martes, 31 de octubre de 2017

(Día 526) Pesadilla de viaje de Almagro: mueren unos 30 españoles. Al fin, se enteran del éxito de Pizarro. Rodrigo Pérez le envía a Pizarro la falsa noticia de que Almagro quiere abandonarlo.

     (116) Almagro y sus acompañantes no tenían ni idea de lo que había sido de la tropa de Pizarro, así que los andaban buscando, unos por mar y otros por tierra. Sigamos el relato de Cieza: “Los de los navíos al no lograr noticias de Pizarro, sospechaban cosas tristes de muerte o prisión de los cristianos. Almagro y los suyos venían por tierra donde pasaron gran trabajo por malos caminos y ciénagas, y teniendo falta de comida. Con tal tormento iban los fatigados españoles con la congoja que podéis sentir (Cieza, expresivamente, nos habla a nosotros), que fue causa de que murieran más de treinta de ellos, y el mismo Almagro estuvo muy enfermo, y como supieron (por algún mensajero) que los navíos no habían hallado ninguna noticia cierta, tuvieron gran dolor y pena triste, pero no dejaron de andar con su fortuna (irónicamente, ni podían imaginar el gran éxito de Cajamarca). Otro navío que salió para saber de los cristianos no paró hasta llegar a Tumbes, donde los recibieron bien los indios, y les dijeron que los cristianos estaban en Tangarará, cerca de allí”. Sirvió como confirmación de que seguían vivos, pero los indios no estaban al día, o no quisieron hablarles de la derrota de Atahualpa: “En San Miguel (donde había quedado un destacamento de Pizarro) se supo pronto que estaba el navío en Tumbes. El teniente Navarro mandó que varios jinetes fueran a ver qué gente era. Hablaron con algunos que habían saltado a tierra, de quienes supieron que Almagro venía con gente y caballos en socorro de Pizarro, y los de San Miguel les dieron la noticia de que Atahualpa estaba preso en Cajamarca, donde se halló gran tesoro. Con esta noticia volvió el navío a dar aviso a Almagro. Cuando Almagro y los suyos oyeron tan buenas noticias, alegráronse en extremo, pues ya estaban determinados de volverse a Panamá o de poblar en Puerto Viejo;  no veían la hora de hallarse en tan buena tierra”.
    Luego habla Cieza de algo que quizá solo fueran habladurías, pero que, incluso siéndolo, son una confirmación palpable de que todos conocían la tensión soterrada de las relaciones entre Almagro y los Pizarro: “Algunos de los que hoy están vivos dicen que Almagro tuvo propósito de no acudir con el socorro adonde Pizarro, sino meterse hacia el norte a ocupar lo de Quito y pedirlo al rey en gobernación; otros lo reprueban: dicen que nunca tal pensó. Las más de las veces estas opiniones son inciertas, porque los que andan acá son mañosos, buscan por mil cabos enemistar a los que mandan para que, teniendo de ellos necesidad, puedan hacer lo que han hecho y harán, puesto que los movedores de tales tramas quedan sin castigo”. Probablemente, Cieza está dando a entender que los trágicos acontecimientos que ocurrieron después fueron más culpa de aduladores y maquiavélicos trepas que de Pizarro y Almagro. Pero, en realidad,  eso  no fue más que echar leña al fuego abrasador que nacería espontáneamente del choque de intereses entre Almagro y los Pizarro, por culpa, sobre todo, del injusto trato que estos le dieron.
     Y para sazonarlo todo con un episodio dramático en el que Almagro demostró que también él podía ser implacable, Cieza añade lo siguiente: “Traía el Mariscal (Almagro) por secretario a uno a quien llamaban Rodrigo Pérez, el cual dicen que escribió al Gobernador (Pizarro) avisándole de que Almagro tenía contra él ruin propósito y pensaba hacerse señor de lo mejor de la tierra, creyendo con ello ganar la gracia de Pizarro, quien se alteró con tal noticia, mandando llamar a sus hermanos y algunos amigos para comunicárselo”.


     (Imagen) Los méritos de Diego de Almagro fueron de primerísimo orden, pero todo se le volvió en contra. Fue ‘el pupas’ de la conquista de Perú, cuando en realidad le correspondía, por dedicación y por contrato, el segundo puesto en importancia. Le vemos ahora yendo presuroso a llevarle ayuda a un Pizarro ya vencedor de Atahualpa, pero sin él saberlo, y angustiado porque no lo encuentra. Antes de conseguirlo, se le mueren treinta hombres por el camino. Tampoco es fácil encontrar recuerdos de su heroico y triste paso por Perú y Chile. Sin embargo, hay uno que resulta sorprendente. En el norte chileno, junto al terrorífico desierto de Atacama que casi le costó la vida a toda la tropa de Almagro, hay una localidad que, quizá por tratarse de una zona minera, es por tradición radicalmente comunista. Se llamaba Pueblo Hundido, ¡y en 1977!, le cambiaron el deprimente nombre y le pusieron otro sin miedo a que resultara gafe y sin rechazo a que fuera español: DIEGO DE ALMAGRO. Dondequiera que esté, el sufrido capitán lo habrá agradecido filosóficamente haciéndoles a esos ‘parias de la Tierra’ un guiño de complicidad con el único ojo que le quedaba.


lunes, 30 de octubre de 2017

(Día 525) Terminados sus preparativos de suministros, Almagro parte para unirse a Pizarro. En la travesía, se les incorpora otro grupo de españoles, entre ellos Francisco de Godoy y Rodrigo Orgóñez.

     (115) Por su parte, Cieza no se priva de comentarnos en este momento algo que estaba ocurriendo al mismo tiempo. Los preparativos de Almagro para enviar refuerzos tuvieron éxito, y podían haber sido de gran ayuda para la ya lograda ‘misión imposible’ de derrotar a Atahualpa. Si Pizarro no tuvo paciencia para esperarlos, fue, sin duda, por la posibilidad de que tardaran demasiado en venir o de que no lo hicieran nunca. Pero sí llegaron, para bien y para mal. Estaba al frente de la expedición Almagro, y se incorporó definitivamente a la campaña de Perú, lo que iba a suponer el inevitable cara a cara constante con los Pizarro. La narración de Cieza nos va a hablar brevemente de esta venida de los refuerzos, luego nos llevará de nuevo al escenario de Cajamarca, y acto seguido, hará algunos comentarios sobre la incómoda situación de Almagro, especialmente con Hernando Pizarro, al unirse a las tropas que habían derrotado a Atahualpa.     Nos cuenta Cieza: “Cuando salió de Panamá Pizarro, quedó Almagro a efecto de, con su diligencia que siempre tuvo, darse maña a allegar gente y caballos para Pizarro; y aunque estaba enfermo, juntó ciento cincuenta españoles y cincuenta caballos; había hecho una nave grande para que en esta y en las de Hernán Ponce de León, que volvieron con el oro de Coaque, pasara la gente (un tipo imprescindible Almagro). Y así salió para Panamá, yendo con él el piloto Bartolomé Ruiz (otro imprescindible), digno de más premio del que le dieron para tanto cuanto trabajó. Llegaron a la bahía de San Mateo. Aportó un navío que venía de Nicaragua con algunos españoles, yendo por capitán de ellos Francisco de Godoy. Envioles Almagro mensaje de que, pues les constaba que él era compañero de Pizarro y que le iba a socorrer, que se justasen todos para ir en compañía, dándole a él obediencia. Godoy no quería dejar de mandar ni entrar de esa forma donde Pizarro estuviese. Venían con él Rodrigo Orgóñez, Juan de Barrios y otros que le aconsejaron que no se apartara de la autoridad del mariscal (Almagro), y se hizo todo como él quería, y así, cuando se vieron, le hablaron con mucha cortesía y buenos comedimientos”.
    Cada nombre que aparece en el escenario de la conquista es como una sonora campanada. Si uno se detiene para saber algo más de estos personajes de ‘segunda fila’, descubre que todos ellos serían dignos de una extensa y apasionante biografía. Haré, pues, un pequeño comentario, anticipo de lo que más tarde nos contarán los cronistas. Francisco de Godoy tuvo un relieve decisivo en las batallas  de Perú; llegó después del apresamiento de Atahualpa, pero de inmediato se incorporó a la lucha de la toma del Cuzco, y unos años después, en el último y definitivo conflicto de Almagro con los Pizarro, estuvo en el bando de estos. ¿Y qué decir de Rodrigo Orgóñez? Ni él ni Almagro podían imaginar que iban a ser fieles compañeros en su trágica lucha contra el clan Pizarro, muriendo juntos, ni que Francisco de Godoy apostaría por el caballo ganador. A la apasionante biografía de Orgóñez hay que añadir, además de lo de Indias, la brillante experiencia militar que ya había tenido en las guerras europeas: fue, nada menos, que uno de los cinco soldados que capturaron en Pavía al rey francés, Francisco I.


