miércoles, 3 de julio de 2019

(Día 873) Vaca de Castro le dio a Belalcázar la orden de que dejara libre a Pascual de Andagoya. En Lima crecía la tensión. Pizarro tuvo la franqueza de hablar directamente con el cabecilla de los almagristas, Juan de Rada.


     (463) La suerte fue doble, porque le concedió lo que quería: “Vaca de Castro le dio un mandamiento firmado de su nombre para que el Adelantado Belalcázar soltase de la prisión a Don Pascual de Andagoya. Llegó Vaca de Castro al puerto de Buenaventura, y mandó a Merlo, su escribano, que fuese a notificar el mandamiento a Belalcázar”. Vaca de Castro siguió su navegación hacia Lima, y Cieza cambia de tercio, para que sepamos lo que ocurría entonces en aquella ciudad.
     Las naos que Vaca de Castro había perdido de vista, superaron los temporales, y, por ser más pequeñas y ligeras, llegaron pronto a Lima. Contaron allá lo que había pasado y que no sabían nada de lo que fue de Vaca de Castro. Se lo podía haber tragado el mar, o quizá hubiese logrado refugiarse en algún puerto. Según Cieza, la idea de que nunca llegase a Lima, alegró mucho a los de Pizarro, y entristeció sobremanera a los almagristas, “quejándose de su poca ventura, pues lo estaban aguardando con la esperanza de que pronto los desagraviara de la injusticia que se había hecho al matar al Adelantando Almagro,  y no haberles dado a ellos repartimiento de lo mucho que habían descubierto e merecido en aquel reino”.
     Nunca se sabrá cómo habrían actuado los almagristas de ser Pizarro el derrotado, pero está claro que el comportamiento implacable de los pizarristas tuvo mucho que ver en que las guerras civiles continuaran, y con creciente crueldad: “Los vencidos andaban muy tristes, e pasaban muy grandes necesidades, pues no tenían más que una capa para diez o doce de ellos, e los vecinos los trataban tan secamente que, aunque los veían morir de hambre, no les ayudaban con cosa ninguna, ni querían darles de comer en sus casas”. Es decir, vivían como si fueran mendigos. Antonio Picado vuelve a ser protagonista de otra anédota, que, en este caso, se tomó como un siniestro augurio, y que confirma el odio personal que le tenían los almagristas: “Acercándose el día de San Juan, salieron a caballo a regocijarse los vecinos, y aconteció un presagio muy malo. Y fue que Antono Picado tomó a las ancas de su caballo a un loco que se llamaba Juan de Lepe, el cual, entonando la voz, comenzó a decir: ‘Esta es la justicia que mandan hacer a este hombre (era lo que decían los pregoneros cuando llevaban a ejecutar a alguien)’. Y, cuando los almagristas  le oyeron aquel pregón, holgáronse, y decían que ellos tenían esperanza de que el dicho del loco fuera profecía”.
    Por la ciudad de Lima corrían sin freno rumores, tanto de que los almagristas se estaban armando para vengarse, como de que Pizarro pensaba actuar contra ellos. Aunque Pizarro parecía tomárselo a broma, quiso hablar con Juan de Rada. Le mandó recado para que fuera a verle: “Viendo Rada que el Marqués le llamaba, se turbó algo, y todos los almagristas quedaron en confusión hasta ver volver a Juan de Rada, y con las armas preparadas. Llegado adonde estaba el Marqués, este le dijo: ‘¿Qué es esto  que me dicen que andáis comprando armas para darme la muerte?”.

     (Imagen) A pesar de que Pizarro le pidió sin tapujos explicaciones al navarro JUAN DE RADA sobre los rumores de que  él y sus amigos se estaban preparando para matarlo, de alguna manera el diálogo sirvió para que se relajara la situación. Rada le aseguró a Pizarro que las armas se habían comprado, no para atacar, sino para defenderse, porque “nos dicen y es público que Su Señoría recoge lanzas para matarnos a todos”. Le comentó, además, a Pizarro que también se hablaba de que él había dado orden de matar a Vaca de Castro, el representante del Rey, y, según Cieza, le añadió algo que resultaba lógico (como lo habría sido practicarlo con Diego de Almagro  el Viejo, sin necesiad de matarlo): “Si Vuestra Señoría piensa matar a los de Chile (los almagristas), no  lo haga. Destierre en un navío a D. Diego el Mozo, pues es inocente y no tiene culpa, que yo me iré con él”. Pizarro le contestó airado que deseaba más que él que el juez Vaca de Castro llegara para que pusiera fin a los enfrentamientos. Al oír lo que había dicho Pizarro, Rada se ablandó, y le hizo saber que había tenido que empeñarse en más de quinientos pesos comprando armas para poder defenderse si alguno trataba de matarlo: “El Marqués, mostrándole más amor, le dijo: ‘No quiera Dios que yo haga tan gran crueldad”. Cuando iba a marchar Rada, Pizarro le dio unas naranjas de su huerto, “que eran las primeras que se daban en aquella tierra”. Ya de vuelta, el Mozo y sus amigos recibieron a Juan de Rada aliviados, muy conscientes del riesgo que había supuesto la visita. Pero la conspiracion siguió adelante.



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