(104) Cieza cuenta la terrible anécdota:
“Esto pasado, Soto cogió la rienda a su caballo delante de Atahualpa, para que
conociese qué cosa era, le hizo meter los pies y batallar con las manos, y
llegó tan junto de Atahualpa, que los bufidos que daba el caballo soplaban la
borla que tenía en la frente, corona del reinado. No se meneó Atahualpa, ni en
el rostro se le conoció un gesto, sino que estuvo con tanta serenidad y buen
semblante como si toda su vida la hubiera gastado en domar potros. Mas algunos
de los suyos, que pasaron de cuarenta, con el miedo que cobraron, se derribaron
por una parte y otra. Vueltos a
Cajamarca los cristianos, Atahualpa se embraveció por la cobardía de los suyos,
pues así habían huido de ver menearse un caballo; mandó que se presentasen, y les
dijo: ‘¿Qué pensáis para que huyáis de ellos?, pues no son sino animales que en
la tierra de los que los traen nacen como en la vuestra ovejas y carneros.
Pagaréis con vuestras vidas la afrenta que por vuestra causa recibí’, y luego
fueron muertos, sin que ninguno quedase vivo”. Diego de Trujillo dice lo mismo,
pero hace referencia a cómo se enteraron de lo ocurrido: “Y venidos nosotros a
Cajamarca, mandó matar Atahualpa a los indios que habían huido, pues al otro
día después del desbarate (de Atahualpa),
los hallamos muertos; matolos porque habían huido del caballo”.
El cronista Juan Ruiz de Arce siempre le
da cierto color impresionista a su narración. En su versión (no se olvide que
estaba allí presente), Soto mostró sus habilidades de jinete a petición de
Atahualpa: “Antes de que nos fuésemos, nos rogó Atahualpa que arremetiésemos
con un caballo, que deseaba mucho verlos correr. Uno de los compañeros lo hizo,
y estaban muchos indios alrededor de nosotros. Huyeron unos cuarenta indios que
estaban hacia donde el caballo iba. Cuando nos fuimos, Atahualpa mandó que les
cortaran la cabeza”.
Asombra la osadía de aquellos hombres. Todos
los que fueron en aquella insensata embajada, ‘se la jugaron’, aunque el ir a
caballo y su experiencia militar (más el último recurso: su confianza en la
Providencia) les aportara cierta confianza. Eran, además, dos grupos liderados
por capitanes excepcionales, Hernando de Soto y Hernando Pizarro. Si este
último pecaba de soberbia, nadie le puede negar su veteranía, su entrega y su
enorme valor en la guerra. Tenía ya la categoría de Capitán General de la
campaña de Perú, dándole injustamente un protagonismo mayor que el de Almagro,
cuyas lógicas protestas iban a perder fuerza precisamente porque no participó
espada en mano en este momento, el de más mérito y riesgo de toda la aventura
del Perú. Así había sido decidido: Francisco Pizarro partiría para la dificilísima
conquista final, y Diego de Almagro se quedaría en Panamá para dedicarse, como
siempre, a las necesarias labores de logística (aunque también luchó alguna
vez, y recordemos que perdió un ojo en el empeño). El desarrollo de los hechos
le dejó a Almagro profundamente decepcionado en sus aspiraciones, y a los
Pizarro les dio la oportunidad de desplazarlo sin demasiados escrúpulos.
(Imagen) La presencia de Hernando de Soto
y Hernando Pizarro ante Atahualpa fue
una prueba del más alto valor militar porque lo lógico era pensar que acabaran
masacrados. Los indios conocían perfectamente que la llegada de los españoles a
su territorio no tenía más objetivo que el de someter el imperio inca, ya que
lo fueron advirtiendo por todos los poblados que atravesaron desde que
comenzaron su cabalgada y Atahualpa estaba constantemente informado de su
avance y de sus intenciones. Y los españoles sabían que él lo sabía. Soto y
Hernando Pizarro, pasando entre miles de feroces guerreros incas, se
presentaron sin titubear ante el divino Atahualpa. Tomaron solamente una
precaución: ir a caballo para contar con una rápida huida. Esos caballos que
tanto intrigaban y a los que tanto temían los nativos. Parece ser que fue por
petición de Atahualpa por lo que Soto, gran jinete, picó a su caballo para que
se encabritara, asustando a los indios que rodeaban al emperador, pero no a
este. Con un arrebato posterior, propio de imperios despóticos, Atahualpa mandó
que les cortaran la cabeza después de que marcharan los españoles.
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