     (Imagen) Muy pocos conquistadores alcanzaron la gloria y la riqueza, y fueron menos todavía los que volvieron a España para disfrutarlo y exhibirlo. Uno de esos raros afortunados fue Francisco de Godoy, nacido en Cáceres hacía 1505. Había hecho dinero en sus correrías militares por Panamá y Nicaragua. Decidió invertirlo en la ya prometedora campaña de Pizarro y se presentó en Cajamarca, capitaneando a varios hombres, poco después del apresamiento de Atahualpa. Desde ese momento, fue un protagonista importante de la extensión de la conquista y en las turbulentas aguas de los sangrientos conflictos internos posteriores que llevaron a la muerte de Almagro y Pizarro. Quizá ya saturado de horrores, volvió a su patria chica. No hay ciudad española que no tenga un extraordinario casco antiguo (donde cada piedra rezume historia); el de Cáceres es de los más bellos (que ya es decir), y dentro de él, uno de los mejores palacios es el que mandó construir Francisco de Godoy hacia el año 1545. Curiosamente, muy cerca se encuentra otro maravilloso edificio que se hizo por encargo de los descendientes de Moctezuma.


sábado, 28 de octubre de 2017

(Día 524) Viendo la descripción del ejército de Atahualpa, asombra que los españoles no salieran corriendo. La noticia de la derrota se extiende por todo el imperio; el capitán Caracuchima aumenta su protagonismo. Muchos caciques iban sumisos a hablar con Atahualpa en su prisión.

     (114) Semejante victoria resulta más asombrosa y extraña aun teniendo en cuenta que el ejército de Atahualpa era una apisonadora mortífera. Lo explica Xerez: “En la delantera de su ejército vienen honderos que tiran piedras como huevos, llevan rodelas de tablillas angostas y muy fuertes, y jubones acolchados de algodón; tras de estos vienen otros con porras de puntas agudas y hachas; detrás vienen otros con lanzas pequeñas arrojadizas; en la retaguardia vienen piqueros con lanzas largas. Todos vienen repartidos en escuadras con sus banderas y capitanes, con tanto concierto como turcos. Eran todos hombres muy diestros y ejercitados en la guerra, mancebos e grandes de cuerpo, que solo mil de ellos bastan para asolar una población, aunque tenga veinte mil hombres”. Total, que hubo dos milagros; el primero que Atahualpa cometiera el tremendo error de presentarse ante Pizarro en Cajamarca como un pavo real seguro de su poderío, rodeado de una multitud de indios tan grande que convirtieron la plaza en una ratonera fatal para la estampida que les iban a provocar los españoles; el segundo, que Pizarro y sus hombres, al ver un día antes el inmenso ejército desplegado en el campamento de  Atahualpa, no salieran, también de estampida, corriendo y sin mirar atrás para volver cuanto antes a Panamá.
     Cieza cuenta la rapidez con que la noticia se extendió por Perú: “Como se derramó la fama de estar preso Atahualpa, causó grande admiración; asombrábanse de haber tenido ciento sesenta hombres el poder de hacerlo; muchos se alegraron y otros lloraban con gemidos. Caracuchima fue el general que más notable sentimiento hizo; quejábase de sus dioses por haber permitido tal cosa. Encomendó la guarda de Huáscar a sus capitanes y fue al valle de Jauja a sosegar a los huancas (indios contarios a Atahualpa), donde hizo notable daño”. (Lo que revela que los principales capitanes de Atahualpa iban a seguir en plan de guerra contra los partidarios de Huáscar y contra los españoles). “Los indios del Cuzco, cuando llegó la nueva de la prisión de Atahualpa, alegráronse; tenían el acontecimiento por milagro; creían que su dios Ticiviracocha envió del cielo aquellos hijos suyos, los españoles, para que libraran a Huáscar y lo restituyesen en el trono; aguardaban a ver qué es lo que los cristianos harían de Atahualpa; nunca pensaron que lo mataran, ni tampoco Atahualpa lo pensó”.
     El  cronista Xerez añade más detalles: “Cuando el Gobernador y los españoles hubieron descansado del trabajo del camino y de la batalla, envió mensajeros al pueblo de San Miguel, haciendo saber a los vecinos (españoles) lo que le había acaecido, y por saber de ellos cómo les iba y si habían venido algunos navíos. Mandó hacer en la plaza de Cajamarca una iglesia donde se celebrase el santísimo sacramento de la misa, derribar la cerca porque era baja y hacer otra más alta. Sabida por los caciques de esta provincia la prisión de Atahualpa, muchos de ellos vinieron de paz a ver al Gobernador. Todos estaban sujetos a Atahualpa y, cuando ante él llegaban, le hacían gran acatamiento besándole los pies y las manos. Él los recibía sin mirarlos. Cosa extraña es decir la gravedad de Atahualpa y la mucha obediencia que todos le tenían”.


    (Imagen) Todo es cuestión de grados: la ocupación de los territorios de Indias fue fruto de una mentalidad imperialista que hoy repugna, aunque no se debe olvidar que, como quien dice ayer, los británicos la pusieron en práctica. En grados de crueldad e intolerancia, los españoles fueron ocupantes bastante ‘llevaderos’ comparados con otras naciones (basta ver lo que pasó con los indios norteamericanos). Por su espíritu religioso, y hasta por sentido práctico, respetaron las estructuras sociales de los indios. No les obligaban a bautizarse, mantuvieron la autoridad de los caciques y no existió el tabú del mestizaje. Un indio era tan súbdito del rey como un habitante de Castilla, con sus mismos derechos y deberes. Cuando estuvieron presos Moctezuma y Atahualpa se repitió la misma escena: les visitaban los caciques principales para escuchar sus órdenes. Aunque tampoco cabe duda de que la vida práctica de los indios quedaba muchas veces desprotegida de los derechos que les correspondían.


viernes, 27 de octubre de 2017

(Día 523) Los españoles, convencidos de que Dios les ha premiado, le dan gracias por la victoria y por no haber tenido bajas. Los indios muertos fueron unos dos mil, y Pizarro, oponiéndose a que se castigara a los vencidos, los puso en libertad.

     (113) De la misma manera, Francisco de Xerez, sujeto activo en la catástrofe de Atahualpa, nos hace ver que los españoles también tenían un fuerte sentido providencialista, pero con la total seguridad de que ellos eran los buenos de la película. Y no hay duda de que su fe cristiana era inconmovible. Nos los muestra en el momento en que, tras el toque de retirada ordenada por Pizarro después de apresar a Atahualpa, se replegaron todos los que habían ido persiguiendo a los indios: “Dende a poco rato entraron todos en el real con gran presa de gente que habían tomado, siendo más de tres mil personas. El Gobernador les preguntó si venían todos buenos (los españoles). Su capitán general (Hernando Pizarro) respondió que solo un caballo tenía una pequeña herida. El Gobernador dijo con mucha alegría: ‘Doy muchas gracias a Dios nuestro Señor por tan gran milagro como en este día ha hecho por nosotros. Plazca a Dios por su misericordia que, pues tiene por bien nos hacer tantas mercedes, nos dé gracia para hacer tales obras, que alcancemos su santo reino”. Es evidente que tenían el convencimiento de que, con lo que hacían, se estaban ganando el cielo.
          El balance de bajas indias que da Xerez es terrible, y resulta asombroso que no hubiese muerto ningún español (no es de extrañar que lo consideraran un milagro): “Quedaron muertos dos mil indios, sin contar los heridos (ni los apresados). Los españoles obligaron a los indios presos a que sacaran los muertos de las plazas. Y luego el Gobernador mandó que los españoles tomasen los indios que hubiesen menester para su servicio. Mandó soltar a todos los demás  y que se fuesen a sus casas, porque eran de diversas provincias y Atahualpa los traía para sostener sus guerras y para servicio de su ejército. Algunos de los españoles fueron de opinión que se matasen a todos los hombres de guerra o les cortasen las manos. El Gobernador no lo consintió, diciendo que no estaba bien hacer tan grande crueldad, y que tuviesen por cierto que Dios nuestro Señor, que los había librado del peligro del día pasado, los libraría de ahí adelante, por ser las intenciones de los cristianos buenas, de atraer a aquellos bárbaros infieles al servicio de Dios; que no quisiesen parecerse a ellos en las crueldades que hacen a los que prenden en sus guerras; que eran suficientes los que habían muerto en la batalla; que aquellos que habían sido traídos como ovejas a corral, no era bien que muriesen ni que se les hiciese daño; y así, fueron sueltos”. Y Cieza añade: “Preso que fue Atahualpa, los indios no osaban ponerse en armas contra los cristianos, porque había mandado que no lo hiciesen”. No faltaron refinados sádicos en las Indias, pero la tónica general de los más grandes capitanes fue utilizar los medios estrictamente necesarios para sus objetivos, aunque tampoco les temblaba el pulso ni les remordía la conciencia si consideraban imprescindible actuar con dureza. En las victorias, se olvidaban de la venganza, limitándose a disfrutar del éxito. No obstante, había otra práctica menos admisible, pero utilizada por su eficacia: el castigo ejemplar.
    

