, pero Greciano y Bernal quisieron prenderse el uno al otro, apoyados por sus hombres, y hasta pudo haber muertes si no fuera porque vieron llegar a Ruy Venegas con varios soldados tras haber fundado una población. Se encontraron todos con mucha alegría. Venegas le envió aviso de las andanzas de este grupo de españoles a Robledo, quien, al no saber las intenciones de aquella tropa, decidió actuar antes de que llegaran, y, tras mandar a varios hombres que buscaran un sitio llano, hizo talar todo el terreno y fundó allí la ciudad de San Juan de Anserma el 15 de agosto de1539, nombrando alcaldes ordinarios a Suero de Nava y a Martín Amoroto, y, como Alguacil Mayor, a su Alférez, Ruy Venegas. Pronto aparecieron los de Cartagena: “Le dieron obediencia a Robledo, y el Teniente Greciano dio queja del capitán Bernal y de otros, los cuales fueron desterrados”. Acto seguido se le envió un informe de lo ocurrido a Lorenzo de Aldana, quien, a su vez, se lo remitió a Pizarro.
     Cieza muestra una vez más su gran aprecio por Jorge Robledo; valoraba especialmente su buen trato a los indios y su facilidad para convertirlos en amigos, dándole aún más relieve al subrayar los abusos que otros cometían: “Entre los caciques que se le acercaron, había dos principales, llamados Umbruza y Ocuzca, los cuales, andando el tiempo, siendo Teniente de Belalcázar en esta provincia un Gómez Fernández, fue tan cruel que los quemó por causa harto liviana, e lo mismo hizo a otros señores e indios sin ninguna misericordia. Robledo se daba buena maña en pacificar a los principales y traerlos al servicio del Emperador. Después de mandar al capitán Suero de Nava que fuese con cincuenta españoles a ver las poblaciones de indios que había en Caramanta, Robledo partió del pueblo de Ocuzca, volviendo al cabo de pocos días con más de dos mil indios e muchas mujeres que venían de paz”.
     Estando Robledo en Ocuzca, venía hacia el lugar el cacique Ocuzca. Robledo lo recibió bien, pero lo retuvo preso para que no huyese. El indio logró escapar y no pudieron encontrarlo. Luego vino de Caramanta Suero de Nava con buenas noticias, y dejando a los indios amistados, “aunque primero hicieron algunos castigos, cortando manos y narices a los indios que le traían sus hombres de las salidas de campaña”. Cieza no hace  ninguna crítica al duro castigo que se les había dado a algunos indios, lo que quiere decir que esas represalias eran habituales contra los nativos que se revolvían con sus armas para evitar ser dominados por los españoles. Él era también un soldado, y quizá lo considerara necesario. Robledo, animado por las noticias, salió hacia aquella zona, dejando al mando en la nueva ciudad de Anserma a Martín de Amoroto (también Cieza se quedó allá).

     (Imagen) Nos sale sobre la marcha el nombre de un vasco, Martín de Amoroto. Aunque no he encontrado en PARES ningún documento que lo mencione, tuvo que ser un buen capitán porque Jorge Robledo le confió la responsabilidad de proteger Anserma, la ciudad que acababa de fundar. Su nombre indica, con toda probabilidad, que era natural de Amoroto, un municipio vizcaíno, cuya parroquia está dedicada a San Martín. Puede servirnos para reflexionar sobre el papel de sus paisanos en las Indias. Hay una cosa clara: los vascos jamás tuvieron ningún reparo en servir a la corona española, salvo en el caso del desquiciado Lope de Aguirre, quien, en realidad, estaba en rebeldía contra lo divino y lo humano. Muchos de ellos hicieron grandes proezas que, como decían en sus expedientes de méritos, fueron “para servir a Dios y a Su Majestad”. Citaré los nombres de algunos de los más famosos: Cristóbal de Oñate, Pascual de Andagoya, Pedro de Ursúa, Alonso de Ercilla, Domingo Martínez de Irala, Juan Ortiz de Zárate, Juan de Garay (aunque se crio en Villalba de Losa, Burgos), Miguel López de Legazpi, Andrés de Urdaneta y el obispo Fray Juan de Zumárraga. No me olvido de mencionar al gran Juan Sebastián  de Elcano. Y lo hago para desagraviarlo. Hay una placa (la de la imagen), en su guipuzcoana Guetaria natal, dedicada a los 18 que dieron la primera vuelta al mundo. El mármol está intacto (lo vi personalmente), pero muchos nombres no se pueden leer porque nadie se molesta en pintar las hendiduras de las letras, cosa bien sencilla. Un descuido que no parece inocente, sino, más bien, simple politiqueo. Los héroes fueron: Juan Sebastián de Elcano, Francisco Albo, Miguel de Rodas, Juan de Acurio, Antonio Lombardo (el cronista Pigafetta), Martín de Yudícibus, Hernando de Bustamante, Nicolás el Griego, Miguel Sánchez de Rodas, Antonio Hernández Colmenero, Francisco Rodríguez, Juan Rodríguez, Diego Carmena, Hans de Aquisgrán, Juan de Arratia, Vasco Gómez Gallego, Juan de Santander y Juan de Zubileta.



martes, 28 de mayo de 2019

(Día 842) Los indios matan a un cruel portugués. Al ver los caciques que Robledo trataba bien a los indios, se acercaron amistosamente. Llegaron otros españoles enviados por Pedro de Heredia para detener al licenciado Vadillo.


     (432) Tras el pequeño desvío, Cieza quiere que le sigamos acompañando en la aventura de la que también él fue protagonista. Robledo nombró como Teniente suyo a Ruy Venegas. Bajaban por el gran río de Santa Marta (el río Magdalena). Y nos revela un drama: “Un portugués llamado Roque Martín, que vivía casado con una negra, la mató a puñaladas. Fue hacia Timaná para huir de la justicia, y los indios, tras matarlo, lo comieron”. Lo que le sirve al cronista para mostrarnos, y censurarlo nuevamente, un ejemplo de  extrema crueldad (se supone que excepcional): “Se vio en esto claro el castigo de Dios, porque el portugués tenía trozos de carne de los indios para cebar a sus perros, con el fin de que despedazaran a los naturales. Y así, aunque se deleitó en matar a tantos indios, vino al cabo a morir en sus manos y ser sepultado en sus vientres”.
     Como contrapartida, Cieza irá dejando constancia del mucho aprecio que le tuvo al capitán Jorge Robledo: “Salieron a buscar gente de los naturales, y prendieron a más de doscientos. A todos les habló el Capitán con mucha mansedumbre por medio de tres intérpretes que llevaba, que eran las indias Barbola, Antonia y Catalina (la cual, como el Capitán sabía que yo era curioso de saber secretos de los indios, me la dio para que más fácilmente los alcanzase). Les decía que diesen la obediencia al Rey y que tuviesen por amigos a los cristianos. Y, para que entendiesen que los trataría siempre con verdad, los soltó a todos, diciéndoles que hablasen a sus caciques y que viniesen a verse con él”.
      Al saberse en los pueblos próximos que el capitán había liberado a los presos, los caciques de la zona se acercaron amistosamente. Le contaron a Robledo que venían españoles desde la zona del Atlántico apresando y matando indios. Inquieto por la noticia, Robledo aceleró el asentamiento de la población de Anserma. 
     Para explicar quiénes eran los tales españoles, Cieza se siente obligado a hacer una digresión. Vuelve a hablar de cómo apareció por aquellas tierras el licenciado Vadillo (con el que llegó Cieza). Pero desde el mismo momento en que salió pitando de Cartagena de Indias por temor a ser enjuiciado, el gobernador de aquellas tierras, Pedro de Heredia, denunció su escapada, y el Rey nombró como nuevo Juez, para que interviniera en el caso, al licenciado Santa Cruz, quien gobernó bien la zona de Cartagena y fundó Mompox. Y añade Cieza: “Como Vadillo no respondía a sus mensajes de que volviera, Heredia mandó preparar gente, y envió con ella como Teniente a Juan Greciano, dándole poder para hacer justicia de la gente que Vadillo había llevado y para enviarla de vuelta a Cartagena. Y, cuando sus hombres iban a partir, Heredia hizo un error muy grande, que fue nombrar como Capitán a un Luis Bernal para que pudiese hacer la guerra a los indios por donde fuese. Y así, siendo uno Teniente y el otro Capitán, salieron de Cartagena, e, llegados al puerto de Urabá, a principios de 1538, comenzaron a caminar, y, en las primera jornadas, empezó a haber bandos y a querer cada uno de los capitanes ser superior, y los soldados se ponían de parte del que más ofrecimientos les hacía”.

