(110) Acto segundo del gran drama. Seguimos
con Cieza: “Pizarro, en cuanto entendió lo que le había pasado a fray Vicente
con Atahualpa, viendo que no era tiempo de más guardar, alzó una toalla como
señal, disparó Candía los tiros, cosa nueva y de espanto para los indios, y los
de a caballo, diciendo a grandes voces ‘Santiago, Santiago’, salieron de los
aposentos contra los enemigos, los cuales, sin usar de los ardides que tenían
pensados, se quedaron hechos personajes (estatuas);
no pelearon, sino que buscaron por donde huir. Los de a caballo se mezclaron
entre ellos, desbaratándoles en breve; fueron muertos y heridos muchos”.
En semejante hecatombe, Pizarro se había reservado el objetivo
principal, el más valioso, el más peligroso y el más decisivo para el final,
victorioso o definitivamente trágico, de la demencial empresa que había
iniciado ¡ocho años antes! Tenía que conseguir capturar a Atahualpa, y
capturarlo vivo. Las dos cosas estuvieron a punto de fracasar. Junto a
Atahualpa estaba, también en andas, el cacique de Chincha, y Pizarro dudó,
quizá porque estaban a cierta distancia o porque nunca había visto al emperador
inca. Volvamos al cronista Pedro Pizarro: “Viendo el Marqués las dos andas, no
conociendo cuál era la Atahualpa, mandó a Juan Pizarro, su hermano, que fuese con
los peones que tenía a las unas, y él iría a las otras. Cuando salieron los de
a caballo de tropel y el Marqués con los de a pie tras ellos, con el estruendo
del disparo y las trompetas y tropel de los caballos y cascabeles, los indios
se embarazaron. Los españoles dieron en ellos y empezaron a matar, y fue tanto
el miedo que tuvieron los indios, que, por huir, no pudiendo salir por la
puerta, derribaron parte de una pared de la cerca de la plaza (fue una estampida en la que muchos indios
murieron por aplastamiento o asfixia). Los de a caballo fueron en su
seguimiento hasta los baños, donde hicieron grande estrago, e hicieran más si
no les anocheciera.
“Pues volviendo a don Francisco Pizarro y a su hermano, el Marqués fue a
dar con las andas de Atahualpa (el
primero en agarrarlo fue el soldado Miguel Estete), y su hermano con el
señor de Chincha, al cual mataron allí en las andas, y lo mismo fuera de
Atahualpa si no se hallara el Marqués allí, porque no podían derribarle de las
andas, pues, aunque mataban a los indios que las tenían, se metían luego otros
de refresco a sustentarlas. De esta manera estuvieron un gran rato forcejeando
y matando indios, y, de cansados, un español tiró una cuchillada para matarle,
y el Marqués don Francisco Pizarro se la desvió, resultando él mismo herido, a
cuya causa dio voces diciendo: ‘¡Nadie hiera al indio so pena de la vida!”.
Oyendo esto, unos siete españoles asieron de un lado las andas, y haciendo
fuerza las derribaron, y así fue preso Atahualpa, y el Marqués le llevó a su
aposento, y allí le puso guardas que le guardaban de día y de noche. Venida la
noche, los españoles se recogieron y dieron muchas gracias a nuestro Señor por
las mercedes que les había hecho, muy contento en tener preso al señor porque,
de no prenderle, no se ganara la tierra como se ganó”.
(Imagen)
Increíblemente, todo salió perfecto en la realización del plan. Hizo falta un
gran líder, unos soldados con determinación, rapidez, osadía sin el menor
titubeo, eficacia y un trabajo de equipo maravillosamente sincronizado. La
mayor fatalidad para Atahualpa fue el desconcierto de sus guerreros cuando
oyeron un cañonazo al que siguió el ataque relámpago de los jinetes y soldados
españoles. Los indios quedaron aturdidos y su reacción inmediata no fue la de
atacar sino la de huir en estampida, muriendo muchos aplastados, y otros más
alanceados. En medio de ese alocado desbarajuste, Pizarro tenía puesta la vista
en un solo objetivo: Atahualpa. Al mando de unos pocos soldados, fue derecho
hacia las andas en las que estaba sentado; tras matar a los fieles que lo
defendían, consiguieron hacerle bajar de su trono y apresarlo. Había ocurrido
lo imposible. Si entre ellos había algún ateo, a partir de entonces creyó en
Dios.
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