     (Imagen) Fue un mundo cruel por ambas partes; sin embargo, la tónica general de los capitanes españoles era ser implacables en la batalla pero sin ensañarse con el vencido, como hizo Pizarro al dejar libres a los soldados de Atahualpa. Otra cosa sería la semiesclavitud de muchos indios para servicio de los españoles y el desprecio en el trato. La corte española dictó leyes para protegerlos e incluso se creó el puesto de Defensor de los Indios; los religiosos hicieron una gran labor social con ellos y se dieron muchos casos de españoles que los trataron con gran humanidad. Sirva como ejemplo el gran Vasco de Quiroga, al que se sigue venerando en México (donde el prejuicio antiespañol arraigó bien). Pero abundaron los abusos, como los que, por ejemplo, Cieza no se cansa de criticar. Se usaban en la guerra los castigos ejemplares, y a Pedro de Valdivia, en Chile, le costó caro. Para frenar la fiereza de los mapuches, les cortó la nariz y una mano a bastantes de sus guerreros. El excepcional capitán fue después apresado por ellos y le dieron una muerte atroz: durante tres días de agonía lo fueron mutilando; una vez muerto, conservaron su cráneo como trofeo, utilizándolo para beber chicha.


jueves, 26 de octubre de 2017

(Día 522) Moctezuma se entera de que su hermano Huáscar ha sido derrotado y apresado. Tras la caída de Atahualpa, brotó el desorden en su imperio. También los indios atribuían estas desgracias a castigos de los dioses.

     (112) Luego Cieza añade un comentario propio de una tragedia griega: “Llegole a Atahualpa noticia de cómo su hermano venía preso; riose cuando lo supo, diciendo que se reía de la vanidad del mundo, pues en un mismo día se hallaba vencido y asimismo vencedor. Pidió hablar con Pizarro; vino luego consolándolo con buenas palabras y diciéndole que tuviese gran ánimo pues era gran señor; prometiolo de le tratar como a tal, avisándole que, si alguna de sus mujeres y parientes estuviesen en poder de algún cristiano, se lo hiciese saber, porque se lo mandaría dar. Atahualpa cobró aliento con lo que Pizarro le dijo, y quiso entender por entero la intención de los cristianos, quiénes eran, de qué tierra habían venido y si tenían Dios y rey”.
     Uno se pregunta si, muchos de los graves y extraños errores que cometió Atahualpa hasta caer tan ingenuamente en poder de los españoles, se debieron a una especie de fatal e inconsciente admiración por la evidente superioridad de la cultura de los ‘extraterrestres’ que habían llegado a sus dominios. Fue un calco de lo que le pasó a Moctezuma en México. Los dos se dejaron apresar estúpidamente. Un mecanismo de defensa les hizo creer que su cultura era superior y la amenaza despreciable. Pero estaban negando lo que sabían en su interior puesto que vieron los caballos, la artillería, la prodigiosa técnica de sus navíos, el desplazamiento de carros sobre ruedas, la eficacia y valentía militar que demostraron los españoles por donde pasaban… Atahualpa y sus capitanes no pudieron ser más torpes. De haberlos atacado con decisión y con todo su poder militar, los habrían  barrido con facilidad. Pero hay una cosa cierta: si hubiesen acabado con ellos, llegarían después otros españoles, y después otros, y otros… En una repetición de la ‘jugada’ que no pararía hasta conseguir la conquista. No era simplemente una lucha entre hombres, sino entre culturas. El final, más pronto o más tarde, habría sido el mismo.
     Pizarro contestó a las preguntas de Atahualpa con toda la retahíla político religiosa que contenía el famoso ‘Requerimiento’ y el inca se mostró asombrado, quizá por la prepotencia de aquel texto que exigía la sumisión de todo su imperio. Cieza pone también de relieve que los dominios de Atahualpa sufrieron un estado de anarquía con su apresamiento: “Muchos indios quedaron por señores de lo que no era suyo, matando a los legítimos. Las vírgenes de los templos se salían y andaban hechas placeras (o callejeras o ‘lo otro’); ya no se guardaban las buenas  leyes de los incas; perdiose su dignidad y cayose, con la entrada de los españoles, lo que tanto había subido”. Se apunta luego al providencialismo manifestado, en presencia del propio Cieza, por una india aristocrática ante un dominico: “Preguntándole fray Domingo de Santo Tomás cosas de los incas, dijo ella: ‘Padre, has de saber que Dios se cansó de sufrir los grandes pecados de los indios de esta tierra (los antiguos pobladores) y envió a los incas a los castigar, y por culpas de los incas también se cansó de ellos, y vinisteis vosotros, que tomasteis su tierras, en la cual estáis, y Dios se cansará también de sufriros y vendrán otros que os midan como medisteis’. Esto dijo esta india señora, para que veáis que ellos entienden que Dios castiga los reinos por los pecados”.


    (Imagen) España rompió el mito del “non plus ultra” (nada más allá) al descubrir el continente americano, y Carlos V tuvo el acierto de incorporar a nuestro escudo el lema PLUS ULTRA. Eso podía también definir lo que caracterizó  la aventura de Indias: plus ultra, determinación inquebrantable. Colón abrió la puerta de un inmenso territorio que, ¡en poco más de 50 años!, fue ocupado y organizado con la estructura cultural, religiosa y política europea, creando ciudades y poblaciones que hoy son multitudinarias. Desde los lugares alcanzados por unos, siguieron avanzando otros, formando una cadena de eslabones que continúan intactos. Siempre más allá, PLUS ULTRA, incluso hasta Asia. Por orden de aparición en escena, podríamos escoger a Colón, Balboa, Magallanes, Elcano, Cortés, Alvarado, Pizarro, Almagro, Soto, Jiménez de Quesada, Coronado, Garay, Valdivia, Núñez Cabeza de Vaca, Juan de Salazar, Pedro Sarmiento, Legazpi, Urdaneta… Que nadie dude, pues, de que, si hubiese fracasado Pizarro, habría venido otro maravilloso ‘trastornado’ y conseguiría su objetivo.


miércoles, 25 de octubre de 2017

(521) Atahualpa iba rodeado de personajes de la aristocracia y todos murieron. De los españoles, milagrosamente, ninguno. Pizarro trató de consolar a Atahualpa con argumentos poco consoladores, le permitió que tuviera a sus mujeres y tranquilizó a los vencidos asegurándoles que los trataría bien.

     (111) Por su parte, el cronista Francisco de Xerez, quien, aunque juzgaba con dureza a Atahualpa no dejaba de admirar su talante  majestuoso, los caballos de tropel, cosa que nunca habían visto, que con gran completa algunos detalles de lo que vio: “En todo esto, no alzó armas ningún indio contra los españoles, porque fue tanto el espanto que tuvieron de ver entrar al Gobernador entre ellos y soltar de improviso la artillería y entrar turbación procuraban más huir para salvar las vidas que de hacer guerra. Todos los que traían las andas de Atahualpa parecieron ser hombres principales, los cuales todos murieron, y también los que venían en las literas y hamacas. Murió también el cacique señor de Cajamarca. El Gobernador se fue a su posada con su prisionero Atahualpa despojado de sus vestiduras, pues los españoles se las habían roto por quitarle de las andas”. Y le sale del alma la siguiente reflexión: “Cosa fue maravillosa ver preso en tan breve tiempo a tan gran señor, que tan poderoso venía”. Se le olvida otra maravilla: no murió ni un solo español a pesar de aquel loco ataque en medio de la estampida de los indios, en lo que fue la batalla más decisiva de la conquista de Perú. “El Gobernador mandó sacar ropa de la tierra y que lo vistieran, y quiso aplacarle el enojo y turbación que tenía de verse tan presto caído de su estado”. Le dijo que no se sintiera humillado por la derrota, puesto que los españoles habían puesto al servicio del emperador a otros más poderosos que él. Palabras diplomáticas que de poco podían valer, como las que añadió después (entre hipócritas y sinceras): “Cuando hayáis visto el error en que habéis vivido, conoceréis el beneficio que recibís de haber venido nosotros a esta tierra”. Se refería al conocimiento de la fe cristiana, pero también a otra cosa: “Debes tener por buena ventura que no has sido desbaratado por gente cruel, como vosotros sois, que no dais vida a ninguno. Nosotros usamos de piedad con nuestros enemigos vencidos, pues pudiéndolos destruir, los perdonamos, y no hacemos guerra sino a los que nos la hacen. Y si tú fuiste preso y tu gente desbaratada y muerta, fue porque venías con tan gran ejército contra nosotros, habiéndote rogado que vinieses de paz”.
     Cieza completa lo que dice Xerez con otros aspectos importantes: “El despojo obtenido fue grande de cántaros de oro y plata, y otras joyas y piedras preciosas. Cautivaron muchas señoras principales, de linaje real y de caciques, algunas muy hermosas, vestidas a su modo, que es galano. También muchas mamaconas, que son las vírgenes que estaban en los templos. De los españoles, no peligró ninguno y dieron muchas gracias por ello a Dios. Permitió Pizarro que tuviera sus mujeres Atahualpa, el cual mostraba buen semblante, fingiendo más alegría que tristeza, y esforzaba a los que veía de los suyos diciéndoles que era usanza de la guerra vencer y ser vencidos”. Por orden de Pizarro, fueron varios españoles al campamento de Atahualpa y recogieron otro importante botín: “No hicieron enojo a los indios que allí estaban porque ellos tampoco se resistieron; harto tenían que llorar por su calamidad. Amonestábanles los nuestros para que fuesen a ver a Atahualpa y a saber lo que les mandaba; muchos iban. Pizarro les consolaba certificándoles que él no daría guerra si ellos no la diesen primero; tranquilizoles mucho tal razón”.


     (Imagen) Los conquistadores españoles no solo exhibieron grandes dosis de valor en todas sus campañas. Como asociamos la muerte a las guerras, pasa desapercibido otro aspecto de aquel permanente calvario (a veces compensado con gloriosos triunfos, pero siempre pagando el precio de todo tipo de sufrimientos): no se pueden olvidar el hambre canina por quedarse sin suministros, los fríos en las altas montañas nevadas, los calores húmedos y tórridos, el esfuerzo agotador tragando leguas, las enfermedades devastadoras, los mortíferos caimanes… Y, como era habitual, la extenuación de batallar durante horas seguidas. Lo que quiere decir que no solo tuvieron una gran fuerza moral, sino, también, una excepcional resistencia física. El acierto estratégico de Pizarro en Cajamarca, atacando como un rayo a quienes rodeaban a Atahualpa, logró su apresamiento y la muerte de los aristócratas que lo rodeaban, así como la derrota, por desmoralización, de su ejército. Y para redondear el éxito, ocurrió algo totalmente fuera de lo normal: no murió ni un solo español.


lunes, 23 de octubre de 2017

(520) En cuanto volvió despavorido fray Vicente, Pizarro ordenó el ataque con una idea fija: capturar a Atahualpa vivo. Con gran fortuna, lograron las dos cosas. Lo consideraron un milagro.

     (110) Acto segundo del gran drama. Seguimos con Cieza: “Pizarro, en cuanto entendió lo que le había pasado a fray Vicente con Atahualpa, viendo que no era tiempo de más guardar, alzó una toalla como señal, disparó Candía los tiros, cosa nueva y de espanto para los indios, y los de a caballo, diciendo a grandes voces ‘Santiago, Santiago’, salieron de los aposentos contra los enemigos, los cuales, sin usar de los ardides que tenían pensados, se quedaron hechos personajes (estatuas); no pelearon, sino que buscaron por donde huir. Los de a caballo se mezclaron entre ellos, desbaratándoles en breve; fueron muertos y heridos muchos”.
      En semejante hecatombe, Pizarro se había reservado el objetivo principal, el más valioso, el más peligroso y el más decisivo para el final, victorioso o definitivamente trágico, de la demencial empresa que había iniciado ¡ocho años antes! Tenía que conseguir capturar a Atahualpa, y capturarlo vivo. Las dos cosas estuvieron a punto de fracasar. Junto a Atahualpa estaba, también en andas, el cacique de Chincha, y Pizarro dudó, quizá porque estaban a cierta distancia o porque nunca había visto al emperador inca. Volvamos al cronista Pedro Pizarro: “Viendo el Marqués las dos andas, no conociendo cuál era la Atahualpa, mandó a Juan Pizarro, su hermano, que fuese con los peones que tenía a las unas, y él iría a las otras. Cuando salieron los de a caballo de tropel y el Marqués con los de a pie tras ellos, con el estruendo del disparo y las trompetas y tropel de los caballos y cascabeles, los indios se embarazaron. Los españoles dieron en ellos y empezaron a matar, y fue tanto el miedo que tuvieron los indios, que, por huir, no pudiendo salir por la puerta, derribaron parte de una pared de la cerca de la plaza (fue una estampida en la que muchos indios murieron por aplastamiento o asfixia). Los de a caballo fueron en su seguimiento hasta los baños, donde hicieron grande estrago, e hicieran más si no les anocheciera.
     “Pues volviendo a don Francisco Pizarro y a su hermano, el Marqués fue a dar con las andas de Atahualpa (el primero en agarrarlo fue el soldado Miguel Estete), y su hermano con el señor de Chincha, al cual mataron allí en las andas, y lo mismo fuera de Atahualpa si no se hallara el Marqués allí, porque no podían derribarle de las andas, pues, aunque mataban a los indios que las tenían, se metían luego otros de refresco a sustentarlas. De esta manera estuvieron un gran rato forcejeando y matando indios, y, de cansados, un español tiró una cuchillada para matarle, y el Marqués don Francisco Pizarro se la desvió, resultando él mismo herido, a cuya causa dio voces diciendo: ‘¡Nadie hiera al indio so pena de la vida!”. Oyendo esto, unos siete españoles asieron de un lado las andas, y haciendo fuerza las derribaron, y así fue preso Atahualpa, y el Marqués le llevó a su aposento, y allí le puso guardas que le guardaban de día y de noche. Venida la noche, los españoles se recogieron y dieron muchas gracias a nuestro Señor por las mercedes que les había hecho, muy contento en tener preso al señor porque, de no prenderle, no se ganara la tierra como se ganó”.


     (Imagen) Increíblemente, todo salió perfecto en la realización del plan. Hizo falta un gran líder, unos soldados con determinación, rapidez, osadía sin el menor titubeo, eficacia y un trabajo de equipo maravillosamente sincronizado. La mayor fatalidad para Atahualpa fue el desconcierto de sus guerreros cuando oyeron un cañonazo al que siguió el ataque relámpago de los jinetes y soldados españoles. Los indios quedaron aturdidos y su reacción inmediata no fue la de atacar sino la de huir en estampida, muriendo muchos aplastados, y otros más alanceados. En medio de ese alocado desbarajuste, Pizarro tenía puesta la vista en un solo objetivo: Atahualpa. Al mando de unos pocos soldados, fue derecho hacia las andas en las que estaba sentado; tras matar a los fieles que lo defendían, consiguieron hacerle bajar de su trono y apresarlo. Había ocurrido lo imposible. Si entre ellos había algún ateo, a partir de entonces creyó en Dios.


(519) Pizarro tenía a sus hombres ocultos. El emperador inca entró en la plaza con engañosa apariencia pacífica. Fue a recibirle fray Vicente de Valverde, le soltó un ‘sermón’, y Atahualpa, muy irritado, tiró al suelo el breviario del fraile, que salió corriendo hacia donde estaba Pizarro.

     (109) Es imposible imaginar  la tensión que iban acumulando los españoles, en aquella espera forzosa, por el lento acercamiento de un Atahualpa que parecía regodearse en su escenificación de una grandiosa majestad. Era el final de la cuenta atrás de una bomba que no se sabía a quién iba a aniquilar. Se le acabó el camino: a hombros de sus porteadores, llegó hasta el poblado que era su lugar de ocio y tuvo que entrar en Cajamarca. Atahualpa y Pizarro se iban a ver por primera vez.
     ¡Pues, arriba el telón!: veremos el desenlace del gran drama en el que, no solo Atahualpa, sino todo su imperio estaba en juego, y va a ocurrir en el atardecer, sin tiempo a que llegara la noche, ese sábado dieciséis de noviembre del año 1532.
     Acto primero del gran drama: Pizarro tenía organizado un ataque relámpago sobre Atahualpa. Todos los españoles estaban ocultos, y Cieza nos recuerda lo que ya nos explicó el cronista Pedro Pizarro: “Estaban puestos unos tirillos en un lugar alto, con orden de que Pedro de Candía los disparase cuando se le hiciera una seña para que salieran con determinación los de caballo y los peones. Tenían previsto dejar entrar en la plaza a algunos escuadrones y a Atahualpa, y luego tomar las dos puertas y alancear y prender los que pudiesen, si quisiesen guerra, porque también se platicó que, si Atahualpa viniese de paz, sustentársela. Los indios comenzaron a entrar en la plaza; entró Atahualpa después de haberlo hecho muchos capitanes con sus gentes”. Hernando Pizarro menciona que hicieron inmediatamente un gesto simbólico de sus intenciones: “En entrando en la plaza, subieron  unos quince indios en una fortalecilla que allí está e tomáronla a manera de posesión con una bandera puesta en una lanza”. Cieza afirma que Atahualpa arengó a sus tropas como paso previo a un ataque (es de suponer que lo hiciera en descampado, poco antes de entrar en la plaza): “Pasó en sus andas hasta ponerse en medio de su gente, se puso en pie y les dijo en voz alta que fuesen valientes, que mirasen que no escapase ningún cristiano, ni caballo, y que supiesen que estaban escondidos por miedo; tomó en la mano una bandera y campeola reciamente”. El cronista Pedro Pizarro dice: “El Marqués don Francisco Pizarro envió adonde Atahualpa al padre fray Vicente de Valverde y a Hernando de Aldana, un buen soldado (el que se la acababa de ‘jugar’ yendo de mensajero al campamento del inca), y al  intérprete don Martinillo (otros dicen que era Felipillo), para requerirle de parte de Dios y del Rey que se sujetase a la ley de Nuestro Señor Jesucristo y al servicio de su Majestad, y decirle que él le tendría como un hermano y no consentiría que le hiciesen daño en su tierra. Llegado que fue el padre a las andas de Atahualpa, le dijo a lo que iba y le predicó cosas de nuestra Santa Fe. Llevaba un  breviario en las manos, donde leía lo que predicaba. Atahualpa se lo pidió, y él se lo dio cerrado, y no sabiendo abrirlo, arrojolo en el suelo. Pasado lo dicho, les dijo que se fuesen como bellacos y ladrones, y que los había de matar a todos”. Cuenta Cieza: “Con esta respuesta, cogido el breviario, alzadas las faldas del manto, con mucha prisa volvió donde Pizarro, diciéndole que el tirano Atahualpa venía como dañado perro, y que diesen en él”.


