(94) Hernando de Soto había visto que los
habitantes de Cajas estaban alterados por la dureza con la que les había
tratado Huáscar: “Y les dio seguro y les hizo entender que venía de parte del
Gobernador para recibirlos como vasallos del Emperador. Entonces salió un
capitán, que dijo que estaba recibiendo los tributos de aquellos pueblos para
Atahualpa, y les informó de que la ciudad de Cuzco estaba a treinta jornadas de
Cajamarca y de que en la sala en la que
está enterrado el Cuzco viejo (Huayna
Cápac) el suelo está chapado de plata, y el techo y las paredes de chapas
de oro y plata”. Soto añadió algo dramático: “Contó que en Cajas había una casa
grande en la que estaban muchas mujeres hilando, sin tener más varones que los
porteros que las guardaban, y que a la entrada había ciertos indios colgados de
los pies; y le dijeron que Atahualpa los mandó matar porque uno de ellos entró
en la casa a dormir con una; al cual, y a todos los porteros que consintieron,
los ahorcó”. El cronista Trujillo, que estuvo allí, anota algo importante, y
poco honroso, que Xerez no menciona: “Había en Cajas tres casas de mujeres recogidas,
que llaman mamaconas. Y como entramos y se sacaron las mujeres a la plaza, que
eran más de quinientas, y el capitán Soto dio muchas de ellas a los españoles,
el capitán del Inca se ensoberbeció mucho y dijo que Atahualpa estaba a veinte
leguas de allí y no iba a quedar hombre vivo de nosotros”. Soto le mandó un
informe a Pizarro y le contestó diciéndole que fingiera estar asustado por la
amenaza y que intentara traérselo a la vuelta. Quizá también el capitán inca
tuviera interés en saber más de los españoles, porque no puso ninguna pega y,
además, llegó acompañado de otro indio del círculo próximo de Atahualpa. Al
parecer, a Pizarro no le gustó nada lo del reparto de mamaconas y Soto se
justificó diciendo que había sido un regalo del cacique principal de Cajas.
Resultó que el distinguido indio que acompañaba al capitán
inca venía por encargo directo de Atahualpa a decirle a Pizarro que deseaba ser
su amigo y que le esperaba en Cajamarca, y a entregarle un regalo, lo que
suponía su primer contacto oficial. Según dice Xerez, se trataba de “dos
fortalezas a manera de fuente figuradas en piedra, para que beba, y dos cargas
de patos secos, desollados, para que hechos polvos, se sahúme con ellos, porque
así se usa entre los señores de su tierra. El Gobernador lo recibió bien por
ser mensajero de Atahualpa y le dijo que deseaba ir a ver a su señor y ser su
amigo y hermano”. En correspondencia, también Pizarro le envió varios regalos,
que el indio llevó de inmediato. Algunos españoles le dieron al presente de
Atahualpa un sentido simbólico que parece disparatado, como si los patos secos
y desollados fueran una representación de lo que el inca pensaba hacer con
Pizarro y su tropa.
Da la impresión de que el cronista Pedro
Pizarro se regodea con el maltrato que
este embajador sufrió dos veces por parte de los españoles: “Este indio,
llamado Apo, fue el que dije que había sido atropellado a coces por Hernando
Pizarro en Poechos; vino ahora con ciertos regalos de Atahualpa, y fue su venida
para saber cuánta era nuestra gente, tentando sus fuerzas a manera de burla y
pidiéndoles sacasen las espadas. Acaeció que fue a hacer esto a un español, y
echole mano de la barba, el cual español le dio muchos bofetones. Sabido por el
Marqués esto, mandó que nadie tocase al indio por cosa que hiciese”.
(Imagen) Los españoles continuaban su
agónica marcha al encuentro de Atahualpa (quien luego cometería el garrafal
error de ir, como un ‘pardillo’, a visitarlos en un recinto cerrado). Pero
algunos se permitieron sus ‘desahogos’. Es indudable que los abusos sexuales
tuvieron que ser muy frecuentes, cosa habitual en un ejército de hombres en
avanzada de conquista. Los indios solían ser bastante tolerantes en ese
aspecto, pero, en este caso, fue mucho más grave porque utilizaron a vírgenes
consagradas al dios Sol. Los cronistas las llamaban ‘mamaconas’, sin
diferenciar un matiz importante. Las vírgenes tenían el nombre de acllas,
siendo supervisadas por indias de más edad, las mamaconas. Soto se justificó
ante Pizarro diciendo que los nativos se las habían regalado, como en otras
muchas ocasiones, pero es impensable en esta, ya que la virginidad de las
acllas era algo muy sagrado. El cronista Cieza era sumamente crítico contra
estos abusos.
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