jueves, 19 de octubre de 2017

(Día 516) TERRIBLE NOCHE esperando la gloria o la muerte del día DIECISÉIS DE NOVIEMBRE DE MIL QUINIENTOS TREINTA Y DOS.

     (106) El día siguiente quizá fuera el de la gloria suprema, pero, durante la noche, aquella tropa española estaba envuelta en un  miedo atroz porque la imagen que no podían borrar de su mente era la de la muerte. Pudo haber entre los soldados un Juan Robledo, hombre reflexivo y sentimental, y podrían haber sido estos sus entrecruzados y agitados pensamientos cuando, después de acostarse todos sobre el duro suelo, sin desnudarse y con las armas preparadas, permaneciera desvelado y acosado por sus recuerdos y sus temores:
     “Tengo miedo… Ellos son más de treinta mil y nosotros no llegamos a doscientos… Estoy viendo mi pueblo natal…Esta plaza me recuerda la de Medina del Campo. Mi hermosa Medina, con sus grandes ferias llenas de mercaderes de toda España, de Francia…de Flandes…
    “Necesito dormir, descansar… Mañana me hará falta toda mi energía para no desfallecer en la lucha, para evitar ser herido, para evitar la muerte…La muerte que tantas veces he sentido cerca, como la contemplaba descarnada en las cuadros de las iglesias y como la he visto con demasiada frecuencia en los campos de batalla. Dios se apiade de nosotros; que nos salve ahora o, al menos, que nos acoja en su seno perdonando nuestros numerosos pecados… Las guerras son crueles. Hemos sido crueles…Matamos indios infieles que pierden sus almas, somos codiciosos y lujuriosos… Pero también estamos aquí para evangelizar a los nativos…
    “Necesito dormir, descansar… Y no quiero dormir… No quiero que súbitamente llegue el alba… Medina del Campo… Mi madre me hablaba de nuestra gloriosa reina Isabel la Católica. Tengo treinta y cinco años, más o menos. La reina murió en mi pueblo cuando yo era pequeño. Usted, madre, me contaba que, poco antes, su hija, la infanta Juana, ya trastornada, tuvo que ser retenida por el obispo Fonseca en el castillo de la Mota para que no hiciera la locura de escaparse a Flandes tras su esposo, Felipe…
     “Tengo miedo, madre… Me llevaba usted a su pueblo, Madrigal de las Altas Torres y me decía que allí nació la reina Isabel… Padre había llegado desde Espinosa de los Monteros a Arévalo, y allí paso su infancia la reina Isabel… Mis hijos, mis hijos mestizos… Quiero volver a Panamá para abrazarnos todos juntos, ellos,  mi tierna mujer y yo… No quiero morir… Quiero volver con ellos a Medina, madre, para abrazarla a usted también…
     “No quiero morir… No quiero que llegue el alba, pero vendrá sin piedad… Aunque solo un milagro nos daría la victoria, aunque solo un milagro me conservaría vivo, la batalla comenzará y dejaré de pensar, y lucharé con toda  mi alma y mataré a cuantos pueda y… ¡Dios mío, santísima Virgen María de la Antigua!, tened piedad de mí y de todos nosotros para que salgamos con bien y ganemos esta batalla cristianizando a estas gentes y dando nuevas tierras a España… Tengo que dormir…, pero no quiero cerrar los ojos y que me alcance de repente la luz del día…Mi compañero ha escrito su nombre en la pared… Yo también escribiría el mío: Aquí estuvo el sin ventura Juan Robledo… Pero no quiero ser agorero de nuestra derrota… Todos sentimos que estamos sentenciados a una muerte cruel si Dios no lo remedia, pero es mejor que cada uno se coma su miedo…Como lo hace nuestro gran capitán, el gobernador Francisco Pizarro…
    “Padre: estaría usted orgulloso de mí, como yo lo estuve de usted. Era un feliz mocoso cuando íbamos juntos al pueblo de los padres de usted, Espinosa de los Monteros… Gonzalo Gómez de Espinosa lo convenció a usted para partir con Magallanes, y yo lo perdí a usted para siempre…La muerte de usted fue gloriosa… como la que me espera al alba… Si ocurriera un milagro… Si Dios se apiadara de nosotros, el horror que nos envuelve ahora se transformaría en un triunfo sobrehumano, tan sublime que después nada más podría importar, sonreiríamos a la muerte cuando llegara… Pero, Dios mío, ten piedad: que no llegue antes…que nuestro sacrifico no sea un fracaso…
     “El  sueño me vence. Necesito dormir… Pero no quiero dormir… no quiero dormir… no quiero… no…”.


     (Imagen) En este lugar, que parece una más de  las múltiples poblaciones de no mucho relieve que fueron ocupadas y administradas por los españoles en Indias, van a ocurrir dos hechos trágicos para la cultura inca. Aquí fue apresado Atahualpa y, aquí también, fue ejecutado. Pero estamos ahora en la noche previa al momento cumbre de la conquista de Perú. Soto y Hernando Pizarro volvieron con la noticia de que al día siguiente se iba a presentar Atahualpa aparentemente cortés, pero decidido a aniquilar a los españoles con sus 30.000 guerreros. Ellos eran unos 170. Todos asustados y pensando que los demás lo llevaban mejor. Necesitaban dormir relajadamente para poder luchar con la máxima energía. Era pedir demasiado: aquella noche estarían nerviosos hasta los caballos, y las pesadillas que agarrotaron a los españoles las padecieron despiertos. Les vendrían pensamientos fugaces sobre la posibilidad de un triunfo glorioso, también recuerdos y añoranzas de todo lo que habían vivido y de sus seres queridos, pero, por muy veteranos y curtidos que fueran, tendrían un constante sentimiento obsesivo que la oscuridad agigantaba: el miedo.



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