     Imagen: Veamos el dibujo del artista mestizo Guamán Poma de Ayala (mediados del siglo XVI). Tiene un error, porque aparece Pizarro y él no fue protagonista de este momento trascendental (permanecía oculto). Pero sí estaban Martinillo (sería muy interesante un estudio sobre los heroicos intérpretes indígenas), Hernando de Aldana (el ‘insensato’ alcantareño que vimos ayer ir como voluntario con un mensaje para Atahualpa) y fray Vicente de Valverde, a quien le tocó el papel más ‘delicado’: explicarle a Atahualpa que tenía que someterse a Carlos V y que le convendría abandonar su idolatría (a nadie se le obligaba a bautizarse). En el dibujo se muestra a un Atahualpa aparentemente amable, pero después cogió el breviario del fraile y lo tiró al suelo lleno de ira lanzando amenazas de muerte. Fray Vicente era un notable personaje, de carácter fuerte y quizá vengativo, puesto que todos los cronistas coinciden en que fue siempre muy duro juzgando a Atahualpa, y hasta se dice que su opinión pesó mucho cuando los españoles decidieron ejecutarlo.




sábado, 21 de octubre de 2017

518) El heroico Hernando de Aldana va voluntario a pedirle a Atahualpa que se dé prisa. Vuelve y le dice a Pizarro que ya viene, pero con malas intenciones.

     (108) Dice Pedro Pizarro: “Atahualpa pidió que le diesen de comer, y después de haber comido, que acabaría a hora de misa mayor, empezó a levantar a su gente y a venirse hacia Cajamarca; y hechos sus escuadrones, que cubrían los campos, y él metido en unas andas, con dos mil indios por delante que le barrían el camino. Venían asimismo delante de Atahualpa muchos indios cantando y danzando. Tardó en andar esta media legua que hay desde los baños donde estaba hasta Cajamarca, desde hora de misa mayor hasta tres horas antes de que anocheciese”. La ‘procesión’ fue a paso de tortuga, pero, durante ese tiempo, hubo mensajitos y tanteos por ambas partes, fingiendo Atahualpa que iba en son de paz, y Pizarro, a su vez, tratando de confiarle. Como la calma de Atahualpa era desesperante y Pizarro temía sobre todo que se hiciera de noche, se inquietó más aún al ver que el inca había vuelto a detenerse y montado sus tiendas. Cuenta Cieza: “Pizarro, que lo estaba sufriendo, dijo que le alegraría que alguno de los cristianos se atreviera a ir con un mensaje para Atahualpa”. La misión no podía ser más peligrosa y Pizarro no quería imponerle a nadie que arriesgara tanto su vida. Pero no faltó un ‘suicida’: “Oyolo uno a quien llamaban Hernando de Aldana (hermano de Lorenzo de Aldana, otro brillante conquistador, con el que colaboró el gran piloto Bartolomé Ruiz), que entendía la lengua de los indios. Respondió que iría donde estaba Atahualpa y le diría lo que él mandase; alegrose Pizarro y mandole que dijera a Atahualpa que, porque ya era tarde, le rogaba mucho que se diese prisa para llegar donde le estaba aguardando”. Y allá que se fue el ‘trastornado’ mensajero: “Aldana anduvo hasta que llegó a la tienda de Atahualpa, hallolo sentado a la puerta de ella, acompañado de muchos señores  capitanes; explicole la embajada que traía. No le respondió nada, mas levantose con mucha ira, y arremetiendo con el cristiano, quiso tomarle la espada, pero túvola tan fuertemente que no bastó. Algunos de los principales que allí estaban se levantaron con voluntad de lo matar y tomarle la espada. Atahualpa, les mandó que lo dejasen, y le dijo con buen semblante que se volviese y dijese a Pizarro que luego partiría por le hacer placer y se verían entrambos. Aldana, que no las tenía todas consigo (como para tenerlas…), hizo su acatamiento, y a paso largo (no tenía caballo) volvió donde estaba Pizarro, a quien contó lo que había pasado y que le parecía que Atahualpa venía de mal arte y con gran soberbia”.
     El cronista Francisco de Xerez da una versión parecida, pero nos hace sentir la angustia de que un enorme elefante se había puesto en marcha haciendo retumbar el suelo, y se acercaba lento y pesado para aplastar un ridículo hormiguero (nosotros sabemos cómo iba a terminar todo, pero las hormigas, no): “Atahualpa y su gente comenzaron a andar y Aldana volvió por delante de ellos, y le dijo al Gobernador que ya venía y que la gente que traía en la delantera tenía armas ocultas debajo de las camisetas y talegas de piedras y hondas, y que le parecía que traían ruin intención”.
   

     (Imagen) Hernando de Aldana: otro de los muchos gigantes de ‘segunda fila’. Nació en Alcántara (Cáceres) en 1481. Su inteligencia le permitió entender pronto el quechua. Le vamos a ver en acciones de mucho mérito, como el de la captura de Atahualpa, en la que participó porque conocía su idioma. Siempre fiel a Pizarro, sin embargo nunca abandonó la lealtad al rey. Eso le costó ser ejecutado en 1546 por Francisco de Carvajal, el salvaje lugarteniente de Gonzalo Pizarro. Hoy contemplamos cómo se ofrece voluntario para una misión de altísimo riesgo: ir solo a presentarse ante Atahualpa para rogarle que se diera prisa en llegar adonde estaba Pizarro. No le costó la vida de puro milagro. Evitó que el divino emperador le quitara la espada y tal insolencia provocó que los guerreros incas intentaran matarlo, pero su rey los frenó. ¿Por qué se resistió? Lo más lógico es pensar que Aldana tuvo una reacción heroica: “Si conservo la espada, quizá me maten, pero no antes de que yo lo haga con Atahualpa”. Grandeza.


viernes, 20 de octubre de 2017

(Día 517) Pizarro, a la espera de la llegada de Atahualpa, prepara una estrategia de ataque en tromba y distribuye a sus hombres. Los españoles temblaban de miedo, pero se sobrepuso su valor.

     (107) Sábado, dieciséis de noviembre del año mil quinientos treinta y dos del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, día de San Roque, San Edmundo, San Euquerio, San Fidencio, Santa Gertrudis, Santa Inés de Asís, Santa Lucía de Nami y San Otmaro de Suiza. A ellos y a toda la Corte Celestial les rezaron entre sueño y desvelo aquellos soldados que se iban a enfrentar a lo que parecía imposible sin  la ayuda divina. El tiempo es paradójico y la noche les parecería interminable y, a la vez,  corta como un suspiro, un suspiro de terror. En momentos como ese, lamenta uno que los cronistas no quieran o no sepan escribir con la más intensa emoción acontecimientos tan desmesurados. Quizá pequen de sobrios porque, como decía Lummis, los hechos hablaban por sí mismos. Pero tales hombres y tales acontecimientos merecían ser recordados por un Homero o por un Shakespeare.
     Llegó el amanecer, más temido que ansiado. Todos los cronistas coinciden en que lo primero que hizo Pizarro fue distribuir a sus hombres con un plan meticulosamente estudiado para obtener el mayor éxito posible si Atahualpa cumplía su promesa y venía a Cajamarca. Oigamos a Pedro Pizarro: “Después de amanecido, el Marqués don Francisco Pizarro ordenó su gente poniendo en dos partes a los de a caballo, dando la una a Hernando Pizarro y la otra a Hernando de Soto (Diego de Trujillo dice que fueron tres los grupos de a caballo, uno de ellos mandado por Benalcázar, cuya valía personal hace más creíble esta versión). Asimismo partió la gente de a pie en dos partes, tomando él la una, y dando a su hermano Juan Pizarro la otra. Mandó asimismo a Pedro de Candía con dos o tres soldados de a pie que subiesen con trompetas a una fortalecilla y allí estuviesen con un falconete pequeño, y que en haciéndoles una seña desde el galpón (cobertizo) cuando los indios hubieren entrado en la plaza, y Atahualpa con ellos, soltara el tiro y tocasen las trompetas, y tocadas, saliesen  los de a caballo de tropel de un galpón que tenía muchas puertas, todas a la plaza, tan grandes que podían salir muy bien los que dentro estaban. Y asimismo don Francisco Pizarro y su hermano estarían en el mismo galpón para salir tras los caballos; todos estarían dentro de ese galpón para que no viesen los indios cuánta gente era, y así tuviesen espanto cuando todos saliesen de tropel. Todos echaron a sus caballos pretales de cascabeles para poner espanto en los indios”. En situación tan tremenda, los soldados de aquella minúscula tropa tuvieron que vivir inmersos en una intensa y constante angustia casi incontrolable. Añade Pedro Pizarro: “Yo oí a muchos españoles que, sin darse cuenta, se orinaban de puro temor”. Pero, en tales circunstancias, valiente es el que supera su propio miedo, e insensato el que no lo tiene; según cuenta el cronista Cristóbal de Mena, que allí estaba, todos reaccionaron enardecidos: “Cada uno de los cristianos decía que haría más que Roldán, porque no esperábamos otro socorro sino el de Dios”.
     Ese día, el día de la definitiva verdad, estaba claro que Atahualpa se iba a presentar ante Pizarro, pero sus intenciones eran un enigma, aunque todo parecía indicar que tenía el propósito de aniquilar a los españoles. Y cuando se puso en marcha al frente de su ejército, hizo el recorrido con una desesperante lentitud.


