(420) Aquí quien manda es Cieza. Primero
deja constancia del tacto con que Alonso de Alvarado trataba a sus hombres, y
del buen resultado de su comprensión: “Esta libertad que Alvarado les dio para
quedarse pudo tanto, que todos a una dijeron que le querían seguir”. Y después
interrumpe el relato para cambiar de tema: “Entre tanto que Alonso de Alvarado
se aparejaba, hablaremos un poco del Gobernador Pizarro”.
Francisco Pizarro estaba en Jauja, y se
mostró preocupado (con sinceridad o sin ella) por el bienestar de Almagro el Mozo,
a quien entonces lo iban a llevar a Lima:
“Escribió a sus criados para que lo tratasen honradamente e le proveyesen de lo
necesario. Don Diego el mancebo le dijo al Gobernador que se acordase de la
antigua amistad que tuvo con su padre, e que no permitiese que le fuese quitada
la vida, porque, aunque en el Cuzco Hernando Pizarro publicaba que no le había
de matar, muchos no creían que lo dejaría de hacer. El Gobernador le respondió
que no se preocupase de aquello, e que creyese que su padre viviría e tendría
con él la misma amistad pasada”.
Pero la funesta noticia, que quizá no
fuera una sorpresa para Pizarro, le llegó pronto: “Determinó el Gobernador
partir para la ciudad del Cuzco, e, llegando al puente de Abancay, le vino un
mensajero de Hernando Pizarro con la noticia de que había dado muerte al
Adelantado D. Diego de Almagro. Algunos dijeron que lo supo por los indios pero
lo disimuló y se alegró de ello”. En otra versión se hablaba de que Hernando
Pizarro le consultó si procedía cortarle la cabeza, y le contestó que “obrase
de tal manera que Almagro nunca más tuviese ocasión de crear más alborotos y
disensiones”.
Cieza se va a armar un lío con la
cuestión, resultando algo contradictorio, aunque está claro que, como buen
cronista, trató de consultar distintas fuentes: “Mas, dejado esto aparte, que
son dichos de pueblo, lo verdadero es que yo le oí afirmar al obispo Don García
Díaz, e me lo juró, que el Gobernador no supo nada de Almagro hasta que llegó a
Abancay, ni le mandó nada a Hernando Pizarro, e que, cuando, le dieron el
mensaje, estuvo tiempo con los ojos bajos, mirando luego al cielo, mostrando
recibir pena y vertiendo lágrimas, las cuales, si eran fingidas o no, solo Dios
lo sabe. A pesar de esto, yo oí a algunos de los que iban con el Gobernador,
que, oída la noticia, se tocaron trompetas en señal de alegría”. Es difícil
creer que Pizarro no supiera cuál iba a ser el resultado del proceso que
Hernando Pizarro, juez y parte, estaba preparando contra Diego de Almagro, tan
detallado que, a pesar de sus prisas, duró meses. Sin duda, desde el inicio,
estaba destinado a justificar su ejecución. Cuando Pizarro llegó al Cuzco, lo
recibieron, como era lógico, con gran alegría, aunque la reciente muerte de
Almagro creó una situación de circunstancias: “Los regidores y los vecinos le
decían, por agradarle, palabras aduladoras, dando a entender que había sido
bien hecho dar la batalla al Adelantado e quitarle la vida; el Gobernador, como
era de poco saber, pasaba por aquella cosas”. No está claro si Cieza se refiere
a que Pizarro, por tener cierta ingenuidad, creía que las alabanzas que se
hacían eran sinceras.
(Imagen) El bachiller, y clérigo, GARCÍA
DÍAZ ARIAS, natural de Consuegra (Toledo), se encontraba con Pizarro en Jauja cuando
este recibió la noticia de que Hernando Pizarro había ejecutado a Diego de
Almagro. A Cieza le dijo años después que fue evidente que, al enterarse, se
conmocionó y que lo sintió mucho. Sin embargo y con respecto al valor de su
testimonio, no se puede olvidar que tenía una estrecha relación con Pizarro
porque llegó con él a Perú cuando volvió de su viaje a España, y porque fue
durante mucho tiempo su confesor. El año 1540 Pizarro le pidió al Rey que
le solicitara al Papa su nombramiento
como obispo. Fue cursada de inmediato la tramitación, y el sacerdote quedó
pacientemente a la espera (ningún palacio iba más despacio que el del
Vaticano). Entretanto, ocurrió el asesinato de Pizarro, y, aunque el reverendo
estaba entonces con él (lo que demuestra que su cercanía era máxima), no sufrió
ningún daño. Unos meses después le envió una carta al Rey (la imagen muestra
una parte) dándole datos con mucho sentimiento de lo que había ocurrido, y se
muestra extrañado de que Pizarro no lo previera. Resumo el texto: “Lo primero
que haré será informar (a Vuestra
Majestad) del desastrado fin, y tan desdichado, del Marqués Don Francisco
Pizarro, como quien lo vio y pasó por la sombra de las armas que lo mataron (refleja el miedo que sintió al presenciarlo).
Días y días antes de su muerte, fue avisado de ella por algunas señales y
conjeturas, y no sé por qué se descuidó tanto y no se previno a resistir tanto
como convenía, pues para su remedio había muchas cosas y todas tan fáciles, y
en ninguna se puso diligencia”. GARCÍA DÍAZ DE ARIAS fue nombrado obispo (el
primero) de Quito en 1546, y murió, siéndolo,
en aquella ciudad el año 1562.
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