miércoles, 31 de julio de 2019

(Día 898) Cristóbal de Sotelo le dijo a Francisco de Chávez que ordenase a un soldado devolver a una india que retenía con permiso suyo. Se negó en redondo, y Sotelo se dirigió muy airado a la casa de Chávez.


      (488) Nos habla Cieza ahora de unos incidentes que nos dejan ver cómo la violencia entre los españoles, incluso del mismo bando, podía producirse de manera totalmente insensata. Uno de los protagonistas va a ser Cristóbal de Sotelo, entonces al mando en Lima, por delegación de Diego de Almagro el Mozo. Era una persona extraordinariamente razonable y con gran respeto a lo que estimaba justo, como lo deja bien claro el cronista. Da la casualidad de que, justo cuando iban a ocurrir los hechos, volvía a la ciudad el capitán García de Alvarado, que no participó en lo ocurrido, pero lo menciono porque, unos meses después, tuvo un conflicto violento con Sotelo, a quien uno de los hombres de Alvarado lo mató.
     Eso fue el resultado de un enfrentamiento importante, pero el de ahora comenzó por un asunto menor, envenenado por el amor propio. Resultó que “un soldado que era muy amigo de Francisco de Chávez (recordemos que no hay que confundirlo con el Francisco de Chávez que murió junto a Pizarro) había tomado una india a otro soldado que tenía mucha amistad con el capitán Cristóbal de Sotelo, y como era hombre de tanto pundonor y deseoso de que no se hiciera daño, envió a rogar con mucha amabilidad al capitán Francisco de Chávez, que, puesto que, con su permiso, el soldado habia quitado la india al que la tenía, que mandase que la restituyese”.
     Se negó en redondo: “Francisco de Chávez, con mucha arrogancia, le respondió que no quería que el soldado devolviese a la india, pues era suya, y que no le enviase ningún alguacil, porque lo maltrataría. Sotelo era sabio, y, conociendo los daños que se suelen seguir en las discusiones entre los capitanes, templando la ira con el saber de su persona, le rogó por segunda vez que se devolviese a la india a quien ya la poseía, indicándole que, si el otro decía que era suya, que la pidiese ante el juez”. Ante una nueva negativa altanera de Chávez, habló Sotelo con gran firmeza delante de seis amigos, y hasta dejó claro que, a pesar de estar en el bando de Almagro, cumpliría lo que las leyes del Rey ordenaran: “Dijo que le pesaba mucho que empezara a haber discordia y bandos entre ellos, que es causa de grandes daños, y que se alegraba en gan manera de no haber sido uno de los que mataron al Marqués,  y que, si seguía a Don Diego de Almagro, era por la amistad que tuvo con su padre, lo cual no suponía que él dejara de cumplir lo que Su Majestad mandara. Y dijo más: que no pensase que se saldría con lo que él no le consentiría. Después fue a la casa de Francisco de Chávez para quitarle la india, y, si se negase, la vida, o perder él la suya”.
     Sabiendo lo que va a ocurrir, Cieza se desespera por tanta estupidez violenta, y  no puede evitar desahogarse: “A vosotros, capitanes de mi nación, ¿qué os mueve a horadaros unos a otros vuestras entrañas con puñales y espadas? Lloro y en gran manera me acongojo en que, por cosas tan comunes, muriesen españoles tan adornados de serlo, reconocidos como merecedores de haber nacido a riberas del Ebro en cualquier región que atravesasen, pero enfrentados entre sí, pues, sin haber descubierto todos los secretos del Perú, levantaron guerras en las que los más de ellos, como testimonio de su desatino, quedaron muertos, de forma que luego vinieron a disfrutar de sus conquistas e poblaciones nuevas personas que no habían trabajado en aquellas tierras”.

     (Imagen) Ya hablamos de Francisco de Chávez el pizarrista. Toca hacerlo de FRANCISCO DE CHÁVEZ el almagrista. Tuvieron cosas en común, y otras muy diferentes. Nacieron los dos en Trujillo, cuna de tantos conquistadores, pero no todos bien avenidos, porque muchos vivieron el infierno de las guerras civiles. El pizarrista (que también estuvo inicialmente al sevicio de Almagro), fue un gran capitán, culto y generalmente razonable, pero odiado en la memoria de los peruanos de Huánuco por ser autor de una masacre de mujeres y niños como represalia. Eran parientes, y, el pizarrista, bastante mayor. Fueron ambos con Almagro a la campaña de Chile. A pesar de ser siempre fieles a su bando, los dos resultaron, por una vez, injustamente sospechosos. El mayor, como posibe cómplice de los asesinos de Pizarro; el otro, acusado por el gran Rodrigo Orgóñez de haberse puesto de acuerdo con los pizarristas en la batalla de las Salinas. Los dos Chávez salieron derrotados en esa batalla y Pizarro los perdonó. Pero el más joven siguió en el bando de los almagristas. Fue un bravo capitán, con un amor propio desmedido y terco. Da la casualidad de que, en cierta ocasión, apresó al Capitán Perálvarez Holguín, al que vemos ahora correteando para enfrentarse a él y a todos los almagristas que acababan de asesinar a Pizarro. El Chávez almagrista era bronco y poco religioso. Cieza le criticó que expulsara de la plaza de Lima a unos frailes que iban con el Santísimo suplicando que no se asesinara a Pizarro. Al mismo tiempo, los almagritas mataban al otro Francisco de Chávez, que trataba de calmarlos. Unos meses después, también Chávez el almagrista morirá. Había dado permiso a un soldado suyo para que tomara a una india que ya estaba concedida a otro compañero. Cieza nos está contando ahora de qué manera tan tonta se enredaron las cosas. A Chávez nada le importaba la india, pero sí mucho que se le negara el derecho a haberla entregado. Un simple pique por el mando, y su ciega terquedad, le costarán la vida. Fue algo tan estúpido, que, cuando fueron a matarlo, no se lo podía creer.



martes, 30 de julio de 2019

(Día 897) Los almagristas proceden a ejecutar en público a Antonio Picado, de quien Cieza comenta que fue un perjudicial asesor de Pizarro. Cree también que los almagristas hubiesen preferido la paz o huir a otras zonas.


     (487) Luego el cronista saca una leccion moral sobre la fragilidad del éxito, y sobre el error de recurrir a malos asesores. Nos muestra primeramente el gran poder que tuvo Antonio Picado bajo la sombra de Francisco Pizarro, a quien casi tenía hechizado: “Al otro día por la mañana, le sacaron de la cárcel en una mula sin silla y con un crucifijo en las manos, yendo por las calles acostumbradas pidiendo perdón a todos. Hemos de mirar cuán vano es el ser de este mundo, y cómo se consume el mandar y el desear tener tesoros y crecer en honra y dignidad. El Picado a quien se vio tan galano, tan adornado de arreos, tan rico de tesoros, tan privado del Gobernador y tan absoluto en el mandar, vedlo ahí cómo todo ello lo dejó, e le dan muerte pública, habiéndole atormentado. Como Dios se muestra tan recto en su juicio, quiso que Picado muriese de esta suerte, pues nunca aconsejó al Marqués cosa que fuese acertada ni que le conviniese. Una de las pricipales causas de que los gobernadores de estos reinos (Pizarro y Almagro) hayan tenido tan malos fines, ha sido la de fiarse de criados simples, astutos, maliciosos y más deseosos de conseguir dineros y favorecer a sus amigos, que de aconsejar a sus señores lo que les conviene e lo que son obligados a hacer. Y los vivos y los que hayan de venir a gobernar sírvanse de criados virtuosos y que no tengan vicio grave, y así acertarán, porque, de otro modo, les ocurrirá lo que les ha ocurrido a los demás”.
     Cieza generaliza las malas consecuencias de elegir equivocadamente a los consejeros, pero en sus palabras deja claro el pésimo concepto que tenía del poderoso Antonio Picado. Termina su reflexión mostrando su triste final: “Después de que hubieron pregonado la causa por la que mataban al secretario Antonio Picado, le cortaron la cabeza y lo enterraron en Nuestra Señora de la Merced”.
     Aunque sabían que Vaca de Castro, el representante del Rey, estaba a punto de llegar, pizarristas y almagristas se preparaban para la guerra: “Don Diego de Almagro mandó a Don Alonso de Montemayor que fuese a las ciudades de Huamanga y Cuzco para juntar y proveerse de armas. Llegó noticia a Lima de que Alonso de Alvarado, al conocer la muerte del Marqués, había juntado la gente que tenía, la que estaba en Huánuco con Pedro Barroso y los soldados que se encontraban en Moyobamba con Juan Pérez de Guevara, y, con todos ellos, pensaba hacerse fuerte hasta que Vaca de Castro entrase en el reino, y que había alzado bandera de lealtad al Rey”. Comenta Cieza que, al saberlo, los almagristas se inquietaron mucho, pero “sus principales capitanes no tenían voluntad de dar la batalla, sino que, en el caso de que Su Majestad no perdonase la muerte del Marqués, su intención era meterse en el interior de las provincias de Chile”. Y hace otra reflexión invocando el sentido común: “Verdaderamente,  entre estos había caballeros tan determinados y soldados tan osados, que, si la emulación no carcomiera entre ellos sus mismas entrañas, con deseo de superar los unos a los otros o verse muertos, ellos destacarían fuera de este reino, porque, quedándose en él y teniéndolo en tiranía, no se les podría perdonar el castigo que Dios y el mundo suelen dar a los que se envuelven en  este título y hacen atrocidades”.