     (Imagen) Hasta entonces, Pizarro y Atahualpa se iban aproximando y tomando referencias a través de mensajeros. Los dos sabían que tendría que producirse un duelo a muerte, terrible para los españoles y aparentemente sencillo para los indios ¿Qué podían hacer unos ciento setenta españoles  contra Atahualpa y sus treinta mil guerreros? Era inútil diseñar varias estrategias porque solo había una viable y, además, necesitada de mucha fortuna: dejar que Atahualpa entrara en la plaza y salir en tromba para apresarlo. Pizarro contaba con jinetes, con algo de artillería y con unos hombres dispuestos a todo. Tenía unos capitanes que pasarían a la historia por su valía: como sus hermanos Hernando, Juan y Gonzalo; los excepcionales Hernando de Soto y Sebastián de Belalcázar; los también cronistas, Pedro Pizarro, Xerez, Ruiz de Arce, Mena y Trujillo; el peculiar griego, jefe de artilleros, Pedro de Candía, que era uno de los ‘trece de la fama’, cuya mayoría estaba también allí… Mientras, Atahualpa se acercaba con desesperante lentitud: ¿caería en la trampa?




jueves, 19 de octubre de 2017

(Día 516) TERRIBLE NOCHE esperando la gloria o la muerte del día DIECISÉIS DE NOVIEMBRE DE MIL QUINIENTOS TREINTA Y DOS.

     (106) El día siguiente quizá fuera el de la gloria suprema, pero, durante la noche, aquella tropa española estaba envuelta en un  miedo atroz porque la imagen que no podían borrar de su mente era la de la muerte. Pudo haber entre los soldados un Juan Robledo, hombre reflexivo y sentimental, y podrían haber sido estos sus entrecruzados y agitados pensamientos cuando, después de acostarse todos sobre el duro suelo, sin desnudarse y con las armas preparadas, permaneciera desvelado y acosado por sus recuerdos y sus temores:
     “Tengo miedo… Ellos son más de treinta mil y nosotros no llegamos a doscientos… Estoy viendo mi pueblo natal…Esta plaza me recuerda la de Medina del Campo. Mi hermosa Medina, con sus grandes ferias llenas de mercaderes de toda España, de Francia…de Flandes…
    “Necesito dormir, descansar… Mañana me hará falta toda mi energía para no desfallecer en la lucha, para evitar ser herido, para evitar la muerte…La muerte que tantas veces he sentido cerca, como la contemplaba descarnada en las cuadros de las iglesias y como la he visto con demasiada frecuencia en los campos de batalla. Dios se apiade de nosotros; que nos salve ahora o, al menos, que nos acoja en su seno perdonando nuestros numerosos pecados… Las guerras son crueles. Hemos sido crueles…Matamos indios infieles que pierden sus almas, somos codiciosos y lujuriosos… Pero también estamos aquí para evangelizar a los nativos…
    “Necesito dormir, descansar… Y no quiero dormir… No quiero que súbitamente llegue el alba… Medina del Campo… Mi madre me hablaba de nuestra gloriosa reina Isabel la Católica. Tengo treinta y cinco años, más o menos. La reina murió en mi pueblo cuando yo era pequeño. Usted, madre, me contaba que, poco antes, su hija, la infanta Juana, ya trastornada, tuvo que ser retenida por el obispo Fonseca en el castillo de la Mota para que no hiciera la locura de escaparse a Flandes tras su esposo, Felipe…
     “Tengo miedo, madre… Me llevaba usted a su pueblo, Madrigal de las Altas Torres y me decía que allí nació la reina Isabel… Padre había llegado desde Espinosa de los Monteros a Arévalo, y allí paso su infancia la reina Isabel… Mis hijos, mis hijos mestizos… Quiero volver a Panamá para abrazarnos todos juntos, ellos,  mi tierna mujer y yo… No quiero morir… Quiero volver con ellos a Medina, madre, para abrazarla a usted también…
     “No quiero morir… No quiero que llegue el alba, pero vendrá sin piedad… Aunque solo un milagro nos daría la victoria, aunque solo un milagro me conservaría vivo, la batalla comenzará y dejaré de pensar, y lucharé con toda  mi alma y mataré a cuantos pueda y… ¡Dios mío, santísima Virgen María de la Antigua!, tened piedad de mí y de todos nosotros para que salgamos con bien y ganemos esta batalla cristianizando a estas gentes y dando nuevas tierras a España… Tengo que dormir…, pero no quiero cerrar los ojos y que me alcance de repente la luz del día…Mi compañero ha escrito su nombre en la pared… Yo también escribiría el mío: Aquí estuvo el sin ventura Juan Robledo… Pero no quiero ser agorero de nuestra derrota… Todos sentimos que estamos sentenciados a una muerte cruel si Dios no lo remedia, pero es mejor que cada uno se coma su miedo…Como lo hace nuestro gran capitán, el gobernador Francisco Pizarro…
    “Padre: estaría usted orgulloso de mí, como yo lo estuve de usted. Era un feliz mocoso cuando íbamos juntos al pueblo de los padres de usted, Espinosa de los Monteros… Gonzalo Gómez de Espinosa lo convenció a usted para partir con Magallanes, y yo lo perdí a usted para siempre…La muerte de usted fue gloriosa… como la que me espera al alba… Si ocurriera un milagro… Si Dios se apiadara de nosotros, el horror que nos envuelve ahora se transformaría en un triunfo sobrehumano, tan sublime que después nada más podría importar, sonreiríamos a la muerte cuando llegara… Pero, Dios mío, ten piedad: que no llegue antes…que nuestro sacrifico no sea un fracaso…
     “El  sueño me vence. Necesito dormir… Pero no quiero dormir… no quiero dormir… no quiero… no…”.


     (Imagen) En este lugar, que parece una más de  las múltiples poblaciones de no mucho relieve que fueron ocupadas y administradas por los españoles en Indias, van a ocurrir dos hechos trágicos para la cultura inca. Aquí fue apresado Atahualpa y, aquí también, fue ejecutado. Pero estamos ahora en la noche previa al momento cumbre de la conquista de Perú. Soto y Hernando Pizarro volvieron con la noticia de que al día siguiente se iba a presentar Atahualpa aparentemente cortés, pero decidido a aniquilar a los españoles con sus 30.000 guerreros. Ellos eran unos 170. Todos asustados y pensando que los demás lo llevaban mejor. Necesitaban dormir relajadamente para poder luchar con la máxima energía. Era pedir demasiado: aquella noche estarían nerviosos hasta los caballos, y las pesadillas que agarrotaron a los españoles las padecieron despiertos. Les vendrían pensamientos fugaces sobre la posibilidad de un triunfo glorioso, también recuerdos y añoranzas de todo lo que habían vivido y de sus seres queridos, pero, por muy veteranos y curtidos que fueran, tendrían un constante sentimiento obsesivo que la oscuridad agigantaba: el miedo.



miércoles, 18 de octubre de 2017

(Día 515) Al enterarse Pizarro de que Atahualpa estaba dispuesto a atacar, prepara y anima a su gente, sabiendo que a los españoles les espera una noche de profunda angustia. Atahualpa les iba a visitar el día siguiente, pero no solo, sino con 30.000 guerreros.

