jueves, 12 de octubre de 2017

(Día 510) Los españoles ven ya a lo lejos el inmenso campamento militar de Atahualpa, que, una vez más, desiste de atacarlos. Permite que se establezcan en Cajamarca creyendo que se les convertirá en una ratonera fatal. A los españoles les parece un buen lugar de defensa. Pizarro, mediante un mensajero, invita a Atahualpa a visitarle.

     (100) Había empezado la cuenta atrás de una civilización que podía saltar por los aires y nadie conocía  a ciencia cierta el resultado, aunque, de momento, parece que los menos preocupados eran los indios: “Los mensajeros volvieron y contáronle a Atahualpa que los cristianos ya venían muy cerca de ellos; tornose a tratar sobre lo que se haría, mas no cambiaron de parecer, sino que decidieron que, cuando llegasen cerca del valle de Cajamarca, saliese Rumiñahui con sus mil hombres de guerra para que los prendiesen. Los españoles caminaban recatados; no tuvieron guerra, y como se dieron prisa, llegaron a vista de los pueblos del valle”.
     El momento no podía ser más dramático. Habían llegado hasta la guarida del imperial león. De momento se dedicaron a observar y organizarse, con el miedo en el cuerpo, pero sin dejar por ello de admirar el espectáculo: “Los indios e indias de servicio les lloraban, diciendo que presto les habían de matar los que estaban con Atahualpa. Los españoles vieron en unas chácaras (probablemente, ‘cercados’)  asentado el ejército de Atahualpa con tantas tiendas que parecía una ciudad”. Cieza explica el fatal error estratégico de Atahualpa: “Para más provecho de los nuestros y perdición suya, cuando supo que los españoles estaban tan cerca de él, les dejó los aposentos reales de Cajamarca, pasando él a otros que estaban cerca de donde se veían las tiendas, lo cual hizo para los tomar allí a todos y hacerles la guerra cercándolos”.
     El cronista Xerez es quien mejor va a contar el dramático episodio final de la caída de Atahualpa. Aquel cúmulo de emociones vividas en días tan tremendos tuvo que grabársele con todo detalle en lo más profundo de su corazón. Y sin embargo, no es capaz de redactarlo con toda la intensidad que merece. Hay, incluso, datos de lo ocurrido que será necesario recogerlos en otros cronistas.  Al recordar Xerez su vivencia de la llegada a Cajamarca, señalará la histórica fecha: “Partió el Gobernador con su gente puesta en orden, y anduvo hasta una legua de Cajamarca, donde esperó que se juntase la retaguardia, y toda la gente y caballos se armaron, y el Gobernador los puso en concierto para la entrada al pueblo. Con este orden caminó, enviando mensajeros (indios) a Atahualpa de que viniese allí, a Cajamarca, para verse con él. Y en llegando a la entrada de Cajamarca, vieron que el real de Atahualpa estaba distancia de una legua, en la falda de una sierra. Llegó el Gobernador a este pueblo de Cajamarca un viernes, a hora de vísperas, día quince de noviembre del año 1532”. Entraron en el pueblo, que estaba vacío (como decía Cieza). Xerez hace una descripción del trazado urbano y de los edificios, especialmente de los que servirían para una buena defensa, así como de la plaza en la que después tendrían lugar las terribles y épicas circunstancias del apresamiento de Atahualpa. “El Gobernador mandó que estuviesen todos en la plaza, y los de caballo sin apearse hasta ver si Atahualpa venía (alerta máxima); y visto el pueblo, que es de dos mil vecinos, no se hallaron mejores aposentos que los de la plaza, que es mayor que ninguna de España, toda cercada, con dos puertas que salen a las calles del pueblo. Por la delantera de esta plaza, hay incorporada una fortaleza de piedra con una escalera de cantería. Hay otra plaza más pequeña, cercada de aposentos en los que había muchas mujeres para servicio de Atahualpa. Hay también una casa que dicen que es del Sol, porque en cada pueblo hacen sus mezquitas al Sol y en toda esta tierra las tienen en mucha veneración y se quitan los zapatos a la puerta. La gente de todos estos pueblos hace ventaja a toda la otra que queda atrás, porque es gente limpia y de mejor razón, y las mujeres son muy honestas”.

    (Imagen) Por fin habían superado el temible y duro ascenso del camino de los Andes. Era el 15 de noviembre de 1532. Pizarro había sobrevivido a una carrera de obstáculos de ocho años infernales. Desde la última cima vieron Cajamarca y el tremendo ejército de Atahualpa; y Atahualpa los vio a ellos. Se acabó el pánico a un ataque demoledor en los desfiladeros, pero lo cambiaron por el terror de contemplar el poder militar del inca, que, sin embargo, cometió otra equivocación fatal: permitió que se establecieran en la solitaria plaza de Cajamarca creyendo que se les convertiría en una ratonera mortífera, pero los españoles respiraron aliviados porque les pareció un buen lugar de defensa. Lo que vemos en la imagen, la Plaza de Armas de Cajamarca, es el lugar exacto que sirvió de escenario, no de una representación teatral, sino del desarrollo de unos hechos que hicieron cambiar el curso de la historia de la humanidad.







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