     (Imagen) Asesinado Pizarro, sus partidarios y los almagristas se prepararon frenéticamente para luchar entre ellos. Junto a Perálvarez Holguín, quien capitaneaba a los pizarristas era el extraordinario Alonso de Alvarado, uno de los pocos que no oscilaban, como las veletas, a favor del viento dominante. Con suma rapidez, había conseguido reunir en Chachapoyas a la gente que tenía en Moyobamba (a 250 km) y en Huánuco (a 700 km). En la imagen se ven las tres ciudades subrayadas en rojo, y también, como referencia, la ciudad de Lima. Chachapoyas, fundada por el propio Alonso de Alvarado en 1538, cuenta actualmente con 30.000 habitantes. Moyobamba, que tiene hoy 50.000 habitantes, quedó asentada el año 1540 por el capitán Juan Pérez de Guevara, a quien le había confiado la misión Alonso de Alvarado. Huánuco (200.000 habitantes en censos recientes) fue establecida, inicialmente, por Gómez de Alvarado, quien tuvo una relación cambiante con los almagristas y los pizarristas. Batalló junto a Almagro en las Salinas. Tras la derrota, no le castigaron porque fue uno de los que habían evitado que le cortaran la cabeza a Hernando Pizarro. A eso se debe que Francisco Pizarro le confiara crear la ciudad de Huánuco. Pero Gómez siguió tonteando con Almagro el Mozo. Por eso nos cuenta Cieza que, quien le trajo a Alonso de Alvarado los soldados desde allí, fue el capitán Pedro Barroso. Lo que no consiguió digerir el estómago de Gómez de Alvarado fue el asesinato de Pizarro, y, volviendo definitivamente al bando pizarrista, luchó en la batalla de Chupas (año 1542) contra el Mozo, que fue derrotado y ejecutado. Da la casualidad de que también murieron ese mismo año (de enfermedad) GÓMEZ DE ALVARADO y su glorioso hermano (aplastado por un caballo) PEDRO DE ALVARADO.



(Día 896) Vaca de Castro, en su caminar hacia Perú, recibió la noticia de la muerte de Pizarro, lo que le convertía a él en Gobernador de aquel territorio. Los pizarristas atormentaron a Antonio Picado y le anunciaron que lo iban a matar.


     (486) Cieza comenta (y no será la única vez que lo haga) que Vaca de Castro era ambicioso de riquezas: “Como venía con codicia de tener dineros, tuvo sus inteligencias y rodeos con Belalcázar para que se quedase ciertas cosillas menudas y de poco precio que traía, pagándoselas a precios que no se tenían por baratos. Luego envió sus mensajeros a la ciudad de Quito para que supiesen en todo el Perú su llegada, y que Su Majestad le había nombrado Juez para ocuparse de las alteraciones que había habido entre el Marqués Don Francisco Pizarro y  el Adelantado Don Diego de Almagro”. Decidió también darle permiso a Pascual de Andagoya para ir a España con el fin de que el Rey le indicara cuáles serían sus  competencias en las Indias como conquistador. Tras estas disposiciones, Vaca de Castro preparó su viaje al Perú, adonde iría pasando por la ciudad de Popayán.
     El gran Lorenzo de Aldana, representante de Pizarro, se encontraba entonces en la ciudad de Quito. En cuanto supo que Vaca de Castro iba a Popayán, salió hacia allá para encontrarse con él. Según caminaba, le llegó un mensajero con la noticia de que habían asesinado a Pizarro (tuvo que ser un mazazo para él), y aceleró su marcha para que Vaca de Castro lo supiese lo antes posible. Cuando se encontraron los dos, Vaca de Castro recibió muy bien a Aldana y lo felicitó por la gran labor que había estado haciendo en el territorio de Quito, pero, con respecto a su reacción sobre la noticia de la muerte de Pizarro, se diría que Cieza deja caer una velada crítica: “No la tuvo por cierta, pero tampoco dejó de considerar que los de Chile le hubiesen matado para vengar la muerte de Don Diego de Almagro. Y se alegró mucho de tener una provisión de su Majestad por la que, si el Marqués moría, pudiese él gobernar la provincia y hacer justicia. Ciertamente, él no mostró mucho sentimiento por aquel suceso, aunque algunos creyeron que lo disimulaba. Aquel mismo día le escribió a Belalcázar rogándole que permaneciera en la ciudad de Cali hasta que se supiese si la noticia de la muerte del Marqués era fingida o verdadera. Belalcázar le contestó que no sadría de allí aunque mucho le conviniese”.
    Volvemos ahora con Cieza a otro escenario, una vez más, patético. Los almagristas, como vimos, le presionaban a Antonio Picado, secretario de Pizarro, para que confesara dónde tenía su patrón escondido su tesoro: “Respondía que, si alguno tenía, él no sabía dónde estaba, pero no le creían. Como le tenían enemistad por las cosas pasadas, Juan de Rada, con mucha ira, le respondió que, si no lo dijese, lo habían de matar. Viendo Almagro y Juan de Rada que no lo quería decir, mandaron que se hiciesen los preparativos, y le dieron grandes tormentos, y, como el triste no sabía qué decirles, pidió que le dieran la muerte. Viendo que no podían saber de él ninguna cosa, concertaron matarlo, e, un día antes de la fiesta de San Jerónimo, le dijeron que se confesase, porque solo le quedaba aquel día de vida. Picado, como hombre, lamentó su muerte, y se confesó con mucha contrición, casándose aquella noche con Ana Suárez, su amiga”.

     (Imagen) CRISTÓBAL VACA DE CASTRO logró llevar a cabo la dificilísima misión que le encargó el Rey: poner orden en medio de las guerras civiles. Y hay que tener en cuenta que la situación había empeorado mucho cuando llegó porque acababan de asesinar a Pizarro. Ya le dediqué una imagen. Pero ahora me centraré en un personaje que tuvo una importancia clave en su formación intelectual y profesional: GARCÍA DE LOAYSA Y MENDOZA. Nació en Talavera de la Reina (Toledo) el año 1478, y, como otros muchos de familia noble, optó por hacerse clérigo. Contaba con grandes influencias, lo cual facilitaba mucho los ascensos, pero de poco servían sin una buena ‘materia prima’, es decir, notable inteligencia y fuerte carácter. Profesó como dominico, llegando a ser Maestro General de la Orden, confesor de Carlos V, Obispo de Sigüenza, Obispo de Burgo de Osma, Arzobispo de Sevilla, Cardenal, y, para que no le faltara nada, el 1546, año de su muerte, ejerció como Inquisidor General. Al igual que otros clérigos de alto nivel, tuvo también cargos políticos. El año 1503 se fundó la Casa de la Contratación de las Indias de Sevilla, ejerciendo allí desde el principio el tesorero (y canónigo) Sancho Ortiz de Matienzo, cuyo protector, el obispo Juan Rodríguez de Fonseca, inauguró en 1511 la Junta de Indias. La cosa siguió de clérigos, porque, en 1524, se creó el Consejo de Indias, y el obispo García de Loaysa fue su primer presidente, ejerciendo durante cinco años. Mucho ayudó Loaysa a Vaca de Castro para promocionarle en importantes cargos políticos y judiciales, pero recordemos que, según Cieza, hubo rumores de que el Rey le confió la importantísima intervención en las guerras civiles de Perú por consejo del obispo Loaysa (experto en temas de las Indias) y de Hernando Pizarro, este, de forma interesada, para que fuera riguroso con los almagristas (dado que tenía fama de sobornable).  



lunes, 29 de julio de 2019

(Día 895) Vaca de Castro se dirigió hacia Cali, donde le esperaba amigablemente Belalcázar. Enfermó durante el trayecto y resultó un calvario. Llegó muy grave a la ciudad, pero se ocupó de que Belalcázar y Andagoya hicieran las paces.


    (485) Seguía incesante el plan de control y recuperación de localidades para ponerlas al servicio del Rey. Mientras Perálvarez esperaba la llegada de Peransúrez de la Plata, “mandó a su Sargento Mayor, Francisco Sánchez, que fuese a Arequipa (estaba en poder de los almagristas, bajo la autoridad de Cristóbal de Hervás) y persuadiese a los vecinos de ella a que se pusiesen al servicio de Rey, dándose buena maña para recoger armas e gente”. Se enteró entonces Perálvarez de que, al puerto de la ciudad de Arequipa, había llegado un barco que formaba parte de una pequeña flota financiada por el Obispo de Plasencia para explorar la zona del Estrecho de Magallanes, siendo el único que se había librado de naufragar. En el navío llegaron algunos españoles (todos sus capitanes habían muerto), y pensó Perálvarez que sería fácil ganarlos para su causa.
     Cieza nos deja a la espera de que retome lo que ahora está contando, porque quiere que sepamos cómo continuó el complicado viaje de Vaca de Castro, el apoderado del Rey. Recordemos que se vio a punto de naufragar, y decidió refugiarse en el Puerto de Buenaventura para seguir por tierra hasta Cali. Ya vimos que allí, el hijo de Pascual de Andagoya consiguió de él que ordenara a Belalcázar que dejase libre a su padre. La idea de Vaca de Castro era tener juntos en Cali a Belalcázar y a Andagoya para zanjar sus diferencias. Belalcázar recibió el mensaje, y estuvo colaborador. Le envió comida a Vaca de Castro y unos indios que le sirvieran como porteadores para ir hasta Cali. Además, se quedó a esperarle en la ciudad suspendiendo el viaje a Cartago que tenía previsto para “visitar las regiones que había conquistado  e descubierto el capitán Jorge Robledo (a quien matará cinco años después)”.
     Tras la horrenda travesía marítima, le aguardaba a Vaca de Castro otro calvario: “Ayudado e muy servido por el capitán Cristóbal de Peña, partió con muy graves enfermedades, y, de no estar en su compañía sus médicos e cirujanos, hubiera muerto. Llegó a la ciudad de Cali, habiendo matado por el camino los tigres a dos españoles, y resultando muertos otros siete por el hambre y las ásperas sierras que pasaban; el Gobernador y todos los vecinos de la ciudad le hicieron muy buen recibimiento”.
     En Cali estuvo tres meses enfermo. Cosas del Destino, porque, de no tener esa demora obligatoria, lo más probable habría sido que la historia de los españoles en Perú fuera muy distinta. Es casi seguro que el asesinato de Pizarro no se habría producido, y tampoco las subsiguientes guerras civiles. Lo que sí pudo hacer en esos tres meses de estancia fue suavizar la relación entre Belalcázar y Andagoya: “Para evitar que hubiese entre ellos algún conflicto, les notificó un mandamiento de que no contendiesen en nada, porque, si lo hicieran, Su Majestad sería muy deservido”.
     Luego veremos que Vaca de Castro logró muchos aciertos en su cometido, especialmente al derrotar y ejecutar a Diego de Almagro el Mozo y a varios de los cabecillas de su rebelión, pero tuvo problemas judiciales por acusaciones de cohecho.