     (Imagen) El madrileño PEDRO DE HEREDIA llegó joven a las Indias, y por motivos que ponen en evidencia su carácter valiente y violento. En una disputa con seis espadachines, le cortaron la nariz. El cronista Fray Pedro Simón escribe que un cirujano le hizo un ‘arreglo’ manteniendo la herida pegada a la parte blanda del brazo durante dos meses. Y dice con mucho optimismo: “Así le fue formando otras narices que, por ser remedio del mismo paño, diferenciaban poco de las primeras”. Lo que sí le quedó bien fue la venganza: tras ir de nuevo a su encuentro, logró matar  a tres de los atacantes. Huyendo, pues, de la justicia, partió para las Indias. Fue uno más de los que no paraban en su ajetreo por aquella zona tan confusa de las costas atlánticas colombianas, donde surgieron las primeras poblaciones de españoles en el continente americano. Se hizo rico negociando, pero también consiguió gran relevancia como militar, llegando a ser gobernador de la ciudad que fundó: Cartagena de Indias. Tuvo muchos líos con Belalcázar (y muy duros, pues eran igual de bravos) disputándose la colombiana ciudad de Antioquia, a la que, finalmente, renunció. Se vio envuelto en muchas demandas, que siempre lograba superar. Para defenderse de su último pleito, se embarcó hacia España, y murió en 1555 naufragando cerca de Sevilla, pero volvió a resultar absuelto; esta vez después de muerto. Veamos un último detalle de fuerte contraste. En Cartagena de Indias dejó el triste recuerdo de su brutalidad con los indios, y el glorioso de haberla fundado. Unos ochenta años después, hubo allí alguien que ‘pecó’ de lo contrario: SAN PEDRO CLAVER. Ha pasado a la Historia como uno de los hombres que más se ha entregado a la lucha contra la esclavitud de los negros, en un tiempo en el que solo teóricamente eran considerados seres humanos. Cartagena de Indias era la puerta por la que llegaban a aquellas tierras, y donde Claver los esperaba para acogerlos.



lunes, 27 de mayo de 2019

(Día 841) Cieza demuestra que Aldana tenía poder suficiente para encargarle a Robledo conquistar. Aldana, por su parte, recorrió otros territorios y fundó alguna población. Llega a aquellas tierras Pascual de Andagoya, autorizado para gobernar una demarcación. Su imprudente ambición le creará problemas con Belalcázar.


     (431) Quizá por el aprecio que le tenía a Jorge Robledo, se preocupa Cieza de dejar claro que recibió de Lorenzo de Aldana un cargo perfectamente legal, ya que luego tuvo problemas tan graves con Belalcázar, que le costaron la vida: “Yo vi el poder que tenía Aldana del Marqués para este nombramiento, y, aunque algunos dijeron que era frívolo y sin fuerza, se engañaron, porque después se aprobó en España, y me lo confirmó el doctor Villalobos en Panamá, donde era oidor de la Audiencia. El poder del Marqués decía: ‘…por cuanto  estaba informado de que había algunas provincias por poblar, que Aldana, si estuviese ocupado en el gobierno de las ciudades, pudiese nombrar a la persona que le pareciese, para que, en su lugar, fuese a poblar una ciudad, y que él daba poder bastante al que fuese por él nombrado”.
     Robledo reclutó gente y fueron con él también voluntarios de la tropa que había ido de Cartagena con Vadillo, entre ellos, Cieza, quien comenta que todos los soldados estaban contentos bajo su mando. Llevó menos indios que los habituales en estas campañas, y se diría que Cieza lo elogia por considerarlo un gesto de humanidad. Se escogió como nombre para la ciudad que se había de fundar, por orden de Aldana, el de Santa Ana de los Caballeros. Como casi siempre ocurría, esta fundación figuró después simplemente como ‘Anserma’ (de la misma manera que nadie habla de San Francisco de Quito, sino de Quito). Robledo partió en julio de 1539 (y Cieza con él). Aldana dejó en Cali a Miguel Muñoz como Teniente de Gobernador. De allí se dirigió a Popayán, donde nombró para ese mismo puesto a Juan de Ampudia, y siguió hasta Quito, fundando de paso Villa Viciosa de Pasto (hoy, Pasto), donde dejó idéntico cargo a Rodrigo de Ocampo. Lorenzo de Aldana permaneció en Quito hasta que llegó Gonzalo Pizarro. Cieza nos deja caminando a Jorge Robledo, para mencionar otro asunto relacionado con un conflicto naciente en aquellas mismas tierras.
     Antes de morir, Gaspar de Espinosa, tuvo mucho interés en conseguir la gobernación de la zona de Baeza y Río de San Juan, y el Rey se la concedió, pero, al saber que había fallecido, se la adjudicó a Pascual de Andagoya, que se encontraba entonces en la Corte. Al llegar a Panamá, supo que Belalcázar había fundado varias poblaciones (en nombre de Pizarro) y, pudiéndole la ambición (a pesar de que muchos se lo censuraban y hasta el mismo Rey le había exigido que se limitara a actuar en su territorio),  se preparó para meterse en el apetitoso corral ajeno, quizá ansioso por resarcirse de un fracaso anterior. Años atrás, había recogido la antorcha de otro fuera de serie que también fue castigado duramente por el Destino: Vasco Núñez de Balboa. Como aquellos conquistadores siempre iban incansablemente ‘más allá’ (plus ultra), cuando Balboa hizo el grandioso descubrimiento del Pacífico (al que llamó la Mar del Sur), inmediatamente preparó una flota para navegar por aquellas costas hacia nuevas tierras. Un conflicto con la mala bestia de su suegro, Pedrarias Dávila, le costó la cabeza. Fue la gran oportunidad de Pascual de Andagoya, y se lanzó a la aventura. Iba por buena ruta y había avanzado bastante, pero, a punto de morir por enfermedad, tuvo que volverse. Los incas siguieron tranquilos, sin saber lo que les esperaba. El siguiente en intentarlo fue Pizarro. Y no falló.

