sábado, 6 de julio de 2019

(Día 876) Cieza achaca la ceguera de Pizarro frente a las advertencias que le hacían a una falta de perspicacia, o, simplemente, a la voluntad de Dios.


     (466) Cieza muestra su asombro por la pasividad de Pizarro ante el peligro que corría. Aunque él solo lo entienda como que Dios le nublaba el pensamiento, hay que recordar que Pizarro había arriesgado su vida cientos de veces sin perder los nervios jamás. Quizá también sintiera que lo tenía todo vivido, y no le preocupara morir, a pesar de que, cuando le llegó su momento, se defendió con fiereza, pero esto era muy propio de un consolidado orgullo militar que le impulsó a morir matando. Escuchemos al cronista: “Admirado estoy con muy gran razón de ver el poco cuidado del Marqués cuando le decían ‘mañana os han de matar’, y echarlo por chufeta (tomarlo a broma), como  si no le fuera en ello nada. Por lo que me paro a pensar en las cosas que han pasado en estos reinos, y me quedo admirado, pareciéndome que Dios, por los pecados del Marqués, le cegó el entendimiento, e fue servido de que muriese de muerte tan cruel como la que tuvo”.
    Luego añade otra explicación, dando con firmeza, como ya lo hizo otras veces, su opinión de que era un gravísimo error que tuvieran puestos de tanta importancia política personas carentes de cultura: “Siempre que se me ofreciere, diré que una de las causas por las que hubo tantos alborotos en este nuevo imprerio de Indias, ha sido por proveer Su Majestad y los de su alto Consejo de Indias el gobierno de las provincias a hombres sin letras, e a muchos que no tienen experiencia de administrar justicia. Antiguamente los romanos, que mandaron con su saber el mundo, no dieron cargo de república a ningún hombre que no fuera sabio o jurisconsulto. Lo cual he querido decir porque, si el Marqués, como era valiente fuera sabio, e, como era determinado fuera de letras, mirara con prudencia los avisos que le daban. ¿Cómo pensaba el Marqués que estaba seguro, e que no eran capaces de matarlo? A fe mía, que le cegaron sus pecados y el permiso de Dios, que quiere que su justicia sea clara y manifiesta a los hombres”.
     Todo se  va a acelerar, como en caída libre. Solamente dos días después de la fiesta de San Juan, el domingo 26 de junio de 1541, le va a llegar su última hora al bravo, y excepional personaje histórico, MARQUÉS DON FRANCISCO PIZARRO, Gobernador de la Nueva Castilla. Impresiona sobremanera el relato de Cieza. Dado que lo narra literariamente, muestra diálogos imaginados, pero que, sin duda, son el eco cierto de los hechos que ocurrieron, tal y como el cronista los recogió de testigos que estuvieron aquel día en Lima, donde no se pudo hablar de otra cosa durante mucho tiempo. Procuraré eliminar lo redundante y accidental, pero respetando casi en su totalidad el conjunto de la narración.
     El  mismo día en que lo mataron, volvieron a decirle a Pizarro que los de Chile lo iban a hacer sin esperar más. Su reacción siguió siendo fría, limitándose a decirle al doctor Juan Blázquez que los prendiese. Le contestó que no se preocupase, porque él mantendría perfectamente el orden. La verdad es que, en este caso concreto, Juan Blázquez actuó con increíble incompetencia. Tenía bajo su mando todas las fuerzas de Lima, y no le sirvió de nada.

     (Imagen) Cieza nos va a dar nombres de los almagristas cabecillas de la conpiración que acabó con la vida de Pizarro. Se trataba de gente decidida. Sabían que arriesgaban mucho, pero no fueron capaces de entender que su proeza iba a terminar en el despeñadero. Eran hombres de acción (y de pasión) con la mente nublada. Su estigma de traidores ha borrado el rastro de casi todos en los archivos históricos. Haré un pequeño comentario sobre tres de ellos. El vasco MARTÍN DE BILBAO, tras foguearse en México, pasó al Perú y se unió al ejército de Almagro, con quien fue a Chile, y, al volver, sufrió con él la derrota de la batalla de Las Salinas. El odio acumulado le impulsó a participar en la conspiración. Valiente y bravucón, presumía en público de haber matado a Pizarro. De hecho, se le ha adjudicado a él la estocada que puso fin a su vida, aunque hay otras teorias. Murió luchando junto al rebelde Gonzalo Pizarro en la batalla de Chupas, y Vaca de Castro ordenó descuartizar su cadáver. El también vasco BARTOLOMÉ DE ARBOLANCHA tuvo una trayectoria parecida, en vida y en muerte: murió en la batala de Chupas, fue incluido por Vaca de Castro en el proceso que se hizo a los conspiradores, y ordenó asimismo descuartizar su cuerpo, aunque de forma simbólica porque no fue localizado. Y, por último, JUAN RODRÍGUEZ DE BARRAGÁN (de quien ya hablé en una imagen anterior). Había sido procurador de Diego de Almagro. Se extendió el rumor de que, dándole un golpe mortal en la cabeza  con una tinaja llena de agua, acabó con la vida del varias veces acuchilllado Pizarro. Él siempre lo negó, pero le costó ser ahorcado por ello. Después la Corona requisó sus bienes y los de otro hermano suyo, llamado Rodrigo y también ejecutado.



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