(468) Cieza detalla la lista: “En
el patio de la casa del Marqués Pizarro estaban Lozano, su maestresala, Antonio
Navarro, y Hurtado, su criado. Estaban con él en la sala, solamente con
espadas, Francisco Martín de Alcántara (hermanastro
de Pizarro por parte de madre), el capitán Francisco de Chaves, D. Garci
Díez, obispo de Quito (durante un tiempo,
confesor de Pizarro), el doctor Juan Blázquez, el veedor García de Salcedo,
Luis de Rivera, Juan Ortiz de Zárate, Alonso de Manjarres, Don Gómez de Luna,
el secretario Pedro López de Cáceres, Francisco de Ampuero, Rodrigo Pantoja,
Diego Ortiz de Guzmán, el capitán Juan Pérez, Alonso Pérez de Esquivel, Hernán
Núñez de Segura, Juan Enríquez el Viejo, Gonzalo Hernández de la Torre, Juan
Bautista Mallero, Hernán González y algunos criados del Marqués e de los que
con él estaban”.
Mientras hablaba Pizarro con el obispo de Quito, su paje Diego de Vargas
(hijo de Gómez de Tordoya), que había visto que llegaban los almagristas, entró
gritando a voces lo que pasaba. Y allí se presentaron: “Los conjurados
alcanzaron pronto los patios, y Jerónimo de Almagro hirió malamente a Hurtado,
criado del Marqués. Lozano, su maestresala, se mostró animoso contra ellos,
mas, siendo él solo, poco aprovechaba su ánimo, y, por intercesión de Diego
Méndez, no lo mataron”.
En contraste con la valentía de los almagristas, la reacción de muchos
de los que estaban con Pizarro fue vergonzosa, porque, a pesar de ser tan
numerosos como los atacantes, huyeron dejando de lado toda dignidad, y la fidelidad
a su Gobernador: “Los que estaban con el Marqués se retiraron a la sala, y, con
mucha cobardía, la mayoría de ellos huyeron feamente. El doctor Juan Blázquez (ya mencioné su cobardía), con su vara de
justicia, se arrojó por una ventana que daba a la huerta, e lo mismo hizo el
veedor García Salcedo, y otros iban con tanto miedo, que les parecía que los de
Chile ya descargaban sus espadas sobre ellos. Algunos se metieron entre las
camas y debajo de los aparadores”.
Pizarro y sus fieles se prepararon para lo peor: “El Marqués y Francisco
Martín, su hermano, D. Gómez de Luna, y Vargas y Cardona, sus pajes, se metieron
en la cámara que estaba más adentro para armarse. Francisco de Chaves, Diego
Ortiz de Guzmán, Juan Ortiz de Zárate, Pedro López de Cazalla y Bartolomé de
Vergara, con algunos que no huyeron, estaban en la sala turbados y no sabían
qué hacer. El Marqués, con ánimo valeroso, se vistió unas corazas e tomó una
espada ancha que le sirvió en el descubrimiento (de Perú). Habían cerrado la puerta de la sala, y los de Chile
subían por la escalera. El capitán Francisco de Chaves salió de donde se había
metido con el Obispo, e mandó que abriesen la puerta, y, aunque le dijeron que
mejor estaba cerrada, pues pronto vendría algún socorro, insistió en que se
abriese. E, abierta, se encontró con Juan de Rada y con los otros, a los
cuales, con mucha humildad, les dijo: ‘Señores, no tengáis conmigo el enojo que
traéis contra el Marqués, pues yo siempre fui vuestro amigo’. No le
respondieron palabra los delanteros, y, al volver Juan de Rada la cabeza a los
que venían detrás, Arbolancha le dio una estocada mortal, de la que luego el
capitán Francisco de Chaves cayó dando arcadas con la muerte, y fue rodando
hasta el patio”.
(Imagen) Cieza nos va a contar que, entre los que resultaron heridos
defendiendo a Pizarro, estaba JUAN ORTIZ DE ZÁRATE. ¡Qué gran personaje! Nació
en Orduña (Vizcaya) el año 1515. Fue tío de Juan de Garay, el definitivo
fundador de Buenos Aires. Era un hiperactivo, con carácter duro, de
extraordinaria valentía, oportunista, poco fiel, y, sin duda, sumamente hábil,
porque burló a la muerte muchas veces. Llegó a Perú en 1534. En los inicios,
sirvió a Diego de Almagro, luchando contra Pizarro en la batalla de las Salinas.
Tras la derrota, fue apresado y luego liberado. Ya vimos qe entonces Hernando
Pizarro lo incorporó a la durísima expedición de Pedro de Candía por los Andes.
Su nueva lealtad a los Pizarro le duró hasta que el viejo trujillano fue
asesinado. Luchó luego como almagrista contra Vaca de Castro, y volvió a
perder. Entonces Gonzalo Pizarro lo condenó a muerte, pero logró escapar; se
unió a sus enemigos, batalló contra él y perdió de nuevo. Nunca más se dedicó
al chaqueteo. Fue para siempre fiel a la Corona, sabiendo que era la baza más
segura. Y acertó. Después de la victoria definitiva del gran Pedro de la Gasca
(en cuyas tropas se alistó), residió en Las Charcas (zona chilena), donde fue
regidor y uno de los vecinos más ricos. El Rey le concedió en 1569 la
Gobernación de Río de la Plata. La imagen muestra un pequeño párrafo del
documento oficial, donde se le obliga a que funde poblaciones “metiendo en Río
de la Plata 500 españoles, de los cuales 200 han de ser oficiales de todo
género y labradores que cultiven (la
tierra)”. Durante el largo viaje marítimo, fallecieron muchos de hambre.
JUAN ORTIZ DE ZÁRATE murió en la que fue llamada ‘ciudad sin ley’, Asunción
(Paraguay), el año 1576, dejando su fortuna a Juana, la hija que había tenido
con la princesa inca Leonor Yupanqui.
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