(486) Cieza comenta (y no será la única vez que lo haga) que Vaca de
Castro era ambicioso de riquezas: “Como venía con codicia de tener dineros,
tuvo sus inteligencias y rodeos con Belalcázar para que se quedase ciertas
cosillas menudas y de poco precio que traía, pagándoselas a precios que no se
tenían por baratos. Luego envió sus mensajeros a la ciudad de Quito para que
supiesen en todo el Perú su llegada, y que Su Majestad le había nombrado Juez
para ocuparse de las alteraciones que había habido entre el Marqués Don
Francisco Pizarro y el Adelantado Don
Diego de Almagro”. Decidió también darle permiso a Pascual de Andagoya para ir
a España con el fin de que el Rey le indicara cuáles serían sus competencias en las Indias como conquistador.
Tras estas disposiciones, Vaca de Castro preparó su viaje al Perú, adonde iría
pasando por la ciudad de Popayán.
El gran Lorenzo de Aldana, representante de Pizarro, se encontraba
entonces en la ciudad de Quito. En cuanto supo que Vaca de Castro iba a
Popayán, salió hacia allá para encontrarse con él. Según caminaba, le llegó un
mensajero con la noticia de que habían asesinado a Pizarro (tuvo que ser un
mazazo para él), y aceleró su marcha para que Vaca de Castro lo supiese lo
antes posible. Cuando se encontraron los dos, Vaca de Castro recibió muy bien a
Aldana y lo felicitó por la gran labor que había estado haciendo en el
territorio de Quito, pero, con respecto a su reacción sobre la noticia de la
muerte de Pizarro, se diría que Cieza deja caer una velada crítica: “No la tuvo
por cierta, pero tampoco dejó de considerar que los de Chile le hubiesen matado
para vengar la muerte de Don Diego de Almagro. Y se alegró mucho de tener una
provisión de su Majestad por la que, si el Marqués moría, pudiese él gobernar
la provincia y hacer justicia. Ciertamente, él no mostró mucho sentimiento por
aquel suceso, aunque algunos creyeron que lo disimulaba. Aquel mismo día le
escribió a Belalcázar rogándole que permaneciera en la ciudad de Cali hasta que
se supiese si la noticia de la muerte del Marqués era fingida o verdadera.
Belalcázar le contestó que no sadría de allí aunque mucho le conviniese”.
Volvemos ahora con Cieza a otro escenario, una vez más, patético. Los
almagristas, como vimos, le presionaban a Antonio Picado, secretario de
Pizarro, para que confesara dónde tenía su patrón escondido su tesoro:
“Respondía que, si alguno tenía, él no sabía dónde estaba, pero no le creían.
Como le tenían enemistad por las cosas pasadas, Juan de Rada, con mucha ira, le
respondió que, si no lo dijese, lo habían de matar. Viendo Almagro y Juan de
Rada que no lo quería decir, mandaron que se hiciesen los preparativos, y le
dieron grandes tormentos, y, como el triste no sabía qué decirles, pidió que le
dieran la muerte. Viendo que no podían saber de él ninguna cosa, concertaron
matarlo, e, un día antes de la fiesta de San Jerónimo, le dijeron que se
confesase, porque solo le quedaba aquel día de vida. Picado, como hombre,
lamentó su muerte, y se confesó con mucha contrición, casándose aquella noche
con Ana Suárez, su amiga”.
(Imagen) CRISTÓBAL VACA DE CASTRO logró llevar a cabo la dificilísima
misión que le encargó el Rey: poner orden en medio de las guerras civiles. Y
hay que tener en cuenta que la situación había empeorado mucho cuando llegó
porque acababan de asesinar a Pizarro. Ya le dediqué una imagen. Pero ahora me
centraré en un personaje que tuvo una importancia clave en su formación intelectual
y profesional: GARCÍA DE LOAYSA Y MENDOZA. Nació en Talavera de la Reina
(Toledo) el año 1478, y, como otros muchos de familia noble, optó por hacerse
clérigo. Contaba con grandes influencias, lo cual facilitaba mucho los
ascensos, pero de poco servían sin una buena ‘materia prima’, es decir, notable
inteligencia y fuerte carácter. Profesó como dominico, llegando a ser Maestro
General de la Orden, confesor de Carlos V, Obispo de Sigüenza, Obispo de Burgo
de Osma, Arzobispo de Sevilla, Cardenal, y, para que no le faltara nada, el
1546, año de su muerte, ejerció como Inquisidor General. Al igual que otros
clérigos de alto nivel, tuvo también cargos políticos. El año 1503 se fundó la
Casa de la Contratación de las Indias de Sevilla, ejerciendo allí desde el
principio el tesorero (y canónigo) Sancho Ortiz de Matienzo, cuyo protector, el
obispo Juan Rodríguez de Fonseca, inauguró en 1511 la Junta de Indias. La cosa
siguió de clérigos, porque, en 1524, se creó el Consejo de Indias, y el obispo
García de Loaysa fue su primer presidente, ejerciendo durante cinco años. Mucho
ayudó Loaysa a Vaca de Castro para promocionarle en importantes cargos políticos
y judiciales, pero recordemos que, según Cieza, hubo rumores de que el Rey le
confió la importantísima intervención en las guerras civiles de Perú por
consejo del obispo Loaysa (experto en temas de las Indias) y de Hernando
Pizarro, este, de forma interesada, para que fuera riguroso con los almagristas
(dado que tenía fama de sobornable).
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