(478) No cabe duda de que la veloz noticia del asesinato de Pizarro tuvo
que conmocionar a los habitates de Perú. Unos se alegrarían y otros lo
lamentarían, pero todos eran conscientes de que se avecinaban tiempos
tenebrosos y sangrientos. Había que tomar partido por un bando o por otro, y
muchos titubearon al escoger. No fue ese el caso de Alonso de Alvarado.
Reaccionó al instante preparándose para la lucha contra los almagristas, que,
ingenuamente, creyeron poder tener a su favor la enorme valía del veterano
capitán: “Con los que allí había, Alonso
de Alvarado se fue a la Ciudad de la Frontera, donde mandó que se juntaran los
Regidores. Con consentimiento de todos ellos, fue recibido como Justicia Mayor
y Capitán General del Rey, con poderes contra cualquiera que quisiese ocupar el
reino sin consentimiento de la Corona. Luego alzó bandera en su real nombre y
se declaró enemigo de los almagristas. Juntándose los que habían venido de
Huánuco, fue por todos recibido como Capitán. Mandó que se pertrechasen de
armas, y que fuesen hechas picas e lanzas; y de plata (había tanta, que no era un lujo) y de hierro se hacían coseletes,
celadas, barbotes, manoplas y todas las armas que les eran necesarias. Todos
hacían con gran voluntad lo que por el capitán Alonso de Alvarado les era
mandado”.
Luego Alonso de Alvarado tomó otra decisión imprescindible: “Viendo
Alvarado la voluntad que mostraba para servir a Su Majestad la gente que con él
estaba, y su gran ánimo, y teniendo noticia de que llegaba el licenciado Vaca
de Castro, le mandó mensajeros para hacerle saber que había alzado bandera por
el Rey, y que tenía doscientos hombres bien armados, con voluntad de castigar
la gran atrocidad que se había hecho en la Ciudad de Los Reyes, por lo que le
pedía que viniese con brevedad allí, porque era un buen lugar para defenderse,
y porque los que quisiesen acudir a la voz del Rey, podrían venir sin peligro”.
Salió, pues, el mensajero, que se llamaba Pedro de Orduña, y Alonso de
Alvarado, sin perder ni un segundo en la organización de aquella emergencia, envió
otro a Moyobamba. Allí estaba el capitán Juan Pérez de Guevara poblando con algunos españoles. Le ponía al corriente
de la muerte de Pizarro y le ordenaba que volviera con sus hombres cuanto
antes. Sus llamadas tuvieron mucho eco: “Conocidas estas noticias, salían de
todas partes para ponerse bajo la bandera del leal Capitán. Viendo Alonso de
Alvarado cómo crecía su poder, envió a la ciudad de Trujillo a Íñigo López
Carrillo con otro soldado para que comprasen algunas armas y caballos
secretamente. Al llegar, entraron en el monasterio de la Merced, dieron cuenta
a los frailes de las cartas del capitán Alvarado que traían, e los frailes se
dieron maña para comprar algunas armas, en lo cual se gastó mucha suma de
dinero del capitán Alvarado. Antes de partir de vuelta, López Carrillo dejó
cartas que el Capitán había escrito al Cabildo e a personas principales de la ciudad
de Trujillo, por las cuales les pedía que, aborreciendo la amistad de D. Diego
de Almagro, pues, so color de vengar la muerte de su padre, había ocupado el
reino con gran tiranía, se viniesen a juntar con él, para que, llegado Vaca de
Castro, se hiciese justicia”.
(Imagen) Las guerras civiles dan para un sinfín de historias dramáticas.
El único recuerdo que queda de ÍÑIGO LÓPEZ CARRILLO es algún comentario suelto
de Cieza. Siguiendo su pista en los archivos, aparecen datos ineresantes y
entralazados dramáticamente con otras vidas. Por ser de muy ilustre familia
(quizá descendiente del homónimo Virrey de Cerdeña), es de suponer que se
tratara de un segundón que solo encontró posibilidades de gloria yendo a las
Indias. Tuvo que llegar hacia 1515, porque batalló en los territorios de
Pedrarias Dávila. Después no se perdió ninguna de las guerras civiles,
sobreviviendo a todas, puesto que aún dejó rastro en 1564. Fiel a Francisco
Pizarro, es evidente que no lo fue a Gonzalo Pizarro, pues consta que luchó
contra él al servicio de Rey. Muerto Gonzalo, brotó la última guerra civil, en
clara rebelión contra la Corona, como protesta contra las leyes que otorgaban
más derechos a los indios. El cabecilla era Francisco Hernández Girón, pero lo
representaba en la zona de Charcas
Sebastián de Castilla, quien, reuniendo gente, logró matar a Pedro de
Hinojosa, capitán del Rey. Luego Sebastián fue ejecutado. Entre su tropa
rebelde, estaba el trastornado Lope de Aguirre. Pero Íñigo López Carrillo nos
revela que también figuraba el sevillano Gonzalo Silvestre, un antiguo
compañero del gran Hernando de Soto en la expedición del Misisipi. Lo sabemos
porque Íñigo lo denunció por el asesinato de Pedro de Hinojosa, y, de propina,
por otro turbio asunto: la violación y asesinato de la mujer de un tal Antón de
Roda. La imagen muestra una petición que le hace Íñigo al Rey en España (año
1564) para que le permita, porque estaba muy enfermo, retrasar su vuelta a Perú
sin perder su pensión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario