lunes, 23 de octubre de 2017

(520) En cuanto volvió despavorido fray Vicente, Pizarro ordenó el ataque con una idea fija: capturar a Atahualpa vivo. Con gran fortuna, lograron las dos cosas. Lo consideraron un milagro.

     (110) Acto segundo del gran drama. Seguimos con Cieza: “Pizarro, en cuanto entendió lo que le había pasado a fray Vicente con Atahualpa, viendo que no era tiempo de más guardar, alzó una toalla como señal, disparó Candía los tiros, cosa nueva y de espanto para los indios, y los de a caballo, diciendo a grandes voces ‘Santiago, Santiago’, salieron de los aposentos contra los enemigos, los cuales, sin usar de los ardides que tenían pensados, se quedaron hechos personajes (estatuas); no pelearon, sino que buscaron por donde huir. Los de a caballo se mezclaron entre ellos, desbaratándoles en breve; fueron muertos y heridos muchos”.
      En semejante hecatombe, Pizarro se había reservado el objetivo principal, el más valioso, el más peligroso y el más decisivo para el final, victorioso o definitivamente trágico, de la demencial empresa que había iniciado ¡ocho años antes! Tenía que conseguir capturar a Atahualpa, y capturarlo vivo. Las dos cosas estuvieron a punto de fracasar. Junto a Atahualpa estaba, también en andas, el cacique de Chincha, y Pizarro dudó, quizá porque estaban a cierta distancia o porque nunca había visto al emperador inca. Volvamos al cronista Pedro Pizarro: “Viendo el Marqués las dos andas, no conociendo cuál era la Atahualpa, mandó a Juan Pizarro, su hermano, que fuese con los peones que tenía a las unas, y él iría a las otras. Cuando salieron los de a caballo de tropel y el Marqués con los de a pie tras ellos, con el estruendo del disparo y las trompetas y tropel de los caballos y cascabeles, los indios se embarazaron. Los españoles dieron en ellos y empezaron a matar, y fue tanto el miedo que tuvieron los indios, que, por huir, no pudiendo salir por la puerta, derribaron parte de una pared de la cerca de la plaza (fue una estampida en la que muchos indios murieron por aplastamiento o asfixia). Los de a caballo fueron en su seguimiento hasta los baños, donde hicieron grande estrago, e hicieran más si no les anocheciera.
     “Pues volviendo a don Francisco Pizarro y a su hermano, el Marqués fue a dar con las andas de Atahualpa (el primero en agarrarlo fue el soldado Miguel Estete), y su hermano con el señor de Chincha, al cual mataron allí en las andas, y lo mismo fuera de Atahualpa si no se hallara el Marqués allí, porque no podían derribarle de las andas, pues, aunque mataban a los indios que las tenían, se metían luego otros de refresco a sustentarlas. De esta manera estuvieron un gran rato forcejeando y matando indios, y, de cansados, un español tiró una cuchillada para matarle, y el Marqués don Francisco Pizarro se la desvió, resultando él mismo herido, a cuya causa dio voces diciendo: ‘¡Nadie hiera al indio so pena de la vida!”. Oyendo esto, unos siete españoles asieron de un lado las andas, y haciendo fuerza las derribaron, y así fue preso Atahualpa, y el Marqués le llevó a su aposento, y allí le puso guardas que le guardaban de día y de noche. Venida la noche, los españoles se recogieron y dieron muchas gracias a nuestro Señor por las mercedes que les había hecho, muy contento en tener preso al señor porque, de no prenderle, no se ganara la tierra como se ganó”.


     (Imagen) Increíblemente, todo salió perfecto en la realización del plan. Hizo falta un gran líder, unos soldados con determinación, rapidez, osadía sin el menor titubeo, eficacia y un trabajo de equipo maravillosamente sincronizado. La mayor fatalidad para Atahualpa fue el desconcierto de sus guerreros cuando oyeron un cañonazo al que siguió el ataque relámpago de los jinetes y soldados españoles. Los indios quedaron aturdidos y su reacción inmediata no fue la de atacar sino la de huir en estampida, muriendo muchos aplastados, y otros más alanceados. En medio de ese alocado desbarajuste, Pizarro tenía puesta la vista en un solo objetivo: Atahualpa. Al mando de unos pocos soldados, fue derecho hacia las andas en las que estaba sentado; tras matar a los fieles que lo defendían, consiguieron hacerle bajar de su trono y apresarlo. Había ocurrido lo imposible. Si entre ellos había algún ateo, a partir de entonces creyó en Dios.


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