(97) Xerez nos explica cuál era la
situación: “Algunos de los cristianos fueron de parecer que fuese el Gobernador
con ellos por aquel camino del Cuzco, porque por el otro camino había una
sierra mala de pasar antes de llegar a Cajamarca. El Gobernador respondió que
Atahualpa ya tenía noticia de que él iba en su demanda desde que partió de San
Miguel, y que si dejasen ese camino,
dirían los indios que no osaban ir contra ellos y tomarían más soberbia de la
que tenían, por lo que no se debía dejar el camino comenzado”. Y Pizarro se
puso épico. El que lo cuente Xerez, que allí estaba y así sentía, es una prueba
palpable de la motivación y las creencias que impulsaban a aquella gente. En su
papel de líder nato, Pizarro les arengó porque era consciente de que aquel
terrible momento era el punto clave para culminar, con un éxito glorioso o una
muerte espantosa, aquella durísima
empresa que había durado ocho años: “Les dijo que todos se animasen a hacer lo
que de ellos se esperaba, que no les pusiese temor la mucha gente que decían
que tenía Atahualpa, porque, aunque los cristianos fuesen menos, el socorro de
nuestro Señor era suficiente para que ellos desbaratasen a los contrarios y los
hacer venir en conocimiento de nuestra fe católica, pues cada día se ha visto
hacer nuestro Señor milagros en otras mayores necesidades, y ellos iban con
buena intención de atraer a aquellos infieles al conocimiento de la verdad, sin
les hacer mal ni daño sino a los que quisieren contradecirlo y ponerse en
armas. Hecho este razonamiento por el Gobernador, todos dijeron que fuese por
el camino que le pareciese que más convenía, y que todos le seguirían con mucho
ánimo”.
La sierra debía de ser verdaderamente
‘peliaguda’, porque tardaron siete días en llegar hasta Cajamarca. Xerez es el
cronista que da más detalles sobre esta marcha, en la que iba incorporado.
Pizarro comenzó a subir la sierra dejando el fardaje en la retaguardia con
algunos hombres bajo el mando del capitán Juan de Salcedo: “Es tanto el frío
que hace en esta sierra que, como los caballos venían hechos al calor de los
valles, algunos de ellos se resfriaron. El Gobernador fue a dormir a un pueblo,
y mandó aviso a los que atrás quedaron para que viniesen porque podían subir
seguros aquel paso”. Los indios del lugar eran partidarios de Atahualpa, y por
ellos supo Pizarro que hacía ya tres días que estaba en Cajamarca con muchos
guerreros, pero sin intención de atacar a los españoles. Los que se habían
quedado en la retaguardia llegaron a
este poblado en el que se encontraba Pizarro esperándolos. Atahualpa vería con
inquietud que los españoles se iban aproximando y envió a varios notables con
algunos regalos y el mensaje de que los esperaba amistosamente. “Preguntole el
Gobernador a uno de los indios lo que había pasado en aquellas guerras y cómo
empezó Atahualpa a conquistar”. Le contestó (sin duda por encargo del ‘amo’) contando
a grandes rasgos el origen y proceso del conflicto, con hechos reales pero
dejando claro que el ‘malo de la película’ era Huáscar y que todas las
actuaciones de Atahualpa estuvieron justificadas.
(Imagen) No fue un discurso como el de
Marco Antonio en la obra de Shakespeare, pero lo superó en dramatismo y en la
valentía de aquel analfabeto de Trujillo. Hay que imaginarse la escena. Allí están
unos ciento setenta veteranos que han superado mil pruebas y dejado muchos
compañeros muertos por el camino. Queda el último y peor desafío; algunos son
partidarios de llegar a la meta evitando la dureza de la ruta más corta.
Pizarro no está de acuerdo. Reúne a todos sus hombres y les habla
apasionadamente. Ni siquiera menciona la grandeza de lo que pueden alcanzar,
porque ellos ya lo saben. Solo quiere quitarles el miedo y se convierte en un
líder predicador: Dios les ha mantenido vivos, y lo seguirá haciendo porque
ellos van a llevar la fe cristiana a los nativos. Escribe el cronista Xerez
(que allí estaba): “Todos dijeron que fuese por el camino que le pareciese que
más convenía, y que todos le seguirían con mucho ánimo”.
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