(100) Había empezado la cuenta atrás de
una civilización que podía saltar por los aires y nadie conocía a ciencia cierta el resultado, aunque, de
momento, parece que los menos preocupados eran los indios: “Los mensajeros
volvieron y contáronle a Atahualpa que los cristianos ya venían muy cerca de
ellos; tornose a tratar sobre lo que se haría, mas no cambiaron de parecer,
sino que decidieron que, cuando llegasen cerca del valle de Cajamarca, saliese
Rumiñahui con sus mil hombres de guerra para que los prendiesen. Los españoles
caminaban recatados; no tuvieron guerra, y como se dieron prisa, llegaron a
vista de los pueblos del valle”.
El momento no podía ser más dramático.
Habían llegado hasta la guarida del imperial león. De momento se dedicaron a
observar y organizarse, con el miedo en el cuerpo, pero sin dejar por ello de
admirar el espectáculo: “Los indios e indias de servicio les lloraban, diciendo
que presto les habían de matar los que estaban con Atahualpa. Los españoles
vieron en unas chácaras (probablemente,
‘cercados’) asentado el ejército de
Atahualpa con tantas tiendas que parecía una ciudad”. Cieza explica el fatal
error estratégico de Atahualpa: “Para más provecho de los nuestros y perdición
suya, cuando supo que los españoles estaban tan cerca de él, les dejó los
aposentos reales de Cajamarca, pasando él a otros que estaban cerca de donde se
veían las tiendas, lo cual hizo para los tomar allí a todos y hacerles la
guerra cercándolos”.
El cronista Xerez es quien mejor va a
contar el dramático episodio final de la caída de Atahualpa. Aquel cúmulo de
emociones vividas en días tan tremendos tuvo que grabársele con todo detalle en
lo más profundo de su corazón. Y sin embargo, no es capaz de redactarlo con
toda la intensidad que merece. Hay, incluso, datos de lo ocurrido que será
necesario recogerlos en otros cronistas.
Al recordar Xerez su vivencia de la llegada a Cajamarca, señalará la
histórica fecha: “Partió el Gobernador con su gente puesta en orden, y anduvo
hasta una legua de Cajamarca, donde esperó que se juntase la retaguardia, y
toda la gente y caballos se armaron, y el Gobernador los puso en concierto para
la entrada al pueblo. Con este orden caminó, enviando mensajeros (indios) a Atahualpa de que viniese allí,
a Cajamarca, para verse con él. Y en llegando a la entrada de Cajamarca, vieron
que el real de Atahualpa estaba distancia de una legua, en la falda de una
sierra. Llegó el Gobernador a este pueblo de Cajamarca un viernes, a hora de
vísperas, día quince de noviembre del año 1532”. Entraron en el pueblo, que
estaba vacío (como decía Cieza). Xerez hace una descripción del trazado urbano
y de los edificios, especialmente de los que servirían para una buena defensa,
así como de la plaza en la que después tendrían lugar las terribles y épicas
circunstancias del apresamiento de Atahualpa. “El Gobernador mandó que
estuviesen todos en la plaza, y los de caballo sin apearse hasta ver si
Atahualpa venía (alerta máxima); y
visto el pueblo, que es de dos mil vecinos, no se hallaron mejores aposentos
que los de la plaza, que es mayor que ninguna de España, toda cercada, con dos
puertas que salen a las calles del pueblo. Por la delantera de esta plaza, hay
incorporada una fortaleza de piedra con una escalera de cantería. Hay otra
plaza más pequeña, cercada de aposentos en los que había muchas mujeres para
servicio de Atahualpa. Hay también una casa que dicen que es del Sol, porque en
cada pueblo hacen sus mezquitas al Sol y en toda esta tierra las tienen en
mucha veneración y se quitan los zapatos a la puerta. La gente de todos estos
pueblos hace ventaja a toda la otra que queda atrás, porque es gente limpia y
de mejor razón, y las mujeres son muy honestas”.
(Imagen) Por fin habían superado el
temible y duro ascenso del camino de los Andes. Era el 15 de noviembre de 1532.
Pizarro había sobrevivido a una carrera de obstáculos de ocho años infernales.
Desde la última cima vieron Cajamarca y el tremendo ejército de Atahualpa; y
Atahualpa los vio a ellos. Se acabó el pánico a un ataque demoledor en los
desfiladeros, pero lo cambiaron por el terror de contemplar el poder militar
del inca, que, sin embargo, cometió otra equivocación fatal: permitió que se establecieran
en la solitaria plaza de Cajamarca creyendo que se les convertiría en una
ratonera mortífera, pero los españoles respiraron aliviados porque les pareció
un buen lugar de defensa. Lo que vemos en la imagen, la Plaza de Armas de
Cajamarca, es el lugar exacto que sirvió de escenario, no de una representación
teatral, sino del desarrollo de unos hechos que hicieron cambiar el curso de la
historia de la humanidad.
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