     (Imagen) Cieza comenta que llegó a Arequipa el único barco que quedaba  de la expedición financiada por el Obispo de Plasencia. Y eso es todo. Pero, tirando del hilo, nos encontramos con un personaje sorprendente: el madriñeño GUTIERRE DE VARGAS CARVAJAL. Ese era el tal obispo. Como otros muchos dignatarios de la Iglesia, pertenecía a una familia de la alta nobleza. Y, como otros muchos, fue un clérigo mundano, ajeno a la castidad y a la pobreza. Consta que legitimó a un hijo suyo llamado Francisco de Vargas y Mendoza. Pero, años después, tuvo un estremecimiento espiritual, y cambió por completo. Nació en 1506, y, por influencias de su padre, Francisco de Vargas, miembro del Consejo de Castilla, fue nombrado obispo de Plasencia con solo 18 años. De espíritu renacentista, restauró muchas iglesias, y, el año 1539, financió una expedición marítima, con cuatro naves, dirigida hacia las tierras del sur de Chile a través del Estrecho de Magallanes. Era una zona en la que ya habían fracasado tres intentos de conquista. Extrañamente, la del obispo Gutierre iba bajo el mando, como gobernador, del fraile Francisco de la Ribera. Y fue otro desastre. Un barco naufragó en el Atlántico, en el Estrecho se hundió el del fraile, otro dio la vuelta hacia España, y, el restante, solamente consiguió el éxito de  llegar a Arequipa. Hubo que esperar hasta el año 1551 para que se produjera la radical transformación espiritual del obispo Guiterre de Vargas. Ocurrió en el Concilio de Trento al leer los ‘Ejercicios Espirituales’ de San Ignacio de Loyola, al que entonces conoció. Durante los ocho años que le quedaron de vida, fue un obispo ejemplar. Se entregó a causas evangélicas, y le dio tiempo para fundar generosamente en Plasencia un colegio de jesuitas, un convento de capuchinas y un hospital. La ‘buena vida’ anterior le pasó factura: murió el año 1559 en Jaraicejo (Cáceres) a consecuencia de complicaciones de la gota que padecía.



sábado, 27 de julio de 2019

(Día 894) Perálvarez le comunicó a Peransúrez la muerte de Pizarro y le pidió que se uniera con él contra los almagristas. Luego recuperó la ciudad del Cuzco por la fuerza, pero sin cometer abusos.


     (484) Actuaban a un ritmo acelerado: “Sabiendo Perálvarez Holguín que Gabriel de Rojas era Teniente de Gobernador en la ciudad del Cuzco, decidieron todos volver allá para prender a Rojas y a los que viesen que seguían el llamamiento de los de Chile. Primeramente, aceptaron todos como General a Perálvarez, y él nombró como Maese de Campo a Gómez de Tordoya, confirmando a Martín de Robles en el cargo que ya tenía de Alférez General, y Castro fue nombrado Capitán de Arcabuceros. Después Perálvarez escribió a Peransúrez a la Villa de la Plata, donde había sido Teniente del Marqués, comunicándole su muerte y que ellos iban a ir contra los de Chile por haberlo matado, y le pedía que, cumpliendo la obligación que tienen los caballeros de mostrar su valor en semejantes tiempos, juntase los más que pudiese y fuesen a la ciudad del Cuzco, donde él tenía determinado ir a conseguir más hombres”.
     Hecho lo cual, se dispusieron a partir: “Determinó ponerse en marcha, y entrar en el Cuzco sin ser sentidos. Iba con cincuenta de a caballo. Mandó a los de a pie que le siguiesen, sin darse mucha prisa, hasta llegar a la ciudad del Cuzco, donde se procuraría que todos tuviesen caballos”. Las  noticias volaban, y tanto en el Cuzco como en Lima había una gran preocupación por este avance militar, al que se añadía el que Alonso de Alvarado hacía por su parte. Cuando llegó Perálvarez con sus hombres al Cuzco, no le pusieron resistencia. Asustados, le mandaron una nota imposible de creer, puesto que le decían que Gabriel de Rojas estaba al mando en nombre del Rey, y que todos eran contrarios a D. Diego y a los de Chile: “Perálvarez e su gente entraron en la ciudad haciendo todo el ruido que pudieron, para que pensasen que eran mucha gente, y sin que se hiciese ningún daño ni agravio a los que dentro estaban. Mandó Perálvarez que se reuniese el Cabildo, y, juntos en él los regidores e alcaldes, fue recibido por ellos como Capitán General en nombre de Su Majestad, lo cual se hizo contra la voluntad de los del Cabildo, porque ellos querían a Gabriel de Rojas, mas Perálvarez tenía cercado el Ayuntamiento, e, al fin, lo recibieron. Y luego, con sonido de trompetas, fue pregonado un auto que se hizo en el Cabildo del recibimiento. La mayoría de los vecinos de la ciudad aprobaron el cargo de Perálvarez, porque él daba de sí grande esperanza, e a grandes voces se gritaban por la ciudad vivas al Rey”.
     Perálvarez no se olvidó de los más de sesenta almagristas huidos del Cuzco: “Le mandó al capitán Castro que fuese con algunos a prenderlos. Partieron con él Juan Alonso Palomino, Lope Martín, Hernando Bachicao, Tomás Vázquez, Cerdán e otros cuatro. Los alcanzaron y, por ser muchos más que ellos, les hicieron resistencia, e fueron presos más de cuarenta, escapándose los demás. Al saber Perálvarez lo que había pasado, envió recado para que los soltasen, y fuesen donde quisiesen”.

     (Imagen) Tras la imagen del padre, la imagen del hijo: MARTÍN DE ALMENDRAS HOLGUÍN. Los Almendras fueron otra familia que se entregó al mestizaje, algo muy frecuente entre aquellos conquistadores, como fue el caso de Pizarro y de Almagro. La madre de Martín era hija de Perálvarez Holguín y de una princesa inca. Un caso especial fue el de su tío abuelo Francisco de Almendras, pues tuvo ocho hijos mestizos, dándose la casualidad de que una de sus nietas, la también mestiza Inés de Villalva y Almendras, se casó con Martín. Ya vimos que a su padre lo mataron los indios en 1565, teniendo él ocho años y cuatro hermanos más pequeños. Todos quedaron bajo la tutela de su madre, casada poco después con Íñigo de Villafañe, que fue el encargado de administrar las ricas encomiendas de indios heredadas. Poco se sabe de la vida de Martín de Almendras Holguín durante sus años de juventud. Pero, ya adulto, dejó profunda huella en aquellas tierras, aunque no como militar. Lo suyo fueron los negocios y los cargos políticos. Mucho hubo de valer, puesto que, entre otros nombramientos, tuvo los de Corregidor de Potosí (representante del gobernador), Alcalde de la ciudad de la Plata y Gobernador de Santa Cruz de la Sierra (actualmente en territorio boliviano),  de donde se retiró a La Plata y murió poco después, en 1618, a la edad de 61 años. En la imagen vemos un escrito de los oidores de la Audiencia de Charcas dirigido al Rey (año 1601) en el que, basándose en sus méritos, los de su padre, el General Martín de Almendras, y los de su abuelo materno, el General Pedro Álvarez Holguín, informan favorablemente que se le aumente a Martín de Almendras Holguín una renta que ya disfruta, y que la pueda luego transmitir a sus herederos.



viernes, 26 de julio de 2019

(Día 893) Gómez de Tordoya y otros pizarristas convencen a Perálvarez Holguín para que sea su capitán contra los almagristas. Lo acepta, y deciden todos ir a recuperar el Cuzco.