     (Imagen) Otro personaje de sorprendente biografía y poco conocido: el vasco PASCUAL DE ANDAGOYA. Tuvo grandes éxitos y no menores fracasos. Escribía bien, y dejó alguna crónica interesante sobre el Perú. Era profundamente religioso, y narró críticamente la dureza contra los indios en las campañas de Pedrarias, con quien había llegado a las Indias en 1514. Acabo de contar que pudo haber sido, navegando por la costa, el primero en descubrir el Perú, y que tuvo que volverse por estar muy enfermo. Pero hay que matizarlo. Él mismo explicó que estuvo a punto de ahogarse; lo salvaron, pero había permanecido demasiado tiempo tiritando de hipotermia, “y amanecí al otro día tullido, sin poder cabalgar, y así permanecí tres años”. Sin embargo afirmó que habría vuelto a intentar descubrir tierras peruanas si Pedrarias no hubiese decidido darles la exclusiva a Pizarro y a Almagro. Luego se hizo muy rico gracias a su habilidad comercial, pero de nuevo sufrió otro revolcón porque gastó gran parte de su fortuna en defenderse judicialmente de un entorno de envidiosos. Para ello, tuvo que venir a España en 1544. La imagen muestra que el Rey ordenaba, a petición de Pascual, que el superior de su orden diera permiso a fray Juan de Ulibarri (otro vasco), sobrino suyo, para que lo visitara, porque estaba enfermo, y para que, ya sano, volviera con su tío a las Indias y se dedicara a evangelizar. Un año después, en 1546, Pascual de Andagoya vio la oportunidad de congraciarse con el Rey enrolándose en la tropa de Pedro de la Gasca, quien iba a las Indias encargado de acabar con la rebelión de Gonzalo Pizarro. Fue su última desgracia, porque murió luchando en la batalla de Jaquijaguana, que supuso también la derrota y ejecución de Gonzalo.



sábado, 25 de mayo de 2019

(Día 840) Manco Inca mata traidoramente a los dos enviados de Pizarro, quien, en represalia, ejecuta a su mujer. Lorenzo de Aldana organiza nuevas expediciones y escoge al capitán Jorge Robledo para dirigirlas. Cieza hace grandes elogios de los dos.


     (430) Pizarro se puso en marcha hacia el Cuzco, y se detuvo en Yuca para ver si era cierto que Manco Inca hablaba en serio de  establecer una paz con los españoles. Le mandó desde allí un aviso invitándolo a que le visitara. A pesar de que los mensajeros, que eran dos criados de Pizarro, le llevaban también regalos, Manco inca los mató. Al saberlo Pizarro, montó en cólera, y, perdiendo los nervios, dio muerte a una india que era esposa de Manco Inca: “Sus propios hombres, por ser mujer, lo tuvieron como gran crueldad. El Marqués la tenía presa, y aun dicen algunos que él o Gonzalo Pizarro había tenido con ella ayuntamiento; lo mismo se dice de Antonio Picado, su secretario. Como Manco Inca no quería la paz (y había matado a los dos criados de Pizarro), por darle enojo tan grande como era matar a la mujer más querida suya, hicieron allí justicia dándole muerte cruel. Ella, espantada, decía que no tenía culpa que fuese digna de su muerte, y, como se viese en aquel trance, repartió sus joyas entre las indias que allí estaban. Después les rogó que, ya muerta, echasen las reliquias de su cuerpo en un serón río abajo, para que la corriente del agua la llevase adonde estaba Manco Inca, su marido (puro amor), y así lo hicieron, y, cuando él lo supo, mostró notable sentimiento”. Tras la cruel decisión, Pizarro, pasando por el Cuzco, llegó a Lima, donde se había recibido el nombramiento como primer obispo de Quito para García Díaz Arias, “a quien todos querían mucho, e se hicieron grandes alegrías e regocijos en la ciudad”.
     Enlazando temas, pasa Cieza a hablar de las andanzas del enviado de Pizarro, Lorenzo de Aldana, por las tierras hoy colombianas y lindantes con Ecuador, y alaba su hábil control pacífico de las poblaciones, tanto españolas como indias. Entonces partió Pedro de Añasco hacia Timaná, donde era Teniente de Gobernador por delegación de Belalcázar, no sin antes haberle insistido Aldana en que respetara a los indios, y haberle dado el encargo de que le dijera lo mismo a Juan de Ampudia, que estaba en Popayán. Ya dije (y lo veremos más tarde), que estos dos capitanes tuvieron una cruel muerte a manos de los indios.
     Lorenzo de Aldana no perdía el tiempo, ni quería que lo perdieran los soldados. Había mucha gente ociosa en Cali, “y muchos soldados viejos que entendían bien la conquista”, por lo que decidió mandarlos a poblar la zona de Anserma, descubierta por Belalcázar. Aunque le habría sido provechoso para sus propios intereses dirigir personalmente esa campaña, prefirió quedarse para mantener todo en orden, su principal preocupación. En un solo párrafo, y de una tacada, Cieza nos va a  mostrar la gran admiración que sentía por Lorenzo de Aldana y por Jorge Robledo, su jefe militar. Como le ocurría a Bernal Díaz de Castillo, que admiraba con gran entusiasmo (sin ánimo de adular) las extraordinarias cualidades de Hernán Cortés, y, al mismo tiempo, hablaba sin tapujos y críticamente de sus defectos, Cieza sentía un afecto especial por su jefe, Jorge Robledo, y veía en él muchas virtudes, pero tampoco se mordió la lengua cuando tomó decisiones censurables.
     Escuchemos sus elogios: “Aunque Lorenzo de Aldana sabía que, de semejante jornada, podría resultar mucho provecho para el capitán que allá fuese, sacudió de sí la codicia, teniendo en más gobernar lo que tenía a su cargo, e, con mucha diligencia, estuvo pensando qué capitán enviaría con el cargo. Y, aunque entre los que vinieron de Cartagena, estaban Melchor Suero de Nava, Alonso de Montemayor, el comendador Hernán Rodríguez de Sosa y otros hombres prudentes, escogió a Jorge Robledo. E ciertamente no erró, porque Robledo era tal persona y tan sinceramente servidor del Rey, que fue en él bien empleado este cargo”. Digamos de paso que Jorge Robledo y Melchor Suero morirán juntos, ejecutados por orden de Belalcázar.

     (Imagen) Ya hablamos del bachiller García Díaz Arias, natural de Consuegra (Toledo). Pero podemos ver más detalles ahora que nos comenta Cieza que, cuando Pizarro volvió a Lima, supo que García había sido nombrado primer Obispo de Quito, y que se hicieron celebraciones porque era un clérigo muy querido. Ahí tenemos a los dos juntos, Francisco Pizarro y su confesor personal, a quien sin duda apreció mucho (tenían, además, cierto parentesco). No se imaginaban que todo se iba a complicar con las guerras civiles, hasta el punto de que García tuvo que esperar cuatro años para estrenar su obispado. Pero eso fue lo de menos. Era el año 1541 cuando recibió su nombramiento, y, pasados unos pocos meses, asesinaron a Pizarro estando a su lado el reverendo, quien, como daba a entender en la carta que le envió al Rey (la vimos anteriormente), en medio de aquella masacre se dio por muerto. Lo que le salvó fue su condición de clérigo, pues aquellos conquistadores, no por falta de ganas sino por un temor reverencial, en raras ocasiones llegaron a quitarle la vida a un religioso. Hace un pequeño retrato de él un dominico que lo conoció bien: “Fue el primer obispo de Quito, de quien recibí, siendo muchacho, la tonsura. Varón no muy docto, amante de las ceremonias religiosas y de la música que se cantaba con el órgano. Fundó la catedral de Quito. Era alto de cuerpo, bien proporcionado, con buen rostro, blanco y de respetable autoridad, pero con mucha llaneza y humildad. Murió en buena vejez el año 1562”. Lo de ‘no muy docto’ se refiere a que tenía como titulación universitaria la de bachiller,  baja para lo habitual en los obispos. Quien lo valoró mucho fue Francisco Pizarro, y, como nos ha dicho Cieza, la gente en general.



viernes, 24 de mayo de 2019

(Día 839) Entramos ya en el tema de la Guerra de Chupas. Pizarro se dispone a fundar Arequipa. Envía a su hermano Gonzalo a Quito con amplios poderes, y encargado de dirigir una campaña a la amazónica Tierra de la Canela.


