(425) Otro regate de Cieza, para llevarnos
de nuevo tras las andanzas de Gonzalo
Pizarro por tierras del Collao y de las Charcas. Se encontraba entonces en el
valle de Cochabamba, situado en lo que es hoy el norte de Bolivia: “Los
bárbaros de aquellas regiones, como aún no estaban domados ni sabían cuán
fuertes eran los cristianos, acordaron juntar el mayor poder e ir a matarlos.
Gonzalo Pizarro venía por el valle muy precavido, pues, aunque no eran más de
setenta los españoles que con él andaban, venían entre ellos hombres de mucho
ser e muy esforzados, entre los cuales estaban el capitán Diego de Rojas, D.
Pedro de Portocarrero, Gabriel de Rojas, el capitán Garcilaso de la Vega, el
Capitán Pedro de Castro, Lope de Mendoza, Diego López de Zúñiga, e otros, hasta
la cantidad que hemos dicho (los recuerda
a todos con admiración). Se habían juntado treinta mil indios, viniendo por
caudillo un señor muy principal que se llamaba Trorinaseo”.
Cuando Gonzalo Pizarro se enteró del plan
de los indios, despreció irónicamente su peligro, alardeando de que, en el
cerco del Cuzco los españoles eran ciento ochenta y consiguieron la victoria
llegando a matar a más de ochenta mil enemigos. Mandó luego que se observara
con cuidado si estaban ya acercándose: “Los capitanes indios venían teniendo
creído que habían de matar a todos e que habían de hacer un vaso con el casco
de la cabeza de Gonzalo Pizarro. Llegaron e cercaron a los cristianos por todas
partes. Los indios aquella noche hicieron grandes fuegos, e, como son tan
viciosos en el comer y beber, no hicieron otra cosa en toda aquella noche más
que vaciar en sus vientres vasijas de su chicha. No era aún bien de día cuando
el capitán Gonzalo Pizarro estaba armado (equipado
con su defensa corporal), y encima de un caballo con una lanza en la mano”.
Cieza se imagina la escena y se lamenta de
cómo iba a cambiar todo por el curso de las guerras civiles: “Y bien con razón,
cuando yo escribo de las cosas hechas por Gonzalo Pizarro en aquellos tiempos,
y de la voluntad tan firme con la que servía al Rey, me angustio y entristezco
en gran manera, maldiciendo el mundano mandar que así hace perder a los hombres su primer ser e los lleva a hacer
cosas muy feas e detestables. Harto mejor le fuera a Gonzalo Pizarro morir en
ese tiempo, que no vivir hasta que por él fueron hechas cosas tan feas e tan
grandes traiciones que anularan las buenas, y él quedara para siempre tenido
por traidor, como después lo fue”.
Tras desahogarse por un momento, explica
que Gonzalo dividió a sus hombres en tres partes, capitaneadas respectivamente
por él, por el capitán Garcilaso de la
Vega y por el capitán Oñate, con el cual iban también, como guerreros amigos,
el siempre fiel Paullo Inca y sus indios. Se produjo el enfrentamiento: “Con la
fortaleza que los españoles suelen pelear, arremetieron contra los indios y
mataron a muchos, por lo que perdieron el ánimo para sostener la batalla, y
huyeron con la mayor prisa que pudieron. Los cristianos, dando muchas gracias a
Nuestro Señor por la victoria, siguieron al alcance de los indios, e mataron a
más de ochocientos. Paulo Inca, con los suyos, también hizo harto daño en los
enemigos”.
(Imagen) Resulta frustrante ver que van
apareciendo nombres de capitanes que, aunque tuvieron biografías
impresionantes, apenas dejaron rastro en los archivos. Digamos algo de uno que
estamos viendo en campaña junto a Gonzalo Pizarro: LOPE DE MENDOZA. Es un
nombre que se presta a confusiones, pero creo que sé de quién se trata. Nació
el año 1492 en Mérida (Badajoz), y ni allí se acuerdan de él. Tuvo la
peculiaridad de volverse de Perú tras una corta estancia y publicar un texto sobre
lo que ocurría en aquellas tierras. Pero no tardó en regresar y sumergirse en el
revuelto mundo de las guerras civiles, donde, quisieras o no, era casi
inevitable dar bandazos entre pizarristas y almagristas, según aumentara el
riesgo de que te cortaran la cabeza. Permaneció fiel a los Pizarro varios años,
luchando incluso contra Diego de Almagro el Mozo en la batalla que este perdió,
siendo después ejecutado. Pero todo se le complicó a Mendoza cuando Gonzalo
Pizarro se alzó en rebeldía contra el Rey. Por cálculo o por noble lealtad a la
Corona, abandonó sus tropas, y, como veterano capitán, tuvo después un protagonismo
muy importante. El Mendoza que estamos viendo en 1539 como capitán de confianza
de Gonzalo Pizarro, va a pelear encarnizadamente contra él ocho años más tarde. El destino
hará que tropiece en su camino con el sanguinario Francisco de Carvajal (el
llamado Demonio de los Andes), el cual mandaba las tropas de Gonzalo Pizarro.
En un enfrentamiento, Mendoza se vio acorralado. Se defendió como pudo pero
recibió varias lanzadas, y Carvajal ordenó que le cortaran la cabeza. Un año
después, las cabezas que rodaron fueron la del propio Carvajal y la de Gonzalo
Pizarro.
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