(482) Conviene comentar que ver aparecer por primera vez a Fancisco de
Carvajal en estas crónicas da escalofríos. Aquí va a empezar el funesto
protagonismo en las guerras civiles de este veterano y valioso militar que se
ganó a pulso el apelativo de Demonio de los Andes, quien, quizá por no tener
miedo a la muerte, se la aplicaba a los demás con un sentido del humor
siniestro.
Veamos a D. Pedro de Portocarrero tembloroso ante la incertidumbre y el
riesgo de la situación: “Muy turbado, les dijo a los del Cabildo que, por haber
muerto D. Francisco Pizarro, no tenía ya fuerza el cargo de Teniente suyo que
le habia dado, y, por tanto, que tomasen su vara (de mando) e la diesen ellos a quien quisiesen. Francisco de
Carvajal, después de que hubiesen rogado a Don Pedro que siguiera teniendo su
vara, y de contestarles que no quería, le dijo que la dejase, e que por qué
estaba tan temeroso, pues mayor señor fue Julio César y lo mataron en su
palacio. Los Regidores y los Alcaldes no se ponían de acuerdo en a quién elegir
como Teniente. Los de Chile (que estaban
entre el público asistente) daban voces diciendo que por qué no aceptaban a
D. Diego de Almagro como Gobernador, y los de Cabildo, por no poder más, o por
algunos temores que tenían, aceptaron a D. Diego como Gobernador e nombraron a
Gabriel de Rojas como su Teniente”. El rudo comentario de Carvajal no significa
que fuera partidario de Almagro. Enseguida veremos que ya entonces era
pizarrista.
Como señaló Cieza, daba la casualidad de que eran muchos los pizarristas
que habían salido del Cuzco por diversas razones, de manera que los partidarios
de Almagro el Mozo no tuvieron dificultades para conseguir que las autoridades
del Cabildo lo reconocieran como Gobernador. Los primeros en enterarse de lo
ocurrido fueron Gómez de Tordaya y Juan Vélez que (como ya sabemos) estaban
cazando. Tordoya tuvo la valentía de presentarse armado en el Cabildo y
criticar ásperamente la decisión que se había tomado. Luego los dos fueron al
encuentro del licenciado La Gama y de los que habían salido con él del Cuzco:
“Cuando supieron la muerte del Marqués, fue grande la pena que recibieron,
acordándose de los dieciséis años que anduvo descubriendo el reino para que Su
Majestad fuese servido, y de que ellos le habían ayudado en todas las
conquistas”.
En el Cuzco, algunos pizarristas trataban de organizarse: “A Don Pedro
de Portocarrero lo tenían preso en su casa, y había enviado a avisar a los
vecinos (pizarristas) que había, que
eran Diego de Silva, Francisco de Carvajal, Tomás Vázquez, Francisco Sánchez y
Diego de Gumiel, para que saliesen del Cuzco, mas los de Chile prendieron a dos
de ellos, y vigilaban a los otros para que no se ausentasen. Pedro de los Ríos
andaba fuera de la ciudad, y, enterado de lo que pasaba, esperó a entrar de
noche e ir a su posada”. Cuando lo supo Pedro de Portocarrero, se escapó de su
casa con sus caballos, y, juntándose con Pedro de los Ríos, “fueron en busca de
Gómez de Tordoya, con el que ya estaban el capitán Castro, Francisco de
Villacastín, Jerónimo de Soria, Gonzalo de los Nidos e otros”.
(Imagen) FRANCISCO DE CARVAJAL (el Demonio de los Andes) nació en Rágama
de Arévalo en 1464. Ha pasado a la Historia mitificado en sus virtudes y en sus
defectos, aunque en los dos aspectos fue muy grande. Era un puro hombre de
acción y más propio de la época medieval. Veamos su trayectoria. Consta como
firmante del acta de la fundación de la ciudad Arequipa. Eso quiere decir que
Pizarro lo tenía ya en gran estima, a pesar de sus rarezas. Contaba con una
prodigiosa resistencia física, aun en su vejez, y con gran habilidad para la estrategia
militar. Atravesó seis veces las terribles rutas heladas de los Andes. Mataba
sin compasión, y hasta su propia condena a muerte se la tomó con filosofía. Vimos
en la imagen anterior con qué sangre fría le quitó la vida a su compañero
Hernando Bachicao por desertar de la batalla de Huarina. Bachicao la daba por
perdida, sin pensar que la pericia de Carvajal iba a lograr una victoria casi
imposible. En un ejemplo de caballeresca lealtad, siempre fiel a sus alianzas
pizarristas, Carvajal renunció a volver a España, y decidió seguir en Perú para
ayudar a Gonzalo Pizarro en su rebeldía contra la Corona. Teniendo 84 años, fue
derrotado junto a él en la batalla de Jaquijaguana, y los dos murieron decapitados,
pero no le faltaron comentarios sarcásticos cuando lo ejecutaron a él. Sabía
bien lo que era la vida y la muerte por su veteranía en la experiencias más
temendas, que empezaron ya en su escandalosa juventud. Había participado en hechos
históricos de las guerras europeas, y después fue a México, desde donde se
trasladó a Perú para ayudar a Pizarro contra la sublevación general de los
indios. Sirva esto como aperitivo de lo mucho que habrá que contar de él más
adelante.
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