    (429) Visto ya lo referente a la guerra de las Salinas, que supuso la derrota y triste muerte de un gran hombre, Don Diego de Almagro, seguiremos sumergidos en la zozobra continuada de los enfrentamientos civiles. Al terminar aquella tenebrosa tormenta, se produjo el silencio que trae consigo la paz, pero era un efecto engañoso, como el de un volcán aparentemente apagado que en su interior, invisible para todos, estaba generando una acumulación de odios imposibles de contener. Traerán como consecuencia  el asesinato de Francisco Pizarro, en venganza por la ejecución de Almagro. El trágico remate de este proceso será la guerra de Chupas, en la que será derrotado y ejecutado su hijo, Diego de Almagro el Mozo. Aun así, continuará el fatal curso de otras guerras civiles.
     Como nos dijo Cieza al terminar su libro de la guerra de las Salinas, Pizarro se disponía a salir de la villa de la Plata. Resulta asombroso que aquellos conquistadores estuvieran siempre, incluso a avanzada edad, como es ahora el caso de Pizarro, inmersos en una actividad frenética, ya fuera luchando o administrando. Fue mucho lo que destruyeron, pero incomparablemente más lo que crearon. Y, así, nos sigue contando el cronista (otro del mismo ‘pelaje’, pues hasta robaba tiempo al sueño para escribir cuando no empuñaba las armas): “Puestas en razón allí las cosas por el Capitán Peransúrez, que se daba buena maña en gobernar la población, y los indios le temían y servían bien, Don Francisco Pizarro tenía determinado ir a fundar una ciudad en Arequipa (que sigue en pie y ha sido el lugar de nacimiento del peruano Mario Vargas Llosa), e, con los españoles que le seguían, partió luego para allá, y fue tan ligero, que llegó pronto a la comarca donde se había de fundar el pueblo”.
      Tuvo entonces una inesperada visita: “Allí le vinieron mensajeros de Manco Inca diciendo que quería la paz, lo cual no era verdad. Pero el Gobernador Pizarro, como deseaba tanto atraer al servicio de Su Majestad a Manco Inca, determinó volver al Cuzco para tratarlo. Réstanos ahora decir que, sabiendo que las cosas de Quito, donde ya estaban pobladas tres o cuatro ciudades, eran de mucha estima, y había noticia de que se podrían fundar otras tantas, decidió también enviar a ellas al capitán Gonzalo Pizarro, su hermano, sirviéndose de una provisión del Emperador. Y, cuando Gonzalo Pizarro vio el mandamiento del Marqués, partió con alguna gente para ir a Quito, determinado a hacer la entrada en la tierra de la Canela, de la cual se tenía noticia de que había en ella mucha riqueza”. Era territorio del Amazonas, cuyo primer descubrimiento lo había realizado Gonzalo Díaz de Pineda. Gonzalo iba a encontrar árboles de la entonces muy preciada canela, aunque menos de los esperados, y nada de los metales preciosos de los que tanto hablaban los indios. Para mayor calamidad, nunca más volvió a ver a Francisco Pizarro, porque lo mataron durante su viaje. Y dado que Hernando Pizarro no volvió nunca de España, le tocó liderar, sin ningún hermano que le acompañara, otra guerra civil, perdiéndola en Jaquijaguana, y siendo ejecutado.

     (Imagen) Diego de Almagro el Mozo merecería una biografía (incluso una obra teatral) de su corta, intensa, llena de angustias y  trágica vida. Va a ser el protagonista principal (junto a su oponente, Vaca de Castro, representante de Rey) de la guerra de Chupas. Fue hijo del también trágico Diego de Almagro y de su criada, Ana Martínez, una india bautizada. Se da por hecho que el Rey le concedió al Mozo su legitimación. Su caso nos sirve como muestra de que, en las Indias, los hijos mestizos reconocidos tenían el mismo estatus que los españoles, e incluso rango aristocrático cuando sus padres también habían alcanzado la nobleza. Nació en Nuestra Señora de la Antigua del Darién, la primera población europea de todo el continente americano. Era tan insalubre que fue sustituida por la capital de Panamá, donde, curiosamente, se conservó la vieja devoción española de la Virgen de la Antigua (hoy patrona de todo el país). Igual que la Virgen, también el Mozo pasó siendo muy niño del Darién a Panamá. Llegó a Perú en 1535 con Francisco Martín de Alcántara, hermanastro de Pizarro (a cuyo lado murió), quien lo envió hasta Chile con Juan de  Rada  al encuentro con su padre. Cuando este fue ejecutado, lo acogió durante un tiempo Pizarro (qué situación) en sus aposentos de Lima, pero terminó por echarlo debido al constante trato que el Mozo tenía con los derrotados y desesperados almagristas. Aunque Rada se convirtió en el organizador del asesinato de Pizarro, no hay duda de que los conspiradores contaban con el apoyo del Mozo. Sirva esto como preámbulo de todo lo que vamos a ver. Así que, murió injustamente Diego de Almagro, fue asesinado Francisco Pizarro, y será ejecutado Diego de Almagro el Mozo. Una encadenada Ley del Talión.



jueves, 23 de mayo de 2019

(Día 838) Salió Diego de Alvarado hacia España y, en Panamá, le habló al oidor Robles de las responsabilidades de Hernando Pizarro, quien, antes de partir, asimismo hacia España, le advirtió a Pizarro de que tomara precauciones contra los almagristas.


     (428) Como de pasada, Cieza deja ver que los derrotados compañeros de Almagro­­ fraguaban algún tipo de revancha: “Don Francisco Pizarro se quedó en el Cuzco descansando de los trabajos pasados, e algunos de los de Chile (los almagristas) se iban a la Ciudad de los Reyes, donde estaba D. Diego de Almagro el Mozo. Diego de Alvarado fue a Tierra Firme (Panamá), donde era Oidor del Rey el doctor Robles, al cual le contó las cosas sucedidas en Perú e la batalla que se había dado entre los dos gobernadores, dando a entender que Hernando Pizarro había sido la causa de que todo viniese a tanta rotura. Le dijo también que Hernando Pizarro andaba juntando dinero para irse a España. Dichas estas cosas, partió para la ciudad de Nombre de Dios, desde donde prosiguió su viaje a España”. Recordemos que Diego de Alvarado, quizá angustiado por que sus consejos de paz le hubiesen costado la vida a Almagro, tenía el firme propósito de que Hernando Pizarro fuera procesado en España como responsable de su ejecución. Allí se encontraron los dos, pero veremos que el viaje de Hernando se retrasó porque tuvo que esquivar las iras del oidor. Ya lo anticipa Cieza: “El doctor Robles, después de escuchar a Diego de Alvarado, pensó en prender a Hernando Pizarro si viniese por Panamá”.
     Va a partir Hernando Pizarro, y Cieza deja claro que había una preocupación general por la vida del Gobernador Pizarro. Tuvieron los dos hermanos una fuerte discusión, sin que sepamos por qué: “Hubo palabras mayores entre ellos sobre algunas cosas privadas, de las cuales se sintió Hernando Pizarro, pero, al fin, como eran hermanos, se tornaron a conformar, y el Marqués le dio cartas para Su Majestad, para los del Consejo y para algunos Grandes de España. Cuando Hernando Pizarro iba a partir, le dijo al Marqués que mirase por su persona, e que anduviese siempre acompañado de  manera que los de Chile no pudiesen hacerle algún mal, e aun que, para evitar inconvenientes, debería enviar a D. Diego de Almagro el Mozo a España, apartándole de la amistad de los de aquel bando, pues marchaba con el temor de que hicieran de él cabeza para ocupar el reino y quitarle a él la vida. El Marqués le respondió que se dejase de aquellos dichos. Vista la intención del Marqués, no habló más sobre aquello Hernando Pizarro, partió de la Ciudad de los Reyes, salió en un navío, e, por la vía de Nueva España (México), se fue a Castilla”.
     Hernando no quiso ir por Panamá temiendo que lo apresara el oidor Robles. Luego Cieza hace un elogio de Hernando que resulta algo chocante, ya que, en bastantes ocasiones, se comportó muy duramente  con los indios, sobre todo cuando quería que le entregaran oro y plata: “Y cierto es que, el tiempo que Hernando Pizarro estuvo en Perú trató bien a los caciques e se mostró celoso del servicio del Rey, y así es público entre los antiguos de acá”. Quizá su conducta general fuera buena.
     Da un último dato: “Llegado que fue a España, se presentó ante los del Consejo Real de las Indias, y estuvo preso muchos años en el Castillo de la Mota, de Medina del Campo. Y, en este año de mil quinientos cuarenta e nueve (mientras Cieza está escribiendo), no sabemos lo que de él se ha determinado”.