     (105) Luego Cieza narra la vuelta de los dos Hernandos y sus hombres, portadores de noticias que invitaban a salir corriendo y no parar hasta Panamá: “Llegados adonde estaba Pizarro su hermano y Soto, contaron lo que les pasó y dijeron que Atahualpa tenía presencia de gran príncipe. Toda su gente, que era mucha, estaba bien armada, y él con voluntad de tomar guerra y no dar paz. Algunos de los españoles temían, pues había para cada uno más de cuatrocientos indios; animábalos Pizarro con buenas palabras, diciendo que confiaba en Dios, pues dispone por su voluntad todo lo que pasa debajo del cielo y encima de él, y que él estaba alegre de que tanta gente estuviese junta, pues serían más fácilmente desordenados y aun desbaratados”.    
     El cronista Pedro Pizarro, que vivió aquella angustia, la menciona y añade otra razón para que la tropa estuviese tan asustada: “Vuelto Soto, dio la respuesta al Marqués de lo que había pasado, y estuvimos toda la noche en vela con harto miedo por la mucha gente que el indio tenía, y por no estar experimentados los españoles en cómo estos indios peleaban ni qué ánimo tenían, pues hasta entonces no habían peleado con indios de guerra sino solamente en Tumbes y en la Puná con unos pocos, que no llegaban a seiscientos”.
     Pizarro preparó a sus tropas porque sabía que llegaba el momento definitivo, ese que iba a cerrar, para bien o para mal, la campaña que había iniciado ¡ocho años antes! Ocho años en los que había ocurrido de todo: risas de los panameños cuando les vieron empezar aquella loca ventura, la amenazante sombra de Pedrarias, miserias, hambres, enfermedades, heridas, muertes de compañeros y de muchos indios, obstáculos administrativos, deudas asfixiantes, abandonos de los que ya no pudieron más, viaje a España con el atrevimiento de presentarse ante el emperador, conflictos con Almagro… Pero también ilusión y esperanza inquebrantables, sostenidas siempre por Pizarro, que, además,  había conseguido llevarlos hasta allí. Era el gran momento, como quien va a abrir la última puerta a ciegas, sin saber si tras ella encontrará un tesoro inimaginable o un precipicio en el que acabarán todos estrellados en caída libre.
     El cronista Xerez al habla: “Hernando Pizarro y Soto  se despidieron de Atahualpa. Su ejército estaba asentado en la falda de una pequeña sierra; las tiendas, que eran de algodón, ocupaban  más de una legua; en medio estaba la de Atahualpa. Toda la gente estaba fuera de sus tiendas, en pie y con las armas, que son unas lanzas largas como picas,  hincadas en el campo. Parecioles que había más de treinta mil hombres. Cuando el Gobernador supo lo que había pasado, mandó que aquella noche hubiese buena guardia y que las rondas anduviesen toda la noche alrededor del real (por pequeña que fuese la tropa siempre llamaban ‘real’ al lugar donde estaba asentada); lo cual así se hizo”. De cualquier manera que se mire, el valor de Soto, Hernando Pizarro y los pocos hombres que los acompañaron (sin olvidarnos de Martinillo) fue digno de la más lustrosa medalla militar. Los cronistas suelen exagerar las cifras, pero en este caso no tendría sentido que Soto y Pizarro se inventaran que allí había más de treinta mil guerreros (ya les gustaría que fueran menos), porque era un dato que le daban a su gobernador, Francisco Pizarro, en unas circunstancias que exigían una información absolutamente veraz.


     (Imagen)  La imagen da una idea de lo que eran los guerreros incas dirigidos por Atahualpa. Tenían el ‘rodaje’ de espantosas batallas contra las tropas de Huáscar, donde lo que imperaba era la bravura y la crueldad. Gran parte de su ejército, tras la derrota de Huáscar, iba hacia el Cuzco para someter la totalidad del imperio, lo que ya era un trabajo fácil. Pero con Atahualpa estaban unos treinta mil indios de guerra viendo que Soto, Hernando Pizarro y un grupito de españoles atravesaban sus filas, como si fuesen de paseo en horas de descanso, para encontrarse con el divino emperador. Apostaron fuerte, pero salieron vivos del encuentro y hasta con la promesa de Atahualpa de que al día siguiente iría a visitar a Pizarro. En cuanto volvieron a Cajamarca y lo contaron, todos comprendieron que la suerte estaba echada. Pizarro, que tenía claro su plan en la cabeza, organizó a sus hombres. Aquella fue la noche más larga y angustiosa de sus vidas, llena de elucubraciones y rezos.


martes, 17 de octubre de 2017

(Día 514) Soto se exhibe como jinete. Los indios se asustan; Atahualpa permanece impasible, pero ordena ejecutar a los cobardes. Almagro, dedicado principalmente a la logística de la campaña, va siendo oscurecido por el protagonismo de Hernando Pizarro.

     (104) Cieza cuenta la terrible anécdota: “Esto pasado, Soto cogió la rienda a su caballo delante de Atahualpa, para que conociese qué cosa era, le hizo meter los pies y batallar con las manos, y llegó tan junto de Atahualpa, que los bufidos que daba el caballo soplaban la borla que tenía en la frente, corona del reinado. No se meneó Atahualpa, ni en el rostro se le conoció un gesto, sino que estuvo con tanta serenidad y buen semblante como si toda su vida la hubiera gastado en domar potros. Mas algunos de los suyos, que pasaron de cuarenta, con el miedo que cobraron, se derribaron por una parte y otra. Vueltos  a Cajamarca los cristianos, Atahualpa se embraveció por la cobardía de los suyos, pues así habían huido de ver menearse un caballo; mandó que se presentasen, y les dijo: ‘¿Qué pensáis para que huyáis de ellos?, pues no son sino animales que en la tierra de los que los traen nacen como en la vuestra ovejas y carneros. Pagaréis con vuestras vidas la afrenta que por vuestra causa recibí’, y luego fueron muertos, sin que ninguno quedase vivo”. Diego de Trujillo dice lo mismo, pero hace referencia a cómo se enteraron de lo ocurrido: “Y venidos nosotros a Cajamarca, mandó matar Atahualpa a los indios que habían huido, pues al otro día después del desbarate (de Atahualpa), los hallamos muertos; matolos porque habían huido del caballo”.
     El cronista Juan Ruiz de Arce siempre le da cierto color impresionista a su narración. En su versión (no se olvide que estaba allí presente), Soto mostró sus habilidades de jinete a petición de Atahualpa: “Antes de que nos fuésemos, nos rogó Atahualpa que arremetiésemos con un caballo, que deseaba mucho verlos correr. Uno de los compañeros lo hizo, y estaban muchos indios alrededor de nosotros. Huyeron unos cuarenta indios que estaban hacia donde el caballo iba. Cuando nos fuimos, Atahualpa mandó que les cortaran la cabeza”.
     Asombra la osadía de aquellos hombres. Todos los que fueron en aquella insensata embajada, ‘se la jugaron’, aunque el ir a caballo y su experiencia militar (más el último recurso: su confianza en la Providencia) les aportara cierta confianza. Eran, además, dos grupos liderados por capitanes excepcionales, Hernando de Soto y Hernando Pizarro. Si este último pecaba de soberbia, nadie le puede negar su veteranía, su entrega y su enorme valor en la guerra. Tenía ya la categoría de Capitán General de la campaña de Perú, dándole injustamente un protagonismo mayor que el de Almagro, cuyas lógicas protestas iban a perder fuerza precisamente porque no participó espada en mano en este momento, el de más mérito y riesgo de toda la aventura del Perú. Así había sido decidido: Francisco Pizarro partiría para la dificilísima conquista final, y Diego de Almagro se quedaría en Panamá para dedicarse, como siempre, a las necesarias labores de logística (aunque también luchó alguna vez, y recordemos que perdió un ojo en el empeño). El desarrollo de los hechos le dejó a Almagro profundamente decepcionado en sus aspiraciones, y a los Pizarro les dio la oportunidad de desplazarlo sin demasiados escrúpulos.


     (Imagen) La presencia de Hernando de Soto y  Hernando Pizarro ante Atahualpa fue una prueba del más alto valor militar porque lo lógico era pensar que acabaran masacrados. Los indios conocían perfectamente que la llegada de los españoles a su territorio no tenía más objetivo que el de someter el imperio inca, ya que lo fueron advirtiendo por todos los poblados que atravesaron desde que comenzaron su cabalgada y Atahualpa estaba constantemente informado de su avance y de sus intenciones. Y los españoles sabían que él lo sabía. Soto y Hernando Pizarro, pasando entre miles de feroces guerreros incas, se presentaron sin titubear ante el divino Atahualpa. Tomaron solamente una precaución: ir a caballo para contar con una rápida huida. Esos caballos que tanto intrigaban y a los que tanto temían los nativos. Parece ser que fue por petición de Atahualpa por lo que Soto, gran jinete, picó a su caballo para que se encabritara, asustando a los indios que rodeaban al emperador, pero no a este. Con un arrebato posterior, propio de imperios despóticos, Atahualpa mandó que les cortaran la cabeza después de que marcharan los españoles.


lunes, 16 de octubre de 2017

(Día 513) Hernando Pizarro llega adonde Atahualpa después de Soto y cuenta en su relato las fanfarronas palabras que le dijo al gran inca. El cronista Trujillo, también presente, confirma la ‘chulería’ de Hernando Pizarro.

