jueves, 5 de octubre de 2017

(Día 504) En Cajas los españoles se reparten acllas, indias dedicadas al culto del dios Sol, algo que Pizarro les censuró. Primer contacto diplomático, a través de un enviado, de Atahualpa con Pizarro, a quien invita a visitarle.

     (94) Hernando de Soto había visto que los habitantes de Cajas estaban alterados por la dureza con la que les había tratado Huáscar: “Y les dio seguro y les hizo entender que venía de parte del Gobernador para recibirlos como vasallos del Emperador. Entonces salió un capitán, que dijo que estaba recibiendo los tributos de aquellos pueblos para Atahualpa, y les informó de que la ciudad de Cuzco estaba a treinta jornadas de Cajamarca y de que en la  sala en la que está enterrado el Cuzco viejo (Huayna Cápac) el suelo está chapado de plata, y el techo y las paredes de chapas de oro y plata”. Soto añadió algo dramático: “Contó que en Cajas había una casa grande en la que estaban muchas mujeres hilando, sin tener más varones que los porteros que las guardaban, y que a la entrada había ciertos indios colgados de los pies; y le dijeron que Atahualpa los mandó matar porque uno de ellos entró en la casa a dormir con una; al cual, y a todos los porteros que consintieron, los ahorcó”. El cronista Trujillo, que estuvo allí, anota algo importante, y poco honroso, que Xerez no menciona: “Había en Cajas tres casas de mujeres recogidas, que llaman mamaconas. Y como entramos y se sacaron las mujeres a la plaza, que eran más de quinientas, y el capitán Soto dio muchas de ellas a los españoles, el capitán del Inca se ensoberbeció mucho y dijo que Atahualpa estaba a veinte leguas de allí y no iba a quedar hombre vivo de nosotros”. Soto le mandó un informe a Pizarro y le contestó diciéndole que fingiera estar asustado por la amenaza y que intentara traérselo a la vuelta. Quizá también el capitán inca tuviera interés en saber más de los españoles, porque no puso ninguna pega y, además, llegó acompañado de otro indio del círculo próximo de Atahualpa. Al parecer, a Pizarro no le gustó nada lo del reparto de mamaconas y Soto se justificó diciendo que había sido un regalo del cacique principal de Cajas.
     Resultó que el  distinguido indio que acompañaba al capitán inca venía por encargo directo de Atahualpa a decirle a Pizarro que deseaba ser su amigo y que le esperaba en Cajamarca, y a entregarle un regalo, lo que suponía su primer contacto oficial. Según dice Xerez, se trataba de “dos fortalezas a manera de fuente figuradas en piedra, para que beba, y dos cargas de patos secos, desollados, para que hechos polvos, se sahúme con ellos, porque así se usa entre los señores de su tierra. El Gobernador lo recibió bien por ser mensajero de Atahualpa y le dijo que deseaba ir a ver a su señor y ser su amigo y hermano”. En correspondencia, también Pizarro le envió varios regalos, que el indio llevó de inmediato. Algunos españoles le dieron al presente de Atahualpa un sentido simbólico que parece disparatado, como si los patos secos y desollados fueran una representación de lo que el inca pensaba hacer con Pizarro y su tropa.
     Da la impresión de que el cronista Pedro Pizarro se regodea con el  maltrato que este embajador sufrió dos veces por parte de los españoles: “Este indio, llamado Apo, fue el que dije que había sido atropellado a coces por Hernando Pizarro en Poechos; vino ahora con ciertos regalos de Atahualpa, y fue su venida para saber cuánta era nuestra gente, tentando sus fuerzas a manera de burla y pidiéndoles sacasen las espadas. Acaeció que fue a hacer esto a un español, y echole mano de la barba, el cual español le dio muchos bofetones. Sabido por el Marqués esto, mandó que nadie tocase al indio por cosa que hiciese”.


     (Imagen) Los españoles continuaban su agónica marcha al encuentro de Atahualpa (quien luego cometería el garrafal error de ir, como un ‘pardillo’, a visitarlos en un recinto cerrado). Pero algunos se permitieron sus ‘desahogos’. Es indudable que los abusos sexuales tuvieron que ser muy frecuentes, cosa habitual en un ejército de hombres en avanzada de conquista. Los indios solían ser bastante tolerantes en ese aspecto, pero, en este caso, fue mucho más grave porque utilizaron a vírgenes consagradas al dios Sol. Los cronistas las llamaban ‘mamaconas’, sin diferenciar un matiz importante. Las vírgenes tenían el nombre de acllas, siendo supervisadas por indias de más edad, las mamaconas. Soto se justificó ante Pizarro diciendo que los nativos se las habían regalado, como en otras muchas ocasiones, pero es impensable en esta, ya que la virginidad de las acllas era algo muy sagrado. El cronista Cieza era sumamente crítico contra estos abusos.


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