miércoles, 4 de octubre de 2017

(Día 503) Comenzaron la subida de los Andes y algunos soldados se iban desmoralizando. La idea fija de Pizarro era atrapar a Atahualpa en persona. Un cacique castigado por Huayna Cápac les facilita información sobre las tropas de Atahualpa, que Soto amplía yendo a Cajas.

     (93) Ni siquiera todos los que se quedaron estaban entusiasmados. Continúa Cieza: “Pizarro iba caminando y sabía de las grandes compañías que estaban con Atahualpa; imploraban el favor divino, pues si faltaba tal ayuda, con puños de tierra los enterrarían a ellos y a sus caballos. Esforzaba a sus compañeros, todos iban con buen ánimo y se acercaban a Cajamarca. Algunos de los cristianos, cuando comenzaron a subir la sierra, murmuraban de Pizarro porque con tan poca gente se iba a meter en manos de los enemigos. Oyó algo de esto, pero lo disimuló, sin hacer muestras de que lo sabía”.    
     Pero también ocurrió que, en el otro escenario sincronizado del drama, Atahualpa pecó de excesiva confianza al enterarse por los orejones de que los soldados españoles no pasaban de ciento setenta. Pizarro sabía que solo una estrategia tenía posibilidades de éxito: apresar a Atahualpa como Cortés hizo con Moctezuma. Lo dice bien claro el cronista Xerez (que iba con la tropa): “El Gobernador acordó partir en busca de Atahualpa para traerlo al servicio de Su Majestad y para pacificar las provincias comarcanas, porque, él conquistado, lo restante fácilmente sería pacificado”. En ese mismo tiempo, Atahualpa dio una orden que parece hacerle responsable de la posterior muerte de su hermano Huáscar. Lo cuenta Cieza: “Atahualpa envió a mandar a Caracuchima que pusiesen en recaudo a Huáscar, su hermano, y lo trajesen preso para, en su presencia, hacerle justicia”.
     Según se iban acercando hacia su ‘presa’, Pizarro no perdía ocasión de ir conociendo las zonas por las que pasaban y de recoger más datos sobre Atahualpa. Dado que Cieza abrevia demasiado el proceso de este recorrido, será necesario componer un puzle con lo que cuentan otros cronistas testigos directos de los hechos.
     Francisco de Xerez nos va a servir de guía por un momento. Pizarro avanzó por la zona de Piura, adonde había mandado por delante a su hermano Juan Pizarro para apaciguar a los indios. Siguieron hasta otro poblado y un cacique amigo les dio información muy valiosa: “El cacique fue gran señor, y al presente estaba destruido porque Huayna Cápac, padre de Atahualpa, le había destruido veinte pueblos y muerto la gente de ellos, aunque le quedaba mucha. El Gobernador se informó allí de los pueblos y caciques comarcanos y del camino de Cajamarca; y le dijeron que a dos jornadas de allí había un pueblo grande que se llama Cajas, en el cual había guarnición de Atahualpa esperando a los cristianos. El Gobernador mandó secretamente a un capitán suyo (Hernando de Soto) con gente de pie y a caballo, para que fuese al pueblo de Cajas. Durante ocho días que estuvieron esperando la vuelta del capitán, se repusieron los españoles y aderezaron sus caballos para la conquista y viaje”. Al regresar, Soto dijo que Cajas había sido tomada por Atahualpa. Un capitán del gran inca (estaba con más de dos mil guerreros indios) que se encontraba allí recibiendo los tributos de aquella zona, le dio datos sobre Cajarmaca y el Cuzco, y le contó que “Atahualpa había conquistado aquella tierra, poniéndoles grandes tributos, y que cada día hace en ellos grandes crueldades, quitándoles también sus hijos y sus hijas”.
                                                                        

     (Imagen) Los cronistas hablan de la gran preocupación de Pizarro y sus hombres al ver claramente que el camino abrupto, encajonado y pendiente que llevaba a Cajamarca era una trampa mortal. Estaban obsesionados por superar lo más rápidamente posible el ascenso de aquella sierra.  Baste decir que lo que llamaban ‘sierra’ era una parte de los Andes peruanos, por donde tenían que ascender hasta los 2.750 metros de altitud de Cajamarca. Subían y subían temiendo lo peor, y Atahualpa no atacaba, desperdiciando inexplicablemente una oportunidad de oro para liquidar a los españoles. ¿Qué le pasaba a aquel emperador curtido en numerosas batallas? La estúpida prepotencia de aquel divinizado monarca (que también tendría gran curiosidad por conocer a visitantes tan raros) iba a ser su perdición. No es de extrañar que los españoles, interpretando siempre la suerte como ayuda de Dios, levantaran agradecidos tantas iglesias, como las que construyeron en Cajamarca.


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