(476) Viene a cuento hacer una reflexión sobre las circunstancias que
hicieron posible el asesinato de Francisco Pizarro. Fueron muchas las variables
que lo podían haber evitado, pero todas se entrelazaron de manera trágica para
llegar al desastre final. Cieza, con su inquebrantable lógica providencialista,
diría que Dios lo quiso así, y que Pizarro murió por sus pecados.
Cuando Hernando
pizarro partió para España, ya le advirtió que tomara muchas precauciones con
los almagristas. Él no era tan confiado, y su valía militar se lo habría puesto
muy difícil. Aunque también es verdad que su carácter altivo y duro no era lo
mejor para mantener un clima de paz. Quienes fueron a matar al Gobernador eran
solo trece, y daban gritos simulando ser muchos más. Cometió un error gravísimo
Francisco de Chaves al abrirles el portón a los asesinos, creyendo que podría
aplacarlos. También terminarían fracasando si casi todos los acompañantes de
Pizarro no hubiesen huido. Fue tan brava la reacción de Pizarro, que sus
enemigos, aterrorizados porque no tardarían en llegar sus soldados, solo consiguieron
entrar a su cámara empleando la cruel treta de lanzar a empujones a uno de los
amotinados, al que el viejo luchador mató de una estocada. Y él habría podido prolongar
la pelea, si no fuera porque le faltó tiempo para sujetarse bien la protección
de su cuerpo. Unos cuantos leales, nada más enterarse de lo que ocurría, fueron
rápidamente a la casa de Pizarro para defender su vida, pero todas la
fatalidades anteriores pecipitaron los acontecimientos, y, cuando llegaron, ya
lo habían matado.
Dicho lo cual, sigamos con la historia. Consumado el asesinato, sus
autores pusieron en marcha el siguiente paso del plan previsto. Nos despedimos
ahora del cronista Inca Garcilaso de la Vega y tomamos de nuevo el texto de
Cieza: “Después de que los almagristas recogieron todas las armas, y apresaron
a los que tenían por sospechosos, poniéndolos bajo vigilancia, D. Diego y la
mayoría de sus capitanes se retiraron a sus posadas, y el capitán Cristóbal de
Sotelo (siempre tan prudente) vino
adonde estaba Don Diego, asombrado al saber que tan presto y con tanta facilidad
hubiesen matado al Marqués, y deseando que se hubiera esperado hasta la venida
del juez (Vaca de Castro), porque ese
había sido siempre su parecer. Vuelto ya a su casa Don Diego de Almagro,
consideraron Juan de Rada y los de su confianza que había que pedir a los del
Cabildo que lo recibiesen como Gobernador, para que tuviese el reino legalmente
hasta que, sabida por Su Majestad la justa venganza que había tomado de la
muerte de su padre, le hiciese merced de reconocerlo como tal. Mandaron que se
reuniesen los Regidores y Alcaldes, y que recibiesen a Don Diego de Almagro
como Gobernador”.
Cuando lo oyeron, los del Cabildo consideraron que, dada la situación, aunque
era un error, resultaría un mal menor aceptarlo: “Y al fin fue recibido por Gobernador,
y quitaron las varas a los Alcaldes ordinarios e se las dieron a Peces y Martín Carrillo, y como Teniente de
Gobernador fue nombrado Cristóbal Sotelo. Juan de Rada era el que gobernaba a
Don Diego de Almagro e le decía lo que había que hacer”.
(Imagen) Hagamos justicia a CRISTÓBAL DE SOTELO. Qué poco se conoce de
él (aunque fue muy estimada su siempre correcta y valiente actuación en las
Indias). En los archivos parece una sombra casi borrada por el tiempo. Ya vimos
anteriormente que era zamorano y que llegó a Perú bajo el mando de Belalcázar.
Se unió a Diego de Almagro y se mantuvo siempre en su bando porque era un
hombre cabal, poco amigo de las dobleces. En la batalla de las Salinas, logró
subir a la grupa de su caballo a un pariente suyo llamado Hernando de Sotelo,
pero no pudo salvarlo porque un arcabuzazo de los pizarristas lo mató, y a él
lo hirió seriamente. Tras la derrota, Almagro fue ejecutado, pero con Sotelo no
se tomaron represalias, quizá porque su nobleza de carácter infundiera un
respeto general. Lamentó en su día el
asesinato de Pizarro, pero, siempre leal, continuó sirviendo a las tropas almagristas
capitaneadas por el hijo de Almagro. Al morir Juan de Rada, el Mozo nombró dos
capitanes generales, García y Sotelo, quien, sabiendo que duplicar el mando
supremo era un disparate, renunció al puesto. En un fracaso militar de García,
asumió la capitanía el Mozo y nombró maese de campo a Sotelo. Después García,
ya irritado por este nombramiento, solicitó permiso para una misión y el Mozo
se lo negó por haberle convencido Sotelo de que, en ese viaje, iba a crear
muchos problemas con los indios. Surgieron otros roces, y ‘el broncas’ García
Alvarado terminó odiando a muerte al Mozo y a Sotelo, a quien logró matar. El
Mozo simuló estar en calma, pero, sabiendo que era el segundo en la siniestra
lista de García, le preparó una celada y acabó con su vida. Lo que nunca
sabremos es si el sensato CRISTÓBAL SOTELO, de seguir viviendo, hubiera permanecido
rebelde a la Corona, sacrificándolo todo por los almagristas.
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