     (483) Antes de seguir la narración, Cieza se desahoga, y no podemos menos que escucharle y comprenderle (y hasta darle ánimos si estuviera aquí presente): “Me esfuerzo en gran manera en comprender los acontecimientos que pasaron en ese tiempo, porque era necesario narrar al mismo tiempo lo que pasaba en Lima y lo que hacía Vaca de Castro. Dios es testigo de mis grandes vigilias e poco reposo que he tenido (robando tiempo al sueño), de lo cual no quiero otro premio sino que el lector me trate como amigo (si él nos viera ahora, cinco siglos después…), mirando los muchos caminos que yo he hecho por investigar las cosas notables de estas partes. Y, como es tan grande esta escritura, hállome ya tan cansado, que deseo en gran manera acabar esta peregrinación”. Honor, pues, y gloria a Cieza.
    Luego el cronista nos recuerda que andaba Perálvarez Holguín por la zona de los Chunchos enviado en campaña por Pizarro. Ya comentamos que Holguín le sacaba de quicio a Vaca de Castro, y es de suponer que nos lo diga también Cieza más tarde. Pero ahora hace mención de que, según un rumor (al que no le daba credibilidad), había dado muestras de traición “hablando a los de Chile para que matasen al Marqués e vengasen la muerte de Almagro”.
     Gómez de Tordoya y los que con él iban buscaban la manera de organizarse contra los rebeldes. Sabían por dónde andaba Perálvarez Holguín y quisieron conseguir su ayuda: “Determinaron hacer una cosa muy acertada, que fue escribirle que habían matado al Marqués y que los matadores se había apoderado del reino, y le pedían que viniese con su gente, y ellos le recibirían como Capitán General, de manera que, alzando bandera de lealtad al Rey, evitasen que los de Chile hicieran daños, y se irían a juntar con el licenciado Vaca de Castro, que venía como Juez de Residencia”.
     El encargado de llevar la carta fue Martín de Almendras, que acababa de llegar de la ciudad de la Plata (la actual Sucre boliviana). Le llevaron los indios en andas utilizando el sistema de postas tradicional de los incas, recorriendo cada día (noche incluida) treinta y siete leguas (unos 185 km): “Cuando llegó a su destino, al capitán Perálvarez Holguín le pesaron las malas noticias, mas alegrose en gran manera con el cargo que le ofrecían, y decía que había de vengar la muerte del Marqués o perder la vida en el intento. Gómez de Tordoya venía hacia aquella parte, y se habían juntado con él veinticinco españoles. Adelantándose Perálvarez con los de a caballo, se fue a juntar con Gómez de Tordoya y sus hombres, e mostraron mucho placer los unos con los otros”. Aunque Pedro de Portocarrero y Pedro de los Ríos, escapados del Cuzco, habían pensado dirigirse a la Villa de la Plata, cambiaron de idea al saber que estaba formado un grupo en torno a Perálvarez, y decidieron unirse a ellos: “Ya juntos todos, determinaron volver a la ciudad del Cuzco para hacer que en ella fuese recibido Perálvarez como Capitán General en nombre de Su Majestad, y castigar la tiranía de los de Chile e la usurpación que hacían del reino”.

     (Imagen) MARTÍN DE ALMENDRAS ULLOA vino al mundo hacia el año 1520 en Plasencia (Cáceres). Llegó a Perú el año 1535, reclutado en España por Hernando Pizarro y acompañado de un hermano mayor, Diego de Almendras. Tenían en Perú a un tío suyo, el capitán Francisco de Almendras. Los tres fueron leales partidarios de los pizarristas en las guerras civiles. Nos cuenta Cieza que Martín, sin duda por ser joven, atlético y de toda confianza, fue encargado de llevarle un mensaje al capitán Perálvarez Holguín para que, por haber sido asesinado Pizarro,  aceptara el cargo de Captián General contra los almagristas. Cumplió su misión, pero no pudo imaginar que a Holguín solo le quedaba un año de vida, ni que una hija suya, entonces una niña,  se convertiría en su esposa unos diez años después. Era una mestiza llamada Constanza Holguín de Orellana, cuya madre, de nombre Beatriz Tupac Yupanqui, pertenecía a la nobleza inca. Francisco, el tío de Martín, de brillante carrera militar y con el título de Gobernador de las Charcas, unió sus tropas a las del rebelde Gonzalo Pizarro, y el capitán Diego Centeno acabó con su vida en 1545, dejando huérfanos a diez hijos mestizos. Por participar en la batalla en la que mataron al virrey Blasco Núñez Vela, su mujer, Brionda de Acuña, incluyó a los dos hermanos, Diego y Martín, en una larga lista de demandados. Lo curioso es que siguieron viviendo muchos años, y sin problemas legales. Y hasta con honores. Así, por ejemplo, MARTÍN DE ALMENDRAS ULLOA fue nombrado el año 1565 Gobernador de Tucumán. Lo malo fue que resultó un regalo envenenado: cuando iba de camino para tomar posesión de su cargo, lo atacaron y mataron los indígenas. El mayor de sus hijos, MARTÍN DE ALMENDRAS HOLGUÍN, tuvo una biografía excepcional. Pero esa es otra historia.



jueves, 25 de julio de 2019

(Día 892) Los que se encontraban en el Cuzco y eran pizarristas estaban angustiados por lo que les podría pasar. Algunos pudieron huir. Los que se quedaron no tuvieron más remedio que aceptar como Gobernador a Diego de Almagro el Mozo.


     (482) Conviene comentar que ver aparecer por primera vez a Fancisco de Carvajal en estas crónicas da escalofríos. Aquí va a empezar el funesto protagonismo en las guerras civiles de este veterano y valioso militar que se ganó a pulso el apelativo de Demonio de los Andes, quien, quizá por no tener miedo a la muerte, se la aplicaba a los demás con un sentido del humor siniestro.
     Veamos a D. Pedro de Portocarrero tembloroso ante la incertidumbre y el riesgo de la situación: “Muy turbado, les dijo a los del Cabildo que, por haber muerto D. Francisco Pizarro, no tenía ya fuerza el cargo de Teniente suyo que le habia dado, y, por tanto, que tomasen su vara (de mando) e la diesen ellos a quien quisiesen. Francisco de Carvajal, después de que hubiesen rogado a Don Pedro que siguiera teniendo su vara, y de contestarles que no quería, le dijo que la dejase, e que por qué estaba tan temeroso, pues mayor señor fue Julio César y lo mataron en su palacio. Los Regidores y los Alcaldes no se ponían de acuerdo en a quién elegir como Teniente. Los de Chile (que estaban entre el público asistente) daban voces diciendo que por qué no aceptaban a D. Diego de Almagro como Gobernador, y los de Cabildo, por no poder más, o por algunos temores que tenían, aceptaron a D. Diego como Gobernador e nombraron a Gabriel de Rojas como su Teniente”. El rudo comentario de Carvajal no significa que fuera partidario de Almagro. Enseguida veremos que ya entonces era pizarrista.
    Como señaló Cieza, daba la casualidad de que eran muchos los pizarristas que habían salido del Cuzco por diversas razones, de manera que los partidarios de Almagro el Mozo no tuvieron dificultades para conseguir que las autoridades del Cabildo lo reconocieran como Gobernador. Los primeros en enterarse de lo ocurrido fueron Gómez de Tordaya y Juan Vélez que (como ya sabemos) estaban cazando. Tordoya tuvo la valentía de presentarse armado en el Cabildo y criticar ásperamente la decisión que se había tomado. Luego los dos fueron al encuentro del licenciado La Gama y de los que habían salido con él del Cuzco: “Cuando supieron la muerte del Marqués, fue grande la pena que recibieron, acordándose de los dieciséis años que anduvo descubriendo el reino para que Su Majestad fuese servido, y de que ellos le habían ayudado en todas las conquistas”.
      En el Cuzco, algunos pizarristas trataban de organizarse: “A Don Pedro de Portocarrero lo tenían preso en su casa, y había enviado a avisar a los vecinos (pizarristas) que había, que eran Diego de Silva, Francisco de Carvajal, Tomás Vázquez, Francisco Sánchez y Diego de Gumiel, para que saliesen del Cuzco, mas los de Chile prendieron a dos de ellos, y vigilaban a los otros para que no se ausentasen. Pedro de los Ríos andaba fuera de la ciudad, y, enterado de lo que pasaba, esperó a entrar de noche e ir a su posada”. Cuando lo supo Pedro de Portocarrero, se escapó de su casa con sus caballos, y, juntándose con Pedro de los Ríos, “fueron en busca de Gómez de Tordoya, con el que ya estaban el capitán Castro, Francisco de Villacastín, Jerónimo de Soria, Gonzalo de los Nidos e otros”.

    (Imagen) FRANCISCO DE CARVAJAL (el Demonio de los Andes) nació en Rágama de Arévalo en 1464. Ha pasado a la Historia mitificado en sus virtudes y en sus defectos, aunque en los dos aspectos fue muy grande. Era un puro hombre de acción y más propio de la época medieval. Veamos su trayectoria. Consta como firmante del acta de la fundación de la ciudad Arequipa. Eso quiere decir que Pizarro lo tenía ya en gran estima, a pesar de sus rarezas. Contaba con una prodigiosa resistencia física, aun en su vejez, y con gran habilidad para la estrategia militar. Atravesó seis veces las terribles rutas heladas de los Andes. Mataba sin compasión, y hasta su propia condena a muerte se la tomó con filosofía. Vimos en la imagen anterior con qué sangre fría le quitó la vida a su compañero Hernando Bachicao por desertar de la batalla de Huarina. Bachicao la daba por perdida, sin pensar que la pericia de Carvajal iba a lograr una victoria casi imposible. En un ejemplo de caballeresca lealtad, siempre fiel a sus alianzas pizarristas, Carvajal renunció a volver a España, y decidió seguir en Perú para ayudar a Gonzalo Pizarro en su rebeldía contra la Corona. Teniendo 84 años, fue derrotado junto a él en la batalla de Jaquijaguana, y los dos murieron decapitados, pero no le faltaron comentarios sarcásticos cuando lo ejecutaron a él. Sabía bien lo que era la vida y la muerte por su veteranía en la experiencias más temendas, que empezaron ya en su escandalosa juventud. Había participado en hechos históricos de las guerras europeas, y después fue a México, desde donde se trasladó a Perú para ayudar a Pizarro contra la sublevación general de los indios. Sirva esto como aperitivo de lo mucho que habrá que contar de él más adelante.



miércoles, 24 de julio de 2019

(Día 891) Diego de Almagro el Mozo envió misivas presionando para que, muerto Pizarro, lo reconocieran como Gobernador. Lo aceptaron en Huamanga, y, acto seguido, lo intentó en el Cuzco.