     (Imagen) Termina ya Cieza su libro de La Guerra de las Salinas (aunque seguirá narrando las siguientes). Dos años después, en 1551, llegó a España, se casó en Sevilla, y en 1553 publicó el tomo primero de su maravillosa crónica. Murió en 1554, con solo 34 años (qué intensidad de vida). Seguro que, en sus últimos momentos de lucidez, tuvo melancólicos pensamientos sobre el destino del resto de su ingente obra, ya que no consiguió editarla. Nos acaba de decir que Hernando Pizarro estuvo preso muchos años, y que no tenía más noticias de él. Al llegar a Sevilla, se enteraría de que seguía preso, pero, por morir pronto, no pudo saber que iba a estarlo diez años más. En el último párrafo de este libro de la guerra de las Salinas, vuelve a hablar de Pizarro, el inquieto anciano, que andaba visitando algunas zonas para calmar los ánimos de la gente: “Llegando a un pueblo que se llama Chuquito, le dieron una carta de  Hernando Bachicao, en la que le decía que mirase por su persona porque los de Chile (los almagristas) le habían de matar, y así se decía en el Cuzco, mas el Marqués Don Francisco Pizarro hizo burla de ella. E, porque andaban en su compañía muchos caballeros que habían conquistado y se hallaron en el bando de Hernando Pizarro contra Almagro, tomando consejo de ellos, determinó ir en persona a poblar una ciudad en las tierras de Arequipa, pues había allí muchos indios para poder repartir a los vecinos. E así se partió luego para hacer la nueva población (en 1540); e, con esto,  hace fin el libro primero de LAS GUERRAS CIVILES DEL PERÚ”.



miércoles, 22 de mayo de 2019

(Día 837) Cieza cuenta algo de Blasco Núñez de Vela sin hacer ninguna mención a su futuro como virrey. El Rey le concede a Pizarro el título de Marqués. Alonso de Alvarado, una vez más, apacigua a unos indios rebeldes. Un fraile cizañero casi provoca un motín contra Hernando de Alvarado.


     (427)  Cieza va a cambiar de nuevo de tercio, pero nos deja un breve e importante comentario al que, cosa rara en él, no le dedica ninguna alusión especial: “En este tiempo Su Majestad, por andar corsarios por la mar, envió una armada para recoger el tesoro que tenía en estas Indias, e, como General de ella, a un caballero principal que tenía por nombre Blasco Núñez Vela, e llevó el oro  e la plata que había ido a Panamá”. Y lo deja como un párrafo aislado, sin decir nada más. Como ya sabemos, se trataba del duro virrey que tuvo después un protagonismo central en las guerras civiles, y que a tantos mató, entre ellos a Illán Suárez de Carvajal, siendo, a su vez, asesinado por Benito Suárez, el hermano de Illán.
     Luego cuenta algo chocante. A pesar de la turbia historia de la muerte de Almagro, el Rey le concedió un premio a Pizarro (quizá antes de que se hubiera enterado): “Había ido Ceballos (al parecer era un letrado) a España, e, tras darle cuenta a Su Majestad de lo mucho que le había servido el Gobernador D. Francisco Pizarro, y como el Rey es tan agradecido a los que le sirven, le concedió ser Marqués, e con estos despachos volvió Ceballos a la Ciudad de los Reyes”. Como contraste de tan buena noticia, le dijeron a Pizarro, llegado de nuevo al Cuzco, que iba a venir un juez. Al saberlo, se retiró a su recámara, y Hernando Pizarro lo interpretó irónicamente en público como una muestra de nerviosismo por temor a que se investigara la muerte de Almagro.
     No quiere Cieza dejar de decir lo que estaba haciendo entonces Alonso de Alvarado.  El inquieto capitán, después de fundar San Juan de la Frontera, partió con setenta hombres a descubrir nuevas tierras en Moyobamba. Además de resultar muy difícil y montañoso el territorio, le llegó la noticia de que los indios chachapoyas, que habían quedado como amigos, estaban de nuevo en pie de guerra. Alonso decidió volver con el fin de solucionar el problema, y le dejó a su hermano Hernando de Alvarado el mando para que  la expedición continuara en marcha. Casi todo lo que tocaba Alonso de Alvarado sanaba: “En San Juan de la Frontera, todos los españoles recibieron gran alegría con su venida, e salieron de paz muchos caciques dando sus excusas, y le dijeron que nunca más se alzarían”.
     Mientras tanto, su hermano Hernando de Alvarado vio aumentada la dificultad del camino que seguía con sus hombres, y cundió el desánimo. Al contarnos Cieza lo que ocurrió después, hace una crítica muy dura de los frailes en general (a pesar de ser él un hombre piadoso): “Nunca pudieron hallar camino ninguno para pasar adelante. Hernando de Alvarado quiso poblar allí. A algunos  españoles les pareció bien, pero otros, por los dichos de un fraile de la Merced llamado fray Gonzalo, no quisieron quedarse. Tanto ha sido el poder de los frailes en esta tierra, que revuelven a los ejércitos reales, y ninguna revuelta ha habido en estos reinos en la que los frailes no hayan sido parte principal en ello, y en todas las consultas quieren ser más parte que los mismos capitanes. Lo cual digo por algunos, que otros habrá que son santos y buenos, aunque, si yo dijera lo que sé y cómo lo siento, a algunos de ellos les desagradaría ver esta obra. E la cosa llegó a tales términos, que los soldados quisieron amotinarse, y aun platicaron de matar a Hernando de Alvarado, y él, como lo comprendió, cuerdamente se salió de Moyobamba y se fue a San Juan de la Frontera, donde estaba el capitán Alonso de Alvarado ocupado en la pacificación de los indios”.

