(472) Sigue hablando Inca Garcilaso del caldo de cultivo en el que fue
fermentando el plan del asesinato de Pizarro: “Los consejeros del Marqués,
sabiendo de aquellos tratos y conciertos, le insistían en que castigase
aquellos motines quitando la vida a los cabecillas y desterrando del reino a
los demás. El Marqués, como era de tan buena condición, respondía que dejasen a
aquellos cuitados, pues harta mala ventura tenían viéndose pobres, vencidos y
corridos. Y así, confiando en la paciencia del Marqués, Don Diego y los suyos
le iban perdiendo la vergüenza tanto, que algunas veces pasaban delante de él
sin quitarse las gorras, y sin hacerle ningún acatamiento. Entre otras cosas
que hicieron, la más desvergonzada fue que una noche ataron tres sogas en la
picota de la plaza (lugar de los castigos
públicos), una la tendieron hacia la casa de Antonio Picado, secretario de
Marqués, otra a la del doctor Juan Blázquez, que era Alcalde Mayor, y, la
tercera, a la casa del mismo Marqués. Lo que fue una soberbia y desvergüenza
que bastaban para que, con las mismas sogas, los ahorcaran a todos ellos. Mas
la nobleza de la condición del Marqués los disculpaba, diciendo que los dejasen
porque ya tenían bastante con su
desventura. Y los almagristas, en lugar de aplacarse, se desvergonzaron y se indignaron
cada vez más”. La tolerancia de Pizarro le va a costar la vida. Nunca se sabrá
si, con mano dura, le hubiese ido mejor.
A pesar de su actitud rebelde, y de haber acordado matar a Pizarro, los
almagristas estaban indecisos porque se enteraron de que iba a llegar Cristóbal
Vaca de Castro enviado por el Rey. El cronista nos descubre que ese encargo se
había producido por los datos que había traído a España un honrado conquistador
(del que tanto hemos hablado): “Supieron que Diego de Alvarado, que había
venido a España para acusar a los Pizarro, había conseguido un juez para la
causa. Pero también supieron que el poder que el juez llevaba era muy limitado,
ni para castigar a nadie ni para destituir al Marqués, sino para hacer una
información y traerla a España, para que Su Majestad pronunciara el castigo que
se había de hacer. En su confusión, acordaron esperar a ver cómo procedía el
juez”. Pero lo que no ‘supieron’ fue que, si mataban a Pizarro, Vaca de Castro
se iba a convertir automáticamente en Gobernador.
Esa actitud de aplazamiento se fue al traste por la dinámica de las
provocaciones. La desafiante rebeldía de las sogas amenazantes colocadas en la
picota de la plaza tuvo una imprudente respuesta: “La espera de los de Almagro
se trocó en cólera, ira y saña por un mal hecho de Antonio Picado, secretario
del Marqués. Como los almagristas habían puesto las sogas en la picota, y una
de ellas le amenazaba a él, sacó puesta en su gorra una medalla de oro muy rica
con una higa esmaltada, motejándoles de cobardes. De lo cual se afrentaron e
indignaron tanto aquellos bravos soldados, que determinaron ejecutar la muerte
del Marqués sin aguardar la llegada del juez”. Fue el disparo de salida. Los
almagristas perdieron toda discreción. Ocurrió, como vimos, que uno de ellos le
confesó a un sacerdote lo que iban a hacer, y este se lo comunicó a Pizarro. En
la versión de Inca Garcilaso, aunque mantuvo la calma, el Marqués tomó la
precaución de no salir de casa. Y todo se precipitó trágicamente.
(Imagen) De vez en cuando, surgen personajes raros y olvidados que
tuvieron una fuerte y valiosa personalidad. Como BLAS VARELA, un mestizo
peruano nacido en 1545, y el primero en ser ordenado sacerdote en Perú (en el
Cuzco, el año 1574), tras haber ingresado en el seminario de los jesuitas
cuando llegaron a aquella zona, en fecha tan tardía como 1568. Tuvo grandes similitudes
con INCA GARCILASO DE LA VEGA. Su padre fue el capitán Luis Varela, y su madre,
Francisca Pérez, quien, a pesar de su nombre como bautizada, era una princesa
inca. Blas y Garcilaso coincideron en su educación bicultural, pero, al parecer,
se mostró más radical en la denuncia de los abusos que sufrieron los nativos. Y
veremos que eso le creó problemas. Los dos fueron bilingües e insaciables
investigadores de la historia de su tierra, icluida la de la ocupación española.
Blas vino a España para publicar sus trabajos, pero casi toda su obra se perdió
estando en Cádiz cuando, en 1596, fue saqueada la ciudad por los ingleses. Y,
curiosamente, lo único que se salvó lo incluyó después Inca Garcilaso en su
popia obra (citando su origen), gracias a que se lo entregó el padre Pedro
Maldonado de Saavedra después de morir Blas en 1597. Con base o sin ella, su
memoria fu ultrajada. Los jesuitas le abrieron un proceso que lo tuvo diez años
en la cárcel. Se le acusó de actos deshonestos. Otros dicen que la verdadera
razón fue de tipo sociopolítico, por haber hecho en sus escritos afirmaciones
muy agresivas contra el mal trato y los grandes sufrimientos que padecieron los
indígenas bajo la dominacion española. El
caso es que lo ocurrido con Blas Varela trajo como consecuencia que,
pocos años después, los jesuitas decidieran unánimemente, y para siempre,
prohibir el ingreso de mestizos en sus seminarios.
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