viernes, 12 de julio de 2019

(Día 881) El cronista Inca Garcilaso de la Vega habla de la miseria y el desprecio con que vivían los almagristas en Lima, pero no culpa a Pizarro, sino a sus hombres, de ese maltrato que aumentó los deseos de venganza.


     (471) Por ser un hecho histórico tan impotante el asesinato de Pizaro, merecerá la pena ver la versión que dio el cronista INCA GARCILASO DE LA VEGA. Se sirvió bastante de lo que había escrito otro colega, Agustín de Zárate, y probablemente también de los textos de Cieza, pero, además de narrar muy bien, aporta su peculiar visión con datos nuevos, y bien contrastados porque frecuentó a testigos de primera mano. Y ninguno mejor que su padre, el ilustre capitán SEBASTIÁN GARCILASO DE LA VEGA, con el que tuvo un trato cordial hasta su muerte, ocurrida en 1559. Un año después, Inca Garcilaso partió para España.
     Cuenta que, cuando volvió Pizarro a Lima, donde tenía vigilado a Diego de Almagro el Mozo tras la muerte de su padre, vio que andaban en torno a él algunos de los más importantes personajes de su derrotado ejército. Ya sabemos por Cieza que vivían en la mayor miseria porque Pizarro, en castigo, les había quitado, dándoselas a los pizarristas,  sus encomiendas de indios. Pero Inca Garcilaso nos aclara la situación. El Mozo no sufría carencias y se afanaba en ayudarles, “dándoles de comer de un buen repartimiento de indios que su padre le había dejado en herencia”.
     Normalmente, Inca Garcilaso, suele atribuir los comportamientos duros de Pizarro a la influencia de sus capitanes: “El Marqués, como era de condición noble y generosa, procuraba darles a aquellos caballeros grandes ayudas, y proveerles con oficios de justicia y de la Hacienda Real. Mas ellos, pensando en el castigo que se había de hacer a los de Pizarro, por la muerte tan injusta de Don Diego de Almagro, y por las crueldades que se hicieron en la batalla de las Salinas y después de ella, no quisieron recibir ninguna merced, por no tenerla que agradecer, ni perder el rencor que contra el Marqués y los suyos tenían”.
     El odio iba aumentando a base de venganzas mutuas. Le aconsejaron a Pizarro que castigara esa soberbia y mala inención. Y, “aunque contra su voluntad y por condescender con lo que le pedían”, tomó otra medida imprudente y cruel: “Le quitó los indios (heredados) a Don Diego de Almagro, a cuya casa iban sus compañeros, para que, no teniendo qué comer, fueran a otras tierras a buscarlo. Este hecho, en lugar de domar a los de Almagro, los indignó con mayor ira y saña”.
     Era tal su determinación de venganza, que no solo no se marcharon, sino que “escribieron a sitios donde sabían que había gente de su bando para que fuesen a la Ciudad de los Reyes, donde ellos estaban, y les ayudasen en sus pretensiones. Así se juntaron más de doscientos soldados en la ciudad. Viéndose tantos juntos, cobraron ánimos y trataron de conseguir armas”. Era una osadía, porque lo tenían prohibido, pero Pizarro miró para otro lado: “Por la blanda condición del Marqués, se pusieron en total libertad, y trataron de vengar la muerte de Don Diego de Almagro matando al Marqués, ya que Hernando Pizarro (que fue el que causó todos aquellos males) se había venido a España”. Sin duda, Pizarro tuvo responsabilidad en la muerte de Almagro, aunque su única pobre excusa podría ser que no se hubiera atrevido a impedir al prepotente Hernando Pizarro que lo ejecurata.

    (Imagen) Todo resultó fuera de lo común en la vida del cronista INCA GARCILASO DE LA VEGA, nacido en el Cuzco el año 1539. Su verdadero nombre era Gómez Suárez de Figueroa, linajudos apellidos que recibió por parte de su padre, el gran capitán GARCILASO DE LA VEGA VARGAS, hombre de grandes hazañas en las Indias, pero que dejó fama de ser variable en sus lealtades durante las guerras civiles de Perú. Por parte de su madre, Isabel Chimpu Ocllo, tenía la ascendencia inca más selecta posible, porque era sobrina de Huayna Cápac, el gran emperador, y prima de Atahualpa.  Fue un mestizo de sangre aristocrática por ambos lados, y verdadero mestizo de cultura, no solo la española (cosa lógica), sino también la inca, porque su madre se ocupó esmeradamente de educarlo. Fue afortunado por esas aportaciones, aunque también hubo de superar las dificultades propias de los mestizos, con ventajas e inconvenientes. Él siempre se sintió orgulloso de sus orígenes. La mezcla de actividades que practicó es otra rareza, y fue capaz de triunfar en todas: como militar, escritor, historiador y clérigo (de profunda fe religiosa). Al morir su padre  en 1559, partió para España con solo 20 años, y la fama que dejó el difunto de dudosa lealtad a la Corona le creo dificultades, pero las superó, con la suerte añadida de que se convirtió en rico al heredar a una tía suya. Se volcó con entusiasmo y brillantez a escribir la historia de los incas y la de los conquistadores españoles. Murió en Córdoba en 1616. Tuvo en 1588, con su criada, Beatriz de la Vega, un hijo llamado Diego de Vargas (apellido de la familia del cronista), al que no reconoció, pero, en su testamento, les dejó a los dos una pensión vitalicia.



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