     (Imagen) En el laberinto de los apellidados Alvarado, nos cuenta Cieza que Alonso de Alvarado confió la misión de poblar en Moyobamba (zona andina al norte de Perú) al capitán Hernando de Alvarado. Pero aclara también que este era hermano de Alonso, es decir, los dos cántabros (casi todos los Alvarado de Indias eran extremeños). No pudo lograr la fundación porque la mayoría de sus hombres ‘se rajaron’ ante las dificultades. También andaba por allí JUAN PÉREZ DE GUEVARA (nacido en 1512 y probablemente alavés), y él sí lo consiguió más tarde, aunque por etapas. Fue largo el parto. Algunos discuten los datos, pero los documentos no engañan. Por orden de Pizarro, volvió a la misma comarca, y, el día 25 de julio de 1540, fundó la ciudad (hoy tiene 86.000 habitantes), dándole el apropiado nombre del santo del día: Santiago de los Valles de Moyobamba. Como todos los conquistadores, Juan Pérez de Guevara tuvo una vida de constante ajetreo y enormes peligros. Tampoco se libró de tener que hacer equilibrios de supervivencia en las guerras civiles, decantándose al final por el bando del Rey. Y así ocurrió que, ¡nueve años después!, el habilísimo Pedro de la Gasca, que ya lo había captado para la causa antirrebelde, lo envió a refundar Moyobamba. En el documento de la imagen se hace constar como uno de sus méritos la primera fundación: “Don Francisco Pizarro le dio provisiones al Capitán Juan Pérez de Guevara para que volviese a poblar la provincia de Moyobamba”. Y allí residió muchos años, hasta fallecer en 1569, sin duda rememorando una larga vida llena de trepidantes aventuras.



martes, 21 de mayo de 2019

(Día 836) Gonzalo Pizarro derrota a los indios, y luego es bien recibido por los de Charcas. Hernando Pizarro decide ir a España y deja a Gonzalo como Capitán General. Peransúrez funda la Villa de la Plata. Pizarro funda San Juan de la Victoria, en el punto medio entre Lima y el Cuzco


     (426) A pesar de que los indios quedaron escarmentados, llegaron otros para ayudarlos, y se enzarzaron en un enfrentamiento contra un grupo de españoles que iban bajo el mando de Garcilaso de la Vega. Los indios eran unos mil: “los cristianos, al verlos en zona llana, hiriendo a los caballos con las espuelas, arremetieron contra ellos, y mataron más de cuatrocientos. Los otros, viendo el estrago, comenzaron a huir. La noticia de esta guerra que los indios daban a Gonzalo Pizarro le llegó pronto a Hernando Pizarro, y en pocos días llegó donde estaba”. También lo supo Francisco Pizarro y les envió cuarenta hombres bajo el mando del sevillano Don Martín de Guzmán. No habría hecho falta porque todo se había resuelto: “Cuando el Gobernador supo lo que pasaba, recibió mucha alegría en saber de la salud de Gonzalo Pizarro, porque grandemente le quería bien”.
     Fue entonces cuando Hernando Pizarro, por fin, decidió hacer el gran viaje (del que nunca jamás volvería, a pesar de quedarle por vivir muchos años): “Hernando Pizarro, como desease tanto la ida a España, acordó irse al Cuzco, dejando por caudillo y principal capitán a Gonzalo Pizarro, quien así fue conquistando con sus hombres las provincias de  Charcas y Collao, Y, aunque eran tan grandes, algunos cristianos mostraban tener en poco su riqueza, sin saber que allí había las minas más ricas del mundo. Yendo cinco leguas más hacia el Poniente, les salió de paz el principal señor, llamado Anquimarca, acompañado de otros tres, los cuales dieron obediencia al Emperador nuestro Señor, e prometieron sustentar la paz que entonces asentaban. Viendo Gonzalo Pizarro la buena manera que aquellas provincias tenían e la gran noticia que daban los indios de minas de plata riquísimas (las luego famosas minas de Potosí), determinó dejar allí al capitán Diego de Rojas con la gente, y volver él al Cuzco a dar noticia al Gobernador. Se quedó el capitán Diego de Rojas con ciento cuarenta españoles e pobló la villa de la Plata (actual Sucre)”.
     Pero después Cieza aclara que la fundación oficial la hizo Peransúrez (otro viejo conocido nuestro): “Ya contamos que el capitán Peransúrez salió desbaratado del territorio de los chunchos, e que luego volvió a la ciudad del Cuzco. Como Gonzalo Pizarro trajo  noticias de los muchos indios que había en las provincias de Charcas, determinó el Marqués Pizarro fundar allí una villa. Nombró  los vecinos que habían de tener repartimiento de indios, e los regidores e alcaldes, y por su Teniente al capitán Peransúrez, quien, con el poder que le dio, fundó la Villa de la Plata”.
      Nos cuenta ahora Cieza que Manco Inca estaba muy orgulloso por haber matado con pocos indios (como hemos visto anteriormente)  a varios españoles cuando iban de inspección por orden de Illán Suárez de Carvajal. Estas cosas siempre provocaban alguna represalia, y Pizarro envió soldados por tres zonas distintas para castigar al gran jefe indio, pero Manco Inca lo supo y se retiró con su gente hacia los Andes. Se volvieron de vacío, y fue entonces cuando Pizarro decidió fundar una ciudad a medio camino entre Lima y el Cuzco, con el fin de evitar ataques de los indios en el tráfico continuo de españoles que había entre ciudades tan distantes. Hubo cierta oposición porque suponía recortar derechos territoriales de los vecinos ya establecidos: “Aunque a ellos les pesó, el Gobernador fundó la ciudad de San Juan de la Victoria,  que está situada en la provincia de Huamanga. Dejó veinticuatro vecinos, e otros cuarenta españoles con ellos para guarda de la nueva ciudad. Quedó como su teniente el capitán Francisco de Cárdenas, el cual hizo grandes castigos en algunos pueblos alzados, matando e quemando no poco número de indios”.

     (Imagen) FRANCISCO DE CÁRDENAS queda al mando de la nueva ciudad de San Juan de la Victoria, en Huamanga. Circulan un montón de errores sobre su biografía. Encuentro un  documento (el de la imagen) que pone las cosas en su sitio. Se trata de una relación de méritos presentada por su hijo Luis Cárdenas. Confirma los siguientes datos. Francisco  era yerno de otro gran capitán al que he dedicado también una imagen: Diego de Rojas. Sirvió al Rey en Perú más de cuarenta años (lo que descarta la versión de que lo degollaron en 1541). Fue Teniente de Gobernador de Pizarro, quien lo nombró Justicia Mayor de Huamanga. Dice Luis que era tan respetado que los hombres que más mandaban, como Pedro de la Gasca, consultaban su opinión en los asuntos más importantes. Cuando Manco Inca sitió a los españoles en el Cuzco, “el dicho capitán Cárdenas fue, en hacer levantar el cerco, el primero que entró en la fortaleza de la dicha ciudad (era el punto defensivo de los indios), y el que mató al capitán de ella, que fue la causa de que los indios se rindiesen”. Luego muestra lo mucho que arriesgó luchando contra Gonzalo Pizarro: “En el tiempo de su tiranía, Gonzalo Pizarro tuvo preso a Francisco de Cárdenas y a punto de cortarle la cabeza, pero se escapó a uña de caballo”. Anota otros grandes servicios al Rey: Luchó en la batalla de Chupas contra Diego de Almagro el Mozo, en la de Jaquijaguana contra Gonzalo Pizarro, y, finalmente, contra el último rebelde, Francisco Hernández Girón, “hasta que quedó pacífico el reino y se hizo justicia de todos los tiranos”. Impresionante. Hay otros dos ‘Francisco de Cárdenas’ (quizá alguno ni existiera), y ese ha sido el origen de las confusiones sobre la biografía de nuestro héroe.



lunes, 20 de mayo de 2019

(Día 835) Gonzalo Pizarro se enfrenta con setenta hombres (uno de ellos era LOPE DE MENDOZA) contra una multitud de indios, a los que consiguen derrotar. Cieza alaba las virtudes de Gonzalo y lamenta que después se convirtiera en una persona sin escrúpulos.


