(421) Cieza nos cuenta que entonces Hernando
Pizarro se dedicó afanosamente a recoger oro después de haber confiado una
nueva misión (que, como vimos, resultó terrible) a Peransúrez, tras quitarle el
mando al desprestigiado Pedro de Candía: “Hernando Pizarro e Gonzalo Pizarro,
con otros capitanes, salieron del Cuzco hacia la provincia del Collao a juntar
oro y plata, porque el intento de Hernando Pizarro era tener la mayor cantidad
de moneda que pudiese para ir a España. E así, apremiando a los caciques de los
pueblos les sacaba todo el oro que podía, e, para ello, les hacía hartos malos
tratamientos”.
Es curioso ver cómo cambió la actitud de
Hernando Pizarro, sin duda de común acuerdo con sus hermanos. El plan les
pareció perfecto. El infortunado e ingenuo Almagro le había dado la libertad a
Hernando Pizarro con la obligación de que inmediatamente partiera hacia España
para ponerse a disposición del Rey. Hernando prometió, pero no cumplió, porque
tenía una misión mucho más importante: luchar, derrotar y matar a Almagro.
Logrado el objetivo, ahora sí se dispone a ir a España, con otra sola
intención: conseguir que el Rey dé el visto bueno a todo lo que han hecho los
Pizarro, incluso a la ejecución de Almagro, de manera que mantenga a Francisco
Pizarro como Gobernador de Perú, y hasta le otorgue la gobernación del difunto
Almagro. Por soñar que no quede. Esa era la razón de que Hernando acumulara
oro, pues pensaba que entregándoselo al Rey se facilitarían las cosas.
Pero no le fue fácil la ‘colecta’, porque
los indios le estaban esperando con malas intenciones: “Al llegar Hernando
Pizarro a Chucuito, supo que lo indios le estaban aguardando de guerra. Vieron
que el puente de la laguna estaba deshecho, e los indios en la otra parte dando
grandísima grita. Se arrojaron al agua muchos españoles de a caballo, y sucedió
que se ahogaron cuatro, y uno que salió por la orilla, fue tomado por los
indios e llevado a un templo antiguo, donde lo sacrificaron a sus diablos.
Gabriel de Rojas trajo alguna madera con la que hicieron un puente, y así
pudieron pasar a la otra parte. Tuvieron alguna guerrilla con los indios, y
Hernando Pizarro procuró tener todo el oro que pudiese. Sabiendo que D.
Francisco Pizarro habría llegado al Cuzco, determinó volverse. Dejó con toda la
gente al Capitán Gonzalo Pizarro, su hermano, a Diego de Rojas e a Garcilaso de
la Vega, los cuales, partido Hernando Pizarro, hicieron la guerra a los del
Collao, y pensaban ir a las Charcas a hacer lo mismo”. Está claro que aquellos
hombres nunca paraban.
Una
vez más reflexiona Cieza con tristeza sobre lo más negativo de los españoles en
las Indias. En este caso lo acentúa porque tiene claro que las guerras civiles
agravaron de forma terrible la crueldad y el deterioro de las costumbres:
“Muchos yerros se han cometido en este reino por los españoles, y ciertamente,
yo me alegraría de no escribirlos, por ser mi nación. Y, aunque claramente
hemos visto la justicia e castigo que Dios da a los malos, yo seré escritor
verdadero y daré noticia de todo ello, para que tomen ejemplo los buenos, e se
sepa en el futuro lo que pasó”. (Nos enteramos, amigo).
(Imagen) Hubo muchos en la historia de las
Indias que fueron figuras asombrosas, pero que han quedado invisibles para el
recuerdo por el brillo deslumbrante de algunas ‘luminarias’ de la talla de
Cortés o Pizarro. La única carencia de Cieza en su prodigiosa crónica fue no
mostrarnos la biografía de estos olvidados. Cita ahora de pasada a DIEGO DE
ROJAS. Habrá que hacerle justicia. Nació el año 1500 en Burgos. Cuando llegó a
las Indias, luchó bajo el mando de Cortés. Luego fue a Perú de casualidad, ya
que formó parte de una tropa que había sido enviada desde México para ayudarle
a Pizarro, quien estaba casi contra las cuerdas por los ataques de los indios
de Manco Inca. Durante las guerras civiles, siempre fue pizarrista. Ahora vemos
que se dirige a la zona de Charcas, donde triunfó y llegó a ser su gobernador.
Luego luchó contra Diego de Almagro el Mozo, que fue derrotado y ejecutado,
encargándose Rojas de degollar a dos ilustres almagristas, Juan Tello de Guzmán
y Pedro de Oñate. Pero donde su carrera podía haber alcanzado la gloria
definitiva fue en territorio argentino. El gobernador de Perú Cristóbal Vaca de
Castro (el que terminó con la rebelión del Mozo) le dio permiso a Rojas para penetrar
conquistando hacia el sur por los territorios hoy argentinos de la zona de
Tucumán (donde ningún español había
estado), y sentó allá las bases para la fundación de Santiago del Estero (hoy
con 900.000 habitantes). Él no lo pudo realizar porque, en 1544, una flecha
envenenada de los indios acabó con su vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario