(480) Cieza nos va aportando datos que revelan la enorme inquietud
social que produjo el asesinato de Pizarro. Ya sabemos que el obispo fray
Vicente de Valverde murió ese mismo año, pero ahora vamos a entender por qué:
“En la Ciudad de los Reyes, los de Chile (almagristas) apresaron al
doctor Juan Blázquez y lo llevaron a las casas de Antonio Picado, donde estuvo
algunos días. El obispo Fray Vicente de Valverde (era hermano de Blázquez) iba a la ciudad del Cuzco muy pesaroso por
saber la muerte del Marqués, y, como halló preso a su hermano (en Lima), temiendo que los de Chile le
habían de matar, se metió con él y con otras personas en un pequeño navío,
fingiendo que iba de caza, pero con intención de encontrarse con el presidente
Vaca de Castro, y, en la isla de Puná, salieron los indios y le mataron a él, a
su hermano e a otros dieciséis españoles”. Como vimos en su día, al morir
Pizarro y dar con ello origen a una nueva guerra civil, hubo otro efecto
inquietante: se produjo una rebelión general de los indios contra los españoles
aprovechando el desbarajuste en que estaban metidos sus enemigos.
Así se refleja en otro incidente simultáneo: “Tambien ocurrió que iban
desde la costa hacia Quito veinte tratantes españoles, con mucha mercadería, y
un cacique llamado Chaparra salió contra ellos y los mató a todos, tomándoles
toda la mercadería que llevaban”. Su perdición sería, probablemente, que
viajaban tranquilos porque hasta entonces no habían tenido ningún problema en
esa ruta comercial. Hace ya tiempo que vimos una carta que el vasco Diego de Urbina le envió al Rey
contándole la explosiva reacción de los indios contra los españoles tras el
asesinato de Pizarro. Él estaba al mando de la ciudad de Santiago, fronteriza
con lo que hoy es Colombia, y tuvo que abandonarla con todos los vecinos para
poder salvar la vida al sufrir un feroz ataque indígena. Más tarde volvió con
su gente muy bien equipado, y pudo recuperar la ciudad, castigar a los indios,
y dejarlos aplacados. Le contaba también
al rey la tragedia de Fray Vicente de Valverde y sus acompañantes en la isla
Puná, pero la cifra de diecocho muertos que señala Cieza, la eleva él a más de
treinta. No parece una contradicción, ya que, además de los que acompañaban al
obispo, residían fijos en la isla otros españoles.
Se empezaba ya a cortar cabezas
con pocos miramientos: “El capitán García de Alvarado (almagrista) había apresado a Alonso de Cabrera, a Villegas, a
Vozmediano e a otros que andaban alborotando con cartas contra Don Diego de
Almagro por todas partes, y Juan de Rada le escribió mandándole que los matase,
y García de Alvarado les cortó la cabeza en la ciudad de San Miguel, diciendo
el pregón: ‘por amotinadores”. Cieza confirma lo que comenté hace tiempo:
“Antonio de Orihuela, aquel que dije que venía de España con despachos para el
Marqués, neciamente y sin mirar que no era tiempo de hablar, yendo a la posada
de D. Diego de Almagro (en Lima), dijo
algunas palabras feas que no gustaron a los de Chile. Juan de Rada fue luego a
su posada y lo prendió, y, al otro día le cortaron la cabeza junto al rollo por
amotinador”.
(Imagen) Hemos hablado varias veces de FRAY VICENTE DE VALVERDE, pero
ahora va a morir, y toca despedirnos de él para siempre. Nació el año 1498 en
Oropesa (Toledo), de donde fueron otros dos grandes de las Indias, el heroico
capitán Rodrigo Ogóñez y Francisco de Toledo, uno de los mejores virreyes de
América. Los tres pertenecieron a familias aristocáticas, aunque Orgóñez sufrió
la condicion de bastardo. Fray Vicente profesó como dominico y estudió en
Salamanca, donde atesoró una gran cultura, porque, de acuerdo con el dicho, aquella
universidad solo daba mucho al que tenía inteligencia y tesón. En las Indias
mostró una valentía exepcional cuando se enfrentó cara a cara con Atahualpa en
la plaza de Cajamarca, atiborrada de indios. Se rigió siempre por su conciencia,
con mucha caridad, especialmente hacia los indios, pero también con el rigor de
la fe, que le impedía morderse la lengua frente a los abusos de los españoles,
o le obligaba a destruir los ídolos de los nativos. Fueron ambas cosas las que
se conjuntaron para que tuviera una muerte atroz. Estaba en el Cuzco cuando le
llegó la noticia de que Francisco Pizarro (con el que tenía un parentesco
lejano) había sido asesinado. Sabiendo que aquel acontecimiento tendría un efecto
devastador, partió de inmediato hacia Lima, con la esperanza de poder calmar
los ánimos, pero no pudo evitar que también mataran a Antonio Picado, el
secretario de Pizarro. Acusó a los asesinos desde el púlpito, y, ante sus
amenazas, huyó de Lima en barco con varios españoles, entre los que iba su hermano,
Juan Blázquez. Llegaron a la isla Puná, y, el 31 de octubre de 1541, los indios,
que estaban en rebelión general, mataron a todos mientras oían misa, menos al
obispo. Lo torturaron sádicamente, lo descuartizaron y comieron sus carnes
(quizá recordando que había destruido sus ídolos).
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