     (425) Otro regate de Cieza, para llevarnos de  nuevo tras las andanzas de Gonzalo Pizarro por tierras del Collao y de las Charcas. Se encontraba entonces en el valle de Cochabamba, situado en lo que es hoy el norte de Bolivia: “Los bárbaros de aquellas regiones, como aún no estaban domados ni sabían cuán fuertes eran los cristianos, acordaron juntar el mayor poder e ir a matarlos. Gonzalo Pizarro venía por el valle muy precavido, pues, aunque no eran más de setenta los españoles que con él andaban, venían entre ellos hombres de mucho ser e muy esforzados, entre los cuales estaban el capitán Diego de Rojas, D. Pedro de Portocarrero, Gabriel de Rojas, el capitán Garcilaso de la Vega, el Capitán Pedro de Castro, Lope de Mendoza, Diego López de Zúñiga, e otros, hasta la cantidad que hemos dicho (los recuerda a todos con admiración). Se habían juntado treinta mil indios, viniendo por caudillo un señor muy principal que se llamaba Trorinaseo”.
     Cuando Gonzalo Pizarro se enteró del plan de los indios, despreció irónicamente su peligro, alardeando de que, en el cerco del Cuzco los españoles eran ciento ochenta y consiguieron la victoria llegando a matar a más de ochenta mil enemigos. Mandó luego que se observara con cuidado si estaban ya acercándose: “Los capitanes indios venían teniendo creído que habían de matar a todos e que habían de hacer un vaso con el casco de la cabeza de Gonzalo Pizarro. Llegaron e cercaron a los cristianos por todas partes. Los indios aquella noche hicieron grandes fuegos, e, como son tan viciosos en el comer y beber, no hicieron otra cosa en toda aquella noche más que vaciar en sus vientres vasijas de su chicha. No era aún bien de día cuando el capitán Gonzalo Pizarro estaba armado (equipado con su defensa corporal), y encima de un caballo con una lanza en la mano”.
     Cieza se imagina la escena y se lamenta de cómo iba a cambiar todo por el curso de las guerras civiles: “Y bien con razón, cuando yo escribo de las cosas hechas por Gonzalo Pizarro en aquellos tiempos, y de la voluntad tan firme con la que servía al Rey, me angustio y entristezco en gran manera, maldiciendo el mundano mandar que así hace perder a  los hombres su primer ser e los lleva a hacer cosas muy feas e detestables. Harto mejor le fuera a Gonzalo Pizarro morir en ese tiempo, que no vivir hasta que por él fueron hechas cosas tan feas e tan grandes traiciones que anularan las buenas, y él quedara para siempre tenido por traidor, como después lo fue”.
     Tras desahogarse por un momento, explica que Gonzalo dividió a sus hombres en tres partes, capitaneadas respectivamente por él,  por el capitán Garcilaso de la Vega y por el capitán Oñate, con el cual iban también, como guerreros amigos, el siempre fiel Paullo Inca y sus indios. Se produjo el enfrentamiento: “Con la fortaleza que los españoles suelen pelear, arremetieron contra los indios y mataron a muchos, por lo que perdieron el ánimo para sostener la batalla, y huyeron con la mayor prisa que pudieron. Los cristianos, dando muchas gracias a Nuestro Señor por la victoria, siguieron al alcance de los indios, e mataron a más de ochocientos. Paulo Inca, con los suyos, también hizo harto daño en los enemigos”.

     (Imagen) Resulta frustrante ver que van apareciendo nombres de capitanes que, aunque tuvieron biografías impresionantes, apenas dejaron rastro en los archivos. Digamos algo de uno que estamos viendo en campaña junto a Gonzalo Pizarro: LOPE DE MENDOZA. Es un nombre que se presta a confusiones, pero creo que sé de quién se trata. Nació el año 1492 en Mérida (Badajoz), y ni allí se acuerdan de él. Tuvo la peculiaridad de volverse de Perú tras una corta estancia y publicar un texto sobre lo que ocurría en aquellas tierras. Pero no tardó en regresar y sumergirse en el revuelto mundo de las guerras civiles, donde, quisieras o no, era casi inevitable dar bandazos entre pizarristas y almagristas, según aumentara el riesgo de que te cortaran la cabeza. Permaneció fiel a los Pizarro varios años, luchando incluso contra Diego de Almagro el Mozo en la batalla que este perdió, siendo después ejecutado. Pero todo se le complicó a Mendoza cuando Gonzalo Pizarro se alzó en rebeldía contra el Rey. Por cálculo o por noble lealtad a la Corona, abandonó sus tropas, y, como veterano capitán, tuvo después un protagonismo muy importante. El Mendoza que estamos viendo en 1539 como capitán de confianza de Gonzalo Pizarro, va a pelear encarnizadamente  contra él ocho años más tarde. El destino hará que tropiece en su camino con el sanguinario Francisco de Carvajal (el llamado Demonio de los Andes), el cual mandaba las tropas de Gonzalo Pizarro. En un enfrentamiento, Mendoza se vio acorralado. Se defendió como pudo pero recibió varias lanzadas, y Carvajal ordenó que le cortaran la cabeza. Un año después, las cabezas que rodaron fueron la del propio Carvajal y la de Gonzalo Pizarro.



sábado, 18 de mayo de 2019

(Día 834) Los hombres de Manco Inca mataron a 24 soldados, y él castigó duramente a los indios que ayudaban a los españoles. Illán Suárez de Carvajal lamentó que ocurriera por una imprudencia y que solo se salvaran seis.


     (424)    Parece ser que, lo de montar a caballo, solo estaba a disposición de los indios importantes: “Manco Inca mandó a tres principales de su linaje que cabalgasen en los otros tres caballos que tenían y que se preparasen para ir contra los españoles. El capitán Villadiego mandó parar a sus hombres, y solo se adelantaron seis mancebos diligentes de los que más descansados se hallaban. Oyeron el ruido de los indios de Manco Inca que venían contra ellos, y se volvieron para avisar  a sus compañeros. Al saber Villadiego que los indios estaban tan cerca, sacó rápidamente con el pedernal lumbre bastante para encender las mechas, e dijo a los españoles que no los temiesen, mas estaban tan cansados, que no les pareció que pudieran defenderse, aunque no dejó de haber en ellos algún  valor del que suelen mostrar los españoles, porque enseguida tomaron las armas. Manco Inca echó un ala de sus indios para cercar a los cristianos, e comenzaron a arrojar muchas flechas. Villadiego, con una pelota de arcabuz mató a un indio, e, aunque los cristianos, con los otros arcabuces e con ballestas, mataron algunos más, no pudieron hacerlos huir, sino que, encarnizados en ellos, arremetieron súbitamente contra Villadiego, e le quebraron el brazo con un bastón”.
     El desastre fue inevitable: “Anduvieron peleando unos con otros dos horas, e, por estar los cristianos tan cansados, muy cruelmente fueron matados veinticuatro por los indios, y, entre ellos, Villadiego, después de haberlo hecho bien, porque, antes de que le quebraran el brazo, mató a tres indios, y luego nunca le vieron tener ninguna flaqueza hasta que, de los muchos golpes y heridas que le dieron, cayó muerto en tierra. Solamente escaparon seis cristianos, los cuales, por ser ligeros, llegaron hasta donde estaba el factor Illán Suárez de Carvajal. Y, aunque su diligencia fue mucha, no bastara si no fuera por los indios amigos, que encima de sus hombros y en hamacas los llevaron hasta el campamento”.
     La represión de Manco Inca con los colaboradores nativos fue muy dura, y no respetó los cadáveres de los españoles: “Mandó que se cortara a muchos de los indios amigos las manos, y a otros las narices, y que les sacaran los ojos a otros. Envió también algunas cabezas de los cristianos al valle de Viticos, donde él tenía su asiento”.
     El Factor se va a quedar desconcertado: “Sabida por el capitán Illán Suárez de Carvajal la desgracia acaecida, mucho le pesó, y en gran manera sintió que fuesen muertos tantos cristianos por no haber querido Villadiego venir a pedir caballos. Mandó a sus hombres que tuviesen gran cuidado en rondar e velar para que Manco Inca no los tomase desprevenidos. Luego envió a la ciudad del Cuzco mensajeros para que diesen aviso de lo sucedido al Gobernador Don Francisco Pizarro, escribiéndole que le contestase mandándole lo que debía hacer, pues, entre tanto, él se quedaba en aquellos pueblos sin salir de ellos a ninguna  parte”.