     (481) Había otra pobre víctima en apuros: “Después de pasar esto, D. Diego y Juan de Rada tenían gran deseo de saber dónde estaba el tesoro que tenía el Marqués, e, al secretario Antonio Picado, unas veces le pedían blandamente e con amor que lo dijese, e, cuando veían que se negaba, le ponían grandes temores, diciéndole que se lo harían decir con tormentos”.
     No tardará en morir Antonio Picado, pero, de momento, Cieza nos lo deja en esa triste situación. Su relato va a ir mostrando las angustias  de quienes habían sido partidarios de Pizarro y, ahora,  donde los almagristas habían logrado el poder, se veían forzados a unirse a ellos. No era fácil resistirse a esa presión, pero algunos tuvieron la valentía de hacerlo, o huyeron cuanto antes a lugar más seguro. Diego de Almagro enviaba ofertas de cargos importantes a quienes consideraba que le serían valiosos. En ocasiones, su petición resultaba muy comprometida, porque obligaba a traicionar viejas lealtades. Yendo de camino hacia el Cuzco Vasco de Guevara, un mensajero del Mozo le había entregado una carta con propuestas para la población de Huamanga, “donde unos se holgaban en saber la muerte del Gobernador Pizarro, y a otros les pesaba grandemente”. Guevara siempre fue un fiel capitán de Diego de Almagro el Viejo, y, en este caso, aceptó el encargo de Almagro el Mozo, a quien los del Cabildo de Huamanga, sin duda orientados por Guevara, lo acataron como Gobernador. Tuvo que haber grandes reservas en la mente de Guevara, porque toda su trayectoria posterior fue de una fidelidad absoluta al Rey, contra el Mozo y contra Gonzalo Pizarro.   
     Era especialmente importante para el Mozo controlar el Cuzco. Entre otros, recibieron allí esas misivas Gabriel de Rojas y Don  Pedro de Portocarrero. Se daba la circunstancia de que la mayoría de los vecinos de la ciudad se fueron antes con el licenciado La Gama a la zona de los Chunchos para evitar que Perálvarez Holguín maltratara a los indios: “Y había en la ciudad del Cuzco más de ochenta hombres de los que estuvieron con el Adelantado Almagro en la batalla de las Salinas, por lo que, cuando supieron la noticia de la muerte del Gobernador Pizarro, se pusieron muy contentos”. Era tan comprometida la situación, que incluso el sensato Gabriel de Rojas no se atrevía a mostrar sus pensamientos: “Gabriel de Rojas aguardaba en su casa hasta ver lo que pasaba, y si D. Pedro de Portocarrero (era la máxima autoridad del Cuzco) tomaba el mando que le daba D. Diego de Almagro. Salieron luego a la plaza el Comendador de la Merced y otro fraile (porque este reino tiene otra dolencia, que es la de que los frailes son movedores de las guerras), y estos, más setenta hombres de armas, salieron dando voces para ir al Cabildo y para que se aceptasen allí las provisiones del nuevo Gobernador. Cuando lo supo D Pedro de Portocarrero, tomó sus armas y fue adonde solían hacer su cabildo. Allí se juntaron con él los dos alcaldes, Diego de Silva e Francisco de Carvajal, y los únicos regidores que estaban entonces en la ciudad, Hernando Bachicao y Tomás Blázquez”.

     (Imagen) HERNANDO BACHICAO nació en Sanlúcar de Barrameda. Es muy probable  que fuera hijo de un conquistador de Canarias del mismo nombre. Era hombre poco fiable y sanguinario, pero de gran valía militar. Vaciló, al prestar sus servicios, entre los dos bandos de las guerras civiles. Abandonó por interés a Almagro y permaneció después siempre fiel a los Pizarro, excepto una vez, y le costó la vida. Tras la batalla de las Salinas, fue nombrado por Pizarro regidor de la ciudad del Cuzco. En ese conficto, Bachicao tuvo la indecencia de acuchillar al capitán Pedro de Lerma, que yacía moribundo tras recibir muchas heridas (aunque no falleció entonces). Bachicao se convirtió en uno de los hombres con mayor protagonismo en la guerra civil capitaneada por Gonzalo Pizarro, a quien le resultó muy útil su falta de escrúpulos, para conseguirle soldados y suministros de armas y de dinero abundante que reforzaran su ejército. Como detalle corfirmatorio, se ve en un documento, del año 1546, que Pedro de la Gasca ordena que se le devuelva el cargo a un alcalde y las encomiendas de indios a varios vecinos, “que les había quitado Hernando Bachicao por no seguirle”. En el archivo de cartas que guardaba el gran Pedro de la Gasca para incriminar a los rebeldes, hay algunas que Bachicao dirigió a Gonzalo Pizarro, en las que se transparenta su espíritu chulesco. La batalla de Huarina (año 1547) fue una de las más sangrientas. A pesar de la inferioridad numérica de los pizarristas, lograron la victoria gracias a la habilidad estratégica del feroz Francisco de Carvajal, pero, en el momento más difícil, Bachicao había desertado con su tropa. Acabado el enfrentamiento, volvió con las orejas gachas. Si él era despiadado, Carvajal lo superaba: lo mató.



martes, 23 de julio de 2019

(Día 890) Explicación de por qué los indios mataron a fray Vicente de Valverde y a otros españoles. También Diego de Urbina contó el incidente. Los almagristas mataban sin piedad.


     (480) Cieza nos va aportando datos que revelan la enorme inquietud social que produjo el asesinato de Pizarro. Ya sabemos que el obispo fray Vicente de Valverde murió ese mismo año, pero ahora vamos a entender por qué: “En la Ciudad de los Reyes, los de Chile (almagristas) apresaron al doctor Juan Blázquez y lo llevaron a las casas de Antonio Picado, donde estuvo algunos días. El obispo Fray Vicente de Valverde (era hermano de Blázquez) iba a la ciudad del Cuzco muy pesaroso por saber la muerte del Marqués, y, como halló preso a su hermano (en Lima), temiendo que los de Chile le habían de matar, se metió con él y con otras personas en un pequeño navío, fingiendo que iba de caza, pero con intención de encontrarse con el presidente Vaca de Castro, y, en la isla de Puná, salieron los indios y le mataron a él, a su hermano e a otros dieciséis españoles”. Como vimos en su día, al morir Pizarro y dar con ello origen a una nueva guerra civil, hubo otro efecto inquietante: se produjo una rebelión general de los indios contra los españoles aprovechando el desbarajuste en que estaban metidos sus enemigos.
     Así se refleja en otro incidente simultáneo: “Tambien ocurrió que iban desde la costa hacia Quito veinte tratantes españoles, con mucha mercadería, y un cacique llamado Chaparra salió contra ellos y los mató a todos, tomándoles toda la mercadería que llevaban”. Su perdición sería, probablemente, que viajaban tranquilos porque hasta entonces no habían tenido ningún problema en esa ruta comercial. Hace ya tiempo que vimos una carta  que el vasco Diego de Urbina le envió al Rey contándole la explosiva reacción de los indios contra los españoles tras el asesinato de Pizarro. Él estaba al mando de la ciudad de Santiago, fronteriza con lo que hoy es Colombia, y tuvo que abandonarla con todos los vecinos para poder salvar la vida al sufrir un feroz ataque indígena. Más tarde volvió con su gente muy bien equipado, y pudo recuperar la ciudad, castigar a los indios, y dejarlos aplacados. Le contaba  también al rey la tragedia de Fray Vicente de Valverde y sus acompañantes en la isla Puná, pero la cifra de diecocho muertos que señala Cieza, la eleva él a más de treinta. No parece una contradicción, ya que, además de los que acompañaban al obispo, residían fijos en la isla otros españoles.
     Se empezaba ya a cortar cabezas con pocos miramientos: “El capitán García de Alvarado (almagrista) había apresado a Alonso de Cabrera, a Villegas, a Vozmediano e a otros que andaban alborotando con cartas contra Don Diego de Almagro por todas partes, y Juan de Rada le escribió mandándole que los matase, y García de Alvarado les cortó la cabeza en la ciudad de San Miguel, diciendo el pregón: ‘por amotinadores”. Cieza confirma lo que comenté hace tiempo: “Antonio de Orihuela, aquel que dije que venía de España con despachos para el Marqués, neciamente y sin mirar que no era tiempo de hablar, yendo a la posada de D. Diego de Almagro (en Lima), dijo algunas palabras feas que no gustaron a los de Chile. Juan de Rada fue luego a su posada y lo prendió, y, al otro día le cortaron la cabeza junto al rollo por amotinador”.