     (103) Para conocer la  intervención de Hernando Pizarro, nos servirá su propio relato, en la que no puede evitar un tono altanero (no había Atahualpa que lo ‘arrugase’): “Cuando llegué adonde Atahualpa, hallé a los de caballo en su real, y el capitán (Soto) había ido a hablar con él. Yo dejé allí la gente que llevaba e con dos de caballo pasé al aposento. Y el capitán le dijo cómo iba y quién era yo. E yo le dije a Atahualpa que el Gobernador le rogaba que le viniese a ver e que le tenía por amigo. Díjome que un cacique de San  Miguel le había dicho que éramos mala gente e no buena para la guerra, e que aquel cacique nos había muerto caballos e gente. Yo le dije que los de San Miguel eran como mujeres e que un  caballo bastaba para toda aquella tierra, e que cuando nos viese pelear vería quiénes éramos; que si tenía algún enemigo, que se lo dijese al Gobernador, que él enviaría gente a conquistarlo. Sonriose como hombre que no nos tenía en tanto. Ya puesto el sol, le dije que me quería ir e que viese lo que había de decirle al Gobernador. Díjome que le dijese que, al otro día por la mañana, le iría a ver (es lo mismo que le había dicho a Soto)”. Aunque resulte algo repetitivo, creo que merece la pena recoger brevemente cómo cuenta parte de esta escena el cronista Diego de Trujillo, que iba acompañando a Hernando Pizarro, a quien nos muestra con sus ‘delicadas maneras’: "­­­Sospechando el Gobernador que Atahualpa había muerto a los españoles, fue Hernando Pizarro con gente de a pie y a caballo a reconocer lo que había. Yo fui con él. Llegados, estaba el capitán Soto con la gente que había llevado, y díjole Hernando Pizarro: ‘¿Qué hace vuestra merced?’. Y él respondió: ‘Aquí me tienen, diciendo que ya sale Atahualpa, y no sale’ (Soto ya había visto a Atahualpa, quien le dijo que le esperara). Dijo Hernando Pizarro a la lengua (Martinillo): ‘Dile que salga’. Y volvió el mensajero (de Atahualpa) y dijo: ‘Que esperéis, que luego saldrá’. Y entonces dijo Hernando Pizarro: ‘Decidle al perro que salga luego (pronto)’. Y entonces salió Atahualpa con dos vasos de oro llenos de chicha, y diole uno a Hernando Pizarro y el otro bebió él. Y luego tomó dos vasos de plata y el uno dio al capitán Soto y el otro bebió él (lo que dio pie a un detalle de cortesía de Hernando Pizarro, que lo honra). Y entonces le dijo Hernando Pizarro a la lengua: ‘Dile a Atahualpa que de mí al capitán Soto no hay diferencia, que ambos somos capitanes del Rey, y por hacer lo que el Rey nos manda dejamos nuestra nuestras tierras y vinimos a hacerles entender las cosas de la fe’. Y allí concertaron con Atahualpa que vendría al otro día, que era sábado, a Cajamarca”. Recordemos que el campamento de Atahualpa estaba como a una legua de Cajamarca.
     Tras la despedida y antes de partir, ocurrió algo que ‘parecía’ un simple juego, pero que tuvo terribles consecuencias de las que se enteraron los españoles más tarde. Hernando de Soto, al que se le describe como hombre pequeño, pero gran capitán y muy querido por sus soldados, tenía otra cualidad muy valiosa para las batallas: era un magnífico jinete. Quizá por vanidad o por meterles el miedo a los guerreros indios, o por ambas cosas, hizo ante Atahualpa una exhibición del mejor manejo de su brioso caballo en situación de ataque.


     (Imagen) Qué osadía introducirse en la temible ‘guarida’ de Atahualpa. Tras estar Hernando de Soto con el emperador inca, también se presentó Hernando Pizarro, quien, una vez más, dio pruebas de su carácter soberbio y desafiante. En aquella época los títulos se mostraban ostentosamente. Sancho Ortiz de Matienzo, por ejemplo, siempre firmaba como Doctor Matienzo. Ser ‘capitán del rey’ era un alto puesto de mando y un orgullo en todo el imperio español. Por eso, a Francisco Pizarro no le gustó nada que el gobernador Pedrarias nombrara capitán a Almagro, temiendo que mermara su autoridad. Hernando Pizarro, además, había obtenido esa jerarquía con apenas veinte años en aquellas guerras de Navarra que completaron lo que hoy es España. Fue grosero con Atahualpa, pero tuvo el noble detalle de advertirle que también Hernando de Soto era, como él, ‘nada menos’ que un capitán del rey.


sábado, 14 de octubre de 2017

(Día 512) Fue Soto el primero que habló con Atahualpa. El cronista Ruiz de Arce iba con él. Soto le explica a Atahualpa lo que desea Pizarro y el inca le promete ir a visitarlo el día siguiente.

     (102) Sigamos con Xerez (y volveremos con Hernando Pizarro, que no mencionará el nombre de Soto ni bajo tortura): “El capitán que primero fue adonde Atahualpa (Soto) dejó la gente a un lado del río para que  la gente (parece que se refiere a sus propios soldados) no se alborotase, y pasó por el agua llevando consigo la lengua (era Martinillo) y pasó por entre un escuadrón de gente que estaba en pie (¡mamma mía!); y llegado al aposento de Atahualpa, en una plaza había cuatrocientos indios que parecían gente de guarda, y el tirano estaba sentado a la puerta de su aposento con muchos indios delante de él y mujeres en pie, que casi lo rodeaban; y tenía en la frente una borla de lana que parecía seda, de color carmesí, de dos manos de anchura, asida de la cabeza con unos cordones, y le bajaba hasta los ojos, haciéndole más grave de lo que él es”.
     Hay algo que a veces se confunde en las crónicas. Sin duda quien vio primero a Atahualpa y habló con él (aunque, protocolariamente, le respondiera un indio principal), fue Hernando de Soto (y naturalmente, Martinillo, aquel leal intérprete indio que luego fue llamado Don Martín). En ocasiones, se da a entender que el primero fue Hernando Pizarro. Nos viene bien ahora echar mano del pintoresco cronista Juan Ruiz de Arce porque iba al lado de Soto en ese momento (también peca de no citarlo por su nombre): “Fuimos veinticinco de a caballo (con Soto) adonde Atahualpa. Al paso de un río, dejamos veinte y fuimos cinco hasta donde él (Hernando Pizarro llegó más tarde y con solo dos jinetes). Estaba con sus mujeres y le dijimos que fuese a ver al Gobernador porque le estaba esperando. El respondió que todos aquellos días ayunaba y que al otro día lo iría a ver”. Ruiz de Arce se salta los tiempos, resumiendo demasiado, pero da un dato curioso sobre el protocolo al servicio del ‘dios’ Atahualpa: “Él estaba sentado en una silla baja. Tenía una reata apretada a la cabeza y, en la frente, una borla colorada. No escupía en el suelo. Cuando gargajeaba o escupía, ponía una mujer la mano y en ella escupía. Todos los cabellos que se le caían por el vestido los tomaban las mujeres y los comían”. Esa borla de la que habla, ya mencionda por Xerez, era el distintivo inca de la grandeza real.
     Veamos la histórica situación con Cieza: “Llegado Soto con su lengua  a la puerta del palacio, los porteros le dieron aviso a Atahualpa; les respondió que preguntasen qué es lo que querían. Habló Soto diciendo que ver a Atahualpa y decirle su embajada. Salió con gentil denuedo y gravedad, tanto, que bien representaba su dignidad. No se turbó viendo el caballo ni  al cristiano; se sentó en su rico asiento; habló con voz baja preguntando qué buscaba Soto y qué le quería decir, quien le respondió que Pizarro le enviaba a ver y saludar de su parte, y que le había pesado que no le aguardó en los aposentos (de Cajamarca), y que le rogaba que se fuese a cenar con él, y si no, que fuese al otro día a comer, porque deseaba conocerlo para darle noticia de para qué había venido a aquella tierra. Esto lo dijo Soto sin apearse de su caballo ni ninguno de los que fueron acompañándolo. Atahualpa le dijo que se volviese adonde su capitán y le dijese que él estaría con él el día siguiente, porque, por ser ya tarde, entonces no podía”.


     (Imagen). Los emperadores incas eran verdaderos ‘semidioses’ para su pueblo, como se deduce de lo que cuenta Ruiz de Arce: sus escogidas doncellas se comían los cabellos que se le caían para que no cayeran el suelo. El cronista Pedro Pizarro dice que “todo lo que Atahualpa había tocado con sus manos, vestidos que había dejado, huesos de lo que comía y otras cosas, se almacenaba y cada año se quemaba, porque decían que nadie había de tocar lo que tocaban los hijos del Sol”. Es imposible saber lo que pensaba Atahualpa de los españoles. Tenía que sentirse muy superior a Pizarro, y sin embargo promete hacerle una visita de cortesía (en realidad debería ser al revés), quizá con la idea de atacarlos y acabar con ellos de inmediato. Es de suponer que, en algún rincón de su mente, le estuviera inquietando el temor de que, en realidad, la cultura de los recién venidos fuera muy superior a la suya. Pero una mezcla de curiosidad y autoengaño defensivo le iba a costar muy cara.