     (Imagen) Seis años más tarde de lo que vemos ahora, murió Illán Suárez de Carvajal. Quien lo mató, el virrey BLASCO NÚÑEZ DE VELA, tenía un gran prestigio como militar y marinero, pero con un carácter intransigente y despiadado. Llegó a las indias para poner orden, y lo intentó con un rigor desmedido, sin un ápice de habilidad diplomática. La gota que colmó el vaso fue matar a Suárez sin juicio previo. Quiso imponer a las bravas límites a los derechos de los encomenderos, con lo que encendió la mecha de una nueva rebelión, que más tarde Pedro de la Gasca someterá, con firmeza pero también con prudencia y espíritu negociador. Justo cuando se produjo lo que podemos llamar el asesinato de Illán Suárez de Carvajal, hasta los funcionarios del Rey que estaban en Lima decidieron quitarle el poder al Virrey. El documento de la imagen (noviembre de 1544) tiene un gran valor porque revela un dato muy llamativo. Los oidores tenían miedo a salirse de la legalidad suplantando a Núñez Vela. Para ello prepararon una investigación sobre la forma en que murió Suárez de Carvajal y sobre los tumultos que trajo como consecuencia. La primera pregunta que les hicieron a los testigos fue la que aparece en el texto de la imagen:  “Se les preguntará si el Virrey ha tratado de prender y embarcar, o matar si sobre ello hubiere resistencia, a los oidores de la Real Audiencia de la Ciudad de los Reyes, y de embarcar asimismo a las mujeres e hijos y  haciendas de todos los vecinos de la ciudad, y tomarles todo el oro y plata, y caballos y mulas, así como si era cierto que había mucha gente de guerra en la ciudad y que, por tenerles enemistad el Virrey, los oidores estaban en mucho peligro”.



viernes, 17 de mayo de 2019

(Día 833) Los indios creaban muchos problemas en el trayecto de Lima al Cuzco. Si prendían a algún español, lo sometían a torturas espantosas. Para controlarlos, Pizarro envió a Illán Suárez de Carvajal con varios hombres.


     (423) Vendrán otras guerras civiles, pero ahora Pizarro había resuelto su problema más importante derrotando y ejecutando a Almagro. Aunque en ese sentido estaba aliviado, seguía en pie la amenaza de Manco Inca, el emperador rebelde, quien aprovechaba cualquier descuido para atacar a los españoles. Era un peligro viajar de Lima al Cuzco, y veremos que, para disminuirlo, se establecerá una población a mitad de camino: “Como aún no se había fundado la ciudad de San Juan de la Victoria de Huamanga, cuando los contratantes de Lima  e de otras partes iban con sus mercaderías al Cuzco, salían contra ellos los indios de Manco Inca, e, después de haberles robado su hacienda, los mataban; llevaban vivos a algunos e les daban grandes tormentos, empalándolos por las partes inferiores con agudas estacas que les salían por las bocas. Causó tanto miedo saber estas cosas, que muchos que tenían negocios no osaban ir al Cuzco, si no era acompañados y bien armados”.
     Así que fue necesario meterse en otro tipo de batalla: “Don Francisco Pizarro mostró que le pesaba mucho que el bárbaro tirano Manco Inca hiciese tantos males, e, queriéndolo remediar, nombró capitán al factor Illán Suárez de Carvajal y le encargó aquella guerra, diciéndole que saliese con gente a desbaratar a Manco Inca para que el camino estuviese seguro”. Recibida la orden, partieron hacia las tierras de Huamanga, y, al saber que el gran cacique se había retirado a las montañas, aunque no muy lejos, Suárez de Carvajal le dijo a un tal Villadiego  que se adelantara con treinta hombres de a pie y lo prendiera, pero cometieron un grave error.
     Cieza nos da su opinión sobre lo que ocurrió: “Villadiego había venido recientemente de España, y no tenía la experiencia en cosas de la guerra contra los indios que se requiere tener. Sin mirar lo que le podría ocurrir, por jactancia de honra y fama, y con temeridad de ánimo de mancebo, le dijo a sus compañeros: ‘¿Se han de llevar toda la gloria los de a caballo?’. Y les pidió que fuesen a buscar al Inca, pues estaba cerca y fácilmente le desbaratarían, e tendrían rico despojo. E, como se decía que Manco Inca tenía gran parte de su tesoro, todos dijeron que fueran a por él sin aguardar más”.
     Se pusieron en marcha temerariamente, sin pensar siquiera en pedirle ayuda a Illán Suárez de Carvajal, que estaba a tan solo dos leguas de allí. Además, no  midieron sus fuerzas, agotándolas en una marcha acelerada bajo un sol abrasador; iban muertos de sed, “cayéndose, y levantándose a medida que subían por la sierra con la esperanza de encontrar agua para volver a descansar, mas no la pudieron hallar”.
      Aquello se les iba a complicar a los españoles: “Manco Inca, sabiendo de la venida de los treinta españoles, de la fatiga tan grande que traían, e que venían sin caballos, cabalgando en uno de los cuatro caballos que él tenía (un caso muy raro entre aquellos indios), dijo a los bárbaros que con él estaban, que no eran más de ochenta, que se preparasen para luchar contra ellos, pues el calor e falta de agua los traía casi muertos”.

     (Imagen) Le vemos ahora en apuros con los indios a ILLÁN SUÁREZ DE CARVAJAL. Fue una muestra de que los funcionarios reales eran también a veces hombres de armas. Iba como capitán al frente de una tropa, pero, como Factor del Rey, era quien se encargaba de administrar todo lo relativo a la Hacienda Real. Ya di anteriormente algunos datos sobre su biografía. Estaba en Perú con su hermano Benito Suárez de Carvajal, y Pizarro los tenía muy favorecidos para que un tercer hermano, el obispo de Lugo Juan Suárez de Carvajal, hiciera algo por Hernando Pizarro en el juicio a que estaba sometido en España por la muerte de Almagro (Diego de Alvarado recusó al obispo, que era miembro del jurado). Por esa razón, Pizarro les dio cargos muy importantes a los dos hermanos, pero, tanto uno como otro, murieron de forma trágica. Durante mucho tiempo fueron fieles pizarristas, hasta que el curso de las guerras civiles los obligó a disimular sus querencias, o cambiarlas sin más. Ese titubeo le resultó fatal a Illán Suárez de Carvajal, porque el virrey Blasco Núñez Vela empezó a dudar de su lealtad, y terminó convencido de que era un traidor. Algunos autores dicen que lo mató por su propia mano. Pero, en el documento de la imagen, se ve lo que realmente ocurrió a través de la declaración de Alonso de Argüello, un testigo presencial: “Blasco Núñez de Vela se había levantado de la cama, y tomado una daga, y dado con ella a Illán Suárez, y mandado a sus criados que lo matasen, y así amaneció muerto­­­­­­­­­­­­". Recordemos que su hermano, Benito, se vengó matando después al virrey, y que, a su vez, fue víctima de un romanticismo temerario, ya que murió al caer desde una ventana en el transcurso de un lance amoroso.