miércoles, 22 de mayo de 2019

(Día 837) Cieza cuenta algo de Blasco Núñez de Vela sin hacer ninguna mención a su futuro como virrey. El Rey le concede a Pizarro el título de Marqués. Alonso de Alvarado, una vez más, apacigua a unos indios rebeldes. Un fraile cizañero casi provoca un motín contra Hernando de Alvarado.


     (427)  Cieza va a cambiar de nuevo de tercio, pero nos deja un breve e importante comentario al que, cosa rara en él, no le dedica ninguna alusión especial: “En este tiempo Su Majestad, por andar corsarios por la mar, envió una armada para recoger el tesoro que tenía en estas Indias, e, como General de ella, a un caballero principal que tenía por nombre Blasco Núñez Vela, e llevó el oro  e la plata que había ido a Panamá”. Y lo deja como un párrafo aislado, sin decir nada más. Como ya sabemos, se trataba del duro virrey que tuvo después un protagonismo central en las guerras civiles, y que a tantos mató, entre ellos a Illán Suárez de Carvajal, siendo, a su vez, asesinado por Benito Suárez, el hermano de Illán.
     Luego cuenta algo chocante. A pesar de la turbia historia de la muerte de Almagro, el Rey le concedió un premio a Pizarro (quizá antes de que se hubiera enterado): “Había ido Ceballos (al parecer era un letrado) a España, e, tras darle cuenta a Su Majestad de lo mucho que le había servido el Gobernador D. Francisco Pizarro, y como el Rey es tan agradecido a los que le sirven, le concedió ser Marqués, e con estos despachos volvió Ceballos a la Ciudad de los Reyes”. Como contraste de tan buena noticia, le dijeron a Pizarro, llegado de nuevo al Cuzco, que iba a venir un juez. Al saberlo, se retiró a su recámara, y Hernando Pizarro lo interpretó irónicamente en público como una muestra de nerviosismo por temor a que se investigara la muerte de Almagro.
     No quiere Cieza dejar de decir lo que estaba haciendo entonces Alonso de Alvarado.  El inquieto capitán, después de fundar San Juan de la Frontera, partió con setenta hombres a descubrir nuevas tierras en Moyobamba. Además de resultar muy difícil y montañoso el territorio, le llegó la noticia de que los indios chachapoyas, que habían quedado como amigos, estaban de nuevo en pie de guerra. Alonso decidió volver con el fin de solucionar el problema, y le dejó a su hermano Hernando de Alvarado el mando para que  la expedición continuara en marcha. Casi todo lo que tocaba Alonso de Alvarado sanaba: “En San Juan de la Frontera, todos los españoles recibieron gran alegría con su venida, e salieron de paz muchos caciques dando sus excusas, y le dijeron que nunca más se alzarían”.
     Mientras tanto, su hermano Hernando de Alvarado vio aumentada la dificultad del camino que seguía con sus hombres, y cundió el desánimo. Al contarnos Cieza lo que ocurrió después, hace una crítica muy dura de los frailes en general (a pesar de ser él un hombre piadoso): “Nunca pudieron hallar camino ninguno para pasar adelante. Hernando de Alvarado quiso poblar allí. A algunos  españoles les pareció bien, pero otros, por los dichos de un fraile de la Merced llamado fray Gonzalo, no quisieron quedarse. Tanto ha sido el poder de los frailes en esta tierra, que revuelven a los ejércitos reales, y ninguna revuelta ha habido en estos reinos en la que los frailes no hayan sido parte principal en ello, y en todas las consultas quieren ser más parte que los mismos capitanes. Lo cual digo por algunos, que otros habrá que son santos y buenos, aunque, si yo dijera lo que sé y cómo lo siento, a algunos de ellos les desagradaría ver esta obra. E la cosa llegó a tales términos, que los soldados quisieron amotinarse, y aun platicaron de matar a Hernando de Alvarado, y él, como lo comprendió, cuerdamente se salió de Moyobamba y se fue a San Juan de la Frontera, donde estaba el capitán Alonso de Alvarado ocupado en la pacificación de los indios”.

     (Imagen) En el laberinto de los apellidados Alvarado, nos cuenta Cieza que Alonso de Alvarado confió la misión de poblar en Moyobamba (zona andina al norte de Perú) al capitán Hernando de Alvarado. Pero aclara también que este era hermano de Alonso, es decir, los dos cántabros (casi todos los Alvarado de Indias eran extremeños). No pudo lograr la fundación porque la mayoría de sus hombres ‘se rajaron’ ante las dificultades. También andaba por allí JUAN PÉREZ DE GUEVARA (nacido en 1512 y probablemente alavés), y él sí lo consiguió más tarde, aunque por etapas. Fue largo el parto. Algunos discuten los datos, pero los documentos no engañan. Por orden de Pizarro, volvió a la misma comarca, y, el día 25 de julio de 1540, fundó la ciudad (hoy tiene 86.000 habitantes), dándole el apropiado nombre del santo del día: Santiago de los Valles de Moyobamba. Como todos los conquistadores, Juan Pérez de Guevara tuvo una vida de constante ajetreo y enormes peligros. Tampoco se libró de tener que hacer equilibrios de supervivencia en las guerras civiles, decantándose al final por el bando del Rey. Y así ocurrió que, ¡nueve años después!, el habilísimo Pedro de la Gasca, que ya lo había captado para la causa antirrebelde, lo envió a refundar Moyobamba. En el documento de la imagen se hace constar como uno de sus méritos la primera fundación: “Don Francisco Pizarro le dio provisiones al Capitán Juan Pérez de Guevara para que volviese a poblar la provincia de Moyobamba”. Y allí residió muchos años, hasta fallecer en 1569, sin duda rememorando una larga vida llena de trepidantes aventuras.



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