(414) En cuanto a Vadillo, de nuevo Cieza,
que es el que manda, interrumpe el relato: “Necesario será que dejemos por un
poco de hablar de Vadillo e de Aldana, y concluyamos con la campaña del capitán
Sebastián de Belalcázar, quien, llegado al valle de Neiva (Colombia), teniendo por principal intento salir al mar Océano (el Atlántico), determinó enviar a poblar
Timaná y los Yalcones (que él había descubierto) al capitán Pedro de Añasco,
natural de Sevilla (ya hablé hace tiempo de
su terrible muerte a manos de la cacica Gaitana).
Muchas veces hablaban los cronistas de las
flechas envenenadas, y ahora Cieza nos explica su terrible efecto: “Cuando
partió Pedro de Añasco, el capitán Belalcázar anduvo caminando hacia el
Mediodía. Llegó a unas poblaciones de indios belicosos y grandes flecheros que
viven al final de la muy grande cordillera de los Andes. Los cuales salieron a
darles guerra, cogiendo a los españoles descuidados, e hirieron a veinte con
sus flechas. Como en el Perú no hay cosa más dañosa que aquella hierba, es muy
doloroso oír de qué arte morían aquellos tristes, y con la pena que sus ánimas
salían de los trabajados cuerpos. No se piense que las heridas eran muy grandes.
Bastaba que las flechas oliesen la sangre para que el furor de la ponzoña
subiese a su corazón, y los tocados mordían con grandes vascas sus propias
manos; aborreciendo el vivir, deseaban la muerte. Tan encendidos estaban en
aquella llama ponzoñosa que les abrasaba las entrañas, y, semejantes al que
rabia, daban voces como locos. Tenían tanta congoja en sí mismos que en breve
les llevaba a la sepultura. El capitán Belalcázar y los demás españoles se
admiraban de ver las súbitas muertes de sus compañeros. De veinte que fueron
heridos, se escapó solamente uno que se llamaba Diego López. Y no murió porque, antes de que la hierba penetrase, asió
fuertemente con un anzuelo de pescar la carne de su pantorrilla, y, sacando un
cuchillo, se lo dio a un compañero llamado Trujillo, y le dijo que sin piedad
cortase toda la carne que estaba alrededor de la herida, y que no tardase, porque ya le parecía sentir lo
que sentían quienes habían muerto con tales heridas. Tomando el cuchillo, cortó
sin ninguna piedad lo que pareció convenir, con tanta presteza que la ponzoña
quedó en la carne cortada”.
Ante semejante peligro, los españoles
retrocedieron: “El capitán Sebastián de Belalcázar decidió volverse al valle de
Neiva y llegar desde allí al gran río que llaman Santa Marta (el actual Magdalena), un brazo del cual
nace junto a Popayán, y el otro a poco más de cuarenta leguas, yendo divididos
hasta cerca de la ciudad de Mompox, donde, juntándose, se hace tan grande como
se lo ve al salir al mar Océano o del Norte. Entre estos ríos hay por descubrir
provincias muy ricas, y sé harto de ello porque he ido tres o cuatro veces
con capitanes que iban a conquistarlo”.
Resulta curiosa la imprecisión de Cieza al hablar de ‘tres o cuatro veces’. Es
posible que no fuera muy memorioso, o sencillamente, que no se detuviera a
pensar cuando escribía.
(Imagen) Sigamos familiarizándonos con
SEBASTIÁN DE BELALCÁZAR (fundador de Quito), ese duro, pero gran personaje.
Como era habitual entre herederos de conquistadores, en este caso vemos (en el
folio de la imagen) que un nieto suyo, vecino de Popayán y también llamado
Sebastián de Belalcázar, solicita del Rey (¡el año 1582!) alguna merced por los
méritos de su padre, Francisco de Belalcázar, por los de su abuelo y también por
los suyos. Expone lo siguiente: “Él (el
solicitante) sirvió a Vuestra Alteza imitando al Adelantado Don Sebastián
de Belalcázar, su abuelo, vuestro Gobernador que fue de Popayán, y al capitán
Don Francisco de Belalcázar, su padre. El dicho Adelantado fue poblador,
conquistador y descubridor de muchos pueblos de la Isla Española (Santo Domingo), del (territorio del) Río Darién, de Panamá, del descubrimiento de la Mar del Sur (el Pacífico), de la gobernación de
Nicaragua, y de estos vuestros reinos del Perú, siendo el capitán que pobló la
ciudad de Quito y la gobernación de Popayán”. Luego nos descubre la trayectoria
de alguien apenas conocido, su padre: “En la mayor parte de ello, (participó) el capitán Don Francisco de
Belalcázar, su hijo legítimo”. Habla después del comportamiento de Belalcázar
en las guerras civiles. No miente, pero oculta que le costó decidirse a
colaborar con las fuerzas del Rey. Manifiesta que luchó junto al virrey Núñez
Vela, resultando herido, y que fue apresado por Gonzalo Pizarro. Termina
diciendo: “Cuando vino vuestro Presidente, Pedro de la Gasca, salió con gente
el dicho Adelantado Belalcázar, se unió
a él, y estuvo acompañándolo hasta que, habiéndose dado la batalla, Gonzalo
Pizarro fue desbaratado y preso, y, los reinos de Perú, resurgidos para vuestro
real servicio”.
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