viernes, 27 de octubre de 2017

(Día 523) Los españoles, convencidos de que Dios les ha premiado, le dan gracias por la victoria y por no haber tenido bajas. Los indios muertos fueron unos dos mil, y Pizarro, oponiéndose a que se castigara a los vencidos, los puso en libertad.

     (113) De la misma manera, Francisco de Xerez, sujeto activo en la catástrofe de Atahualpa, nos hace ver que los españoles también tenían un fuerte sentido providencialista, pero con la total seguridad de que ellos eran los buenos de la película. Y no hay duda de que su fe cristiana era inconmovible. Nos los muestra en el momento en que, tras el toque de retirada ordenada por Pizarro después de apresar a Atahualpa, se replegaron todos los que habían ido persiguiendo a los indios: “Dende a poco rato entraron todos en el real con gran presa de gente que habían tomado, siendo más de tres mil personas. El Gobernador les preguntó si venían todos buenos (los españoles). Su capitán general (Hernando Pizarro) respondió que solo un caballo tenía una pequeña herida. El Gobernador dijo con mucha alegría: ‘Doy muchas gracias a Dios nuestro Señor por tan gran milagro como en este día ha hecho por nosotros. Plazca a Dios por su misericordia que, pues tiene por bien nos hacer tantas mercedes, nos dé gracia para hacer tales obras, que alcancemos su santo reino”. Es evidente que tenían el convencimiento de que, con lo que hacían, se estaban ganando el cielo.
          El balance de bajas indias que da Xerez es terrible, y resulta asombroso que no hubiese muerto ningún español (no es de extrañar que lo consideraran un milagro): “Quedaron muertos dos mil indios, sin contar los heridos (ni los apresados). Los españoles obligaron a los indios presos a que sacaran los muertos de las plazas. Y luego el Gobernador mandó que los españoles tomasen los indios que hubiesen menester para su servicio. Mandó soltar a todos los demás  y que se fuesen a sus casas, porque eran de diversas provincias y Atahualpa los traía para sostener sus guerras y para servicio de su ejército. Algunos de los españoles fueron de opinión que se matasen a todos los hombres de guerra o les cortasen las manos. El Gobernador no lo consintió, diciendo que no estaba bien hacer tan grande crueldad, y que tuviesen por cierto que Dios nuestro Señor, que los había librado del peligro del día pasado, los libraría de ahí adelante, por ser las intenciones de los cristianos buenas, de atraer a aquellos bárbaros infieles al servicio de Dios; que no quisiesen parecerse a ellos en las crueldades que hacen a los que prenden en sus guerras; que eran suficientes los que habían muerto en la batalla; que aquellos que habían sido traídos como ovejas a corral, no era bien que muriesen ni que se les hiciese daño; y así, fueron sueltos”. Y Cieza añade: “Preso que fue Atahualpa, los indios no osaban ponerse en armas contra los cristianos, porque había mandado que no lo hiciesen”. No faltaron refinados sádicos en las Indias, pero la tónica general de los más grandes capitanes fue utilizar los medios estrictamente necesarios para sus objetivos, aunque tampoco les temblaba el pulso ni les remordía la conciencia si consideraban imprescindible actuar con dureza. En las victorias, se olvidaban de la venganza, limitándose a disfrutar del éxito. No obstante, había otra práctica menos admisible, pero utilizada por su eficacia: el castigo ejemplar.
    

     (Imagen) Fue un mundo cruel por ambas partes; sin embargo, la tónica general de los capitanes españoles era ser implacables en la batalla pero sin ensañarse con el vencido, como hizo Pizarro al dejar libres a los soldados de Atahualpa. Otra cosa sería la semiesclavitud de muchos indios para servicio de los españoles y el desprecio en el trato. La corte española dictó leyes para protegerlos e incluso se creó el puesto de Defensor de los Indios; los religiosos hicieron una gran labor social con ellos y se dieron muchos casos de españoles que los trataron con gran humanidad. Sirva como ejemplo el gran Vasco de Quiroga, al que se sigue venerando en México (donde el prejuicio antiespañol arraigó bien). Pero abundaron los abusos, como los que, por ejemplo, Cieza no se cansa de criticar. Se usaban en la guerra los castigos ejemplares, y a Pedro de Valdivia, en Chile, le costó caro. Para frenar la fiereza de los mapuches, les cortó la nariz y una mano a bastantes de sus guerreros. El excepcional capitán fue después apresado por ellos y le dieron una muerte atroz: durante tres días de agonía lo fueron mutilando; una vez muerto, conservaron su cráneo como trofeo, utilizándolo para beber chicha.


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