(96) Pizarro y el resto de sus hombres lograron atravesar
el río en unos pontones hechos con troncos. Valoró la información obtenida del
indio por su hermano, pero le reprochó sus métodos y prohibió que se emplease
el tormento con los indígenas. Sigue diciendo Xerez: “Pizarro se fue a
aposentar a la fortaleza donde el capitán (su
hermano) estaba y mandó llamar a un cacique, del cual supo que Atahualpa se
encontraba en Huamachuco, delante de Cajamarca, con mucha gente de guerra, que
serían 50.000 hombres”. A Pizarro le pareció exagerada la cifra, pero la dio
por buena cuando conoció el preciso método de recuento que empleaban los
indios. En Huamachuco, Atahualpa, dando por conseguida la victoria sobre su
hermano, ordenó que sus capitanes siguieran avanzando hacia el Cuzco mientras
él se quedaba esperando el desenlace final de la guerra. Fue al ver que los
españoles estaban tan cerca cuando decidió trasladarse a Cajamarca.
Xerez da detalles sobre cómo se las
gastaba Atahualpa (sin duda, con un despotismo propio de aquel imperio): “Este
cacique de quien el Gobernador se informó dijo que, al tiempo que vino
Atahualpa a aquella tierra, se había escondido por temor. Y como no lo halló,
de cinco mil indios que tenía, le mató cuatro mil, y le tomó seiscientas
mujeres y seiscientos muchachos para repartir entre su gente de guerra”. Sigue
contando el cronista que Pizarro, cuando iba a partir de este poblado, le pidió
a un cacique que venía con ellos desde San Miguel que fuera adonde Atahualpa
como espía para conseguir información: “El indio respondió que no osaría ir por
espía, sino como mensajero de Pizarro a hablar con Atahualpa, y sabría si había
gente de guerra en la sierra y el propósito que tenía Atahualpa. El Gobernador
le dijo que fuese como quisiese, y que le dijese a Atahualpa el buen
tratamiento que él y los cristianos hacen a los caciques
de paz”. O sea, que le hablara con las ‘convincentes’ frases del requerimiento
de sumisión. No sabe uno si Pizarro y todos los capitanes españoles deliraban.
Convendrá ponerse en situación de ahora en
adelante, porque estamos ya en el pistoletazo de salida de esta loca carrera hacia
el enfrentamiento con Atahualpa, que va a ser breve, pero progresivamente
acelerada y con los protagonistas empapados en adrenalina, y sin duda también
en miedo, mucho miedo. Para empezar, vamos a ver a los soldados de Pizarro en
un momento de titubeo, como si quisieran disimuladamente huir de la quema. Llegaron
a una bifurcación del camino. Un ramal iba directo hacia Cajamarca, y el otro
obligaba a dar un rodeo siguiendo el magnífico trazado construido por los incas
en dirección al Cuzco para servicio de Huayna Cápac y sus tropas. Xerez detalla
algo del atractivo de esta calzada: “En mucha parte de ella van árboles de una
parte y otra, puestos a mano para que hagan sombra al camino”. El de Cajamarca
tenía, además de la seguridad de un tremendo enfrentamiento inmediato, la
dificultad añadida de que, para llegar, había que atravesar una dura sierra que
podía ser una trampa mortal. No es extraño que bastantes de los que integraban
la tropa, quizá los más sensatos y menos impacientes, vieran con claridad que
era mejor llegar dando un rodeo que no hacerlo de ninguna manera, porque ir por
el camino directo parecía una muerte segura. Sin embargo, como gran capitán
dispuesto a apostar fuerte enfrentándose cuanto antes al poderoso emperador,
Pizarro prefirió cualquier cosa a que sus soldados mostraran una merma en su
valor.
(Imagen) Estamos llegando al trepidante
sprint final de un objetivo perseguido por Pizarro desde hacía ocho durísimos
años. Iban a enfrentarse a la última escena de una locura histórica, la
victoria sobre Atahualpa o la muerte, y algunos hombres flaqueaban porque
querían dar un rodeo para evitar el camino directo hacia Cajamarca. Un camino
lleno de dificultades, ideal para ser aniquilados, a pie porque los caballos
podían despeñarse, avanzando con gran dificultad por la elevada y tortuosa pendiente de los Andes.
Pero Pizarro no quiere perder el tiempo siguiendo una ruta cómoda. Entiende a
los que protestan. Él tiene una idea fija: llegar rápidamente, aunque el
peligro sea mayor, porque lo que más le importa es aprovechar la ventaja de la
sorpresa. Aunque es hombre de pocas palabras, sabe usarlas como disparos
certeros. Es el momento de la gran verdad. ¿Convencerá a sus hombres de que den
el do de pecho aunque se les rompa la garganta?
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