(92) Tras esta breve desviación
contemplando la desoladora guerra entre Huáscar y Atahualpa, que tanto
sufrimiento causó a todos los indios del imperio peruano, sigamos nuevamente de
cerca el azaroso avance de Pizarro y su tropa. Ya vimos que los españoles,
después del conflicto con los nativos de la isla Puná (partidarios de
Atahualpa), se trasladaron a Tumbes, y cuenta Cieza que inmediatamente los de
la isla mandaron mensajeros al poderoso inca, que se encontraba en Cajamarca,
para darle la máxima información sobre Pizarro y su gente, pero no se tomó en
serio la posible amenaza de los intrusos y se limitó a enviar a algunos
orejones como espías.
Retomamos, pues, ahora a Pizarro y sus
soldados en el momento en que, tras salir también de Tumbes y fundar la población
de San Miguel, partieron de nuevo para lograr su verdadero objetivo, el
encuentro definitivo con Atahualpa: “Sabían que el potentísimo señor estaba en
Cajamarca con grandes compañías de gente. Quisieran tener en su ayuda más
españoles y caballos, pero confiaban en que Dios todopoderoso estaría con
ellos. Pizarro habló a muchos principales amonestándoles que no rompiesen la
paz, y a los españoles que se quedaban allá mandó que tratasen bien a los
indios. Despachó con los navíos los recaudos convenientes para Diego de
Almagro, al que ya le había venido título de mariscal (poco consuelo para sus justas aspiraciones)”. El cronista Xerez
añade que en esos despachos le decía también a Almagro “cuánto sería deservido
Dios y Sus Majestades de intentar su
nueva población para estorbarle su propósito”. Es una continuación de lo que le
hemos leído hace poco: Pizarro había recibido noticias de que Almagro planeaba
romper la sociedad y dedicarse a fundar poblaciones por su cuenta. Tienen mucha
importancia sus breves palabras porque son la prueba del grave y permanente
conflicto de fondo que había entre ellos. No es un simple comentario de Xerez,
ya que todos los cronistas de la época lo dieron por muy creíble.
Volvamos con Cieza: “Pizarro salió de San
Miguel (el día 24 de setiembre de 1533)
con su gente caminando por frescos valles, y como veían tierra tan bella,
loaban a Dios infinitas veces por ello. Habían recogido bastante oro. En el
valle de Collique hallaron cuatro orejones, criados de Atahualpa. Pizarro
recibiolos bien, como a hombres preeminentes. Les preguntó por Atahualpa y por
qué andaba dando guerra. Respondieron que en los años pasados había muerto
Huayna Cápac (seis años antes, en 1527,
poco después de enterarse de que los españoles andaban por allí), gran
señor, padre de Atahualpa y Huáscar, y que estos peleaban sobre tener el mando
entero del reino, y Atahualpa había salido vencedor”. ¡Qué momento! Pizarro
tiene la confirmación de que Atahualpa es ya el único emperador, y el gran
sobrano no puede imaginar que se va a evaporar su poder en un suspiro y, poco
después, también su vida. Tampoco deja de ser un misterio la insensata osadía
de los españoles; una determinación que rayó en locura. Por si fuera poca la
dificultad, Pizarro, que había recibido un mensaje desde San Miguel pidiéndole
algún refuerzo para defenderse mejor, dio libertad para que, quien lo deseara,
se volviese a la población. En total, abandonaron nueve hombres, llevándose
también algo sumamente valioso para la lucha: cinco caballos.
(Imagen) Los españoles salieron bien
librados de la dura experiencia en la isla Puná y en Tumbes. Fundaron una
población: San Miguel de Piura. Y más o menos como el Cid en horas también
terribles, Pizarro dijo: ‘En marcha’. Después de tantos años de extremas y
variadas dificultades, se acercaba la hora de la verdad. Algunos, pocos, se
acobardaron y Pizarro prefirió que se marcharan. Hasta entonces habían ido
descubriendo, tanteando, conquistando pequeños poblados y logrando información muy
poco precisa. Pero ahora tenían ya una visión muy clara de lo esencial del gran
imperio inca: era inmensamente rico y terriblemente poderoso. Es decir: una
noticia muy buena y otra muy mala. Ni por un momento pensaron en volverse
atrás. El objetivo era Cajamarca porque allí estaba Atahualpa. El camino iba a
ser duro y peligroso, pero la llegada, mucho más. Si eran unos hombres
normales, tuvieron que seguir la marcha atormentados por la obsesiva angustia
de una muerte casi garantizada. Pero, nunca se sabe: quizá un milagro…
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