     (Imagen) Hemos hablado varias veces de FRAY VICENTE DE VALVERDE, pero ahora va a morir, y toca despedirnos de él para siempre. Nació el año 1498 en Oropesa (Toledo), de donde fueron otros dos grandes de las Indias, el heroico capitán Rodrigo Ogóñez y Francisco de Toledo, uno de los mejores virreyes de América. Los tres pertenecieron a familias aristocáticas, aunque Orgóñez sufrió la condicion de bastardo. Fray Vicente profesó como dominico y estudió en Salamanca, donde atesoró una gran cultura, porque, de acuerdo con el dicho, aquella universidad solo daba mucho al que tenía inteligencia y tesón. En las Indias mostró una valentía exepcional cuando se enfrentó cara a cara con Atahualpa en la plaza de Cajamarca, atiborrada de indios. Se rigió siempre por su conciencia, con mucha caridad, especialmente hacia los indios, pero también con el rigor de la fe, que le impedía morderse la lengua frente a los abusos de los españoles, o le obligaba a destruir los ídolos de los nativos. Fueron ambas cosas las que se conjuntaron para que tuviera una muerte atroz. Estaba en el Cuzco cuando le llegó la noticia de que Francisco Pizarro (con el que tenía un parentesco lejano) había sido asesinado. Sabiendo que aquel acontecimiento tendría un efecto devastador, partió de inmediato hacia Lima, con la esperanza de poder calmar los ánimos, pero no pudo evitar que también mataran a Antonio Picado, el secretario de Pizarro. Acusó a los asesinos desde el púlpito, y, ante sus amenazas, huyó de Lima en barco con varios españoles, entre los que iba su hermano, Juan Blázquez. Llegaron a la isla Puná, y, el 31 de octubre de 1541, los indios, que estaban en rebelión general, mataron a todos mientras oían misa, menos al obispo. Lo torturaron sádicamente, lo descuartizaron y comieron sus carnes (quizá recordando que había destruido sus ídolos).



lunes, 22 de julio de 2019

(Día 889) Almagro el Mozo trató de ganarse con una carta a Alonso de Alvarado, el cual le respondió airado. También había obligado al asustado Antonio Picado a escribirle para convencerlo.


     (479) No iba a ser fácil convencer con las cartas a los vecinos de Trujillo, porque había en la ciudad alguien peligroso: “En ese tiempo era Teniente de Almagro en la ciudad el capitán Pedro de Villafranca, e tuvo aviso de que el capitán Alonso de Alvarado había alzado bandera de fidelidad al Rey”.
     Mientras tanto, había ocurrido algo que muestra cierta ingenuidad de Diego de Almagro el Mozo y de sus hombres. Quisieron ganar para su causa al insobornable Alonso de Alvarado: “Por consejo de Juan de Rada, Cristóbal de Sotelo y otros, le escribió al capitán Alonso de Alvarado una carta muy graciosa (amable), dándole cuenta de la muerte del Marqués, de que los del Cabildo de la Ciudad de los Reyes lo habían reconocido como Gobernador, y de que en todas las demás poblaciones del reino habían hecho lo mismo. Le pedía que, pues era caballero y sabía que tuvo razón para vengar la muerte de su padre, no quisiese serle contrario, sino que se mostrase su amigo, y que, el cargo que tenía de mano del Marqués, que lo quisiese recibir de la suya, pues él deseaba acrecentarle la honra y la hacienda. Con aquella carta, le envió una provisión de Capitán e Teniente de Gobernador en aquella ciudad”.
    En el colmo del juego sucio, Almagro y los suyos se aprovecharon miserablemente de alguien que estaba en situación desesperada y que moriría pronto: “Para que el capitán Alonso de Alvarado aceptase el cargo e no cambiase de idea, como tenían en su poder al secretario Antonio Picado,  e supiesen cuán gran amigo era de Alvarado, le obligaron a que le escribiese, a gusto de ellos, una carta en la que dijera que D. Diego de Almagro había acertado en la muerte que dio al Marqués, por la ingratitud que tuvo con su padre e por la crueldad con que trataba a los de Chile, y que, pues todos los capitanes  del Marqués le habían obedecido, que hiciese él lo mismo, porque, no haciéndolo, Dios y Su Majestad serían muy deservidos, y los naturales muy fatigados. Y, además de estas cartas, escribió Juan de Rada otra, casi diciendo lo mismo, e las enviaron las cartas a la Ciudad de la Frontera, y, cuando fueron vistas por el capitán Alonso de Alvarado, recibió muy gran  enojo, respondiéndoles conforme al mal que habían hecho, e no a las palabras dulces que le escribieron”.
     Utilizaron sin ningún escrúpulo a Antonio Picado pensando que sus palabras le harían ceder a Alonso de Alvarado. Se basaba su confianza en que daban por seguro que le debía un gran favor, porque, al parecer,  gracias a la influencia que Picado tenía sobre Pizarro, consiguió que le quitara a Pedro de Lerma su máxima autoridad militar, para dársela a Alonso de Alvarado. Cuestión que nunca quedará clara, porque, como vimos, el cronista que lo aseguró, Pedro Pizarro, no miraba con buenos ojos a Antonio Picado. Recordemos también que, al margen de cuál fuera el motivo por el que lo destituyeron, el hecho provocó que Lerma se pasara al bando de Almagro, muriendo poco después. Penoso espectáculo el del triunfador Antonio Picado, reducido ahora a una sombra triste y maltratada que, sin duda, sabía lo que le esperaba.

     (Imagen) Nos cuenta Cieza que, después del asesinato de Pizarro, Almagro el Mozo puso al mando en la ciudad de Trujillo al capitán madrileño PEDRO DE VILLAFRANCA. Su trayectoria va a ser muy oscilante, terminando arrimado al sol que más calentaba, el bando de los leales al Rey. Debía de ser también una especie de arquitecto, porque, cuando fue a las Indias, en 1533, recaló en Panamá, donde estaba un hermano suyo llamado Francisco Pérez de Lezcano, deán de la catedral, y se ocupó, por encargo del Rey, en construir una fortaleza, que luego quedaría bajo su mando. Iba con su mujer y sus hijos, dándose la casualidad de que uno de ellos era la brava María de Lezcano, siendo ella y su marido, Juan de Barbarán, quienes evitaron que se profanara en 1541 el cadáver de Pizarro. Recordemos también que, ya viuda, tuvo un fuerte enfrentamiento con la aristocrática María de Velasco y con su marido, el gran Alonso de Alvarado, por disputarse ambas damas un lugar preferente en la catedral de Lima. Pronto veremos que Cristóbal Vaca de Castro, el represetante de Rey, en cuanto llegó a Trujillo, le quitó a Pedro de Villafranca el mando por continuar siendo almagrista después de luchar en las Salinas contra Pizarro. Luego Pedro se sometió a la autoridad de Vaca de Castro, pero más tarde volvió a coquetear con los rebeldes al lado de Gonzalo Pizarro, y, en una última traición, se pasó al ejécito de Pedro de la Gasca. Es posible que muriera hacia 1548 en la batalla de Jaquijaguana, como Gonzalo Pizarro, pero siendo enemigos. La imagen muestra una curiosa reclamación de un hijo suyo (de igual nombre), pesentada en Madrid tiempo atrás (año 1538) contra un tal García de Contreras, porque, habiendo hecho un trato a medias con su padre para que le prestara unos indios que excavasen en tumbas en busca de tesoros, se quedó con la mayor parte del botín.



sábado, 20 de julio de 2019

(Día 888) Alonso de Alvarado se preparó de inmediato para la batalla contra los almagristas, y se puso a disposición de Vaca de Castro. Para comprar armas y caballos en Trujillo, y para convencer a los vecinos de que rechazaran a Almagro, envió a Íñigo López Carrillo.


    (478) No cabe duda de que la veloz noticia del asesinato de Pizarro tuvo que conmocionar a los habitates de Perú. Unos se alegrarían y otros lo lamentarían, pero todos eran conscientes de que se avecinaban tiempos tenebrosos y sangrientos. Había que tomar partido por un bando o por otro, y muchos titubearon al escoger. No fue ese el caso de Alonso de Alvarado. Reaccionó al instante preparándose para la lucha contra los almagristas, que, ingenuamente, creyeron poder tener a su favor la enorme valía del veterano capitán:  “Con los que allí había, Alonso de Alvarado se fue a la Ciudad de la Frontera, donde mandó que se juntaran los Regidores. Con consentimiento de todos ellos, fue recibido como Justicia Mayor y Capitán General del Rey, con poderes contra cualquiera que quisiese ocupar el reino sin consentimiento de la Corona. Luego alzó bandera en su real nombre y se declaró enemigo de los almagristas. Juntándose los que habían venido de Huánuco, fue por todos recibido como Capitán. Mandó que se pertrechasen de armas, y que fuesen hechas picas e lanzas; y de plata (había tanta, que no era un lujo) y de hierro se hacían coseletes, celadas, barbotes, manoplas y todas las armas que les eran necesarias. Todos hacían con gran voluntad lo que por el capitán Alonso de Alvarado les era mandado”.
     Luego Alonso de Alvarado tomó otra decisión imprescindible: “Viendo Alvarado la voluntad que mostraba para servir a Su Majestad la gente que con él estaba, y su gran ánimo, y teniendo noticia de que llegaba el licenciado Vaca de Castro, le mandó mensajeros para hacerle saber que había alzado bandera por el Rey, y que tenía doscientos hombres bien armados, con voluntad de castigar la gran atrocidad que se había hecho en la Ciudad de Los Reyes, por lo que le pedía que viniese con brevedad allí, porque era un buen lugar para defenderse, y porque los que quisiesen acudir a la voz del Rey, podrían venir sin peligro”.
     Salió, pues, el mensajero, que se llamaba Pedro de Orduña, y Alonso de Alvarado, sin perder ni un segundo en la organización de aquella emergencia, envió otro a Moyobamba. Allí estaba el capitán Juan Pérez de Guevara  poblando con algunos españoles. Le ponía al corriente de la muerte de Pizarro y le ordenaba que volviera con sus hombres cuanto antes. Sus llamadas tuvieron mucho eco: “Conocidas estas noticias, salían de todas partes para ponerse bajo la bandera del leal Capitán. Viendo Alonso de Alvarado cómo crecía su poder, envió a la ciudad de Trujillo a Íñigo López Carrillo con otro soldado para que comprasen algunas armas y caballos secretamente. Al llegar, entraron en el monasterio de la Merced, dieron cuenta a los frailes de las cartas del capitán Alvarado que traían, e los frailes se dieron maña para comprar algunas armas, en lo cual se gastó mucha suma de dinero del capitán Alvarado. Antes de partir de vuelta, López Carrillo dejó cartas que el Capitán había escrito al Cabildo e a personas principales de la ciudad de Trujillo, por las cuales les pedía que, aborreciendo la amistad de D. Diego de Almagro, pues, so color de vengar la muerte de su padre, había ocupado el reino con gran tiranía, se viniesen a juntar con él, para que, llegado Vaca de Castro, se hiciese justicia”.

