miércoles, 18 de octubre de 2017

(Día 515) Al enterarse Pizarro de que Atahualpa estaba dispuesto a atacar, prepara y anima a su gente, sabiendo que a los españoles les espera una noche de profunda angustia. Atahualpa les iba a visitar el día siguiente, pero no solo, sino con 30.000 guerreros.

     (105) Luego Cieza narra la vuelta de los dos Hernandos y sus hombres, portadores de noticias que invitaban a salir corriendo y no parar hasta Panamá: “Llegados adonde estaba Pizarro su hermano y Soto, contaron lo que les pasó y dijeron que Atahualpa tenía presencia de gran príncipe. Toda su gente, que era mucha, estaba bien armada, y él con voluntad de tomar guerra y no dar paz. Algunos de los españoles temían, pues había para cada uno más de cuatrocientos indios; animábalos Pizarro con buenas palabras, diciendo que confiaba en Dios, pues dispone por su voluntad todo lo que pasa debajo del cielo y encima de él, y que él estaba alegre de que tanta gente estuviese junta, pues serían más fácilmente desordenados y aun desbaratados”.    
     El cronista Pedro Pizarro, que vivió aquella angustia, la menciona y añade otra razón para que la tropa estuviese tan asustada: “Vuelto Soto, dio la respuesta al Marqués de lo que había pasado, y estuvimos toda la noche en vela con harto miedo por la mucha gente que el indio tenía, y por no estar experimentados los españoles en cómo estos indios peleaban ni qué ánimo tenían, pues hasta entonces no habían peleado con indios de guerra sino solamente en Tumbes y en la Puná con unos pocos, que no llegaban a seiscientos”.
     Pizarro preparó a sus tropas porque sabía que llegaba el momento definitivo, ese que iba a cerrar, para bien o para mal, la campaña que había iniciado ¡ocho años antes! Ocho años en los que había ocurrido de todo: risas de los panameños cuando les vieron empezar aquella loca ventura, la amenazante sombra de Pedrarias, miserias, hambres, enfermedades, heridas, muertes de compañeros y de muchos indios, obstáculos administrativos, deudas asfixiantes, abandonos de los que ya no pudieron más, viaje a España con el atrevimiento de presentarse ante el emperador, conflictos con Almagro… Pero también ilusión y esperanza inquebrantables, sostenidas siempre por Pizarro, que, además,  había conseguido llevarlos hasta allí. Era el gran momento, como quien va a abrir la última puerta a ciegas, sin saber si tras ella encontrará un tesoro inimaginable o un precipicio en el que acabarán todos estrellados en caída libre.
     El cronista Xerez al habla: “Hernando Pizarro y Soto  se despidieron de Atahualpa. Su ejército estaba asentado en la falda de una pequeña sierra; las tiendas, que eran de algodón, ocupaban  más de una legua; en medio estaba la de Atahualpa. Toda la gente estaba fuera de sus tiendas, en pie y con las armas, que son unas lanzas largas como picas,  hincadas en el campo. Parecioles que había más de treinta mil hombres. Cuando el Gobernador supo lo que había pasado, mandó que aquella noche hubiese buena guardia y que las rondas anduviesen toda la noche alrededor del real (por pequeña que fuese la tropa siempre llamaban ‘real’ al lugar donde estaba asentada); lo cual así se hizo”. De cualquier manera que se mire, el valor de Soto, Hernando Pizarro y los pocos hombres que los acompañaron (sin olvidarnos de Martinillo) fue digno de la más lustrosa medalla militar. Los cronistas suelen exagerar las cifras, pero en este caso no tendría sentido que Soto y Pizarro se inventaran que allí había más de treinta mil guerreros (ya les gustaría que fueran menos), porque era un dato que le daban a su gobernador, Francisco Pizarro, en unas circunstancias que exigían una información absolutamente veraz.


     (Imagen)  La imagen da una idea de lo que eran los guerreros incas dirigidos por Atahualpa. Tenían el ‘rodaje’ de espantosas batallas contra las tropas de Huáscar, donde lo que imperaba era la bravura y la crueldad. Gran parte de su ejército, tras la derrota de Huáscar, iba hacia el Cuzco para someter la totalidad del imperio, lo que ya era un trabajo fácil. Pero con Atahualpa estaban unos treinta mil indios de guerra viendo que Soto, Hernando Pizarro y un grupito de españoles atravesaban sus filas, como si fuesen de paseo en horas de descanso, para encontrarse con el divino emperador. Apostaron fuerte, pero salieron vivos del encuentro y hasta con la promesa de Atahualpa de que al día siguiente iría a visitar a Pizarro. En cuanto volvieron a Cajamarca y lo contaron, todos comprendieron que la suerte estaba echada. Pizarro, que tenía claro su plan en la cabeza, organizó a sus hombres. Aquella fue la noche más larga y angustiosa de sus vidas, llena de elucubraciones y rezos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario