martes, 3 de octubre de 2017

(Día 502) Tras ver la derrota de Huáscar, retomamos a Pizarro y sus hombres. Parten de la recién fundada San Miguel hacia el destino definitivo: Cajamarca.

     (92) Tras esta breve desviación contemplando la desoladora guerra entre Huáscar y Atahualpa, que tanto sufrimiento causó a todos los indios del imperio peruano, sigamos nuevamente de cerca el azaroso avance de Pizarro y su tropa. Ya vimos que los españoles, después del conflicto con los nativos de la isla Puná (partidarios de Atahualpa), se trasladaron a Tumbes, y cuenta Cieza que inmediatamente los de la isla mandaron mensajeros al poderoso inca, que se encontraba en Cajamarca, para darle la máxima información sobre Pizarro y su gente, pero no se tomó en serio la posible amenaza de los intrusos y se limitó a enviar a algunos orejones como espías.
     Retomamos, pues, ahora a Pizarro y sus soldados en el momento en que, tras salir también de Tumbes y fundar la población de San Miguel, partieron de nuevo para lograr su verdadero objetivo, el encuentro definitivo con Atahualpa: “Sabían que el potentísimo señor estaba en Cajamarca con grandes compañías de gente. Quisieran tener en su ayuda más españoles y caballos, pero confiaban en que Dios todopoderoso estaría con ellos. Pizarro habló a muchos principales amonestándoles que no rompiesen la paz, y a los españoles que se quedaban allá mandó que tratasen bien a los indios. Despachó con los navíos los recaudos convenientes para Diego de Almagro, al que ya le había venido título de mariscal (poco consuelo para sus justas aspiraciones)”. El cronista Xerez añade que en esos despachos le decía también a Almagro “cuánto sería deservido Dios  y Sus Majestades de intentar su nueva población para estorbarle su propósito”. Es una continuación de lo que le hemos leído hace poco: Pizarro había recibido noticias de que Almagro planeaba romper la sociedad y dedicarse a fundar poblaciones por su cuenta. Tienen mucha importancia sus breves palabras porque son la prueba del grave y permanente conflicto de fondo que había entre ellos. No es un simple comentario de Xerez, ya que todos los cronistas de la época lo dieron por muy creíble.
     Volvamos con Cieza: “Pizarro salió de San Miguel (el día 24 de setiembre de 1533) con su gente caminando por frescos valles, y como veían tierra tan bella, loaban a Dios infinitas veces por ello. Habían recogido bastante oro. En el valle de Collique hallaron cuatro orejones, criados de Atahualpa. Pizarro recibiolos bien, como a hombres preeminentes. Les preguntó por Atahualpa y por qué andaba dando guerra. Respondieron que en los años pasados había muerto Huayna Cápac (seis años antes, en 1527, poco después de enterarse de que los españoles andaban por allí), gran señor, padre de Atahualpa y Huáscar, y que estos peleaban sobre tener el mando entero del reino, y Atahualpa había salido vencedor”. ¡Qué momento! Pizarro tiene la confirmación de que Atahualpa es ya el único emperador, y el gran sobrano no puede imaginar que se va a evaporar su poder en un suspiro y, poco después, también su vida. Tampoco deja de ser un misterio la insensata osadía de los españoles; una determinación que rayó en locura. Por si fuera poca la dificultad, Pizarro, que había recibido un mensaje desde San Miguel pidiéndole algún refuerzo para defenderse mejor, dio libertad para que, quien lo deseara, se volviese a la población. En total, abandonaron nueve hombres, llevándose también algo sumamente valioso para la lucha: cinco caballos.


     (Imagen) Los españoles salieron bien librados de la dura experiencia en la isla Puná y en Tumbes. Fundaron una población: San Miguel de Piura. Y más o menos como el Cid en horas también terribles, Pizarro dijo: ‘En marcha’. Después de tantos años de extremas y variadas dificultades, se acercaba la hora de la verdad. Algunos, pocos, se acobardaron y Pizarro prefirió que se marcharan. Hasta entonces habían ido descubriendo, tanteando, conquistando pequeños poblados y logrando información muy poco precisa. Pero ahora tenían ya una visión muy clara de lo esencial del gran imperio inca: era inmensamente rico y terriblemente poderoso. Es decir: una noticia muy buena y otra muy mala. Ni por un momento pensaron en volverse atrás. El objetivo era Cajamarca porque allí estaba Atahualpa. El camino iba a ser duro y peligroso, pero la llegada, mucho más. Si eran unos hombres normales, tuvieron que seguir la marcha atormentados por la obsesiva angustia de una muerte casi garantizada. Pero, nunca se sabe: quizá un milagro…



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