(471) Por ser un hecho histórico tan impotante el asesinato de Pizaro,
merecerá la pena ver la versión que dio el cronista INCA GARCILASO DE LA VEGA.
Se sirvió bastante de lo que había escrito otro colega, Agustín de Zárate, y
probablemente también de los textos de Cieza, pero, además de narrar muy bien, aporta
su peculiar visión con datos nuevos, y bien contrastados porque frecuentó a
testigos de primera mano. Y ninguno mejor que su padre, el ilustre capitán
SEBASTIÁN GARCILASO DE LA VEGA, con el que tuvo un trato cordial hasta su
muerte, ocurrida en 1559. Un año después, Inca Garcilaso partió para España.
Cuenta que, cuando volvió Pizarro a Lima, donde tenía vigilado a Diego
de Almagro el Mozo tras la muerte de su padre, vio que andaban en torno a él
algunos de los más importantes personajes de su derrotado ejército. Ya sabemos
por Cieza que vivían en la mayor miseria porque Pizarro, en castigo, les había
quitado, dándoselas a los pizarristas,
sus encomiendas de indios. Pero Inca Garcilaso nos aclara la situación.
El Mozo no sufría carencias y se afanaba en ayudarles, “dándoles de comer de un
buen repartimiento de indios que su padre le había dejado en herencia”.
Normalmente, Inca Garcilaso, suele atribuir los comportamientos duros de
Pizarro a la influencia de sus capitanes: “El Marqués, como era de condición
noble y generosa, procuraba darles a aquellos caballeros grandes ayudas, y
proveerles con oficios de justicia y de la Hacienda Real. Mas ellos, pensando
en el castigo que se había de hacer a los de Pizarro, por la muerte tan injusta
de Don Diego de Almagro, y por las crueldades que se hicieron en la batalla de
las Salinas y después de ella, no quisieron recibir ninguna merced, por no
tenerla que agradecer, ni perder el rencor que contra el Marqués y los suyos
tenían”.
El odio iba aumentando a base de venganzas mutuas. Le aconsejaron a
Pizarro que castigara esa soberbia y mala inención. Y, “aunque contra su
voluntad y por condescender con lo que le pedían”, tomó otra medida imprudente
y cruel: “Le quitó los indios (heredados)
a Don Diego de Almagro, a cuya casa iban sus compañeros, para que, no teniendo
qué comer, fueran a otras tierras a buscarlo. Este hecho, en lugar de domar a
los de Almagro, los indignó con mayor ira y saña”.
Era tal su determinación de venganza, que no solo no se marcharon, sino
que “escribieron a sitios donde sabían que había gente de su bando para que
fuesen a la Ciudad de los Reyes, donde ellos estaban, y les ayudasen en sus
pretensiones. Así se juntaron más de doscientos soldados en la ciudad. Viéndose
tantos juntos, cobraron ánimos y trataron de conseguir armas”. Era una osadía,
porque lo tenían prohibido, pero Pizarro miró para otro lado: “Por la blanda
condición del Marqués, se pusieron en total libertad, y trataron de vengar la
muerte de Don Diego de Almagro matando al Marqués, ya que Hernando Pizarro (que
fue el que causó todos aquellos males) se había venido a España”. Sin duda,
Pizarro tuvo responsabilidad en la muerte de Almagro, aunque su única pobre
excusa podría ser que no se hubiera atrevido a impedir al prepotente Hernando
Pizarro que lo ejecurata.
(Imagen) Todo resultó fuera de lo común en la vida del cronista INCA
GARCILASO DE LA VEGA, nacido en el Cuzco el año 1539. Su verdadero nombre era
Gómez Suárez de Figueroa, linajudos apellidos que recibió por parte de su
padre, el gran capitán GARCILASO DE LA VEGA VARGAS, hombre de grandes hazañas
en las Indias, pero que dejó fama de ser variable en sus lealtades durante las
guerras civiles de Perú. Por parte de su madre, Isabel Chimpu Ocllo, tenía la
ascendencia inca más selecta posible, porque era sobrina de Huayna Cápac, el
gran emperador, y prima de Atahualpa.
Fue un mestizo de sangre aristocrática por ambos lados, y verdadero
mestizo de cultura, no solo la española (cosa lógica), sino también la inca,
porque su madre se ocupó esmeradamente de educarlo. Fue afortunado por esas
aportaciones, aunque también hubo de superar las dificultades propias de los
mestizos, con ventajas e inconvenientes. Él siempre se sintió orgulloso de sus
orígenes. La mezcla de actividades que practicó es otra rareza, y fue capaz de
triunfar en todas: como militar, escritor, historiador y clérigo (de profunda
fe religiosa). Al morir su padre en
1559, partió para España con solo 20 años, y la fama que dejó el difunto de
dudosa lealtad a la Corona le creo dificultades, pero las superó, con la suerte
añadida de que se convirtió en rico al heredar a una tía suya. Se volcó con
entusiasmo y brillantez a escribir la historia de los incas y la de los
conquistadores españoles. Murió en Córdoba en 1616. Tuvo en 1588, con su
criada, Beatriz de la Vega, un hijo llamado Diego de Vargas (apellido de la
familia del cronista), al que no reconoció, pero, en su testamento, les dejó a
los dos una pensión vitalicia.
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