(481) Había otra pobre víctima en apuros: “Después de pasar esto, D.
Diego y Juan de Rada tenían gran deseo de saber dónde estaba el tesoro que
tenía el Marqués, e, al secretario Antonio Picado, unas veces le pedían
blandamente e con amor que lo dijese, e, cuando veían que se negaba, le ponían
grandes temores, diciéndole que se lo harían decir con tormentos”.
No tardará en morir Antonio Picado, pero, de momento, Cieza nos lo deja
en esa triste situación. Su relato va a ir mostrando las angustias de quienes habían sido partidarios de Pizarro
y, ahora, donde los almagristas habían
logrado el poder, se veían forzados a unirse a ellos. No era fácil resistirse a
esa presión, pero algunos tuvieron la valentía de hacerlo, o huyeron cuanto
antes a lugar más seguro. Diego de Almagro enviaba ofertas de cargos
importantes a quienes consideraba que le serían valiosos. En ocasiones, su
petición resultaba muy comprometida, porque obligaba a traicionar viejas
lealtades. Yendo de camino hacia el Cuzco Vasco de Guevara, un mensajero del
Mozo le había entregado una carta con propuestas para la población de Huamanga,
“donde unos se holgaban en saber la muerte del Gobernador Pizarro, y a otros
les pesaba grandemente”. Guevara siempre fue un fiel capitán de Diego de
Almagro el Viejo, y, en este caso, aceptó el encargo de Almagro el Mozo, a
quien los del Cabildo de Huamanga, sin duda orientados por Guevara, lo acataron
como Gobernador. Tuvo que haber grandes reservas en la mente de Guevara, porque
toda su trayectoria posterior fue de una fidelidad absoluta al Rey, contra el
Mozo y contra Gonzalo Pizarro.
Era especialmente importante para el Mozo controlar el Cuzco. Entre
otros, recibieron allí esas misivas Gabriel de Rojas y Don Pedro de Portocarrero. Se daba la
circunstancia de que la mayoría de los vecinos de la ciudad se fueron antes con
el licenciado La Gama a la zona de los Chunchos para evitar que Perálvarez Holguín
maltratara a los indios: “Y había en la ciudad del Cuzco más de ochenta hombres
de los que estuvieron con el Adelantado Almagro en la batalla de las Salinas,
por lo que, cuando supieron la noticia de la muerte del Gobernador Pizarro, se
pusieron muy contentos”. Era tan comprometida la situación, que incluso el
sensato Gabriel de Rojas no se atrevía a mostrar sus pensamientos: “Gabriel de
Rojas aguardaba en su casa hasta ver lo que pasaba, y si D. Pedro de Portocarrero
(era la máxima autoridad del Cuzco)
tomaba el mando que le daba D. Diego de Almagro. Salieron luego a la plaza el
Comendador de la Merced y otro fraile (porque este reino tiene otra dolencia,
que es la de que los frailes son movedores de las guerras), y estos, más
setenta hombres de armas, salieron dando voces para ir al Cabildo y para que se
aceptasen allí las provisiones del nuevo Gobernador. Cuando lo supo D Pedro de
Portocarrero, tomó sus armas y fue adonde solían hacer su cabildo. Allí se
juntaron con él los dos alcaldes, Diego de Silva e Francisco de Carvajal, y los
únicos regidores que estaban entonces en la ciudad, Hernando Bachicao y Tomás
Blázquez”.
(Imagen) HERNANDO BACHICAO nació en Sanlúcar de Barrameda. Es muy
probable que fuera hijo de un conquistador
de Canarias del mismo nombre. Era hombre poco fiable y sanguinario, pero de
gran valía militar. Vaciló, al prestar sus servicios, entre los dos bandos de
las guerras civiles. Abandonó por interés a Almagro y permaneció después siempre
fiel a los Pizarro, excepto una vez, y le costó la vida. Tras la batalla de las
Salinas, fue nombrado por Pizarro regidor de la ciudad del Cuzco. En ese
conficto, Bachicao tuvo la indecencia de acuchillar al capitán Pedro de Lerma,
que yacía moribundo tras recibir muchas heridas (aunque no falleció entonces).
Bachicao se convirtió en uno de los hombres con mayor protagonismo en la guerra
civil capitaneada por Gonzalo Pizarro, a quien le resultó muy útil su falta de
escrúpulos, para conseguirle soldados y suministros de armas y de dinero
abundante que reforzaran su ejército. Como detalle corfirmatorio, se ve en un
documento, del año 1546, que Pedro de la Gasca ordena que se le devuelva el
cargo a un alcalde y las encomiendas de indios a varios vecinos, “que les había
quitado Hernando Bachicao por no seguirle”. En el archivo de cartas que
guardaba el gran Pedro de la Gasca para incriminar a los rebeldes, hay algunas
que Bachicao dirigió a Gonzalo Pizarro, en las que se transparenta su espíritu
chulesco. La batalla de Huarina (año 1547) fue una de las más sangrientas. A
pesar de la inferioridad numérica de los pizarristas, lograron la victoria
gracias a la habilidad estratégica del feroz Francisco de Carvajal, pero, en el
momento más difícil, Bachicao había desertado con su tropa. Acabado el
enfrentamiento, volvió con las orejas gachas. Si él era despiadado, Carvajal lo
superaba: lo mató.
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