     (Imagen) Las guerras civiles dan para un sinfín de historias dramáticas. El único recuerdo que queda de ÍÑIGO LÓPEZ CARRILLO es algún comentario suelto de Cieza. Siguiendo su pista en los archivos, aparecen datos ineresantes y entralazados dramáticamente con otras vidas. Por ser de muy ilustre familia (quizá descendiente del homónimo Virrey de Cerdeña), es de suponer que se tratara de un segundón que solo encontró posibilidades de gloria yendo a las Indias. Tuvo que llegar hacia 1515, porque batalló en los territorios de Pedrarias Dávila. Después no se perdió ninguna de las guerras civiles, sobreviviendo a todas, puesto que aún dejó rastro en 1564. Fiel a Francisco Pizarro, es evidente que no lo fue a Gonzalo Pizarro, pues consta que luchó contra él al servicio de Rey. Muerto Gonzalo, brotó la última guerra civil, en clara rebelión contra la Corona, como protesta contra las leyes que otorgaban más derechos a los indios. El cabecilla era Francisco Hernández Girón, pero lo representaba en la zona de Charcas  Sebastián de Castilla, quien, reuniendo gente, logró matar a Pedro de Hinojosa, capitán del Rey. Luego Sebastián fue ejecutado. Entre su tropa rebelde, estaba el trastornado Lope de Aguirre. Pero Íñigo López Carrillo nos revela que también figuraba el sevillano Gonzalo Silvestre, un antiguo compañero del gran Hernando de Soto en la expedición del Misisipi. Lo sabemos porque Íñigo lo denunció por el asesinato de Pedro de Hinojosa, y, de propina, por otro turbio asunto: la violación y asesinato de la mujer de un tal Antón de Roda. La imagen muestra una petición que le hace Íñigo al Rey en España (año 1564) para que le permita, porque estaba muy enfermo, retrasar su vuelta a Perú sin perder su pensión.



viernes, 19 de julio de 2019

(Día 887) Los almagristas apresan a Antonio Picado. Muerto Pizarro, inician una campaña de propaganda para apoderarse de todo Perú.


     (477) Antonio Picado, el todopoderoso secretario de Pizarro (que había pasado la noche en alegre compañía) va a acabar muy mal. Como vimos, había ido a esconderse en la casa del tesorero Alonso de Riquelme, confiando ingenuamente en su amparo. Los almagristas ya sabían que se encontraba allí y fueron a buscarle. Cuando llegaron, el falso Riquelme les hizo guiños para indicarles que estaba escondido debajo de una cama: “Lo prendieron y, para que les hablase del tesoro del Marqués y de las escrituras que tenía, acordaron tratarlo bien con el fin de que, pensando que no lo habían de matar, lo dijese; le llevaron a las casas de Don Diego, que ya se llamaba Gobernador”. (Picado tendrá un triste final, y Cieza lo contará más tarde).
     Diego de Almagro el Mozo envió enseguida un mensajero para que comunicara en el Cuzco el gran acontecimiento de la muerte de Pizarro. Tenía especial interés en que se enteraran los almagristas de la ciudad, de los cuales, en aquellos tiempos, el más relevante era el sensato Gabriel de Rojas, quien, como sabemos, y precisamente por su sentido común, evitó cuanto pudo participar en las guerras civiles, pero sí lo hizo después (bajo el mando de Pedro de la Gasca, el representante del Rey) en la decisiva batalla de Jaquijaguana, donde fue derrotado y ejecutado Gonzalo Pizarro.
     Vemos que, casi de la noche a la mañana, Diego de Almagro el Mozo, con solo diecinueve años, se había convertido en el dueño de Lima. Ahora va a intentar serlo de todo el Perú. Quizá en el tiempo que le quedó de vida, poco más de un año, el poder efectivo estuviera en manos de una camarilla de almagristas encabezada por Juan de Rada, pero no es seguro que se conformara con ese papel, porque va a ir dando muestras de un carácter fuerte y valiente: “Tras apoderarse D. Diego de Almagro de la Ciudad de los Reyes, le aconsejaron Juan de Rada, Cristobal de Sotelo, Francisco de Chávez y otros que se escribiesen cartas y se enviasen por todas las ciudades del reino, principalmente al capitán Alonso de Alvarado, que estaba al mando en la Ciudad de la Frontera de los Chapapoyas, escribiéndole graciosamente que se alegrase de tener con él amistad y de ser su Teniente en aquella ciudad. Y así se hizo”.
     Con Alonso de Alvarado pincharán en hueso. Incluso nosotros, simples lectores de aquellas crónicas, tenemos claro que, dada la trayectoria de tan excepcional, sensato y honesto personaje, se podían haber ahorrado la carta. Se daba, además, la circunstancia de que Alvarado había tenido ya noticias de la muerte de Pizarro. Reaccionó sin dudas y con rapidez, mostrando las hechuras del gran líder que era. Cuando los pizarristas mataron a Pizarro, llegó pronto la noticia a la ciudad de Huánuco: “Allí estaba como Teniente Pedro Barroso, e, sabiéndolo, acordaron él y los vecinos ir a juntarse con el capitán Alonso de Alvarado, que estaba entonces en Chachapoyas. Juan de Mora, vecino de Huánuco, partió con mucha prisa para darle con brevedad la noticia. Al llegar y contarle por entero la muerte del marqués D. Francisco Pizarro, fue grande la pena que recibió el capitán Alonso de Alvarado”.

     (Imagen) Aunque ya hice varias referencias al tesorero ALONSO DE RIQUELME, aportaré algún dato más porque ahora, incidentalmente, Cieza nos lo muestra en una actuación poco honrosa. No debía de tener el cronista una buena opininión de él, puesto que, ya en el pasaje de la ejecución de Atahualpa, aseguró que Riquelme fue uno de los que más insistieron en que se le matara. Lo que nadie le discutió fue su valía profesional y la gran cultura que atesoraba. Intervino en mediaciones delicadas, y sus opiniones pesaban mucho. Fue regidor de la ciudad de Lima, pero el cargo que le daba lustre (y mucho dinero) era el de Tesorero Real. Resulta imposible aclarar, por falta de documentación, cuál fue su actitud durante las guerras civiles. En la desagradable anécdota que cuenta Cieza, se muestra, de fea manera, como amigo de los almagristas. Y como ruin amigo de Antonio Picado, el secretario de Pizarro, ya que, habiendo ido a su casa a esconderse para evitar ser apresado, Riquelme, al llegar en su búsqueda los almagristas, les descubrió con guiños que estaba debajo de la cama, entregándolo así a una muerte segura. Después el Tesorero sorteó con habilidad los  peligros de las guerras civiles. Murió el año 1548, como Gonzalo Pizarro, lo que hace pensar que quizá se viera implicado en su rebeldía, aunque también se sabe que llevaba mucho tiempo gotoso y prácticamente inválido. La imagen muestra la morada que construyó en Lima, que es considerada la más antigua de la ciudad. Se la conoce como la Casa del Oidor porque luego vivió en ella el oidor Gaspar Melchor de Carvajal.



jueves, 18 de julio de 2019

(Día 886) Mientras Pizarro luchaba bravamente contra sus asesinos, varios amigos suyos corrieron para ayudarle, pero llegaron tarde. Después del crimen, los almagristas obligaron al Cabildo de Lima a aceptar a Diego de Almagro como Gobernador.


