martes, 14 de mayo de 2019

(Día 830) Pizarro le asegura a Almagro el Mozo que no se matará a su padre, pero, yendo hacia el Cuzco, le llega la noticia de que su hermano Hernando lo ha ejecutado. Cieza recoge opiniones que acusan y disculpan a Pizarro. Da la impresión de que él lo considera responsable.


     (420) Aquí quien manda es Cieza. Primero deja constancia del tacto con que Alonso de Alvarado trataba a sus hombres, y del buen resultado de su comprensión: “Esta libertad que Alvarado les dio para quedarse pudo tanto, que todos a una dijeron que le querían seguir”. Y después interrumpe el relato para cambiar de tema: “Entre tanto que Alonso de Alvarado se aparejaba, hablaremos un poco del Gobernador Pizarro”.
     Francisco Pizarro estaba en Jauja, y se mostró preocupado (con sinceridad o sin ella) por el bienestar de Almagro el Mozo, a quien entonces lo  iban a llevar a Lima: “Escribió a sus criados para que lo tratasen honradamente e le proveyesen de lo necesario. Don Diego el mancebo le dijo al Gobernador que se acordase de la antigua amistad que tuvo con su padre, e que no permitiese que le fuese quitada la vida, porque, aunque en el Cuzco Hernando Pizarro publicaba que no le había de matar, muchos no creían que lo dejaría de hacer. El Gobernador le respondió que no se preocupase de aquello, e que creyese que su padre viviría e tendría con él la misma amistad pasada”.
     Pero la funesta noticia, que quizá no fuera una sorpresa para Pizarro, le llegó pronto: “Determinó el Gobernador partir para la ciudad del Cuzco, e, llegando al puente de Abancay, le vino un mensajero de Hernando Pizarro con la noticia de que había dado muerte al Adelantado D. Diego de Almagro. Algunos dijeron que lo supo por los indios pero lo disimuló y se alegró de ello”. En otra versión se hablaba de que Hernando Pizarro le consultó si procedía cortarle la cabeza, y le contestó que “obrase de tal manera que Almagro nunca más tuviese ocasión de crear más alborotos y disensiones”.
     Cieza se va a armar un lío con la cuestión, resultando algo contradictorio, aunque está claro que, como buen cronista, trató de consultar distintas fuentes: “Mas, dejado esto aparte, que son dichos de pueblo, lo verdadero es que yo le oí afirmar al obispo Don García Díaz, e me lo juró, que el Gobernador no supo nada de Almagro hasta que llegó a Abancay, ni le mandó nada a Hernando Pizarro, e que, cuando, le dieron el mensaje, estuvo tiempo con los ojos bajos, mirando luego al cielo, mostrando recibir pena y vertiendo lágrimas, las cuales, si eran fingidas o no, solo Dios lo sabe. A pesar de esto, yo oí a algunos de los que iban con el Gobernador, que, oída la noticia, se tocaron trompetas en señal de alegría”. Es difícil creer que Pizarro no supiera cuál iba a ser el resultado del proceso que Hernando Pizarro, juez y parte, estaba preparando contra Diego de Almagro, tan detallado que, a pesar de sus prisas, duró meses. Sin duda, desde el inicio, estaba destinado a justificar su ejecución. Cuando Pizarro llegó al Cuzco, lo recibieron, como era lógico, con gran alegría, aunque la reciente muerte de Almagro creó una situación de circunstancias: “Los regidores y los vecinos le decían, por agradarle, palabras aduladoras, dando a entender que había sido bien hecho dar la batalla al Adelantado e quitarle la vida; el Gobernador, como era de poco saber, pasaba por aquella cosas”. No está claro si Cieza se refiere a que Pizarro, por tener cierta ingenuidad, creía que las alabanzas que se hacían eran sinceras.

     (Imagen) El bachiller, y clérigo, GARCÍA DÍAZ ARIAS, natural de Consuegra (Toledo), se encontraba con Pizarro en Jauja cuando este recibió la noticia de que Hernando Pizarro había ejecutado a Diego de Almagro. A Cieza le dijo años después que fue evidente que, al enterarse, se conmocionó y que lo sintió mucho. Sin embargo y con respecto al valor de su testimonio, no se puede olvidar que tenía una estrecha relación con Pizarro porque llegó con él a Perú cuando volvió de su viaje a España, y porque fue durante mucho tiempo su confesor. El año 1540 Pizarro le pidió al Rey que le  solicitara al Papa su nombramiento como obispo. Fue cursada de inmediato la tramitación, y el sacerdote quedó pacientemente a la espera (ningún palacio iba más despacio que el del Vaticano). Entretanto, ocurrió el asesinato de Pizarro, y, aunque el reverendo estaba entonces con él (lo que demuestra que su cercanía era máxima), no sufrió ningún daño. Unos meses después le envió una carta al Rey (la imagen muestra una parte) dándole datos con mucho sentimiento de lo que había ocurrido, y se muestra extrañado de que Pizarro no lo previera. Resumo el texto: “Lo primero que haré será informar (a Vuestra Majestad) del desastrado fin, y tan desdichado, del Marqués Don Francisco Pizarro, como quien lo vio y pasó por la sombra de las armas que lo mataron (refleja el miedo que sintió al presenciarlo). Días y días antes de su muerte, fue avisado de ella por algunas señales y conjeturas, y no sé por qué se descuidó tanto y no se previno a resistir tanto como convenía, pues para su remedio había muchas cosas y todas tan fáciles, y en ninguna se puso diligencia”. GARCÍA DÍAZ DE ARIAS fue nombrado obispo (el primero) de Quito en 1546, y murió, siéndolo,  en aquella ciudad el año 1562.



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