     (476) Viene a cuento hacer una reflexión sobre las circunstancias que hicieron posible el asesinato de Francisco Pizarro. Fueron muchas las variables que lo podían haber evitado, pero todas se entrelazaron de manera trágica para llegar al desastre final. Cieza, con su inquebrantable lógica providencialista, diría que Dios lo quiso así, y que Pizarro murió por sus pecados.       
     Cuando Hernando pizarro partió para España, ya le advirtió que tomara muchas precauciones con los almagristas. Él no era tan confiado, y su valía militar se lo habría puesto muy difícil. Aunque también es verdad que su carácter altivo y duro no era lo mejor para mantener un clima de paz. Quienes fueron a matar al Gobernador eran solo trece, y daban gritos simulando ser muchos más. Cometió un error gravísimo Francisco de Chaves al abrirles el portón a los asesinos, creyendo que podría aplacarlos. También terminarían fracasando si casi todos los acompañantes de Pizarro no hubiesen huido. Fue tan brava la reacción de Pizarro, que sus enemigos, aterrorizados porque no tardarían en llegar sus soldados, solo consiguieron entrar a su cámara empleando la cruel treta de lanzar a empujones a uno de los amotinados, al que el viejo luchador mató de una estocada. Y él habría podido prolongar la pelea, si no fuera porque le faltó tiempo para sujetarse bien la protección de su cuerpo. Unos cuantos leales, nada más enterarse de lo que ocurría, fueron rápidamente a la casa de Pizarro para defender su vida, pero todas la fatalidades anteriores pecipitaron los acontecimientos, y, cuando llegaron, ya lo habían matado.
     Dicho lo cual, sigamos con la historia. Consumado el asesinato, sus autores pusieron en marcha el siguiente paso del plan previsto. Nos despedimos ahora del cronista Inca Garcilaso de la Vega y tomamos de nuevo el texto de Cieza: “Después de que los almagristas recogieron todas las armas, y apresaron a los que tenían por sospechosos, poniéndolos bajo vigilancia, D. Diego y la mayoría de sus capitanes se retiraron a sus posadas, y el capitán Cristóbal de Sotelo (siempre tan prudente) vino adonde estaba Don Diego, asombrado al saber que tan presto y con tanta facilidad hubiesen matado al Marqués, y deseando que se hubiera esperado hasta la venida del juez (Vaca de Castro), porque ese había sido siempre su parecer. Vuelto ya a su casa Don Diego de Almagro, consideraron Juan de Rada y los de su confianza que había que pedir a los del Cabildo que lo recibiesen como Gobernador, para que tuviese el reino legalmente hasta que, sabida por Su Majestad la justa venganza que había tomado de la muerte de su padre, le hiciese merced de reconocerlo como tal. Mandaron que se reuniesen los Regidores y Alcaldes, y que recibiesen a Don Diego de Almagro como Gobernador”.       
       Cuando lo oyeron, los del Cabildo consideraron que, dada la situación, aunque era un error, resultaría un mal menor aceptarlo: “Y al fin fue recibido por Gobernador, y quitaron las varas a los Alcaldes ordinarios e se las dieron a Peces y  Martín Carrillo, y como Teniente de Gobernador fue nombrado Cristóbal Sotelo. Juan de Rada era el que gobernaba a Don Diego de Almagro e le decía lo que había que hacer”.

     (Imagen) Hagamos justicia a CRISTÓBAL DE SOTELO. Qué poco se conoce de él (aunque fue muy estimada su siempre correcta y valiente actuación en las Indias). En los archivos parece una sombra casi borrada por el tiempo. Ya vimos anteriormente que era zamorano y que llegó a Perú bajo el mando de Belalcázar. Se unió a Diego de Almagro y se mantuvo siempre en su bando porque era un hombre cabal, poco amigo de las dobleces. En la batalla de las Salinas, logró subir a la grupa de su caballo a un pariente suyo llamado Hernando de Sotelo, pero no pudo salvarlo porque un arcabuzazo de los pizarristas lo mató, y a él lo hirió seriamente. Tras la derrota, Almagro fue ejecutado, pero con Sotelo no se tomaron represalias, quizá porque su nobleza de carácter infundiera un respeto general.  Lamentó en su día el asesinato de Pizarro, pero, siempre leal, continuó sirviendo a las tropas almagristas capitaneadas por el hijo de Almagro. Al morir Juan de Rada, el Mozo nombró dos capitanes generales, García y Sotelo, quien, sabiendo que duplicar el mando supremo era un disparate, renunció al puesto. En un fracaso militar de García, asumió la capitanía el Mozo y nombró maese de campo a Sotelo. Después García, ya irritado por este nombramiento, solicitó permiso para una misión y el Mozo se lo negó por haberle convencido Sotelo de que, en ese viaje, iba a crear muchos problemas con los indios. Surgieron otros roces, y ‘el broncas’ García Alvarado terminó odiando a muerte al Mozo y a Sotelo, a quien logró matar. El Mozo simuló estar en calma, pero, sabiendo que era el segundo en la siniestra lista de García, le preparó una celada y acabó con su vida. Lo que nunca sabremos es si el sensato CRISTÓBAL SOTELO, de seguir viviendo, hubiera permanecido rebelde a la Corona, sacrificándolo todo por los almagristas.



miércoles, 17 de julio de 2019

(Día 885) Termina Inca Garcilaso su relato de la muerte de Pizarro recogiendo una reseña del cronista Agustín de Zárate sobre las costumbres y cualidades de Pizarro y de Almagro.


     (475) Termina Inca Garcilaso su relato de la muerte de Pizarro diciendo que, cuando él vino a España, en 1560, sus restos estaban depositados en la catedral de Lima, “a mano derecha del altar mayor”. Luego  añade una reseña del cronista Agustín de Zárate, en la que hizo una comparación “de las costumbres y calidades del Marqués Don Francisco Pizarro y del Adelantado Don Diego de Almagro”. Por alguna extraña razón, los cronistas no se referían a Almagro como Gobernador, cuando, en realidad, lo fue de la parte que lindaba al sur con la gobernación de Pizarro. Así los ‘retrata’ Zárate (resumido): “Ninguno de los dos se casó. Eran inclinados a las cosas de la guerra. Comenzaron la conquista de Perú con mucha edad. El Marqués sufrió grandes peligros, y muchos más que el Adelantado. Eran de gandes ánimos y muy amigables con su gente. Fueron generosos, aunque, en las apariencias, llevaba ventaja el Adelantado, porque era muy amigo de que se publicara lo que daba. Siendo al contrario el Marqués, porque procuraba encubrir su esplendidez. Y por esta razón fue siempre tenido por más largo el Adelantado, porque, aunque daba mucho, lo hacía de manera que pareciese más. Siempre fueron muy aficionados a ayudar a sus criados y a librarlos de peligros. Era tanto el exceso del Marqués en esto, que, al ver que la corriente de un río se llevaba a un indio de su servicio, se echó a nado tras él con gran riesgo, y lo sacó asido de los cabellos”.
     Luego cuenta que Pizarro, en tiempos de paz, era muy amigo de jugar a los bolos y a la pelota, tatando a todos los que participaban con mucha llaneza. Saca a relucir el analfabetismo suyo  y el de Almagro, dejando claro que mermaba su capacidad: “Eran tan animosos y diestros en la guerra contra los indios, que no dudaban en enfrentarse a cien. Tuvieron muy buen juicio en las cosas que habían de disponer, así de guerra como de gobernación, a pesar de que no sabían leer ni escribir, ni aun firmar. Que en ellos fue un gran defecto, porque, además de la falta que les hacía para tratar asuntos de tanta importancia, en ninguna dejaban de parecer personas nobles, sino solo en eso. Fue el Marqués tan confiado de sus criados y amigos, que libraba todos sus despachos haciendo dos señales, en medio de las cuales Antonio Picado, su secretario, firmaba el nombre de Francisco Pizarro”.
     Deja también un comentario sobre su relación con las mujeres: “Fueron los dos abstinentes y templados en comer, en beber y en refrenar su sensualidad, especialmente con las mujeres de Castilla, porque les parecía que no podían tratar de esto sin perjudicar a los vecinos, pues sus hijas o mujeres eran. En cuanto a las mujeres indias, fue mucho más templado Don Diego de Almagro, cuyo hijo, aquel que mató al Marqués, lo había tenido con una india de Panamá”. A la hora de indicar los cargos que tenían, esta vez ya precisa mejor los de Almagro: “Su Majestad le dio a Don Francisco Pizarro el título de Marqués y Gobernador de la Nueva Castilla, y lo nombró Caballero de Santiago. Y, a Don Diego de Almagro, la gobernación de la Nueva Toledo, y le hizo Adelantado (título que daba derecho a descubrir nuevas tierras)”. Pizarro fue, sin duda, más imporante en aquella gloriosa aventura, pero él y sus hermanos influyeron para que Almagro no recibiera todos los honores que merecía. No imaginaron que habían sembrado la semilla de las mortíferas guerras civiles.

     (Imagen) Hemos visto que Inca Garcilao de la Vega utilizó en su obra (manifestando el origen) pasajes escritos por AGUSTÍN DE ZÁRATE; sin duda reconocía su calidad como cronista. A pesar de su importante crónica y de la relevancia de la figura de Zárate, aparecen escasos datos sobre su biografía, y, algunos,  contradictorios. Nació hacia 1514, y se suele suponer que fue en Valladolid, pero los vascos (y no creo que se equivoquen) dicen que tuvo su origen en Orduña (Vizcaya), de donde era, por ejemplo (como ya vimos), Juan Ortiz de Zárate. Tuvo formación universitaria, y hasta es posible que fuera clérigo, porque, en un documento del año 1553, actúa como notario apostólico, y tampoco aparecen datos matrimoniales suyos. Con una carrera meteórica, figura ya hacia 1538 como Secretario del Consejo Real de Castilla. El año 1543 lo envió el Rey a las Indias para poner en orden asuntos de la Hacienda Real. Llegó con el virrey Blasco Núñez Vela, a quien fue leal, lo que motivó que Gonzalo Pizarro le tuviera preso un tiempo. Volvió a España, y por defender algunas razones de la rebelión de Gonzalo, salió malparado. Como consta en el texto de la imagen, el año 1549 fue apresado y estuvo sometido a una demanda del fiscal Villalobos. Todo se arregló, y siguió ascendiendo. Carlos V lo nombró Gobernador de la Hacienda de Flandes, resultando llamativo que estuviera con Felipe II en Londres durante los tres meses previos a su boda con María Tudor (la llamada Boody Mary). Tiempo en el que, al parecer por encargo de Felipe, escribió su “Historia del descubrimiento y conquista de Perú”, publicada en 1555 y rápidamente traducida  al inglés, francés e italiano. Sin embagro, ahora es difícil de conseguir. El texto termina con la victoria de  Pedro de la Gasca y la muerte de Gonzalo Pizarro. Parece ser que AGUSTÍN DE ZÁRATE falleció hacia 1577.